viernes, 6 de julio de 2012

Por la mañana


Suena ese arpa desde dentro del móvil, que me indica que el sueño ha terminado. Es la señal que me hace entender que el mundo de los sueños se desvanece. La apago rápido y pongo los pies en el suelo y el contraste del frío me ayuda a incorporarme.

Rodeo la cama tambaleándome, con el poco cuidado que me permite estar aún adormilado. Y aunque no quiero despertarla, no puedo evitar dejar de mirarla.
Está dormida, de lado, con su cara dirigida hacia donde me encontraba antes, como si aún creyese que estoy junto a ella.

En el pequeño espacio de cama que su espalda deja libre, me siento con cuidado.
Mi mano, sin poder evitarlo y sin querer dejar de hacerlo, se alarga y se une a su piel caliente y suave. Las puntas de mis dedos no encuentran resistencia y se deslizan suavemente en todas direcciones. Mientras, ella permanece inmóvil, sumergida en su delicioso sopor.
No me ve - pienso - y continúo con mis caricias.
Antes de tiempo, pero porque el tiempo lo puede todo, me inclino hasta rozar levemente su piel con mis labios e intento capturar su aroma. Quiero que su olor permanezca conmigo hasta mi vuelta, y cerrando mis ojos, la beso ligeramente.

Me incorporo y la dejo dormida, como si mi paso hubiese sido la brisa de la mañana que refresca la habitación.
Me voy, creyendo que no me ha oído, ni visto, ni sentido.
Salgo del cuarto rápidamente para no despertarla.
No estoy seguro del todo, pero antes de cerrar la puerta, me ha parecido verla sonreir.