jueves, 25 de noviembre de 2021

Las palabras mudas



Nunca es tarde para encontrarse, para retomar viejas costumbres, o iniciar nuevas.
Esto es lo que me pasa de un tiempo a esta parte.
Desde hace unos meses hemos instaurado una buena costumbre. Hablar y hablar...

Hablamos y hablamos. Pero me doy cuenta que en nuestras charlas, en realidad soy yo el que habla, porque soy quien más necesita hacerlo. Y esto es algo novedoso, porque siempre he pensado que era algo que nos faltaba. 
-¡Cada uno es como es!- Como sueles decir siempre para justificarte y de paso, cuando te refieres a los demás, para no juzgar a nadie... 
Pero a decir verdad, muchas veces he echado de menos que estas conversaciones hubieran sido más frecuentes. Por eso guardo en un cofre del tesoro de mi memoria, aquellas que fueron especiales, en las que casi siempre los sentimientos estaban en una segunda capa, más profunda, pero casi asomando a la superficie. Tanto, que el Amor se podía apreciar bien desde fuera.

Has estado durante muchos meses acompañándome en mis sueños, cada noche. De madrugada, me he despertado excitado, con el corazón latiendo fuerte y los ojos llenos de lágrimas, porque en ellos yo solo quería una y otra vez, tocarte, acariciarte de nuevo, besarte por todas las veces que quise y no lo hice y hablar, hablar... Pero tú solo escuchas, sin decir nada. Esperando oírte, tus palabras para mí es como si fueran inertes, mudas. Pero ya no estás. Esos sueños se han acabado de repente. Algo ha pasado. Yo lo sé y por supuesto tú también.

Ahora te escribo desde fuera de nuestros sueños compartidos. En este blog, que como siempre, desde el primer día, sé que lo tienes marcado como favorito en tu navegador, para ser el primero en leerlo, aunque nunca me lo dijiste.

Quiero que sepas que me he dado cuenta. Me he dado cuenta de todo.
Aquel fin de semana en que cambié, muchas personas, entonces desconocidas para mí, me preguntaron que quién me había invitado. No es que no supiera la respuesta, pero me era muy difícil explicar que creía que me había traído mi padre, ése que hace casi un año que ha muerto.
Ese fin de semana he pensado mucho en ti, en nosotros. He llorado con mucha pena, con inmenso dolor, sin entender por qué te tuviste que marchar tan pronto, dejándome solo, como aquellas noches de tristes sueños de conversaciones con palabras mudas, en las que tu recuerdo era tan doloroso como intenso.

Todo esto que ha pasado es difícil de explicar para alguien tan racional como yo, que ha disfrutado tanto intentando cuestionarlo todo, buscando alternativas lógicas a todo. Recuerdo que mis intentos de razonar de una forma científica te exasperaban y apartabas mis agnósticas explicaciones, como retirabas del fuego una de tus deliciosas tortillas de papas cuando se estaba quemando. 
-No me hagas dudar, Mel. Yo creo. Y para mí, no le veo sino ventajas. Sé que cuando muera, habrá algo más allá. Y si no es así, no tengo nada que perder-. Dicho esto, la conversación no fue más allá.

Y no hemos vuelto a hablar del tema en muchos años, ni siquiera en nuestras recientes conversaciones nocturnas. No hacía falta, porque poco a poco me has ido llevando hasta aquí, casi sin darme cuenta. Desde el primer instante he notado tu presencia junto a mí, cómo me abrazabas y me acompañabas en el camino que querías que hiciera contigo. Ese fin de semana nos hemos vuelto a encontrar y sin dejarme hablar, ni decir nada, me mostraste la Verdad. 
-¿Ves, Mel? -me decías-, Tu padre siempre quiere lo mejor para ti y nunca te va a engañar. ¡Déjate querer! ¡Deja que Él entre en ti! ¡Abre tu corazón! Lleva tanto tiempo esperando este momento... 
Noté un golpe en el pecho y mis lágrimas, que no dejaron de salir, se volvieron esta vez, lágrimas de alegría. ¡Tenías razón! ¡Tienes razón, papá! ¿Cómo no me había dado cuenta...?
He aprendido a querer, pero también a no creer en casualidades. Todo esto tenía que ser así. ¡Claro! ¿Cómo pude ser tan ciego y no haberlo visto?
Miro dentro de mí y pienso: ¡Soy tan fuerte ahora! ¡Soy indestructible! No tengo ya miedo a nada, porque Él está conmigo. Mis lágrimas de dolor han quedado muy atrás. ¡Soy muy feliz...!

