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lunes, 14 de marzo de 2016

El mismo cuento de siempre



















Era el día de libro, Tenía 11 años. Lo recuerdo muy bien porque estaba en quinto de EGB. Lou siempre me dice que es imposible que recuerde cosas de la infancia y que sea capaz además de decir exactamente qué edad tenía cuando sucedió lo que cuento. Ella no se lo cree y me dice que es un farol. Puede. O puede que no.
 
Aquel día de abril, como contaba, era el día del libro. ¡Y tenía 11 años! 
Mi madre llegó al mediodía a casa y me trajo unos libros que había comprado ese día en un puestecillo que se montaba en el Instituto para conmemorar esa efeméride. Apareció con Alicia en el país de las Maravillas de Lewis Carroll y El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.  El primero no le llegué a leer nunca. El segundo se convirtió en uno de mis libros favoritos.

Tenía la costumbre de contarles cuentos a los niños, pero últimamente esta práctica la había dejado de lado. Solo tenía que emplear mi imaginación. Cada noche iba añadiendo episodios a una aventura inventada, con personajes ficticios, que compartían risas y sustos con la luz apagada de la habitación, únicamente iluminados por el haz de una pequeña linterna. Era un rato divertido, pero quizás por esto mismo se había llegado a convertir en un auténtico desmadre. Acababan tan excitados, que además de que alargaba más allá de la hora de meterse en la cama, enfrascado en mi relato, los nervios a los que los sometía, hacían que conciliar el sueño se hiciese imposible.
Este ameno jolgorio no podía aguantar eternamente y casi sin darme cuenta, se había convertido en una costumbre que por desgracia había caído en desuso.

En casa Papá Nöel tiene la buena costumbre de dejarnos libros a todos. A mí me dejó el buen hombre de Laponia (en Laponia hace frío, pero yo me fío), una edición especial de El Principito.  A diferencia de aquel que me regalaron en mi niñez y que aún conservo, en este nuevo, los dibujos se ponen en relieve, de forma tridimensional cuando abres las páginas.
Esto, -pensé- volverá locos a los niños cuando se los cuente.
Por eso la otra noche, cogí mi libro y a bombo y platillo los convoqué a los tres y les anuncié que esa noche era especial: Habría cuento.

-¿Será de piratas? -preguntó Guille.
-¿Nos darás sustos y apagarás la luz? -dijo Clara agrandando sus ojos azules.
-No. -contesté yo- Esta noche será distinto.
-¿Por qué? -preguntó Marta, encaramada en lo alto de su litera, mientras preparaba sus peluches, alineándolos en su riguroso y obsesivo orden. El mismo de cada día.
-Esta noche leeré un libro que se llama El Principito. Es un libro que leí de pequeño y me encantó.
-¡Qué rollo! -dijo Marta- Prefiero los cuentos que te inventas tú.
-Yo también -añadió Guille.
-Es un cuento muy bonito. -intervine rápidamente- Es uno de mis libros favoritos -dije, intentando conmoverlos para que no me boicotearan la velada:
Guille pareció ceder, mientras Clara permanecía impasible observando el dibujo de la portada. Marta, en cambio, puso una cara de decepción y continuó con lo suyo, no sin antes protestar un poco por lo que consideraba un engaño:
-Ese cuento no nos gusta. No es divertido.

No le di más importancia y empecé mi relato.
Comencé por la preciosa dedicatoria del libro. Guille y Clara estaban un poco escépticos con el cambio de planes, pero sabía que cuando empezara por las primeras páginas y vieran el dibujo de la famosa boa traga-elefantes, los engancharía del todo.
Miré hacia arriba y allá en lo  alto, Marta estaba con lo suyo, ajena a mi historia.

El aviador había aterrizado en mitad del desierto, solo, con su avión estropeado y sin nadie que le pudiera ayudar a reparar su aeronave. Empezó a explicar el mundo de los adultos y el de los dibujos de los niños. Clara, a quien tanto le gusta dibujar, le empezaron a brillar sus ojos. Guille se inclinó levemente hacia adelante.
El piloto seguía explicando su frustración con la pintura.
Enseñó ese dibujo de una boa con su elefante devorado en su interior. Esa frustración que le produjo que los mayores pensasen que era un sombrero.
Incliné el libro para que pudiesen ver el dibujo. De niño pensé que a mí también me parecía un sombrero. No sé si ellos pensaron lo mismo, pues no dijeron nada, aunque con los ojos me decían que querían continuar escuchando la historia.

Un poco más allá, Marta, colgada de la escalera, comenzaba a descender, atraída por esos dibujos que sólo los  niños eran capaces de ver.
Seguí leyendo y antes de pasar a la siguiente página, los tres estaban en torno a mí, releyendo las líneas.
Marta estaba feliz de estar con nosotros. No le dije nada.
Llegué al último capítulo que tenía  previsto para esa noche. Ya era hora de acostarse.

Iba cerrando el libro y oí a Clara decir, casi en susurro, refiriéndose a mí:
-Pero, ¡qué guapo es...!
Levanté la vista y vi a los tres observándome, sonriendo. Y entonces comprendí una vez más, que El Principito es uno de los libros más tiernos y bonitos que se han escrito nunca.

 

miércoles, 16 de abril de 2014

La Promesa














Quiero escribir este artículo, pero quiero hacerlo deprisa. Apenas tengo veinte minutos para poder terminarlo. Pido perdón por los errores de sintaxis que seguramente tiene, por las reiteraciones, por mis erratas, que apenas han tenido tiempo de ser corregidas. 
El motivo de mi prisa es mi hija Marta. De aquí a nada vuelve de su campamento Scout. Casi cuando esté acabando, empezará a descender de la escalera del autocar y vendrá a reunirse con su familia después de cinco días.
Seguro que volverá cansada, derrotada, más bien, pero sobre todo, feliz.
Pocas cosas le hace que esboce una mejor sonrisa que cuando está en los Scouts.

Aunque es su segundo año con ellos, debo confesar que todavía a estas alturas se me escapan muchos de los términos que emplean: Consejo de roca,  el tótem, el bordón, las insignias, el lema Scout, pero por encima de todas las demás, "la Promesa", que es algo que creo que sé lo que es, pero que no me atrevería a definir en su totalidad..

