sábado, 30 de octubre de 2010

Mala pata

Cuando el gran Hergé decidió dejarnos huérfanos. el periódico Libération, como merecido homenaje al creador de Tintín, al día siguiente de su fallecimiento, ilustró cada una de sus noticias con viñetas de sus álbumes. Estas imágenes dibujadas por él, encajaban a la perfección con la actualidad que se contaba en aquellos momentos. Por eso, cuando decidí fracturarme el pie, y digo decidí, porque estas cosas las hace uno a propósito, (no se puede ser tan torpe como para que suceda casualmente), me vino a mi voluble memoria aquellas escenas, en la que el inquieto Capitán Haddock, tras un desafortunado tropezón, tiene que permanecer esclavo a una cárcel de escayola, alojada en su pie.

Pues heme aquí, preso de esta bota calcárea, que en apenas unos pocos días, me ha hecho apreciar el mundo desde otro punto de vista. Y aunque lo fácil sería lamentarse de haber tenido tan mala pata, la verdad es que desde que estoy confinado de esta manera, no hago sino ver los aspectos positivos de tener una fractura en el pie.
Para empezar, voy viendo avances en el manejo de las muletas, cosa que de aquí a mi total convalescencia, dentro de un mes, dominaré por completo. Este ejercicio me dejará con unos brazos y unas espaldas, que jamás habría soñado. Es decir, gimnasio gratis. Ya lo decían mis amigos Yofri y Mario desde hace años: ¡Tú lo que tienes que hacer es ensanchar! Ahora, gracias a este afortunado percance, por fin lo lograré...

¿Quién ha dicho que nuestra casa es pequeña? El arrastrar esa pierna, ha conseguido que nuestro piso haya sufrido una transformación y las distancias se hayan alargado muchísimo. Ahora vivimos en un gran palacio con un enorme pasillo, que es interminable. No te lo terminas nunca.
Y el tiempo, también se ha elongado infinitamente. Caminas como a cámara lenta. Cada viaje por ese corredor de casa ha de ser optimizado. Si se te olvida algo por el camino y has de volver a recorrerlo, ese segundo pase lleva consigo un gran desgaste de fuerzas y de tiempo. Por eso, desde aquí aprovecho para pedir un poco de paciencia a todo el mundo. Que después de diez veces que suene el teléfono, que no cuelguen. Que no es que no esté, o que no quiera contestar. Probablemente voy de camino. Es que tengo una casa tan grande...

Mi vida ha cambiado positivamente. Creo que incluso soy una mejor persona. Estas cosas marcan. Ahora eres capaz de apreciar cosas que te eran inadvertidas, como una buena carrera, o la delicia que supone conducir tu propio coche. En estas circunstancias, algo tan básico como un ascensor, se convierte en un placer sublime. Descubres que es increíble que una pierna pueda pesar lo mismo que la otra o entender que las barandillas en las escaleras son imprescindibles y están puestas para algo.
Esto, que para otros sería un percance, en cambio a mí, debo decir que me rejuvenece. No sé ni cuántos años hacía que no daba tantos saltos seguidos a la pata coja... En cuanto me quiten la escayola, a la que le estoy cogiendo tanto cariño, estaré preparado para competir al más alto nivel a lo que en mi tierra llaman el tejo y en Cataluña, la charranca.

Ya lo he dicho, todo son ventajas. El único inconveniente es el peso de este yeso. No lo invento yo, ya lo decía aquella famosa copla: La escayola cuando pesa, es que pesa de verdad...

martes, 26 de octubre de 2010

El enfermero y yo

Aquella mañana el enfermero se presentó sin dudarlo, como un freaky. El enfermero, al que llamaremos JT, se declaraba ferviente seguidor de la lucha libre (aquel Pressing Catch de la tele), de la saga del Señor de los Anillos y amante de la ciencia ficción. Orgulloso de ser un personaje distinto, me vaticinó por conjunción planetaria entre su peculiar manera de ver la vida y por estar la luna con lleno absoluto, unas guardias de sábado y domingo, plagadas de personajes pintorescos y situaciones curiosas, que no me dejarían indiferente. No andaba desencaminado.
De todo lo hecho ese fin de semana, por tanto, de todo lo vivido, me quedo con tres capítulos, tres salidas con la ambulancia, tres pacientes que compartieron su particular forma de vida, con tres personas: el técnico, un médico y su enfermero.

