viernes, 17 de enero de 2020

Mi otra familia















Tengo delante de mí una cerveza de una marca desconocida. Una cerveza del país. De aquí.
Yo soy el de fuera.
Como lo era hace tantos años, con un sentimiento de ¿Por qué mis padres me han hecho esto? y que se transformó en ¡Qué suerte tengo porque mis padres me hayan mandado aquí!

Al fin y al cabo, la adolescencia no es más que una contradicción de un montón de cosas. Eres hombre, pero quieres ser niño, pero ers un niño que quiere hacerse un hombre pronto. Odias, amas, te quejas, te alegras, crees que te lo mereces todo, pero el mundo no vale la pena porque es injusto.

Mi primer gran viaje, al que no me preguntaron siquiera si quería ir, pero que se volvería inolvidable. Aquel verano de 1984 salí por vez primera de mis islas a pasar cuatro semanas con una familia inglesa completamente desconocida. La verdad es que el plan no pintaba demasiado apetecible, teniendo en cuenta que tenía trece años y que mis conocimientos de inglés no eran muy amplios como para tener conversaciones muy profundas y extensas.

Mis miedos desaparecieron desde la primera noche. Sentí que me trataban y me cuidaban como uno más de la familia. Tanto fue así, que sin duda repetiría el verano siguiente sin dudarlo. Unas cuantas felicitaciones de Navidad y todo quedo allí.

Hace años que perdimos el contacto, pero siempre siguieron en ese lugar tan especial del cerebro donde se guardan los recuerdos más bonitos.
Sin duda, me he vuelto mayor y con todo seguridad, nostálgico. Un buen día inicié la búsqueda, esperando que todos estuvieran bien y sin saber muy bien qué iba a hacer continuación.
Solo encontré a la niña de la foto, a Laura, que ahora tiene alrededor de cuarenta años.

Ella fue la que me puso en contacto con Pam, su madre, que tan bien se portó conmigo a quien mucho le debo haber aprendido su idioma y haber aprendido a amar su país.
Mañana lo completaremos y cerraremos ese círculo que lleva abierto demasiado tiempo.
Ahora ya no soy yo, es mi hija Marta la que tiene trece años, como tenía aquel niño que lloró la primera noche que se vio solo en un país desconocido y que no dejó de sonreír el resto del tiempo que estuvo con aquella familia maravillosa.

Mañana me levanto, hago la salida del hotel y tomo un tren que me llevará a mi querido pueblo de Ware, bañado por el río Lea, lleno de preciosas barquichuelas y rodeado de prados verdes.
Llevo soñando mucho tiempo con volverlos a ver. Tocar su puerta y ver sus caras de nuevo.
Seguro que como yo, se alegran de que su hijo haya vuelto.