martes, 30 de marzo de 2010

Forasteros


Lou en una ocasión se burlaba de mí llamándome provinciano. Creo que es una denominación que a ningún homenajeado le hace gracia. Sobretodo por el rintintín con el que te lo dicen. Pero pienso que es sano saber reirse de uno mismo cuando te hacen una broma. Sí, ya sé que no soy precisamente de la capital, ni de la nación, ni de esta neo-nación en la que vivo. Reconozco incluso que tal vez tenga algo que ver que hasta los 13 años no salí de las islas. Hasta entonces, sólo trayectos interinsulares, pero desde entonces he recorrido mucho mundo y creo que provinciano, provinciano, ya no soy tanto. Hasta un día me dijo el familiar de un paciente, que si era de Vic al escuchar mi catalán. Las risas al contarlo en casa, me hicieron pensar que o bien aquella buena señora se burló de mí, o quiso ser amable con alguien que hacía el esfuerzo de hablar su lengua vernácula.
Pero a pesar de considerarme una persona tan cosmopolita, debo reconocer que todavía hay cosas que me sorprenden de la gran ciudad. Esta tarde iba paseando con mi hijos Marta, que tiene casi cuatro años, y con Guille de casi dos. Marta iba un poco adelantada, jugando con una amiga suya, y yo empujaba el cochecito (o cochito, como dicen en provincias) que llevaba a Guille, que ya estaba un poco K.O. como para seguir caminando por sí mismo. Mientras iba haciendo esfuerzos para que no se me dispersara el rebaño, se cruzaron con nosotros un grupo de personas que iban en dirección opuesta. Eran como unos diez o quince judíos, vestidos con traje negro, ataviados de sus trenzas y sombreros de rabino, que los hacía inconfundibles. Lo primero que pensé es que hasta que no llegué a Barcelona, jamás había visto judíos vestidos así, salvo en las películas. Esta riqueza étnica y muchas otras cosas, te lo da el vivir en las grandes ciudades. Mientras iba reflexionando, Marta se da la vuelta y corre hacia mí muy excitada. Con los ojos muy abiertos, me dice: -Papi, he visto unos vaqueros. De verdad, llevaban sombrero y todo... Sí, tal vez Lou tiene razón. Soy un provinciano. Lo que no sabía es que además se heredaba...

jueves, 25 de marzo de 2010

El tapiz de Aladino

Hoy he vuelto a poner los pies en el aire. Es el premio a pasar de nuevo una mala noche de miércoles. A las dos de la mañana fuimos a levantarle las piernas a un señor que estaba hipotenso. A las seis a decirle a un hijo lo que imaginaba, pero que necesitaba de un médico para confirmarle sus sospechas. Su padre, no estaba inconsciente, estaba bebido.
Dos alertas por inconscientes, que te destrozan la mañana siguiente. Mis compañeros, los temerosos, no se fían de nada. A veces creo que ni de mí mismo, cuando les doy el alta en el domicilio.
Pero la tormenta, o mejor dicho, el tormento, tiene un instante de sosiego, de premio y es aquél que me otorgo, cuando arrastrando cadenas, voy a volar de nuevo.
Hoy he vuelto a poner los pies en el aire, ya no me importa nada, me da igual que ese viaje sea improcedente, que no sea necesario. Para mí sí lo es. Necesito elevarme del suelo, sentir como me recoge ese aparato increíble. De la Cierva decía que lo que sentía era como volar en la alfombra de Aladino.
Hoy he vuelto a poner los pies en el aire. Me lo han contado mil veces, lo entiendo perfectamente, soy capaz de repetirlo, pero sigo sin creerme que eso vuele. Volveré otro día, y otro y otro, a ver si de nuevo me elevo, vuelvo a poner los pies en el aire y soy capaz de creérmelo.