Capítulo 1: Mierda al cubo
Como he relatado en alguna otra ocasión, el inconsciente nos persigue por todas partes. No hay alerta que se precie, que no venga con la etiqueta de que se trata de un inconsciente. Y este caso, no iba a ser menos.
El pobre paciente, que por supuesto no estaba inconsciente, tenía unos 70 años y vivía hacinado en un piso, plagado de inmundicias. El olor que se podía percibir desde el portal, debía habernos advertido de lo que nos esperaba en aquel inmueble nauseabundo.
Entramos en aquel habitáculo infecto. La puerta cerrada no fue ningún impedimento para que mi enfermero, en el más puro estilo Hulk Hogan, tirara abajo la cerradura de una contundente patada.
Ante nosotros yacía aquel hombre en el suelo, quejándose de un dolor en la cadera. Una contusión que se produjo al caerse del sofá. El aterrizaje fue suave, probablemente amortiguado por la inmensa cantidad de excrementos que cubría gran parte del suelo, a modo de moqueta. Dispersos por todos lados, algún cubo y alguna que otra palangana, repletos de contenido fecaloideo, que habían servido de alivio a aquel hombre, probablemente en esos momentos de apurados retortijones, en los que la distancia se vuelve insalvable y no te da tiempo de llegar al retrete.

Capítulo 2: El Samurai
La alerta en esta ocasión, era por un señor de 90 años, que estaba agresivo y había realizado un intento de autolisis, intentando cortarse las venas de la muñeca. Algo de cierto había.
En aquel domicilio se encontraba, efectivamente, un paciente de 90 años, desnudo, muy delgadito, con cara inocente. Sentado en la cama-nido de su dormitorio, se podría cortar y pegar y colocarlo en un banco, dando de comer a las palomas. Con un vendaje hecho con un pañuelo, atado en su muñeca izquierda, se evitaba la hemorragia de una importante herida abierta. El buen hombre estaba bastante tranquilo y me comentó que su único deseo era morirse de una vez. Mientras cambiábamos ese vendaje improvisado por uno que justificase nuestra presencia allí, iba escribiendo el informe. A poco de comenzar, me interrumpen para enseñarme el arma homicida, mejor dicho, el arma suicida. Era una navajilla de bolsillo, manchada de sangre, de esas que vienen con palillo, lima y cuchillo, perfectas para dar un repasito a las uñas negras, antes de entrar en una importante entrevista de trabajo, o escarbar los dientes en pos de ese trozo de comida rebelde, que se resiste a ser tragado.
Continúo con mi informe y dos palabras más tarde, me interrumpen de nuevo. - No, no, ésta sí que es el arma con la que se ha cortado... - me decían, mientras me enseñaban una navaja de unos 20cm, con su tremenda hoja ensangrentada, cuyas dimensiones ya eran palabras mayores y que de por sí, daba un poco de repelús.
Vuelvo al duro quehacer de dejar plasmado en papel lo que observo, cuando por tercera vez, me traen otra arma, con la que el buen señor, que ya deja de parecerme tan angelical, también ha intentado hacerse daño. Un hacha, o mejor dicho, una piqueta, también manchada de sangre, que venía a demostrar la tenacidad de ese individuo por dejar este mundo terrenal.
Escribo con mayor velocidad, entrego el informe a la policía y nos marchamos corriendo. Seguro que si nos quedamos remoloneando un rato más, aparece por allí un sable o una katana.