Confieso que desde niño quise ser Scout, pero debí insistir poco, porque nunca me llevaron a inscribirme. Mejor plantearlo así... Bueno, bueno, a estas alturas creo que ya no tocan los reproches y dado que no creo que me admitan ya en los Scouts, creo que mejor cerrar esa página inconclusa. En cambio, Lou, sí que fue Scout y la verdad es que aparte de amistades para toda la vida, ha llenado su existencia de jugosas anécdotas y de un cancionero extenso y completo, que se extiende desde la alegre "Lobato soy de profesión", pasando por el desgraciado "Bruno el payaso", la conmovedora canción de "el castor que ha crecido demasiado", que de haberla oído de niño me habría hecho llorar inconsolablemente a moco tendido. (Hoy me cuesta cierto esfuerzo no soltar una lagrimilla cuando la oigo), hasta tocar incluso temas descarnados, convulsos y terroríficos como "la carta ensangrentada, tralala laralá..."

Así que dados los antecedentes familiares no era de extrañar que cuando nuestra hija Marta tuviera la edad suficiente, acabaría irremediablemente en los Scouts.
Tan sólo bastó un día, el primero, para darme cuenta, a pesar de ser un profano en el movimiento Scout, que habíamos acertado por completo.
Cuando llegó a casa y le preguntamos qué tal lo había pasado, Marta nos dijo:

- Hoy he aprendido una cosa. Mejor dicho, he aprendido unas palabras prohibidas...
- ¿Caca, culo, pedo, pis? - pensé.
- Hay unas palabras que no se pueden decir nunca. Esas palabras son: 
"No puedo..."

Con eso bastó. Con eso y con ver lo contenta que va cada sábado con sus nuevos amigos.
Ahora está a punto de volver de su campamento. El año pasado se quedó a punto de conseguir su foulard y hacer su promesa. Una meta que se ha ido haciendo inalcanzable.
Pero hoy escribo estas líneas porque tengo una corazonada. Creo que lo habrá logrado y descenderá de ese autocar con su pañuelo (¡perdón, perdón!), con su foulard recién ganado alrededor del cuello, prueba de que por fin ha conseguido su Promesa, con una preciosa sonrisa, más grande incluso, si esto fuese posible, que ésas a los que siempre nos tiene acostumbrados.

Desde que pusimos a Marta en los Scouts he querido saber acerca de quién era su fundador, Baden-Powell y cuáles son los fundamentos de los Scouts.
Leí sobre su biografía, apasionante y entretenida. Y me quedé maravillado en lo que es su testamento, una carta encontrada entre sus objetos personales. 
Lo releí varias veces, y me sentí muy orgulloso de que algún día mi hija sea uno de ellos:

"Queridos scouts: Si habéis visto alguna vez la obra Peter Pan, recordaréis cómo el jefe de los piratas siempre estaba pronunciando su discurso de despedida por temor de que cuando le llegara su hora no tuviera ya tiempo de compartirlo. Algo así me sucede a mí, y, aún cuando no me estoy muriendo en este momento, lo haré uno de estos días y quiero mandaros un mensaje de despedida. Recordad, esto es lo último que oiréis de mí, por tanto meditadlo.
He tenido una vida muy dichosa, y quiero que cada uno de vosotros la tenga también.

Creo que Dios nos puso en este mundo maravilloso para que fuéramos felices y disfrutáramos de la vida. La felicidad no procede de ser rico, ni siquiera del éxito en la propia carrera, ni de concederse uno todos los gustos. Un paso hacia la felicidad es hacerse sano y fuerte cuando niño, para poder ser útil y así gozar de la vida cuando se es un hombre.

El estudio de la naturaleza os mostrará cómo Dios ha llenado el mundo de belleza y de cosas maravillosas para que las disfrutéis. Contentaos con lo que os haya tocado y sacad el mejor partido de ello. Mirad el lado alegre de las cosas en vez del lado triste.

Pero el camino verdadero para conseguir la felicidad pasa por hacer felices a los demás. Intentad dejar este mundo un poco mejor de como os lo encontrasteis y, cuando os llegue la hora de morir, podréis morir felices sintiendo que de ningún modo habréis perdido vuestro tiempo sino que habréis hecho todo lo posible. Así, estad "Siempre Listos" para vivir felices y morir felices: aferraos siempre a vuestra promesa Scout, aún cuando hayáis dejado de ser muchachos, y que Dios os ayude a hacerlo así."

domingo, 20 de octubre de 2013

Olor

 
Creo que el libro que me he leído en menos tiempo, ha sido El perfume. Patrick Sürkind, su autor, me condujo por "el evanescente mundo de los olores", durante un día y medio, hasta que sin saltarme una sola línea, alcancé su inesperado final.
Es un libro que siempre recomiendo, aunque no recuerdo a nadie a quien se lo haya dicho que haya experimentado la misma grata y placentera sensación que me produjo a mí.
Desde que pasé por sus páginas, confieso que pienso en los olores de otra manera. Creo que son como mensajes de nuestro entorno que precibimos casi sin darnos cuenta. No son sólo agradables o lo contrario.
A mí me pasa y supongo que a todos también, que hay olores que nos transportan a otros lugares, a otras épocas, a otras personas. ¿Acaso no asociamos un perfume determinado con quienes los llevaron?
Mi infancia es una cabeza peinada a lo Nicholas, el niño pequeño de la serie Con ocho basta, embebida en el agua de colonia César Imperator.
Cuando pude más adelante decidir por mí mismo, cambié de estilo en la ropa y por supuesto, de perfume. Mis primeros años de universidad fueron amenizados con Boston Man y Massimo Dutti.
Ahora soy un señor maduro que se mezcla con los tonos cítricos de Aqua di Gio.
Pertenezco a esa generación que creció con los anuncios de la tele en los que salía esa chica nueva en la oficina que se llamaba Farala, o mi favorita, aquella guapísima rubia que se vestía y luego se ponía Eau Jeune. Por no hablar del clásico entre los clásicos de la pubertad olorosa: Jacq's.
Mi corazón estuvo impregnado de mujeres que llevaban perfume. Ellas fueron Poisson de DiorCarolina HerreraLou Lou de Cacharel, Ô de Lancôme, Aire de Loewe u Eau de Rochas.
 
Cerca de casa hay un bar donde solíamos desayunar al dejar a los niños en el colegio, que el olor me recuerda a la casa de mis abuelos en La Palma. Tengo ganas de llevar a alguien de mi familia allí, a ver si siente lo mismo cuando cruce el umbral.
 
