jueves, 10 de junio de 2010

El Príncipe de la casa

En estos días de retiro paternal en los que solamente abandonas el hogar para sumergirte en la burocracia de registros civiles, seguridad social, delegación de Hacienda, y un largo etcétera que no quiero ni pensar, me siento como el conejo de Alicia. Entiéndase bien, el del cuento, que corría desesperado, exclamando: ¡No me da tiempo!, ¡no me da tiempo!...
Por eso no es de extrañar que mis preocupaciones, mis alegrías y mi inspiración, se encuentren precisamente en casa.

Como todo el mundo sabe, o mejor dicho, como todo el mundo opina y te comenta, cuando aparece un nuevo hijo, hay que tener mucho cuidado con sus hermanos, especialmente con el más pequeño, pues es muy probable que se vea afectado por el temido Síndrome del Príncipe Destronado, de devastadores efectos en el equilibrio y armonía familiar.
Como somos gente precavida, para evitar grandes traumas en nuestro hijo Guille, de dos años, hemos tenido la precaución de irle introduciendo de forma paulatina desde hace meses, pequeños cambios en su vida, preparándolo para cuando llegue el momento del derrocamiento.

Estos cambios han consistido, por ejemplo, en quitarle los pañales desde hace unas semanas, retirarle el coche oficial, convirtiéndolo en un peatón más y en irle nombrando su hermanita Clara constantemente, para que se fuese acostumbrando. Pronto supo que su futura hermana iba creciendo progresivamente y era la causante de que la barriga de su madre se hiciese más y más grande.
Y llega un día en que se acaban los ensayos y se produce el estreno de la obra. Ya la tenemos aquí y todos nuestros esfuerzos se vuelcan en evitar la aparición del síndrome maldito.
Esto nos lleva a ser muy cariñosos con él y  de alguna manera a consentirlo un poco más. Guille se lo ha tomado muy bien. El bebé le encanta y desde el primer día que la conoció en la clínica, la atiborra a besos y caricias que deben ser vigilados de cerca, por su excesiva efusividad.
Pero no debemos bajar la guardia, pues el germen está presente por todas partes y en cualquier momento puede hacerse con el joven huésped y diseminar la terrible enfermedad.
Una manera clásica de atajar el problema es hacerlo conocedor cuanto antes de que su hermanita ya ha llegado y ese bebé que ahora ocupa un lugar en casa, necesita que lo cuidemos y lo queramos mucho. Por eso es importante que participe de tareas como cambiar pañales, o ponerle el chupete, para que el depuesto príncipe crea erróneamente que todavía ocupa el trono. Para cuando se haya dado cuenta, ya será un vasallo cualquiera.

Y como la teoría la dominamos a la perfección, la puesta en práctica no nos ha costado ningún esfuerzo. Es lo que pasa cuando uno es un experto en la materia. Guille ya tiene a su sucesora en casa y disfruta de estos cambios que sin haber sido consultado, le hemos impuesto en su vida. Lo ha aceptado todo y ha entendido esta nueva situación de una manera excepcional y continúa siendo el niño cariñoso que siempre ha sido.
La otra noche sin ir más lejos, cuando estaba ya en la cama, a punto de dormirse, le di un beso y me acordé. Le dije: Guille, ¡No le has dado el beso de buenas noches a Clara!... ¡Corre! ¡Vete a dárselo!
Con esa sonrisa que tiene tan contagiosa, me miró, se bajó de su camita y fue corriendo hasta el salón. Lo había entendido perfectamente. Nuestros temores no tenían ya ningún sentido.
Tan feliz iba que pensé: ¡Qué bien lo hemos hecho! Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensábamos...
Allí, lejos de la cuna donde estaba su hermana, Guille se acercó a su madre, le levantó el camisón con sus dos manitas y como venía haciendo cada noche, los últimos meses, se acercó y le dio un sonoro beso en la barriga.

4 comentarios:

Rafa Bethencourt dijo...

felididades padrazo!!!

Anónimo dijo...

Jajaja, qué le vas a hacer, chico, el niño es tauro...es de ideas fijas..jajaja
Kokoforokoko-koko

Ana Glez Duque dijo...

Pobrecito...qué mono...

melkarr dijo...

Pero aunque ahora lo han destronado, mi niño siempre será el Rey de la casa.