sábado, 24 de diciembre de 2011

La tregua de Navidad


Tal día como hoy, hace 87 años, un grupo de hombres estaban en guerra. La Gran Guerra que se prolongaría hasta 1918. La guerra de las trincheras. La primera Guerra Mundial.
Aquel 24 de diciembre de 1914 sucedió algo extraordinario.

Tenemos constancia de que fue cierto, gracias a las cartas de los soldados que fueron testigos de aquello y de las pocas fotos que se conservaron de aquellos momentos, porque los jefes de aquellos hombres hicieron lo posible porque todo fuese olvidado.
Las tropas alemanas habían sido agasajadas con salchichas, tabaco e incluso con árboles y adornos navideños por parte del Káiser Guillermo II de Alemania, como remedio para elevar la moral de unos soldados condenados a estar confinados en trincheras a merced del fuego enemigo.
Para asombro de las tropas británicas, vieron cómo sus oponentes iban desplegando cada cinco metros árboles de Navidad. Los soldados no entendían nada. ¿Sería una manera de distraerlos para realizar un ataque sorpresa?
Aquella tarde, tras los árboles adornados, se empezó a escuchar el sonido de los soldados alemanes cantando Noche de Paz. Los soldados británicos les acompañaron con sus voces y poco a poco, fue saliendo todo el mundo de las trincheras, encontrándose los enemigos en la llamada Tierra de Nadie.

Aquella Nochebuena de 1914 cenaron todos juntos, cantando villancicos, compartiendo los regalos del Káiser a cambio de cigarrillos, intercambiando fotos, direcciones, e incluso jugando al fútbol con una pelota improvisada. Aunque se dice que comenzó en el frente belga de Ypres, más o menos a la vez ocurriría lo mismo en otros frentes.  
Pronto el Alto Mando se enteró de esta circunstancia y dio órdenes expresas de que la guerra debía continuar. Se castigaría duramente el confraternizar con el enemigo.
A estos días se le llamó La Tregua de Navidad.
Esta tregua duró en algunos frentes hasta el Año Nuevo. “Tuvimos que dejar que durara todo ese tiempo”, explicó un alemán, en una carta enviada a su casa. “Queríamos ver cómo salían las fotos que ellos nos hicieron”.

Un soldado inglés, llamado Walkinton de 17 años dijo: "Todo ocurrió espontáneamente, de forma muy misteriosa. Un espíritu más fuerte que el de la guerra prevaleció aquella noche".

Hace mucho tiempo vi un vídeo del Beatle Paul McCartney, que contaba una historia parecida. Para mi sorpresa, años más tarde descubrí que estaba basado en lo que pasó en aquellas trincheras, en la Nochebuena de 1914.


Obligados por sus superiores, ajenos a la esencia misma del ser humano, aquel grupo de hombres, tuvo que reiniciar la batalla. El tiempo ha hecho a los protagonistas de aquel hermoso cuento de Navidad, los auténticos héroes, al demostrarnos que ese idílico y utópico mundo, como el que soñaba el otro Beatle, John Lennon, es posible y que no está tan lejos. Se encuentra dentro de todos nosotros. Feliz Navidad. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad dulce Navidad

 