Capítulo 3: Tempus Fugit
Y por fin, el inconsciente de verdad. Un paciente varón de 60 años, que vivía solo y es encontrado por su familia que va a visitarlo. Al parecer ha sufrido una parada cardiaca en el salón de su casa. Tras estar haciendo las maniobras de reanimación, se acaban suspendiendo al no obtener respuesta alguna. Llega el momento de dar la noticia a la familia. Afuera, en el recibidor de la casa está su hermana y su cuñado, que reciben con lógica tristeza la noticia del fallecimiento. Les explico que tendremos que esperar a la policía, ya que se trata de un paciente joven y es el procedimiento habitual. Ellos me advierten de que su pareja está a punto de llegar, que es una persona muy nerviosa y que le atienda cuando llegue, porque seguro no encajará bien la inesperada noticia.
Me vuelvo al salón con mis compañeros y les comento lo que me han dicho.
Van pasando los minutos, mientras esperamos a los agentes y como se suele hacer en estos casos, me entretengo observando el entorno.
- Ya verás cuando llegue la mujer - me dice el enfermero - ésta nos monta un numerito.
Querrás decir, él - le corregí.
- ¿Por qué supones que es un hombre y no una mujer? - me preguntó.
- Elemental, querido diplomado - podría haber dicho. Pero en realidad le contesté: Mira a tu alrededor. El paciente vive solo. Ésta es su casa. Ahí hay dos figuras de Lladró. Y aquella otra es una reproducción del David de Miguel Ángel. Si esto no te parece suficiente, mira los DVD que están bajo la tele. Brokeback Mountain, Bollywood, y un episodio de la serie Queer as folk. No hay duda.

Oímos que abrían la puerta, pocos minutos más tarde. Una voz masculina que grita de forma desgarradora la incredulidad por la muerte de un ser querido, llega hasta nosotros. El cuñado asoma la cabeza por la puerta del salón, como justificándose o para requerir nuestra ayuda y nos dice con voz lacónica: Es su pareja...
Yo miro a JT con cara de suficiencia y satisfacción por haber ganado nuestro particular envite. Nunca se debe subestimar la capacidad del médico-detective, como he contado en otras ocasiones. Ese inteligente detective que es capaz de ver donde otros miran de pasada, captando detalles imperceptibles para la mayoría.
En ese momento, tras analizar mi comportamiento y el posterior razonamiento, pienso que estos días he sido injusto con JT. Tal vez yo, sin saberlo, sea incluso más freaky que él.

Cuando salíamos del salón, JT me detuvo y me señaló el reloj de madera que colgaba en la pared. En su esfera, rezaba una leyenda: Tempus Fugit. En el otro extremo de la habitación, en el suelo, yacía el pobre paciente, cubierto por una sábana. Él y su reloj, nos sacudían por los hombros, recordándonos a todos, por si lo habíamos olvidado, que El tiempo se escapa, el tiempo vuela...

lunes, 25 de octubre de 2010

El enfermero













Todas las guardias de la ambulancia, empiezan de la misma manera. Se trata de un patrón común, que parece obedecer a las partes de una liturgia secreta, no escrita, pero que está firmemente enraizada. Esto se exacerba aún más, cuando te encuentras con un equipo que no suele ser el habitual o que incluso conoces ese mismo día.
Tras los saludos iniciales y a veces no necesariamente en este orden, el enfermero, que suele ser (por no decir que siempre), más puntual que yo, tiene la costumbre de preguntarme mi talla de guantes, para tener una caja a mano, nunca mejor dicho.
- Grandes - les contesto y continúo siempre con la contra-pregunta: - ¿Has traído un fonendo? Porque yo no tengo ninguno... - lo cual los deja al principio bastante descolocados.