Si me vendaran los ojos, me metieran en un avión y cuando abrieran la puerta una vez en tierra, creo que sería capaz de saber sólo por el olor, si habría aterrizado en Barcelona, en Madrid, en Tenerife, tanto en el aeropuerto de Los Rodeos, como en el de Tenerife Sur.
Por no hablar de la piel de Lou, cuyo aroma distinguría sin dudarlo entre miles.
 
Pero no todo tiene por qué ser olores agradables y placenteros. Precisamente, pensando en todo lo contrario, no creo que pueda haber olores tan fuertes y desagradables como la sangre. Debido a mi trabajo, en alguna ocasión me he encontrado gran cantidad de ella desparramada por el suelo. En lugares cerrados tiene una intensidad que se te queda alojada hasta en la garganta.
Siguiendo en esta línea, he oído hablar mucho de la variante olorosa conocida como "El Culo de vieja", pero que no sabría explicar exactamente a qué se refiere y cómo describirlo, aunque me puedo hacer una idea, dado el gran número de residencias de la tercera edad a las que tengo que acudir cuando estoy de guardia.
No se queda atrás el adolescente deportista y olvidadizo que se entrega en las canchas deportivas sin haberse puesto desodorante, enseñándonos el significado de la expresión "huele a Tigre", con esos aferrados matices como a cebolla de perro caliente. Nada que ver con la ausencia reiterada de aseo en el ser humano, a la que llamamos cariñosamente como "Recoche".
 
No hace muchas semanas, oí la historia que me contaba un compañero de trabajo, que es un calco a lo que una vez le sucedió a mi padre cuando yo era niño. Tanto él como mi padre, tuvieron un terrible accidente. Hicieron la compra del mes en el supermercado, cargaron todo en el maletero y cuando agarraron las bolsas para ir a casa, no advirtieron que se había escabullido de una de ellas, un paquete de mantequilla.
Nadie lo vio y allí se quedó la mantequilla, derritiéndose por el sol, rezumando grasa durante días, mezclándose íntimamente con la tapicería.
Mi compañero acabó claudicando y aunque su coche era bastante nuevo, tras llevarlo a mil túneles de lavado, acabó malvendiéndolo, para alejar de su pituitaria aquel olor nauseabundo. En nuestra casa, en cambio, el aroma de aquella mantequilla nos acompañaría muchos años de mi infancia.
 
Toda esta historia de los olores y las tapicerías de los coches, me ha venido a la memoria gracias a mi hija Clara. No lo he mencionado antes, pero creo que a nadie se le escapa otro olor incómodo como es el de los vómitos. Ayer se me mareó nuevamente en el coche y tal como ha hecho las otras ocasiones, casi cuando el trayecto estaba a punto de finalizar.
Del viaje quedó una invisible pátina sobre el respaldo de mi asiento, que deja un bouquet que a pesar de un lavado especial a mano en un túnel de limpieza, esta mañana al venir a la guardia, parece que aún quiere continuar acompañándome.
Volveré a frotar con intensidad, con alcohol, jabón de marsella o friegaplatos. Lo que haga falta. Espero no tener que acabar vendiendo el coche...
 
He hablado de olores y he evitado hacer cualquier tipo de mención a las ventosidades. En este campo, que cada uno se ubique en las distintas modalidades: trompeta, tambor, procesión de Semana Santa, o la del globo deshinchándose, entre otras...
No he querido explayarme en este tema porque he encontrado una noticia en la que por fin la Ciencia ha dado con el remedio que la Humanidad pedía a gritos desde hacía siglos:
Un laboratorio de Brasil, desarrolla un fármaco en forma de cápsulas, que neutraliza el olor de las flatulencias. Gran noticia que nos librará de más de una situación incómoda y embarazosa. Con este medicamento, tenemos salvada la mitad de los muebles. Lo siguiente será conseguir que sean completamente insonoras.

lunes, 3 de junio de 2013

Papá se va a trabajar













Hemos pasado un fin de semana estupendo. No está nada mal, sábado y domingo seguidos, todos juntos. Son pocos los que son así, pero cuando vienen los disfrutamos, ¿verdad?
 
Esta tarde de domingo nos hemos puesto a ver La Guerra de las Galaxias, pero como ese señor de negro te daba tanto miedo, hemos cambiado por Los Goonies, aunque a mitad de la película te has marchado a jugar con las muñecas. En cambio a Marta y Guille les ha encantado, aunque ha habido momentos que se han escandalizado cuando han oído decir esas palabras tan feas como "mierda" o "gilipuertas" a lo largo de la película. Han prometido que esas palabras no las dirán nunca y con ese compromiso, hemos continuado hasta el final.
 
Casi cuando me iba, te he dicho que me marchaba a trabajar.
Me preguntaste por qué.
- Porque tengo que ir a trabajar - no hay mucho más razonamiento en esto. Hay que ir.
Te me agarraste a mí y empezaste a llorar. Me impedías levantarme del sofá y me preguntabas una y otra vez el motivo de mi marcha. No entendías nada. Llorabas y llorabas y entre sollozos me decías que no querías que me fuese a trabajar, que me quedase contigo en casa.
 
- ¡No te vayas! ¡No te vayas! - me seguías diciendo - Quédate conmigo.
- Claro que me quiero quedar, pero me tengo que ir, Clara, tengo que trabajar. Volveré el martes, te lo prometo y entonces celebramos tu cumpleaños...
Sigues llorando, empujándome hacia el sofá. No me puedo levantar.
Intento distraerte con otras cosas, pero no hay manera.
- Explícaselo a mamá esto que me estás diciendo - Y así me soltaste y te fuiste a dar con ella, que sabiamente te distrajo y te cambió la conversación y de esta manera, parece que tu disgusto se apaciguó un poco. Me despedí de todos y por fin, ya que estabas más tranquila, me pude marchar.
 
Hace unas semanas, alguien oyó a tu hermana Marta decirle a una compañera de clase:
- Mi padre va a hablar con su jefe para que nunca más se vaya de casa a trabajar por las noches...
Parece que ese día aún no ha llegado...