martes, 23 de marzo de 2010

Perder el juicio

Aprovechando que hoy tenía día libre, fui convencido por Lou para que la acompañase a un juicio que tenía en Sant Boi. Mientras ella ejercía como abogado, tras dejarla en los juzgados, aparqué el coche en zona azul (casi toda Cataluña es azul) y me fui a desayunar.
Como no era la primera vez que la llevaba a un juicio de éstos y no será la última, pues sigue sin querer sacarse el carnet de conducir, esta vez me llevé lectura. Pensé que sería una buena ocasión para terminar Entre limones, historia que narra la llegada a Las Alpujarras de una familia inglesa, huyendo de la gran ciudad, encontrándose con los maravillosos contrastes que les ofrece lo más profundo de Granada.
Enfrente de los juzgados de primera instancia está el Café Antic (antiguo), que a priori, desde fuera, parecía ofrecerme un buen café y un lugar tranquilo donde terminar mi relato.
La primera sorpresa fue encontrarme con que el Café Antic, de Sant Boi de tota la vida, era atendido por una pareja de chinos.
Bueno, -pensé-, es el precio de la globalización. Supongo que el café será el mismo y al fin y al cabo, como mis intenciones no son hablar con el camarero...
Así que pedí mi café con leche, me senté en mi mesa y abrí el libro por donde tenía la foto de Lou a modo de marcador.
Cuando comienzo a leer el párrafo, entra en el Café y se acerca a mi mesa, una joven de unos 40 años (una niña, vamos), arrastrando los pies, con el pelo sucio y desaliñado. Vestía una rebeca abierta, con mangas más grandes que sus brazos. En su mano derecha llevaba apretujado un billete de 5€. Va con la mirada perdida, la boca semiabierta y con saliva seca en la comisura de sus labios.
De repente, como haciendo un esfuerzo para hablar, me dice: "¿Me puedo sentar aquí?"
Miro hacia atrás y veo que hay muchas mesas libres. No sé por qué, se me escapó un sí y se sentó frente a mí.
Aparta un momento su mirada muerta de mí, le pide al chino que pasaba junto a nuestra mesa una tila y le da el billete arrugado. Yo intento disimular que leo, mientras ella continúa observándome con esa mirada que conoce todo aquél que ha estado en una planta de psiquiatría...
Sigue sin apartar esos ojos caídos de mí, yo leo una y otra vez el mismo renglón. Ella entreabre de nuevo su boca seca y me dice: "Me llamo Ester". Hace una breve pausa y me pregunta: "¿Cómo te llamas tú?"
En ese momento, en perfecta coreografía, se acerca el chino y me trae el café con leche.
¿Que cómo me llamo yo? -`pensé-. Aquí se plantea un problema clásico en mi corta existencia. La verdad es que estoy harto desde siempre, de contestar a eso. Me explico: Desde que recuerdo, siempre que digo que me llamo Mel, tengo que aguantar los mismos chistes, a saber:
- Melmelada.
- Mel Ferrer, o más recientemente Mel Gibson.
- Mel, mmm, ¿De qué viene? ¿De Melquiades?
- Y en Cataluña: Mel i mató (postre catalán a base de miel y leche cuajada).
Todo ello tras repetir varias veces Mel, Mel, Mel..., pues casi nadie es capaz de entender el nombre a la primera.
Así que para evitar más conversación con esta pobre psiquiátrica, le contesté: "Me llamo Jose".
Creo que no hay nombre más fácil de captar, incluso para una psiquiátrica obnubilada como mi amiga Ester.
"Aah" - musitó.
En perfecta sintonía, el chino le trae el cambio y su tila. Creo que dada su bradipsiquia no la necesita, pero ahí estaba...
Pienso que he solventado lo del nombre correctamente en esta ocasión. Y rápìdo. No me gusta no decir la verdad, pero al fin y al cabo, no creo que Ester y yo volvamos a coincidir...
Vacío los sobres de azúcar en el café con leche, los revuelvo rápidamente y para evitar más conversaciones, me tomo el café con leche, como dirían mis paisanos, en tres tanganazos...
¡Qué mala leche tiene el chino! ¡El café estaba hirviendo!
Apuro la taza, cierro el libro por la misma página por la que lo había abierto y me levanto.
Le pago al chino en la barra y miro a Ester, que sigue con la boca entreabierta y le digo con la lengua quemada: "Adiós Ester. Que te vaya bien".
Ella permanece con la mirada fija en el mismo lugar del espacio, como si yo siguiese en la mesa con ella. Tras unos segundos me contesta: "Adios, Antonio..."