Tras la presentación de cada uno, como un post-it inherente a cada personaje, no me sorprendo ya, cuando el enfermero hace la inevitable descripción de sí mismo. Esto es algo que suelo ver más en ellos, que en sus colegas femeninas, que suelen ser más observadoras y menos supersticiosas.
Tras el apretón de manos y la cuestión de los guantes, espero ansioso ese auto-análisis  o comentario personal, del tipo: Hoy vamos a tener una guardia movida. Que sepas que soy un gafe...
Otras veces, escuchas el enfermero que se desmarca, no haciéndose responsable de la catástrofe que nos espera, diciendo con rotundidad: Prepárate, porque hoy hay luna llena...
Pero puede ocurrir que la culpa no sea ni de los cuerpos celestes, ni del propio enfermero, como cuando te advierten: Mis guardias suelen ser tranquilas (preludio de que la racha va a tocar a su fin), así que si no paramos en todo el día, es por culpa tuya...

Todos estos comentarios supersticiosos son tan propios del medio, como lo es la sirena y sus luces parpadeando. No es que me vaya haciendo mayor, EN ABSOLUTO, pero sí es verdad que cada vez me van sorprendiendo menos cosas. Este fin de semana, he hecho doblete de guardias con un enfermero, que me recibió con estas palabras: Hola, por si no lo sabes, soy un freaky y además hay luna llena. Así que no te sorprendas de los servicios tan raros que vayamos a hacer hoy... 
Cuando oí esto, aunque no soy en absoluto nada supersticioso, supe que me esperaban un sábado y un domingo muy interesantes...





lunes, 18 de octubre de 2010

El médico detective

No quiero ser pesado, ni reiterativo, aunque corra el riesgo de ser acusado de eso, precisamente, cuando nuevamente mencione la labor detectivesca que hacemos los médicos. Pero hoy no voy a hablar de Medicina, pues el que me conoce un poco, ya sabrá que es un tema que me resulta un poco aburrido. En esta ocasión me voy a centrar en la investigación paralela al diagnóstico médico. Porque la escena del crimen, es a veces mucho más interesante que el crimen mismo y que el propio criminal.

El médico de urgencias extrahospitalaria tiene la suerte y en alguna ocasión, el peligro, de entrar en determinados lugares, que si su profesión fuese trabajar en una oficina, no conocería nunca.
Hace unos días estuve en un salón de actos con motivo de unas jornadas médicas y me llamó la atención un letrero, junto al cuadro de luces, que decía así: "Cuando no quede ninguno, apague las luces". Pensé que eso era imposible. Si tú estabas allí, las luces se quedarán siempre encendidas y si te marchas, no habría nadie para apagarlas...

Pero el campo de batalla del emergenciólogo es la calle... y los domicilios de los pacientes que vamos a atender.
El amplio espectro de viviendas a las que acudimos, se corresponde con los distintos estratos de la sociedad. En alguna ocasión he ido a algún casoplón, donde he tenido que entrar por la puerta del servicio, aunque fuese el médico que iba a atender al señor de la casa. La mayoría de las veces, por los momentos en los que estamos y porque mi zona de influencia es el cinturón obrero de Barcelona, las mansiones ya no son lugar de visita, pero sí los pisos mohosos de protección oficial, invadidos de aluminosis y de pintura descascarillada, que dieron cobijo hace unas décadas, a tanta gente humilde que emigró a Cataluña en busca de trabajo, en pos de un futuro mejor.
Los domicilios son muy similares unos a otros, casi siempre plagados de retratos familiares. La foto de la boda o de la mili, incluso la primera comunión, me han dado mucho entretenimiento para ver el paso y el castigo del tiempo a mis pacientes. Mientras los demás van haciendo el trabajo que les he encomendado, tomando tensiones, haciendo electros, mirando la glucemia, con el rabillo del ojo voy comparando los rasgos que quedan del original, con el que está en el papel fotográfico, rodeado por un marco de alpaca.