Ahora que estoy sin ti, te prometo que mañana saldré deprisa de la guardia. Te prometo que te llevaré al colegio a hombros, como tanto te gusta, para que puedas ver las cosas desde bien arriba. Te prometo que mañana duermo en casa y que antes de que te vayas a dormir me meteré en la cama contigo. Te prometo que te contaré un cuento de esos inventados que te gustan tanto. Será la historia de la princesa de un país maravilloso con nubes de colores, que vive en un palacio rodeado de jardines con tulipanes. Una princesa que se llama Clara.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Siete



 
 
 
 


viernes, 8 de julio de 2011

Preguntas y respuestas














No hay nada más reconfortante que el tener hijos y no sólo es por el cariño que te dan, ni por ver en ellos reflejados a aquel niño que éramos y que quedó en la cuneta de algún camino perdido que hemos olvidado. Es por eso, pero no sólo por eso. Esas pequeñas criaturas te proporcionan inspiración, historietas para contar, que para un mediocre escritor como el que escribe, vendría a ser como el árnica que alivia las heridas.

Mi hija Marta es el motor de la diversión en casa. Como mujer que es y por añadidura, inteligente. Suele ser la que tiene la iniciativa de proponer los juegos con los que se van a entretener ella y su hermano. Ya desde la guardería, nos dijeron que la niña tenía esa capacidad sibilina de convencer a los demás, para acabar finalmente, saliéndose con sus propósitos. Desde pequeña ya se vio que era una mujer.
Esto viene al caso, porque desde hace un tiempo ha inventado un nuevo entretenimiento.
Cuando tras un día en el que nos hemos pasado unas cuantas horas intentando cansarlos (y el que es padre, sabe a lo que me refiero), toca, por fin, volver a casa.
Verlos correr, patinar o montar en bicicleta, agota. No es sólo por el espectáculo, se debe a la vigilancia permanente que me obligo a hacer, por si tienen un accidente. Es un defecto heredado de mi abuelo José Amaro y de mi padre, afortunadamente para mi sistema nervioso, en una dosis mucho menor. Esto me ha traído el ser considerado un pachorrón, una persona descuidada, relajada, que no ve el peligro. Un huevón, en definitiva.  Pero la verdad es que casi estoy yo más agotado que ellos y aunque sin ser tan exagerado como mis ancestros, de alguna manera me entrego a los menesteres de la vigilancia. Esto hace que tras la salida, arda en deseos de llegar al hogar, dulce hogar.
Pero antes de ver cumplidos mis anhelos, por si aún no fuese suficiente, se ha de pasar por un ritual: El nuevo juego de Marta.

Yo, por si acaso, intento franquear la puerta de la calle antes que ellos, pero siempre se las ingenian para adelantarse y bloquear la entrada a sus padres.
Una vez apostados en el umbral del portal, comienza el juego de la contraseña.
Para poder pasar, sólo hay que adivinar la palabra secreta, el Ábrete Sésamo que nos permita de una vez por todas, dar por finalizado el paseo familiar.
Hasta ahora había conseguido que con una palabra pudiésemos entrar, a modo de bono familiar, tanto Lourdes como yo. Al fin y al cabo una sola llave abre una puerta y pueden pasar todos tras un único giro en la cerradura.
Pero parece que la jornada de Puertas Abiertas había tocado a su fin.
Marta había decidido que una palabra, una persona.
Tan solo confiaba en que fuese fácil la adivinanza y que fuese similar para ambos.
- Tú primero, Mami - dijo aquella niña, que con sus brazos en jarra y cara altiva. Mientras ponía su mano bajo la barbilla, a modo de reflexión, su hermano, cual cancerbero celoso de su labor, custodiaba la puerta, moviendo su cabeza a ambos lados, no dejando acercarse a nadie.
- Es una palabra que empieza por... "te" - comenzó a decir a su madre, a la vez que miraba hacia el borde de la puerta. 
- ¡Telefonillo automático!  - contestó su madre, muy inspirada aquella tarde.
- Muy bien, muy bien, vamos para adentro... - dije, muy alegremente, deseando subir ya, cuando me detuvieron los dos infantes, impidiendo mi avance.
- No, Papi, ahora te toca a ti - me dice Marta.
- Te toca a ti - repitió Guille.
Sucede esto y Lou se abre paso, libremente, con una mirada de satisfacción, que venía a querer decirme: Te espero arriba. Ya subirás...

- Venga, Marta, dime la palabra - le digo, invitándole a comenzar.
- Mmmm... es fácil - me sonríe.
- Bien - pienso - no tardaremos en subir. Una niña de cinco años no tiene un extenso vocabulario, que digamos...
- Es un animal - me dice escuetamente.
- ¿Alguna pista? - le pido.
- Puede volar... ¡ah! y tiene las patas grandes - me añade a modo de ayuda.
- ¡Ya está! ¡Una cigüeña! ¡Nos vamos para arriba!
- ¡No! - me contesta deteniéndome.
- ¡Un flamenco! - digo, extrañándome de que sepa de qué se trata...
- ¡No, Papi, no! - me replica tajantemente.
- Marta - le digo casi implorando - ¡Dame otra pista! ¿Por qué letra empieza?
- Bueno, Papi - accede esa moderna representación del mito de Edipo y la Esfinge - empieza por "Ini..."
- ¿Ini..? - no entiendo nada.
- Sí, Papi, es fácil.
- No sé, Marta, me rindo, no sé...
- Hasta donde yo sé, la iguana no vuela y no tiene las patas largas - pienso abatido.Marta me mira con cara de incredulidad. No sé si accederá a mis súplicas. Guille no se mueve de la puerta, como si le fuese la vida custodiar aquel fortín.
- ¡Piénsalo, Papi! - me dice dándome una segunda oportunidad.
- ¡No lo sé, de verdad, Marta! ¡Dímelo tú! ¡Hoy no se me ocurre nada...!

- Papi... - su tono suena a decepción - Mira que es fácil...
- Sí, dime...
- Papi, es el... ¡Inicornio!

