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viernes, 20 de agosto de 2010

Misa de una
















No me considero una persona en absoluto religiosa. Soy tan agnóstico, que dudo de todas mis convicciones, incluso de mi propio agnosticismo. Precisamente por esta tremenda duda y porque no estoy seguro de nada, es por lo que respeto profundamente las creencias de los demás y no me atrevo a juzgar a nadie como si fuese poseedor de la verdad absoluta.
Hace tiempo que no voy a misa. Soy de la promoción del padrenuestro antiguo, que solía concluir con: "...mas líbranos del mar", pues al océano bravío lo encontraba más peligroso que al mal mismo. Recuerdo con horror cuando entraba en la iglesia y me sorprendían a traición con una interminable misa cantada. Con ese tìpico grupito de jóvenes con acné, armados con guitarra y panderetas, reversionando (y destrozando) temas de Simon y Garfunkel (The boxer), o My Sweet Lord de George Harrison. Con resignación miraba hacia las alturas, buscando inútil refugio, pensando: Uffffff, lo que me espera, quién me manda venir...

Como mencionaba, hace muchos años que no me dejo caer por aquí, por una convicción personal, pero este domingo acompañé a mi hija Tiri, pues hace pocos meses que hizo la primera comunión y pensé que debía ir con ella.
Esta joven saltimbanqui de nueve años, bien podría entrar a formar parte del Cirque du Soleil, por sus dotes. No obstante, teniendo tan reciente su primera comunión, la catequesis previa y la solemnidad que tiene toda la liturgia misal, que se supone debía conocer, cuando salimos de casa, no fui capaz de vislumbrar el peligro.

Aquella era la típica misa de lugar de veraneo, repleta de gente bien, cargada de niños muy guapitos, repeinadísimos, todos bien vestiditos con esa ropa tan mona, que lleva en el pecho un jinete a lomos de un caballo.

Tiri, estaba situada convenientemente, sentada una fila por delante de mí. La idea era que no se distrajese, pero la realidad es que no dejó de hacerme muecas, girándose hacia atrás, buscando mi complicidad.

El cura decidió animar la velada y durante la colecta, nos fue haciendo balance económico de las cuentas de la parroquia, a modo de junta de una gran empresa. Su propósito era conseguir 1400€. Para ello, pide a los accionistas que estábamos en dicha junta,  que nos estirásemos un poco. Que prescindamos de alguna cerveza de este verano y dejemos 20€ en la bandeja.
- Sí que es caro irse de cañas en Málaga... - pensé.

Y llega el momento de ir a comulgar. Tiri me dice muy seria y en un tono que pueden oir los Lauren o los Hillfiger que tengo detrás:
- Papi, si me lo mojan en vino, no me lo pienso comer... ¿eh? Que ya me lo hicieron el día de la primera comunión y no me gustó nada...
Se levanta y cuando llevaba avanzados pocos metros, como buena católica y romana, se gira, sonríe y me guiña un ojo, haciendo el signo hacia arriba de los emperadores.

Cuando vuelve, en un tono audible para que lo oigan bien mis compañeros de banco, tocándose la barriga haciendo giros, me suelta:
- Ñam, ñam, ¡qué rico está!
Se sienta y se gira de nuevo hacia mí, diciéndome con cara de asco:
- Papi, ¡lo voy a escupir...!
Y antes de que pueda gesticularle con la mano, se ríe, abre su boca para mostrarme que está vacía y comparte con todos los que la quisieran escuchar:
- Que no, Papi, que es una broma...

Y después, nos marchamos a casa. Intenté sacar fuerzas para llamarle la atención por su comportamiento, pero no pude, porque seguro que se me escapaba la risa.
Así que para celebrar este reencuentro religioso, me senté en el sofá, me puse cómodo, y con ese delicioso placer que supone disfrutar de un manjar, me serví una cervecita bien fría.