7 y cuarto de la mañana. ¡Arriba los corazones! Un día que no tengo guardia. Ya me dijo Lou hace más de un mes: ¡Bloquéate ese día! ¡Tenemos muchas cosas que hacer...! Y aquí estoy, poniendo los pies en el suelo. 7 y media. ¡Mel, hoy aprovechando que estás en casa, le das el desayuno a los niños! ¿Cuántas cucharadas de cereales lleva el biberón de Clara? ¡Cinco! Se lo toma de un santiamén. Guille y Marta siguen en la cama. Hay que despertarlos como marca la tradición. Con cariño y muchos besos. 7 cincuenta. Poco a poco se incorporan al  mundo y se ponen a desayunar. Tardan un poco más en tomarse su leche. Clara te llama desde su cuarto: ¡Hola! ¡Hola! Que quiere decir en su idioma: ¡Ya te puedes llevar el biberón y ven a cambiarme que me he hecho caca en los pañales! De esta deposición matutina me libro. Lou ha llegado antes y la limpia ella. 8 y diez. Una ducha rápida y a continuar. Nos repartimos los niños. Yo visto a Guille. Hoy es un día especial. Hay que vestirlos de pastorcillos. 8 y media. Marta no se conforma con el disfraz: Mami, ¿me puedes pintar un poco? Guille no es menos. Quiere que le dibujen un bigote. Con su maquillaje recién puesto, salimos de casa. Cada cual coge su mochila y a la calle, al cole. 8 y cuarenta. Juntos no podremos llegar a tiempo. Me llevo a Clara a la guardería, cómodamente sentada en su silla. Lou se va con los otros dos en sentido opuesto, al colegio. Clara me hace chantaje. Llora desconsoladamente cuando le quito el chupete al entrar en clase. Se abraza a su profesora, le doy un beso y me marcho. 8 cincuenta y cinco. Lou deja a los niños en las escaleras que dan al pasillo de las aulas. Nos encontramos en un bar enfrente del colegio, para desayunar. 9 y diez. Nos pedimos cafés con leche y nos sentamos con Álex y Olga, padres de Naiara, amiga de Marta, de asombroso parecido con Dora la exploradora. 9 y veinticinco. Levantamos la sesión. A las diez empieza la representación de Guille. Los padres de este colegio deben ser grandes amantes del arte dramático. Desde las nueve están haciendo cola fuera del salón de actos, que no ha abrirá sus puertas hasta las diez, para coger sitio. 9 y treinta y cinco. Los amantes del teatro están nerviosos por el estreno. Oimos alguna discusión originada por asuntos menores, como guardar un sitio en la cola a marido, suegra, madre, padre y demás familiares. Debe ser muy importante lo que vamos a presenciar, pienso, dada la tensión de estos celosos guardianes del turno. 10 y un minuto. Se abren las puertas y la insaciable vorágine de entendidos críticos de la dramaturgia, se apodera de los asientos más cerca del escenario, cubriéndolos con todo tipo de chaquetas, bolsos, etc, para que se puedan colocar los que aún están por venir. 10 y cinco. Se abre el telón y aparece Guille vestido de pastor, diciendo sus líneas y haciendo una ofrenda a la Virgen María. Cantan todos un villancico. Algo así como Wi wishu a meri crisma an a japi niu yes. 10 y cuarto, se cierra el telón. 10 y media. Aparece la clase de Marta. Ella tiene un papel destacado en la obra. Le toca abrir la puerta a cada Rey Mago y a la Virgen María y San José. Cada una de las veces agita con energía sus brazos al abrir la puerta, diciendo: ¡Pasad! ¡Pasad! Le hacen ir a abrir la puerta, cuatro veces. A todos asombra con esas inmensas dotes dramáticas, como ya demostró el año pasado cuando hizo de Mamá Noel. 10 cincuenta. Ha caído el telón y aprovechamos para irnos de tiendas, ya que no disponemos de muchos días para terminar todas las compras. Comienza el corre-corre, si es que no lo había hecho antes, desde que subíamos los corazones. Queda mucho por comprar y pocos días para hacerlo. Las dos horas pasan deprisa entre debates, comparativas y recuento de regalos. 12 cincuenta y cinco. Hay que ir a buscar a los niños al cole, para que comen en casa. Terminan de comer, se les quita el maquillaje y se les viste de personas normales y corrientes. 14 y cuarenta y cinco. Hay que llevarlos de nuevo al cole. Los agarro por la mano y nos ponemos en marcha. 14 cincuenta y cinco. Dejo a Marta y Guille en el pasillo de sus aulas. Guille se despide con nuestra frase emblemática: ¡Que no te piquen los chinches! Marta ya le da vergüenza hacerlo. Se ha hecho mayor. No pensaba lo mismo al instaurar esta costumbre cuando tenía tres años. 15 y cuarto. Llego a casa y nos vamos, sin comer, corriendo a la guardería de Clara, a una representación de una costumbre catalana, llamada el Caga-Tió, donde se le dan palos a un tronco de madera llamado Tió, hasta que acaba cagando regalos. El regalo acaba siendo un regalo colectivo para la clase. Ilusos de nosotros, pensábamos que habría un regalo para cada niño. 16 y media, bien pasadas. Montamos a Clara en su cochecito y nos vamos a buscar a los niños, que salen del cole. 16 cincuenta y cinco. Salen muy contentos, orgullosos de sus pinitos como actores y se van a jugar al patio, donde podemos sentarnos un rato. Un rato es media hora. 17 y media, empezamos a recoger y vamos a casa de Mapi, la madre de Chloé, compañera de Guille, que les da clase de inglés a los niños. Allí somos testigos de una nueva representación artística. Una obra de teatro en inglés, llamada Santa Claus is coming to town, donde Marta tiene un papel destacado de niña pija. Eso si es versatilidad. Este pedazo de artista puede con todo. 19 y cuarenta. Arrancamos la caña. Lo que en la jerga de padres de familia numerosa, viene a querer decir: Vámonos para casa, que todavía quedan las duchas, las cenas, los cuentos, los pipís, y los vasos de agua. 21 y quince. Se hace el silencio. Los niños están ya dormidos. Sus padres, extenuados. ¡Qué duras son las Navidades! ¡Donde esté una buena guardia...!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Mis relatos