El desplazar los muebles cuando es necesario abrirse espacio, puede deparar sorpresas no deseadas. Ayer me encontré una caja de zapatos llena de cintas de Arévalo y del Fary. Me puedo considerar afortunado. En una ocasión salió rodando un botellín de cristal de Fanta, con la etiqueta en la que salía Naranjito, lo que me distrajo durante unos instantes de atender a aquel pobre, ante tanta borrachera de nostalgia que me invadía. Uno no sabe de antemano lo que puede aparecer tras un sofá. Hay insectos que jamás había visto, ni en la calle, ni en  ningún libro de biología. Todo nadando en unas bolas de polvo, que sin querer, te transportan a esos poblados abandonados del lejano oeste, donde lo único que se mueve son esas bolas arrastradas caprichosamente por el viento.
Estos son datos clínicos fundamentales, que al buen detective no debe pasársele nunca por alto y que te ayudan en la valoración de todo el paciente en su conjunto.

Pero a la salida, antes de alcanzar la puerta de la calle, nos aguarda el epílogo de toda esta investigación antropológica: El portal del edificio, como rica fuente de información. Ahí, impertérrito, compartiendo espacio con los restos de cal, que amenazan con desprenderse, sujetos con el mejor invento que se le ha dado a este país, la cinta adhesiva, se encuentran esos maravillosos carteles de la comunidad, que marcan la ruta que han de seguir sus descarriados inquilinos.
He encontrado perlas de la literatura urbana, que merecen por derecho propio un lugar destacado, como aquel letrero que decía: "Por favor, a la persona que le dé por vomitar por la ventana del patio interior, le recordamos que abajo hay ropa tendida y que tiene baño en su casa. Gracias".
Otra joya que merece ser esculpida en letras de oro, es aquel cartel que rezaba así: "Se ruega a los vecinos que hacen ruido por la noche arrastrando muebles, caminando con tacones, etc, intenten no molestar a los vecinos, porque vivimos en comunidad no en el bosque. Si no se pone remedio, se recogerán firmas y se denunciará en los juzgados. El Presidente".

Y así transcurren las duras guardias, buscando distracciones de donde no las hay, husmeando y curioseando como porteras en casas ajenas.

Llegados a este punto de la historia, podemos dar por zanjado el asunto y finalizar la ya de por sí minuciosa y pormenorizada investigación del médico-detective.
Ante tanta rotundidad por parte de la autoridad vecinal, lo mejor es huir a la calle de forma inmediata, meternos rápidamente en la ambulancia y salir pitando, nunca mejor dicho, de ese lugar, no sea que al final se dé todo la vuelta y acabemos recibiendo nosotros. 

lunes, 11 de octubre de 2010

Diez sobre diez















Sí, ya sé que ya no es diez de octubre. Ayer perdí una ocasión única de aprovecharme del acontecimiento del siglo y publicar algo el diez del diez de 2010. Una gran oportunidad de escribir sobre un tema fácil y recurrente, que le brinda la Providencia al pésimo escritor carente de inspiración original, que pasa por delante de su portal y encima, lo desaprovecha.
Pero reflexionando sobre un comentario que me hizo Marta la otra tarde, creo que puede que tenga una segunda oportunidad. Hace unos días, paseábamos por la calle, acababa de atardecer y ella me dijo: ¿Sabes, Papi? En Tenerife todavía es de día. ¡Qué suerte tienen!
Así, que pensándolo bien, en algún lugar del globo todavía es diez del diez del diez y seguro, que incluso puede que sea de día.

Para todos esos afortunados que viven en un mundo en el que todo sucede un día más tarde y sobre todo, para los que gustan de vivir el presente, he aquí una lista fácil y recurrente de diez placeres que para mí, tiene la vida y que he podido experimentar:

1) Una cerveza bien fría, en una tarde de verano o tras un duro día de trabajo (o tras uno que no haya sido tan duro). Tal vez ésta no sea la mejor cerveza del mundo, pero es la que a mí me gusta. Suave, ligera y una presentación del producto con una imagen retro (soy así de simple, que todo me entra por los ojos), que recuerda a los años 30.
En este mismo placer excelso del culto al paladar, no quiero dejar sin mencionar al jamón de pata negra, ni al foie, demostración palpable del progreso humano, que empequeñece gestas más discretas como la luz eléctrica, o incluso el llegar a la luna. La mención de estos manjares genera actividad secretora, en mis fácilmente estimulables glándulas salivares.