Claro, claro, ¡en qué estaría pensando...! Menos mal que tengo una hija comprensiva y benévola, si no, todavía estaría en la puerta de la calle, intentando adivinar el santo y seña, que me permitiese entrar en mi propia casa.

viernes, 24 de junio de 2011

La primera lección de Física















Ya sabía yo, que sucedería esto algún día y por eso me he estado preparando concienzudamente todos estos años, formándome, estudiando, leyendo, e incluso, según algunos maledicentes, hasta aprendiéndome de memoria las preguntas del Trivial. El momento ha llegado. El momento en que comienzan las preguntas importantes.
Y como decía, tengo todo un arsenal de información, deseando ser desparramada por esas mentes inquietas, ávidas de devorar nuevos conocimientos.
Ya hace tiempo que tengo como referencia inmediata a Sergio. Sergio es el hijo de unos primos, que con siete años me describió perfectamente con gran excitación, paso por paso, cómo se produce la preparación, lanzamiento y puesta en órbita del transbordador espacial. Incluso me explicó cómo se saca un satélite de comunicaciones de la bodega, con un gran brazo articulado.
A pesar de que el padre de Marta es un erudito en cuestiones astronáuticas, astronómicas o astrofísicas, no puede compararse con el caso Sergio, cuya familia está formada por superdotados, licenciados en Física y algún que otro químico. De hecho, creo recordar que uno de sus progenitores, incluso llegó a ser aspirante a astronauta de la agencia espacial europea.

Hace unas noches, cuando los niños acaban de irse a la cama, oigo a Lou que le dice a la niña:
- Marta: Esta noche que Papi está aquí, se lo puedes preguntar a él...
Lou salió del cuarto y acercándose me dice que la niña quiere preguntarme algo y hace un gesto, arqueando las cejas, como queriendo decir: ¡A ver cómo sales de ésta...! Todo para ti...
Cuando llego a la cama de Marta, está con los ojos bien abiertos, esperando impaciente al oráculo de Delfos, para que le solucione una serie de cuestiones trascendentales.
- Papi - me pregunta, sin esperar a que llegue a los pies de su cama:
- ¿Cómo es que los planetas no se caen?
Menuda papeleta, explicarle a una niña de cinco años la Ley de la gravitación universal.
- Por la gravedad - le contesto con rotundidad.
- ¿Qué es la gravedad? - me contesta lógicamente ella.
A ver cómo lo explico a una niña de cinco años, pienso... Mmm, ya sé, me digo.
- Imagínate que el espacio es una piscina y los planetas son como pelotas que están flotando... Eso es la gravedad. Por eso no se caen - le aclaro.
Marta frunce las cejas, como intentando captar la idea. Junto a ella, está absorto su hermano Guille de tres años, que escucha atentamente en silencio mis explicaciones.
Cuando parecía que ya estaba conforme, Marta me plantea otra cuestión.
- Papi: si los planetas son como pelotas, ¿podría llegar un gigante, coger los planetas y llevárserlos?
- No, Marta, porque los gigantes no existen...
- Sí, Papi, sí existen - interviene Guille con tono ofendido, moviendo la cabeza a ambos lados - son muy grandes y son feos - me explica abriendo los brazos.
Papi, - interrumpe Marta - pero los gigantes, cuando cogen los planetas, ¿dónde se apoyan?  - me pregunta. 
- Es difícil de explicar, Marta - mientras pienso cómo hacerlo, recuerdo  aquella cita de Arquímedes, con su "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" - No puede ser - intento zanjar la cuestión - Los planetas no los pueden mover los gigantes, porque no existen... 
Reconozco que no encontraba una mejor respuesta, a pesar de saber que estaba sacrificando para siempre un personaje de cuentos, que podía darte mucho juego cuando estuviese falto de inspiración. 
Marta ya no replicó más. Ha costado, pero creo que finalmente ha entendido el orden del Cosmos. Se le acabaron las preguntas, parece haber aceptado la explicación. Tan sólo queda darles el beso de buenas noches y despedirnos hasta mañana.
- Papi - pregunta ahora Guille.
- Dime, Guille... - le contesto, creyendo que me llama para darme su beso.
- ¿Qué es... un planeta?

sábado, 4 de junio de 2011

Un año con Clara


Hace un año que has llegado. Lo hiciste de forma apresurada. Nadie te esperaba tan pronto y de repente ¡Pum! te presentaste en casa. 
Y casi sin que nadie se diera cuenta, ha pasado un año.

Cuando llega un niño a una familia, todo el mundo se vuelca en él y comienzan a preguntar, casi desde el primer día, a quién se parece, si a Papá o a Mamá, si esa naricita es Gómez o si esa boca es Carrillo.
Pero tú no has sido la primera y ese debate ha quedado atrás. Desde tus primeras horas, el parecido con tus padres ha permanecido de lado. En cambio, contigo todos intentan compararte con alguno de tus hermanos. Y en esas aún estamos, sin haberlo aclarado, cuando acabas de apagar tu velita y has recibido un primer y único tirón de orejas.
Aunque hay algo que te distingue: tu piel tiene un olor especial, diferente. 
Clara, eres tú y eres única y distinta.

Y casi sin que nadie se hubiese dado cuenta, ya ha pasado un año.
Y quien no lo crea, no tiene más que asomarse al pasillo y observar cómo gateas velozmente, contoneando tu cintura de lado a lado. Pero a esto le queda poco. Ya te sabes levantar y disfrutas arrancando los imanes de la nevera y aunque un poco indecisa, eres capaz de dar dos pequeños pasos, que hay que apresurarse a cogerte rápidamente, para que no te acabes cayendo.

Tu abuela suele decir que en una casa en la que hay un bebé, se nota la felicidad desde que se abre la puerta de la calle.
Y eso pasa en la nuestra. La otra mañana, cuando llegué de trabajar de noche, entro por la puerta y desde tu cuna me llamaste con la única palabra, que de momento eres capaz de decir: hoola, hoola... Lo vas repitiendo a todas horas, no sabes su significado aún, pero a mí me resultó una bienvenida preciosa.

Y casi sin que nadie se pudiese haber dado cuenta, ha pasado un año. Y prueba de ello es tu personalidad, que se va formando. Tu independencia, al no dejarte que nadie te ponga el chupete, que antes debe pasar por tu mano. Te pones de pie en tu cuna y ya sabes encender la luz de tu cuarto. Pero sobre todo, tu sonrisa por las mañanas, que ilumina tu cuarto, cuando al levantarse tu hermano Guille, corre hasta tu cuna y de entre los barrotes ves aparecer su carita, que te dice con voz dulce: Buenos días, Clarita...
Y es con Marta con quien ríes, porque ríes, arrugando la nariz, cuando te hace la pedorreta, que imitas cuando tú quieres, sacando la lengua entre tus labios y soplando con fuerza y salpicando todo...