lunes, 22 de marzo de 2010

Mis miércoles

Comienza la semana y se acerca ese maravilloso miércoles. Es el día que me toca desaparecer de casa durante 24 horas. Todo sea por cumplir con esos socios de la Caixa con los que compramos el piso a medias. A veces creo que el proceso es el inverso. Los días libres es el recreo, la salida al patio entre guardia y guardia.
Cada miércoles es una incógnita. No sabemos a dónde nos van a sacar de excursión. Pero viaje hay, seguro. Precisamente porque somos poco remeros, toca a más por cabeza. Sin querer, me viene a la cabeza el recuerdo de la película Ben Hur, con aquella escena en las galeras, sudando el pobre Charlton Heston, mientras remaba al ritmo frenético de los tambores...
Ahí fuera nos esperan nuestros queridos amigos, los inconscientes, que justifican nuestra existencia y que nos acompañan, tan numerosos, cada día.
Y cómo no, esos accidentes de tráfico de chapa y pintura, que requieren del siempre necesario vistazo médico que tranquilice al nervioso alertante y al temeroso de Dios de la central, que no se fía de la lógica y te envía.
Pero lo mejor de esa casa de locos, es sin lugar a dudas, los del megáfono que van en la barca.
A algunos no se les oye, porque o bien no tienen nada que decir, o porque están tan satisfechos de tener un megáfono, que la emoción les ha dejado sin palabras.
Otros vociferan órdenes imposibles de cumplir, tal vez para ser oídos por el dueño de la chalupa que está en la orilla.
Los hay que hablan en un idioma incomprensible e incluso dando instrucciones contrarias a lo que hacían cuando eran simples remeros.
Pero todos tienen una cosa en común: Les encanta estar a bordo del bote y que los llevemos de paseo.

Mi nombre

Algo sucedió en 1984. Mis padres me regalaron mi primer ordenador. Me debatía entre invertir mis ahorros de 10000 ptas en una bicicleta de carreras o un ordenador. Fue una de mis primeras decisiones importantes en la vida. Mis padres me financiaron la diferencia. Con la excusa de que serviría para mejorar mi inglés, se dejaron convencer. El Spectrum, tan mágico entonces y tan obsoleto hoy día, pasó a ocupar mis tardes de viernes y fines de semana. Cada juego tardaba diez minutos en cargarse, pero no importaba. La espera siempre merecía la pena. En casa se reunían vecinos, primos, que contemplaban maravillados el inicio de una nueva era. Se habían acabado los juegos de palitos de Atari y los juegos reunidos Geyper. Aparecía una pequeña máquina de color negro con unos gráficos limitados a los que le añadíamos nuestra imaginación infinita. Su memoria era tan precaria, que tenía la misma capacidad que la que ocupa la imagen que ilustra estas palabras (48k). Si lograbas una puntuación elevada, te dejaba introducir tu nombre. Sólo siete dígitos para encumbrarte en el lábil y fugaz Salón de la Fama, que volvía a borrarse cuando tenías que apagarlo, recoger todo y guardarlo hasta el fin de semana siguiente, en su caja. Ahí surgió mi nombre cibernético, casi de casualidad, y en merecido homenaje, cuando apareció el PC, internet y los correos electrónicos, ya sabía cuál iba a ser mi nombre.

Bienvenida

Hola a todos los que llegan hasta aquí:
Bienvenidos a esta página, a quien le pueda interesar. Aquí comienza un viaje. He hecho las maletas. Tengo el propósito de irlas vaciando y llenando constantemente con todo aquello que me vaya sucediendo.
Este periplo no sé a dónde me va a llevar, pero acepto el reto con sumo gusto.
Siempre quise ser piloto, de niño soñaba con ser astronauta. Acabé siendo médico.
Se dice que para encontrar un médico en una reunión de mil personas no has de hacer nada, él solito se te acercará y no tardará en decirte que es médico. Quiero pensar que yo no haría lo mismo... (¿Seguro? ¿No es lo que estoy haciendo ahora mismo?)
Me gusta creer que tengo los pies en el suelo, pero mi mente y mi alma están en el aire. Si quieres, acompáñame, entra en mi botella, que las corrientes del mar nos llevarán... O sube a mi avión. El viento marcará nuestra deriva...