2) El Paraíso. El lugar más maravilloso que haya visitado nunca. Fuerteventura es como la vida misma. Cara y cruz, haz y envés. La paz y la felicidad y la tristeza y el dolor, que siempre tiene abandonarla y volver de nuevo a la nada.

3) Los Piononos. Hasta la aparición en mi vida de este pastel, el tocino de cielo ocupaba un lugar primordial y destacado en mis papilas gustativas y en mi cerebro. Gracias, Mar, por ese descubrimiento, mejor incluso que la rueda o la imprenta. Olvídese de ese popular producto nauseabundo, llamado chocolate y descubra, por si todavía es uno de esos pobres desgraciados que aún no lo conoce, el famoso pastel de Santa Fe, Granada. Me comería cienes y cienes...

4) Hay una frase hecha que dice: Viajar es un placer, aunque no siempre es cierto. Pero cuando lo es, no lo olvidas. Como buen esnob y sibarita, me encanta viajar como un señor, y alguna vez he tenido la suerte de poder hacer alguno de ellos, digamos... como Dios manda.

5) A lo bueno, siempre se acostumbra uno. ¿En qué han quedado aquellos capuccinos en polvo? ¿O la famosa frase de que no hay nada como el café de máquina? Gracias, George Clooney por abrirnos los ojos. Has conseguido que las cápsulas no sean ni espaciales, ni medicinas. Son de Nespresso, ¿de qué si no?

6) Tal vez seré cursi, pero el concierto más fascinante y mágico de mi vida fue en Barcelona en el Palau Sant Jordi. Con mis muy mejores amigos (parafraseando a Forrest Gump) y mi Lourditas, tuvimos de teloneros  a Mike & The Mechanics y como artista invitado, vino  a cantarnos un rato y hacernos pasarlo bien, un chico llamado Phil Collins.

7) Karen Blixen acabó enamorada hasta las trancas de Denys Finch Hutton, no sólo porque se parecía con Robert Redford, sino porque le dio la oportunidad de poder ver el mundo desde el aire. Yo he tenido el inmenso placer, de poderlo hacer además, desde un helicóptero

8) Alguien dijo alguna vez y es injusto que no recordemos quién era, que las mejores cosas en esta vida, son las que no cuestan dinero. Una de ellas, es el escribir. Que además, como dice mi primo José Amaro, tiene la propiedad de engancharte. No importa si escribes mal, o si lo haces bien, es un ejercicio que enseguida te pone en forma y tonifica el espíritu. Da igual si es un best seller o si no lo lee nadie. Pero cuando tienes un grupo de seguidores así, cualquiera se atreve a dejarlo...

9 y 10) Pero el placer más grande que uno puede experimentar y por eso vale por dos, es el que te da el pluriempleo. Ser hijo, marido y padre a la vez, de una familia como la mía. Llegar a casa después de una guardia terrible y tras abrir la puerta, escuchar los pasos atropellados de los niños que vienen corriendo a saludarte, agarrándote por las rodillas y riendo nerviosamente, es casi un placer tan intenso, como el beso más dulce y el abrazo más tierno y cálido de Lourdes, que siempre viene a continuación.

jueves, 7 de octubre de 2010

El cuentacuentos













Hace unos años, mi buen amigo Mario me fue a buscar a casa y me llevó a un lugar maravilloso. De sorpresa, casi sin explicarme nada, fuimos una noche de sábado de luna llena, a un lugar en los montes de La Esperanza en Tenerife.
Mario mantuvo el misterio casi todo el viaje, hasta que llegamos a aquella casa vieja, de paredes de cal blanca, en medio de un denso follaje, iluminada en todas sus estancias, sólo por la luz que daban velas dispuestas por todos lados y en el jardín, la que generosamente te daba el plenilunio.
En aquel sitio, me explicaba Mario, en las noches de luna llena, se celebraba un cuentacuentos en el que participaban todos los asistentes que quisieran.
Para ir entrando en calor y romper el hielo, los propietarios desde una barra, iban sirviendo licores que recuerdo exquisitos, de elaboración propia y de una gran variedad.