Esta noche abro el correo, cosa que hago compulsivamente miles de veces al día y me encuentro con un mensaje de protesta. Mi cuñada Marta, en representación de ese club de fans que un día decidió fundar, me recrimina que tengo, de alguna manera, abandonadas estas pobres y huérfanas páginas.
Puede ser que el ritmo de escritura haya bajado, pero de ahí a que haya arrojado la toalla, en absoluto...

El quehacer diario me impide contar cosas. Por un lado, por el cansancio cuando has llegado a casa y por otro, porque ahí fuera no aparecen historias que lleguen y que merezca la pena ser contadas.
Pero eso no significa que abandone la escritura. En mi mente, a medio escribir tengo varios relatos.
Hace unas semanas, en el otro blog, el de música, esbocé la sinopsis de una historia de ciencia ficción que tengo en mente desde hace mucho tiempo: Suburbia. De hecho, tan sólo tengo que escribirla. A su protagonista, CP450, desgraciado habitante de un mundo feliz ideal, le aguardan unas situaciones que han de esperar a que pasen de mi mente al brazo y de ahí al papel. Tan sólo es cuestión de tiempo.

Otro cuento que tengo en una etapa mental embrionaria, es el tercer episodio de un relato de novela negra, de un detective llamado Joe Marioweather, de asombroso parecido con mi amigo Mario. La redacción del episodio anterior me mantuvo entretenido durante todo el verano, metiéndolo en situaciones difíciles, acosado por sus temibles enemigos, el despiadado y cruel Rorfri y el maquiavélico alcalde Mol de Haatum. Las aventuras de Joe Marioweather me hicieron secuestrar tiempo a mi familia, que probablemente acabaron hartos de verme sentado a todas horas, riendo delante del ordenador. A quien esté interesado, le envío la primera o segunda entrega, tan sólo a cambio de que una vez leídas, se comprometa a hacerme llegar algún comentario, ideas o impresiones.

Y para que mi cuñada Marta no siga creyendo que mi creatividad está apagada, hoy mismo he terminado un relatillo muy corto.
Recogiendo el guante de un programa de RNE que escuché el otro día camino de casa, tras salir de una guardia, me sentí tentado por la idea de escribir un microrrelato de 150 palabras. Aparte de esta extensión máxima, otra condición exigida es que hablase de un balón. Pero un balón que no fuese para jugar a ningún deporte.
Éste es el resultado:


El Balón azul

El padre pisó los pedales y movió la dirección. El vehículo se desplazó, virando vertiginosamente. Atrás, atado en su asiento, se encontraba un niño pecoso, de unos cinco años. El giro dejó al alcance de la vista del hijo, un paisaje estrellado, que tanto le gustaba apreciar a través de su ventana.
La oscuridad fue interrumpida por la aparición de una figura esférica, inmóvil, flotando como un globo, que atrajo de inmediato la atención del niño, deslumbrado por su belleza.
- Papá: ¿me dejarás salir afuera a jugar con ese balón azul? - preguntó el niño excitado.
El padre miró al exterior y comprendió enseguida.
- No puede ser, hijo mío – dijo el hombre con voz temblorosa y emocionada - Esa bola no es ningún balón. Es nuestro hogar, nuestra querida Tierra. Te prometo que algún día, cuando sea habitable de nuevo, volveremos y podrás jugar en ese precioso balón azul.