Ahora te tengo aún más cerca, más que cuando te podía tocar y abrazar y escuchar tu voz. Ahora sé por qué te fuiste y tus palabras, que en un tiempo fueron mudas, ahora están llenas y rebosantes de alegría y Amor.  Ahora, que Dios ha entrado en mi vida, por fin lo entiendo todo.

jueves, 21 de enero de 2021

El reflejo en el espejo



Tenía muchas ganas de volver por aquí, pero no tenía ganas de hacerlo. Quería estar de nuevo escribiendo, pero hubiera preferido no tener nada que contar y no tener un motivo para haber vuelto. 
Esta será la primera vez, la primera ocasión, en la que no leas una entrada de este blog, aunque no me llegaste a decir nunca que lo hacías. Lo leías, callabas, pero yo lo sabía. Tú lo sabes, yo lo sé, pero no nos lo decimos. Es el juego cuyas reglas, al final, acabé aceptando. Disfrutabas con las cosas que escribía tu hijo y lo sé... te sentías orgulloso de él.

Ahora todo sigue. Pero, ¿qué hacer cuando lo que era realidad entonces, ahora ya para siempre no serán más que recuerdos? ¿Qué hacer con el vacío? El de dentro y el de fuera...

Te has ido. Así, sin más, sin un simple adiós. Y aquí quedo yo, escribiendo, escribiendo, líneas que no leerás nunca.
Te vas, pero no te vas. Siempre se dice que cuando alguien muere, viven sus recuerdos. Contigo pasan más cosas.

Cada mañana empieza mi día, haga lo que haga, llevándote a todas partes.
A lo largo del día, como he hecho siempre, cojo el teléfono para llamarte, pero ya no tiene sentido. 
Me encantaría que una vez más descolgaras mi llamada y así contarte cosas, saber de ti, de cuándo volveremos a vernos, explicarte que Clara ha aprendido una nueva pirueta más, que sigue siendo la dulzura en persona, emborrachándonos con sus abrazos y besos a todas horas. Que Marta está enorme, creciendo cada día... Te asombraría ver el estirón que está dando cómo se ha vuelto una persona mayor casi sin darnos cuenta... Te gustaría saber que Guille sigue siendo ese niño especial que tanto nos pedías que cuidáramos. Un caballero que se rebela ante las injusticias y que como tú, sin tener que decirlo, demuestra a su manera que tiene un corazón enorme. Por eso sufre en silencio lo que te echa de menos...

De mí, querría poderte decir que he encontrado un trabajo que me apasiona, como el que tenía antes, pero no es así. En cambio, puedes estar contento porque he vuelto a ver pacientes y me he llevado una sorpresa. No pensé que disfrutaría tanto volviendo a mis orígenes, ayudando a los demás, en esta época tan difícil.

Estoy triste, pero no estoy solo. Lourdes está siempre conmigo. Me agarra la mano un segundo antes de que necesite que lo haga y me abraza justo antes de que sienta que sus abrazos van a ser mi consuelo.

No podemos hablar ya, tu teléfono no puede responderse, pero para mitigar el dolor, lo hago cada día con María. A veces estamos tristes, otras, un poco más. Para qué te voy a engañar...
Tere y Paco, los padres de Lourdes han decidido ejercer de padres adoptivos, así que con ellos y mi madre, puedes estar tranquilo, que cariño tengo por todos lados.

Me miro en el espejo cada mañana. Tal vez mis enormes e inútiles ganas de verte me confundan, pero sin poder evitarlo, en mi reflejo, te veo a ti. Mis recuerdos afloran al momento. Eres mi padre cuando tenías mi edad, aunque la imagen no es exacta. Ese hombre que veo, no es tan guapo como tú, lo sé. Sí, tal vez también con ojos azules, pero sin comparación con esos otros que decías bromeando, creyéndolo de verdad, que eran únicos y que enamorarían a cualquiera, por muy exigente que fuera. 

El espejo me devuelve a ti, pero a la vez soy yo. Solo es un reflejo y recuerdos, pero ocupan y pesan mucho. Es una carga difícil de soportar.

Ahora he pasado a ocupar tu lugar en este mundo. Te veo en mis sueños, en mis pensamientos y en cada espejo en el que me miro.  No te has ido, pero ya no estás. Y duele.