Durante la noche, las historias se iban sucediendo, mientras yo intentaba pensar en una rápidamente y coger la vez, como en el supermercado. Mi tremenda timidez me impidió tener valor para hablar ante unos desconocidos e improvisar una historia, que como intuyó mi otro gran amigo, Yofri, seguro que iba a ser el viejo relato corto de la época del instituto. Se trataba de un desgraciado que queda atrapado en un ascensor, después de haber sido abandonado por la mujer que amaba y aquella silenciosa oscuridad le hacía reflexionar sobre su antigua y nueva vida que tenía ante sí.
Le di vueltas y vueltas y me sentí como en aquellas fiestas de fin de año, en la que aquella chica que me gustaba tanto, se hartó de esperar que la sacara a bailar y acabó con otro.
Terminó la velada y ninguno pudo oir mi historia.

Desde entonces, busco que se produzca una segunda oportunidad, para vencer de una vez por todas a aquel niño tímido, que de alguna manera, todavía anida en mí. Como firme propósito, voy entrenando cada día que puedo y el atento (a la vez que entendido y entregado) público, que son mis hijos, son los testigos que disfrutan de cada uno de mis relatos improvisados, antes de ir a la cama.
Me encantaría ser recordado como Robert Louis Stevenson, al que llamaban Tusitala, y que esta tradición de cuentos antes de ir a dormir, ellos la continuaran con sus hijos. Sería la más bonita herencia que podríamos ir transmitiendo a los que tendrán que irnos sustituyendo.

Precisamente Marta fue ayer por primera vez, a una actividad para niños, del centro cívico cercano a casa. Se trataba de un cuentacuentos, donde los padres se quedaban fuera y a los niños, les irían contando historias.
Cuando se presentó la monitora, fue preguntando a los niños presentes sus nombres y si en sus casas les contaban cuentos.
No estábamos allí, pero un testigo nos contó que cuando le tocó a ella responder, dijo sin dudar: Mi padre me cuenta los mejores cuentos del mundo...

martes, 5 de octubre de 2010

La música de Melkarr

La música ha sido una gran compañía desde hace mucho tiempo. 
Quizás es el compañero más duradero y fiel. Se podría decir que hay una canción para cada momento que ha sido importante en nuestra vida. 
Hace poco descubrí un programa informático, que combinado con el GPS es capaz de reconocer cualquier canción, identificarla y memorizar dónde la has escuchado. A mí me gusta más el método tradicional de intentar recordar. Y de preguntar: ¿te acuerdas cuando oímos esto? O poder decir: Siempre que suena ese tema, me acuerdo de ti...
Nuestra primera canción, nuestro primer baile, nuestro primer beso, nuestra primera noche juntos, nuestro primer desengaño, aquel verano... A todos nos pasa un poco lo mismo. Oyes una canción en la radio y sin poder evitarlo, elevas tus pies del suelo, se te nubla la vista y los recuerdos se apoderan de ti.

La música sigue conmigo y no me decido a abandonarla. Pero la música en mi vida no es sólo recuerdos y nostalgia, también es mi particular banda sonora de cada día, incorporándose nuevas aportaciones musicales a cada uno de los capítulos que voy viviendo. Incluso ha inspirado algún que otro post de este blog. Por eso, tras pensarlo un tiempo, he decidido abrir un nuevo blog, paralelo a este, que se llamará La música de Melkarr.

En La música de Melkarr cada miércoles aparecerá una canción, acompañada de historias, de dentro y de fuera de ella, a modo de anotaciones al margen, que acompañan al texto principal. Sé que mis gustos no se corresponderán con la mayoría y que cada uno haría una lista completamente distinta, pero a lo mejor, como una ventanita que da a un mundo distinto, tal vez pueda servir a alguien para descubrir cosas nuevas. A partir de ahora se dobla el trabajo de escribir, pero en cambio, el inmenso placer, se multiplica. 

viernes, 1 de octubre de 2010

Guía de Barcelona

Cuando el incauto visitante recala en la ciudad condal, es posible que necesite una pequeña ayuda exterior. Con esa finalidad y esa vocación de servicio, se ha escrito: Guía de Barcelona para canarios y otros animales de compañía.