Y casi sin que nadie se hubiese dado cuenta, ya ha pasado un año. Todo este tiempo ha transcurrido muy deprisa. Tú no lo sabes aún, pero llenas nuestras vidas. Te queremos tanto, que nos hace ser tontos, por creer convencidos, que has estado siempre con nosotros.

martes, 1 de marzo de 2011

El padre de la novia

Hay cosas para las que uno nunca está preparado, pero que sabes que más tarde o más temprano, llegarán. Lo que no me imaginaba es que llegarían tan pronto.
Ha sucedido esta noche. Cenaban los niños. Guille lo hacía muy lentamente, más de lo acostumbrado, así que cogí el cubierto y empecé a darle de comer.
Enfrente estaba su hermana, que a sus cuatro años y medio ya no necesita de ayuda paternal para terminar su cena.
Entre cucharada y cucharada, Marta nos observa y como quien espera ese momento, buscando ese instante idóneo, que no existe, deja caer la fatídica noticia:

- Papi: Me voy a casar - me dice mirando a otro lado, casi como de casualidad.
- ¿Con quién? - pregunto inocentemente, esperando esa respuesta que todo padre de hija ansía escuchar: Ese "contigo, papi...", que es más un sueño de padre, que realidad.
- Con Adolfo - me contesta.
- Adolfo ¿qué más? - pregunto, como si el apellido de ese tal Adolfo fuese a cambiar las terribles circunstancias.
- Adolfo Martínez - se apresura a contestar.
Y sin pedírselo, comienza a darme explicaciones:
- Papi, me caso con él porque me quiere mucho - me dice muy convencida- es un niño muy bueno.
- Pero Marta - titubeo- ¿Cómo sabes que te quiere? - le pregunto, intentando sembrar la duda en esa pareja. - Hoy en la capilla, me cogió la mano.- Me dice - Mira, porque hoy en el recreo, en vez de ir a jugar al fútbol con los niños, quiso quedarse conmigo...

Ese chico sí que está enamorado, pensé.

Así que Adolfo Martínez ha entrado en nuestras vidas. Y aquí lo está esperando el padre de Marta Carrillo, con los brazos abiertos, deseando que venga a buscar a su hija, para salir por ahí los fines de semana.
Ha llegado el momento que estaba esperando desde hace mucho tiempo. Estoy ansioso por que llegue ese día. El día para cumplirme venganza.
Hace muchos años tuve una novia. Pensaba erróneamente que como su padre era físico y yo un apasionado de la astronomía, junto a que compartíamos nuestra aversión por los carnavales, acabaríamos congeniando, pero me equivoqué. En cuanto supo de mi relación con su hija, descubrí que me detestaba. Le prohibió terminantemente que nos viéramos, castigándola en su casa durante seis semanas, a ver si se acababa olvidando de mí. Aquella experiencia me sirvió para aprender que aunque te lo propongas, nunca vas a conseguir caerle bien a todo el mundo.

Pero el caso más sonado, fue el del padre de otra joven, al que llamaré Holaquehayquetal. No sólo para conservar su anonimato, sino porque ésa era la única conversación que tenía conmigo, mientras esperaba en el salón de su casa a que su hija se acabase de arreglar. Esta espera, a menudo era larguísima.
Yo tenía la recomendación de que no me hiciese el gracioso y que sólo contestase si me preguntaban algo. Así me encontraba que tras el "qué tal," no existía más que un interminable silencio.

No diría que estos ejemplos me hayan marcado de tal manera que me considere una persona traumatizada, pero tanto el Físico como Holaquehayquetal, me han enseñado que no hay nada más importante para un padre, que una hija. Como para ponérselo fácil al primer niñato que venga a buscarla a casa...
Así que, Adolfo, prepárate, que te estoy esperando...

viernes, 31 de diciembre de 2010

La Puerta

La puerta tiene dos hojas, como la propia hoja del árbol tiene dos caras, un haz y un envés. Una que mira al sol, otra que lo hace a la tierra.
La puerta con sus dos lados, nos protege y nos separa a un tiempo. Nos recoge y mantiene unidos y nos aisla de amenazas del extrerior. Tiene esa dualidad tierna, familiar y la amenazante, agresiva, defensora, a la vez.

La puerta es como tantas cosas en la vida, las dos versiones de una misma historia, contadas al unísono. No hay puertas de una sola hoja, como no hay historias que no merezcan que su otro lado deba ser escuchado.
Esa dualidad de la puerta, se encuentra en muchas expresiones cotidianas. No es agradable que te den con la puerta en las narices, contrapunto  de cuando te reciben con las puertas abiertas.
Porque nuestra casa es la proyección a una mayor escala de nosotros mismos. La puerta es nuestro corazón que cerramos en banda o que abrimos de par en par como gesto de confianza y aprecio.

Hace tiempo que digo que la familia la constituyen todos aquellos que están dentro, cuando cierras la puerta por la noche. Sé que esta frase podría ser discutible, pero es que además en mi caso, como otra contradicción más en mi vida, siempre hay alguien que se queda permanentemente fuera.
Ahora, mientras escribo esto, la oigo respirar profundamente, como sólo te lo permite el profundo sueño. Ahora sí que de puertas adentro estamos todos, porque Tiri por fin está en casa.

jueves, 7 de octubre de 2010

El cuentacuentos













Hace unos años, mi buen amigo Mario me fue a buscar a casa y me llevó a un lugar maravilloso. De sorpresa, casi sin explicarme nada, fuimos una noche de sábado de luna llena, a un lugar en los montes de La Esperanza en Tenerife.
Mario mantuvo el misterio casi todo el viaje, hasta que llegamos a aquella casa vieja, de paredes de cal blanca, en medio de un denso follaje, iluminada en todas sus estancias, sólo por la luz que daban velas dispuestas por todos lados y en el jardín, la que generosamente te daba el plenilunio.
En aquel sitio, me explicaba Mario, en las noches de luna llena, se celebraba un cuentacuentos en el que participaban todos los asistentes que quisieran.
Para ir entrando en calor y romper el hielo, los propietarios desde una barra, iban sirviendo licores que recuerdo exquisitos, de elaboración propia y de una gran variedad.

