martes, 26 de octubre de 2010

El enfermero y yo

Aquella mañana el enfermero se presentó sin dudarlo, como un freaky. El enfermero, al que llamaremos JT, se declaraba ferviente seguidor de la lucha libre (aquel Pressing Catch de la tele), de la saga del Señor de los Anillos y amante de la ciencia ficción. Orgulloso de ser un personaje distinto, me vaticinó por conjunción planetaria entre su peculiar manera de ver la vida y por estar la luna con lleno absoluto, unas guardias de sábado y domingo, plagadas de personajes pintorescos y situaciones curiosas, que no me dejarían indiferente. No andaba desencaminado.
De todo lo hecho ese fin de semana, por tanto, de todo lo vivido, me quedo con tres capítulos, tres salidas con la ambulancia, tres pacientes que compartieron su particular forma de vida, con tres personas: el técnico, un médico y su enfermero.

Capítulo 1: Mierda al cubo
Como he relatado en alguna otra ocasión, el inconsciente nos persigue por todas partes. No hay alerta que se precie, que no venga con la etiqueta de que se trata de un inconsciente. Y este caso, no iba a ser menos.
El pobre paciente, que por supuesto no estaba inconsciente, tenía unos 70 años y vivía hacinado en un piso, plagado de inmundicias. El olor que se podía percibir desde el portal, debía habernos advertido de lo que nos esperaba en aquel inmueble nauseabundo.
Entramos en aquel habitáculo infecto. La puerta cerrada no fue ningún impedimento para que mi enfermero, en el más puro estilo Hulk Hogan, tirara abajo la cerradura de una contundente patada.
Ante nosotros yacía aquel hombre en el suelo, quejándose de un dolor en la cadera. Una contusión que se produjo al caerse del sofá. El aterrizaje fue suave, probablemente amortiguado por la inmensa cantidad de excrementos que cubría gran parte del suelo, a modo de moqueta. Dispersos por todos lados, algún cubo y alguna que otra palangana, repletos de contenido fecaloideo, que habían servido de alivio a aquel hombre, probablemente en esos momentos de apurados retortijones, en los que la distancia se vuelve insalvable y no te da tiempo de llegar al retrete.

Capítulo 2: El Samurai
La alerta en esta ocasión, era por un señor de 90 años, que estaba agresivo y había realizado un intento de autolisis, intentando cortarse las venas de la muñeca. Algo de cierto había.
En aquel domicilio se encontraba, efectivamente, un paciente de 90 años, desnudo, muy delgadito, con cara inocente. Sentado en la cama-nido de su dormitorio, se podría cortar y pegar y colocarlo en un banco, dando de comer a las palomas. Con un vendaje hecho con un pañuelo, atado en su muñeca izquierda, se evitaba la hemorragia de una importante herida abierta. El buen hombre estaba bastante tranquilo y me comentó que su único deseo era morirse de una vez. Mientras cambiábamos ese vendaje improvisado por uno que justificase nuestra presencia allí, iba escribiendo el informe. A poco de comenzar, me interrumpen para enseñarme el arma homicida, mejor dicho, el arma suicida. Era una navajilla de bolsillo, manchada de sangre, de esas que vienen con palillo, lima y cuchillo, perfectas para dar un repasito a las uñas negras, antes de entrar en una importante entrevista de trabajo, o escarbar los dientes en pos de ese trozo de comida rebelde, que se resiste a ser tragado.
Continúo con mi informe y dos palabras más tarde, me interrumpen de nuevo. - No, no, ésta sí que es el arma con la que se ha cortado... - me decían, mientras me enseñaban una navaja de unos 20cm, con su tremenda hoja ensangrentada, cuyas dimensiones ya eran palabras mayores y que de por sí, daba un poco de repelús.
Vuelvo al duro quehacer de dejar plasmado en papel lo que observo, cuando por tercera vez, me traen otra arma, con la que el buen señor, que ya deja de parecerme tan angelical, también ha intentado hacerse daño. Un hacha, o mejor dicho, una piqueta, también manchada de sangre, que venía a demostrar la tenacidad de ese individuo por dejar este mundo terrenal.
Escribo con mayor velocidad, entrego el informe a la policía y nos marchamos corriendo. Seguro que si nos quedamos remoloneando un rato más, aparece por allí un sable o una katana.

Capítulo 3: Tempus Fugit
Y por fin, el inconsciente de verdad. Un paciente varón de 60 años, que vivía solo y es encontrado por su familia que va a visitarlo. Al parecer ha sufrido una parada cardiaca en el salón de su casa. Tras estar haciendo las maniobras de reanimación, se acaban suspendiendo al no obtener respuesta alguna. Llega el momento de dar la noticia a la familia. Afuera, en el recibidor de la casa está su hermana y su cuñado, que reciben con lógica tristeza la noticia del fallecimiento. Les explico que tendremos que esperar a la policía, ya que se trata de un paciente joven y es el procedimiento habitual. Ellos me advierten de que su pareja está a punto de llegar, que es una persona muy nerviosa y que le atienda cuando llegue, porque seguro no encajará bien la inesperada noticia.
Me vuelvo al salón con mis compañeros y les comento lo que me han dicho.
Van pasando los minutos, mientras esperamos a los agentes y como se suele hacer en estos casos, me entretengo observando el entorno.
- Ya verás cuando llegue la mujer - me dice el enfermero - ésta nos monta un numerito.
Querrás decir, él - le corregí.
- ¿Por qué supones que es un hombre y no una mujer? - me preguntó.
- Elemental, querido diplomado - podría haber dicho. Pero en realidad le contesté: Mira a tu alrededor. El paciente vive solo. Ésta es su casa. Ahí hay dos figuras de Lladró. Y aquella otra es una reproducción del David de Miguel Ángel. Si esto no te parece suficiente, mira los DVD que están bajo la tele. Brokeback Mountain, Bollywood, y un episodio de la serie Queer as folk. No hay duda.

Oímos que abrían la puerta, pocos minutos más tarde. Una voz masculina que grita de forma desgarradora la incredulidad por la muerte de un ser querido, llega hasta nosotros. El cuñado asoma la cabeza por la puerta del salón, como justificándose o para requerir nuestra ayuda y nos dice con voz lacónica: Es su pareja...
Yo miro a JT con cara de suficiencia y satisfacción por haber ganado nuestro particular envite. Nunca se debe subestimar la capacidad del médico-detective, como he contado en otras ocasiones. Ese inteligente detective que es capaz de ver donde otros miran de pasada, captando detalles imperceptibles para la mayoría.
En ese momento, tras analizar mi comportamiento y el posterior razonamiento, pienso que estos días he sido injusto con JT. Tal vez yo, sin saberlo, sea incluso más freaky que él.

Cuando salíamos del salón, JT me detuvo y me señaló el reloj de madera que colgaba en la pared. En su esfera, rezaba una leyenda: Tempus Fugit. En el otro extremo de la habitación, en el suelo, yacía el pobre paciente, cubierto por una sábana. Él y su reloj, nos sacudían por los hombros, recordándonos a todos, por si lo habíamos olvidado, que El tiempo se escapa, el tiempo vuela...

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