Aunque muchos lugareños no lo perciben, en Barcelona y en toda Cataluña, coexisten no dos, sino tres idiomas simultáneamente. Éstos son: el castellano, el catalán y un tercer idioma misterioso, sin patria, que navega entre ambos. Se podría llamar catallano, castelán, en fin, dejo a los lectores la posibilidad de bautizar a esta pobre lengua, huérfana de nombre, de gramática y hasta hoy, del más mínimo comentario.
Este idioma híbrido, mezcla palabras, las "barrecha", surgiendo términos en el que el indígena catalán se mueve con soltura. Por ejemplo: Un lugareño te comenta que "tiene la casa llena de paletas". 
Esto no quiere decir ni que esté invadido por campesinas poco inteligentes, ni que coleccione incisivos.
Si además te dice que "el lampista ha traído las racholas", en ningún caso querrá decir que el de las lámparas se ha venido en alpargatas.

No se confunda usted y crea que el catalán es gran aficionado al bricolaje cuando le oiga decir con alegre alboroto, que ese fin de semana ha triunfado, porque ha echado un clavo.
Tampoco se ha de pensar que son muy seguidores de la papiroflexia, a pesar de poder escuchar con frecuencia "Estoy contento. Hoy plego antes..."

Por otro lado, la casa del catalán puede estar llena de trampas para el que desconoce esta lengua misteriosa. No es necesario preparar ningún aperitivo cuando te llaman por teléfono y te dicen: "Ya vengo. Picaré en tu casa".
Cualquier hogar que se precie, dispone de una "rentadora", que a pesar de su nombre, consume mucha agua y electricidad. Si le digo que además existe el "rentaplatos", quizás les aporto luz acerca de lo que son estos electrodomésticos.

Continuamos con nuestro buen amigo catalán, que te confiesa que su mujer "está empreñada por el coche, porque le cuesta enchegar..."
No vaya a creer usted, si traduce a la ligera, que en una noche de pasión, se quedó embarazada en el coche...
Si a este amigo "le viene de gusto" llevarte a un restaurante, porque tiene "gana", aconsejo pedir la carta en castellano, pues la que esté escrita en catalán, resultará un completo galimatías. Si no, aquí van unos ejemplos:
Amanida: ensalada
Xai: cordero
Vedella: ternera
Enciam: lechuga
Pastanaga: zanahoria
Peix: pescado

Además, a modo de curiosidad, puede que uno se encuentre en algún menú, un plato conocido como jamón canario, que tiene de canario lo que la ensaladilla rusa es al país de los zares.

Es posible que el visitante incluso, sea invitado a un acontecimiento gastronómico singular, llamado calçotada. Allí le colocarán un babero y procederá a comer una especie de cebollinos dulces hechos a fuego de leña, que se irán sumergiendo en una salsa de almendras, aceite y otros ingredientes, llamada salsa Romesco.
Tal vez de postre pueda tomarse un mel i mató, que como es obvio, no tiene nada que ver conmigo, o la conocida crema catalana, que en Cataluña se llama... crema catalana.  
Cuando haya terminado el ágape, no hay que sorprenderse si nuestro anfitrión nos dice: "¿Hacemos un pensamiento?"
No crea usted, joven recién llegado, que se trata de una invitación a la tertulia postprandial de sobremesa. En realidad, se refiere a una manera informal de decir: ¿Nos vamos?

No hago más que darle vueltas a la cabeza. Me encantaría poder añadir unas cuantas expresiones más, pero no recuerdo ninguna. Mucho me temo que ya las he asimilado. Creo que me he convertido. Ya debo ser uno de ellos.