Durante la noche, las historias se iban sucediendo, mientras yo intentaba pensar en una rápidamente y coger la vez, como en el supermercado. Mi tremenda timidez me impidió tener valor para hablar ante unos desconocidos e improvisar una historia, que como intuyó mi otro gran amigo, Yofri, seguro que iba a ser el viejo relato corto de la época del instituto. Se trataba de un desgraciado que queda atrapado en un ascensor, después de haber sido abandonado por la mujer que amaba y aquella silenciosa oscuridad le hacía reflexionar sobre su antigua y nueva vida que tenía ante sí.
Le di vueltas y vueltas y me sentí como en aquellas fiestas de fin de año, en la que aquella chica que me gustaba tanto, se hartó de esperar que la sacara a bailar y acabó con otro.
Terminó la velada y ninguno pudo oir mi historia.

Desde entonces, busco que se produzca una segunda oportunidad, para vencer de una vez por todas a aquel niño tímido, que de alguna manera, todavía anida en mí. Como firme propósito, voy entrenando cada día que puedo y el atento (a la vez que entendido y entregado) público, que son mis hijos, son los testigos que disfrutan de cada uno de mis relatos improvisados, antes de ir a la cama.
Me encantaría ser recordado como Robert Louis Stevenson, al que llamaban Tusitala, y que esta tradición de cuentos antes de ir a dormir, ellos la continuaran con sus hijos. Sería la más bonita herencia que podríamos ir transmitiendo a los que tendrán que irnos sustituyendo.

Precisamente Marta fue ayer por primera vez, a una actividad para niños, del centro cívico cercano a casa. Se trataba de un cuentacuentos, donde los padres se quedaban fuera y a los niños, les irían contando historias.
Cuando se presentó la monitora, fue preguntando a los niños presentes sus nombres y si en sus casas les contaban cuentos.
No estábamos allí, pero un testigo nos contó que cuando le tocó a ella responder, dijo sin dudar: Mi padre me cuenta los mejores cuentos del mundo...

domingo, 5 de septiembre de 2010

El Vendaval

Según nos cuenta el Real Diccionario de la academia, entre otras acepciones, el Vendaval es un viento que viene del sur. Sabia descripción y tremendamente ajustada a nuestra cotidiana realidad. No creo que haya definición más acertada, para describir ese torbellino que en cada época de vacaciones, procedente de Tenerife, invade nuestra casa: El Vendaval Tiri.

Como toda masa de aire que se desplaza a gran velocidad, es capaz de arrastrar consigo a todo aquél que se encuentra a su paso. En las proximidades de su abuelo Pepe no tiene ninguna dificultad para sacar a flote sus nervios, aunque éstos ya de por sí tengan un índice de flotabilidad similar al del corcho.
Y ese aire, invisible, es capaz de mimetizarse tanto con su hermano de dos años, de habla incipiente, como de la de cuatro, con ideas claras, sencillas e inocentes, teniendo discusiones o complicidades con cada uno de ellos, a pesar de ser mucho mayor.

Hay muchas teorías que se proponen sobre este fenómeno meteorológico:
"Lo que le pasa es que necesita liberar energía", principio básico de la termodinámica del niño-torbellino o "...esa niña lo que es, es una salvaje", que nos evoca a Rousseau y su teoría del hombre bueno por naturaleza que la sociedad corrompe.

Pero no quiero que quede la idea de mi hija, la mayor, que es una especie de Viernes del relato de Robinson Crusoe, ni muchísimo menos. En realidad se trata de una personita que en poco tiempo se tiene que adaptar a una nueva casa, familia, costumbres y la verdad es que siempre lo ha hecho muy bien, aunque tenga ese carácter innato de ser bastante movida. Es la nobleza en persona, reiterativa e insistente como el que escribe, cariñosa a su manera y cuando llega la noche, la más mimosa de todos, que usa sus mejores artimañas para que le acaricies el pelo mientras se duerme.

Recuerdo que mi tío Nane, al que acompañé una vez en una travesía por el mediterráneo, viaje en el que no faltaron ni psicofonías, me decía que los primeros días de navegación no puedes dormir, debido al molesto ruido de las máquinas y cuando llegas a tierra de vacaciones, en la cama de casa, no puedes conciliar el sueño, porque no escuchas los motores que arrullen tu nueva cuna.
Y un poco así sucede con este particular Vendaval, cuando le toca marcharse. Nos queda un hueco enorme en nuestra retina, en nuestros oídos, alivio en las cuerdas vocales y una inmensa tristeza en nuestros corazones.

El último día que estuvo con nosotros, nos tuvimos que levantar muy temprano, para llevarla al aeropuerto, camino de vuelta a casa. Entró sigilosamente en la habitación donde estaba su hermana Clara, se acercó con cuidado, le dio un ligero beso para no despertarla y fue deslizando su mano izquierda desde cabecita, su cuello, por su espalda, los muslos, hasta terminar en el pequeño pie. Muy suavemente, muy despacio, como para poder recordar mejor cómo era su hermana, a sabiendas de que la próxima vez que se encuentren, ya no será la misma que dejó en aquella cuna, de aquel agosto en Málaga.

La escena de nuestras despedidas siempre se repiten cada verano y cada uno de nuestros alejamientos los tengo grabados en mi mente. Ella siempre está muy callada, pensativa, con ganas de marcharse y deseos por quedarse. Es su paradoja personal, que se ha convertido en su forma de vida con cada una de sus familias.
Cuando llega el momento del embarque, se va caminando con la azafata que la acompañará hasta el avión, con ese peto colgando del cuello, por esos pasillos del aeropuerto, que siempre me resultan demasiado cortos. De tanto en tanto se gira para decirme adiós con la mano, porque nuestras voces, estando ya tan lejos, no las podemos escuchar y yo voy pensando, con un nudo en la garganta: "gírate otra vez, gírate otra vez...", hasta que por fin, cuando menos lo deseas, el viento del sur, desaparece. 

viernes, 20 de agosto de 2010

Misa de una
















No me considero una persona en absoluto religiosa. Soy tan agnóstico, que dudo de todas mis convicciones, incluso de mi propio agnosticismo. Precisamente por esta tremenda duda y porque no estoy seguro de nada, es por lo que respeto profundamente las creencias de los demás y no me atrevo a juzgar a nadie como si fuese poseedor de la verdad absoluta.
Hace tiempo que no voy a misa. Soy de la promoción del padrenuestro antiguo, que solía concluir con: "...mas líbranos del mar", pues al océano bravío lo encontraba más peligroso que al mal mismo. Recuerdo con horror cuando entraba en la iglesia y me sorprendían a traición con una interminable misa cantada. Con ese tìpico grupito de jóvenes con acné, armados con guitarra y panderetas, reversionando (y destrozando) temas de Simon y Garfunkel (The boxer), o My Sweet Lord de George Harrison. Con resignación miraba hacia las alturas, buscando inútil refugio, pensando: Uffffff, lo que me espera, quién me manda venir...

