martes, 14 de septiembre de 2010

Madre

Volvemos de vacaciones y en líneas generales, me encuentro el trabajo en el mismo estado en el que lo dejé antes de marchar. Es decir, el teléfono y la emisora de radio, expectantes con las noticias de una nueva salida, de esa emergencia que no llega y que no sabría decir si la espero con ansia o desearía que no viniese nunca.
Hoy ha sido un día como otro cualquiera, sin nada que merezca la pena ser contado. Esta mañana he ido a un parto en curso, que como de costumbre, y como estas fechas, estaban muy al principio del curso. Era una joven marroquí, que apenas hablaba español, pero en su cartilla de embarazada, junto a la fecha probable de parto, se podía leer lo que alguien escribió con frialdad en un firme trazo azul: embarazo no deseado.

Fátima y su hijo, me recordaron a otra mujer, a la que llamaré igualmente Fátima. Como la primera, marroquí también, la conocí hace unos años y su recuerdo me ha acompañado desde entonces.
Fátima vivía en Ciutat Vella, en un piso con grandes ventanas, desde el que se podían ver los tejados y las azoteas de las viejas casas de Barcelona.
Aquella mañana, fuimos alertados para atender a una mujer de unos casi cuarenta años, que había sufrido una parada cardio-respiratoria.
Tras subir la angosta escalera de aquella vivienda, con escalones irregulares, llegamos a la casa de Fátima. Aquél era un día muy soleado y la luz se hacía sitio por toda la casa. Una mujer me abrió la puerta y me condujo hasta ella. Estaba en un sofá, inconsciente y por los alrededores unos niños, a los que la primera mujer les dijo que se fuesen abajo a la calle a jugar.
Tras observarla, pudimos comprobar que por una vez, la alerta se correspondía con la realidad. Como autómatas programados, comenzamos con nuestro trabajo, siguiendo escrupulosamente las indicaciones de los protocolos establecidos para situaciones de parada cardiaca.
Al hacer maniobras de masaje torácico, me llamó la atención la presencia de una sutura en el tórax, aún por cicatrizar, evidencia de que hacía poco había sido intervenida quirúrgicamente.
Después de un buen rato, cuando no se obtiene respuesta, me toca decidir el dejar de hacer maniobras. Así lo hice y a continuación, salí de la habitación para dar la noticia a la familia.

La mujer que me abrió la puerta era amiga suya. Llevaba varios años en Barcelona y ya hablaba el castellano y el catalán perfectamente. Se sentía tan integrada, que su hijo se llamaba Jordi y por supuesto, era del F.C.Barcelona. Probablemente, animada por su amiga, Fátima había venido de su país. Esta amiga la había acogido en su casa, hasta que pudiese encontrar un piso donde poder ir a vivir con su pequeño hijo.

Mientras se hacía a la idea de la noticia que le estaba dando, me contó la historia de esa mujer que ya no estaba, la historia de Fátima y de su hijo.

Fátima estaba enferma de una severa valvulopatía cardiaca y Barcelona le iba a dar la oportunidad de poder salir de la miseria de su país dándole un trabajo y una operación que le permitiese poder disfrutar y jugar con su hijo sin cansarse con cualquier mínimo esfuerzo.
Fátima sabía que la operación era muy delicada y que tal vez no saldría del quirófano. Tenía mucho miedo, pero sobre todo a no poder volver a ver a su querido hijo. La operación salió muy bien, pero Fátima no pudo verlo mientras estuvo en el hospital. Aún con los puntos de sutura en su pecho, marchó a casa de su amiga, donde le esperaba el niño.
Por un instante, supongo que cuando se pudo encontrar con él, sintió la felicidad muy dentro, lo abrazó muy fuerte y lloró, y lloró, por todo el miedo que había sentido. Por el miedo a haberlo podido perder todo y por la gran alegría de que ya no le faltaría nada.
Su corazón no pudo con tanto y con su hijo en brazos, Fátima murió.

Fátima y tantas otras como ella, me han dado el ejemplo y me recuerdan que el cariño de una madre puede ser infinito y que a pesar de las adversidades y de los momentos difíciles, de los distanciamientos, de crecer, de ser marido, padre y de hacerte mayor, no hay nada como una madre.
Muchas felicidades, Mamá. Te quiero mucho.


3 comentarios:

José Amaro dijo...

Querido Mel: Ante un relato como éste sobran las palabras. Mientras, el corazón respira profundamente sobrecogido y con el pulso acelerado, en medio de un completo silencio.

Rebeka dijo...

Precioso......

Anónimo dijo...

Lo he leído muchas veces y me parece un bellísimo canto a todas las madres