viernes, 20 de enero de 2012

Pregunte a su médico















Ya no soy aquel joven médico que empezaba, lleno de miedos e inseguridades y asustado por la nueva responsabilidad que me tocaba asumir. Tampoco me reconozco en todavía en ese gran veterano que apenas necesita nada más que sus ojos, para desde una cierta distancia diagnosticar acertadamente lo que tiene ante sí. Debo estar situado, o eso me gustaría,  en un optimista punto medio.
Pero a pesar de este margen de tranquilidad que me otorga esta posición, esta templanza que evita perder la calma ante situaciones incómodas, frágiles y humanamente complicadas, ayer no pudo impedirme recordar lo vulnerable que aún soy.

Nadie te enseña ni a dar malas noticias, ni a olvidar lo que sin querer se instala dentro de ti.
He visto miles y miles de pacientes, pero de vez en cuando hay algunos de ellos que se te quedan enquistados para siempre.

A estas alturas, no temo a nada con lo que me pueda enfrentar, a pesar de que cada vez que empieza una guardia, desee poder marcharme sin haber visto a nadie. Pero si no sucede así, tengo bien asumido que éste es mi trabajo, para eso estudié esta carrera y por ese motivo me sigo formando.

Hoy he vuelto al hospital a llevar un paciente que esperaban en hemodinámica, para hacerle un cateterismo. Era un enfermo estable, programado, que nada tenía que ver con el pobre de ayer, un hombre de 42 años, con un infarto de gran extensión, que apresuradamente trasladamos para que le realizaran esa intervención que desobstruyera sus coronarias obliteradas.
El llevar a este paciente de hoy, me brindaría la oportunidad de poder preguntar por mi paciente de ayer.
Su delicada situación, no arrojaba dudas que una intervención como era el cateterismo, era la única oportunidad que tendría. A pesar de que su aspecto céreo, su cianosis marcada y su sudoración fría eran claros indicativos de gravedad, normalmente una vez solventado el problema coronario, evolucionan hacia la práctica normalidad. De hecho, tengo un compañero técnico de mi ambulancia, que con 38 años, en una circunstancia parecida tuvo un infarto similar, pudo recuperarse y a día de hoy, afortunadamente seguimos compartiendo guardias. Por ello, una vez dejas a tus enfermos en el hospital, nunca tienes la certeza de saber cuál va a ser su evolución.

Hoy he vuelto al hospital y eso me ha dado la oportunidad de poder preguntar por él. Los médicos de hemodinámica me contaron que diez minutos más tarde de haberlo dejado, su corazón se paró y no pudieron hacer nada por reanimarlo.
Hoy he empezado la guardia con el ánimo muy herido. He vuelto a recordar que no es la sangre ni las catástrofes lo que más daño me hace. Es esa pregunta.

Ayer, antes de llegar a hemodinámica, al pasarlo a la camilla de nuestra ambulancia, aún con ese dolor en el pecho, que imagino que debe ser terrible, me miró a los ojos y me hizo esa temida pregunta que tanto daño todavía me hace y a la que con mayor o menor convicción, siempre respondo de la misma manera:

Doctor, ¿me voy a morir?




jueves, 5 de enero de 2012

La carta de los Reyes Magos


Hace unos días estuvimos todos en Tenerife. Fuimos toda la familia de viaje a pasar el fin de año. Arramblamos nuestros bártulos, tomamos posesión del avión que en un momento hicimos nuestro y nos plantamos allí.
Una de esas noches, acostamos a los niños y hablamos un momento, lo justo para que no te enreden y estés hablando de cuestiones filosóficas inconclusas que se alarguen toda la noche.
Estaba arropando a Marta con eso que le dicen embozo, cuando gira su cabeza y me pregunta:

