jueves, 8 de julio de 2010

Rojo














El Barón Manfred von Richthofen era el terror del aire durante la Gran Guerra. La aparición entre las nubes de su avión pintado de rojo, desafiaba a aquellos combatientes que se atrevían a retar a aquel as de la aviación. Cerca de ochenta aeronaves fueron abatidas por el certero aviador antes de ser derribado por un tal "Roy" Brown, que la posteridad no le ha dotado de un lugar notorio en la caprichosa Historia de la Aviación.

Marte es el planeta rojo, nuestra próxima estación planetaria. Marte era el dios de la guerra romano. Su color recordaba a los antiguos el de la sangre derramada por los guerreros. Este planeta constituye una gran elipse semántica que me ha fascinado desde que la descubrí tras leer Cosmos, de mi querido Carl Sagan. Marte es rojo debido al alto contenido en hierro de las rocas de su superficie. Ese hierro también es el componente de la hemoglobina de los hematíes, que le otorga esa coloración a la sangre.
Marte, la sangre, el planeta, el hombre y el rojo, son pues, una misma cosa.

La primera vez que leí Cosmos fue el mismo año que oí por primera vez decir que España, el equipo que vestía de rojo, era el mejor del mundo. Teníamos el mejor portero y todos en el colegio queríamos ser Arconada o Santillana, el mejor rematador de cabeza que ha existido nunca.
La noche que fuimos eliminados de nuestro Mundial, el de España, el de Naranjito, me retiré a mi litera llorando antes de que acabara el partido y aquella fue la primera y la última vez que lloré por una derrota deportiva.
Las victorias que vinieron después (la épica gesta contra Malta, el baño de Butragueño a Dinamarca en Méjico 86), tenían un tinte de miedo añadido, pues sabías que más tarde o más temprano, vendría la decepción. "Siempre seremos unos quijotes", decía mi padre puntualmente en cada partido y como dos socios de un club que comparten asiento en la grada de herradura, hemos vivido juntos cada uno de los sinsabores, medias alegrías y tristezas que nos ha ido dando la selección desde aquel lejano 1982.

Ya hace unos años que abandoné aquel palco, para ver los partidos de mi selección desde el cómodo sofá de mi nueva casa, con mi televisión plana y desde que soy mayor, con una cerveza en la mano. Mi antiguo y fiel compañero de localidad lo tengo ahora a unos miles de kilómetros de aquí. Por eso hoy, cuando España se ha clasificado para la final del Mundial de fútbol, la primera persona en la que he pensado es en él, porque si hubiese estado con mi padre, habríamos vibrado juntos, levantándonos mil veces del asiento, me habría contagiado de su impaciencia y nerviosismo desesperante. Sé que se ha estado comiendo cada una de las uñas, se ha tomado las pulsaciones, y se ha servido una cerveza, que le habrá durado medio partido. Si hubiésemos estado juntos, habría maldecido una y otra vez cada gol fallado, cada error, cada balón perdido. Discreparía agriamente con el realizador de la televisión por centrarse en los banquillos y no enfocar el juego en el campo, estaría resoplando y habría mencionado de nuevo El Quijote, y cuando hubiese llegado la explosión de alegría por la victoria de España, aunque hubiera querido evitarlo, algo innato y superior a él, le habría detenido. No llegaría a hacerlo, pero sé que habría soñado con abrazarme, para festejar juntos, por fin,  por ese momento de felicidad por el que hemos estado esperando tanto tiempo.

2 comentarios:

Rafa Bethencourt dijo...

grandes!!!! ya somos grandes!!!
a por el naranja!!!

melkarr dijo...

... Y después llegó el naranja.
... Y después la gloria.
Se acabó el sufrir, se acabaron los complejos, sí, Rafa, sí, ¡Ya somos grandes!