Como mencionaba, hace muchos años que no me dejo caer por aquí, por una convicción personal, pero este domingo acompañé a mi hija Tiri, pues hace pocos meses que hizo la primera comunión y pensé que debía ir con ella.
Esta joven saltimbanqui de nueve años, bien podría entrar a formar parte del Cirque du Soleil, por sus dotes. No obstante, teniendo tan reciente su primera comunión, la catequesis previa y la solemnidad que tiene toda la liturgia misal, que se supone debía conocer, cuando salimos de casa, no fui capaz de vislumbrar el peligro.

Aquella era la típica misa de lugar de veraneo, repleta de gente bien, cargada de niños muy guapitos, repeinadísimos, todos bien vestiditos con esa ropa tan mona, que lleva en el pecho un jinete a lomos de un caballo.

Tiri, estaba situada convenientemente, sentada una fila por delante de mí. La idea era que no se distrajese, pero la realidad es que no dejó de hacerme muecas, girándose hacia atrás, buscando mi complicidad.

El cura decidió animar la velada y durante la colecta, nos fue haciendo balance económico de las cuentas de la parroquia, a modo de junta de una gran empresa. Su propósito era conseguir 1400€. Para ello, pide a los accionistas que estábamos en dicha junta,  que nos estirásemos un poco. Que prescindamos de alguna cerveza de este verano y dejemos 20€ en la bandeja.
- Sí que es caro irse de cañas en Málaga... - pensé.

Y llega el momento de ir a comulgar. Tiri me dice muy seria y en un tono que pueden oir los Lauren o los Hillfiger que tengo detrás:
- Papi, si me lo mojan en vino, no me lo pienso comer... ¿eh? Que ya me lo hicieron el día de la primera comunión y no me gustó nada...
Se levanta y cuando llevaba avanzados pocos metros, como buena católica y romana, se gira, sonríe y me guiña un ojo, haciendo el signo hacia arriba de los emperadores.

Cuando vuelve, en un tono audible para que lo oigan bien mis compañeros de banco, tocándose la barriga haciendo giros, me suelta:
- Ñam, ñam, ¡qué rico está!
Se sienta y se gira de nuevo hacia mí, diciéndome con cara de asco:
- Papi, ¡lo voy a escupir...!
Y antes de que pueda gesticularle con la mano, se ríe, abre su boca para mostrarme que está vacía y comparte con todos los que la quisieran escuchar:
- Que no, Papi, que es una broma...

Y después, nos marchamos a casa. Intenté sacar fuerzas para llamarle la atención por su comportamiento, pero no pude, porque seguro que se me escapaba la risa.
Así que para celebrar este reencuentro religioso, me senté en el sofá, me puse cómodo, y con ese delicioso placer que supone disfrutar de un manjar, me serví una cervecita bien fría.

sábado, 5 de junio de 2010

Clara

Nadie sabe a ciencia cierta de antemano, el momento en el que te sorprende el nacimiento de tu hijo. Ni siquiera las eminencias obstétricas son capaces de ponerse de acuerdo y enunciar una hipótesis razonable que explique los mecanismos que hacen que el parto empiece ¡ya!
Y puesto que ni los sabios lo saben, con mucho menos motivo se nos puede pedir que intuyamos, ni siquiera imaginemos, que te ibas a adelantar tanto.

Ya estás aquí, y como has tenido tanta prisa en llegar, te tendré que poner al día.
La verdad es que me pillas un poco a contrapié, porque si hubieses cumplido con el horario, no te habrías adelantado dos semanas. Eso no encaja en la impuntualidad de la que se me acusa injustamente. 

En estos momentos estás en la cuna de la habitación. Dentro de diez minutos cumplirás tus primeras ocho horas de vida. Mientras, con esos gorgoritos entretienes la estancia, como hacen los grillos en las noches de verano.
Ahora, te adelanto, en las próximas horas, e incluso en los próximos días, te espera una evaluación exhaustiva acerca de a quién te pareces y por supuesto, cuál será el color definitivo de tus ojos.
Esas personas que has visto hoy, son tus abuelos, tus tíos, que no querían perderse cada uno de tus primeros instantes entre nosotros.
La niña con inmensos ojos azules y pecas es tu hermana Marta. No tardará en salir de su asombro y perplejidad que le ha causado descubrirte y pronto te sorprenderá con comentarios inteligentes y sesudos, cuando se restablezca de la enorme excitación que le supone por fin, haberte conocido.
El otro individuo es tu hermano Guille, que pronto te hará compañera de aventuras, pues no es casual que su nombre coincida con unas historietas de otra época, llamadas Guillermo el Travieso. De los dos, hoy has recibido el primero de un millón de besos. Te propongo irlos contando y verás como tengo toda la razón.
Marta y Guille tienen una devoción especial, de la que pronto te contagiarás, por su hermana Tiri, que te enseñará a correr, trepar, esconderse y a usar la imaginación en cada uno de sus mundos inventados.

A Mamá ya la conoces, llevas con ella desde siempre y como irás comprobando, es mucho más guapa que como te la imaginabas desde dentro. Si no, escucha cuántas veces dice Marta al cabo del día: Mami, guapa, guapisísima...
Pero además es fuerte, valiente, simpática, inteligente. Por eso has tenido la mejor de las suertes por haberte tocado como madre. Lo único que tendrás que hacer será quererla mucho y a cambio, lo tendrás todo. Te aseguro que será la tarea más fácil de toda tu vida.

Por último sólo quedo yo, soy ése que te mira con ojos incrédulos, ése que disfruta cogiéndote en brazos y acariciándote ese peinado con el que has venido de ese viaje. Soy ése que verás siempre cuando gires tu  cabeza hacia atrás, cerca de tu hombro. Ése que inventará cuentos que contarte casi cada noche. Soy el que te hará rabiar cuando apague las velas de tu cumpleaños antes que tú. Soy el que te querrá siempre. Soy aquél que verás lleno de orgullo, cuando aparezca y se presente diciendo: Soy el padre de Clara.