- Papá: ¿Qué es ese aparato?
Sigo la dirección de su mirada y le respondo:
- Es un equipo de música - contesto mientras paso mis dedos por aquel artilugio que tantas horas de música nos dio a todos. Era uno de esos aparatos que en los 70 debió costar un dineral y que traía de todo: tocadiscos, radio AM, FM y reproductor de cintas. A la derecha del tocadiscos están aquellos botones famosos de otros tiempos, llamados play, rec, ffwd, rwd, stop y eject. Presiono este último, se oye un ¡clac! y se abre una tapa.
Marta abre su boca un poco más que sus ojos ante un espectáculo absolutamente desconocido para ella.
- ¿Sabes para qué es esto? - pregunta típica de padre que desea ejercer como tal, antes de que llegue el fatídico día en que el mito se desmorone.
Marta sacude su cabeza y me contesta que no.
- Pues verás, es para poner las cintas.
En esto, que me asalta una duda y le digo rápidamente:
- Marta, ¿sabes lo que es una cinta?
- Sí, Papá - me responde - antes vi una por aquí.
- Mmm... ¿ah sí? - En ese instante no puedo evitar pensar en aquellas cajitas de plástico de colores, con su banda magnética enrollada en su interior, que enrollábamos con un lápiz a través. No había otra manera de copiar música, mas que grabándola en su interior. Las cintas fueron unos pequeños y maravillosos objetos, que nos acompañaron durante más años que cualquier otro cachivache en nuestras vidas.
Marta interrumpió mis melancólicos pensamientos, diciéndome:
- Sí, Papá, por aquí estaba una cinta de esas de colores, de las que yo uso para marcar los libros.
- ¿De las de hacer lazos en el pelo? - pregunto resignado.
- Sí, Papá, de ésas.

Después de esto, me vi incapaz de explicarle qué era una cinta de cassette, para qué servía y lo más difícil todavía, hacerle ver que existían millones y millones de ellas y que estaban en cada casa, en cada coche y que dentro de cada walkman. Puff, pero ¿qué es un walkman?
Como mi mundo ha cambiado tanto con respecto al suyo, tengo pensado para estos Reyes, que le dejen unos regalos originales que le mantengan con la boca y los ojos bien abiertos. He aquí mi lista:

- Un televisor para su cuarto. De esos llenos de palancas que se mueven de un lado a otro, que ponen volume, balance, brightness y colour. Doce botones enumerados del 1 al 11, porque el último pone AV, que a ciencia cierta no sé ni lo que significa, ni para qué sirve. Ni éste ni los otros diez, ya que sólo se podrá ver un canal, el 1. Es un invento genial, ya que te evita estar decidiendo qué ver.

- Un aparato que lo conectas a la televisión. Se llama Spectrum. Aunque tarda más de 10 minutos en cargar cada juego,  y a veces al llegar al final se apaga de nuevo, tendrá aseguradas horas de diversión con un pequeño altavoz interior y una pantalla de 8 colores. Los juegos están grabados en cintas, eso sí, las de verdad.

- Las tardes de sábado y las fiestas de cumpleaños no volverán a ser las mismas cuando abra el regalo que contenga el Cine-Exín. A base de girar una manivela roja de forma incansable, podrá proyectar en la pared de casa, películas de Disney de una duración no superior a dos minutos. Si le da a la manivela roja más despacio, lógicamente, podrá convertir esos minutos, en tres, cuatro o en los que quiera. Será la envidia de sus amigos. 

- Y para amenizar tan inolvidable velada, pondremos en la mesa para que lo puedan disfrutar todos los niños, unos sobres de caramelitos con unos dibujos de astronauta por fuera, que se llaman Peta-Zetas, que dan saltos en la lengua cuando se mojan con la saliva. Unos bizcochitos de chocolate llamados Cropán que tienen unas pegatinas dentro, unas magdalenas pequeñas llamadas Boronitas y para reogarlo todo, nada como unos deliciosos refrescos de naranja que prepararemos a base de mezclar agua y polvos, llamado Tang.

- Para tener un recuerdo de esas fiestas para siempre, no hay nada mejor que una cámara de fotos que sólo pueda hacer 36 fotos. Hay que elegir bien, porque el número de 36 es improrrogable. Cuando las hayas terminado todas, sólo hay que tener en cuenta una cosa: tienes que abrir la tapa con cuidado para que no se estropeen y sacar un cilindro de dentro, llamado carrete. Pero la diversión y la intriga no acaba aquí; hay que llevar ese carrete a una tienda fotográfica para que te den las fotos. Con suerte y si no puede la emoción contigo, las podrás ver al día siguiente.

Si Sus Majestades los Reyes de Oriente atienden mis súplicas, Marta, te prometo que los regalos de este año, serán algo que no conseguirás olvidar nunca.