viernes, 14 de octubre de 2011

Te quiero


¿Cuándo fue la última vez que le dijiste Te quiero, a alguien a quien querías?

Víctor tenía un trabajo miserable, en un turno asqueroso, ése que no quiere nadie, el de noche, pero que dado los tiempos que corren, se ha convertido casi en un lujo. Él lo sabía muy bien. Su mujer, Ana, hace unos meses que ha tenido que cerrar una pequeña empresa familiar, de la que queda únicamente el local, que no consiguen traspasar y muchos acreedores.
A pesar de tener 48 años, Víctor aparenta muchos más. La salud le ha maltratado. O mejor dicho, ha sido él, o la vida, o ambas cosas, las que han perjudicado su salud.
De complexión muy fuerte en apariencia, por dentro no lo está tanto. Hace cinco años que sufrió un infarto y desde hace un tiempo, con los esfuerzos, va notando algunas molestias, pero las cosas en el trabajo no están como para cogerse una baja.
Los médicos le dijeron que lo del infarto había sido un aviso y él les hizo caso. Al menos durante un tiempo. El estrés y esta enfermedad de moda, llamada crisis, han hecho el resto.
Desde hace semanas, Víctor ha vuelto a fumar. Ana y su hija Alicia, de 17 años se lo reprochan constantemente, pero a pesar de saber que se mata por dentro, y que si un día falta, Ana, Alicia y sus otros dos niños, Carlos y Daniel, los gemelos de diez años, se quedarán sin nada, el aspirar el humo del tabaco le mantiene aislado de la realidad y le da un placer efímero. Durante ese breve instante que dura la combustión de un cigarrillo, no piensa en nada. Luego viene otro, y otro, y otro...

En el trabajo las cosas no van bien. Pero, ¿dónde van bien? Últimamente cada vez que llega a casa cada mañana, respira aliviado:
- Hoy no me han despedido - le dice a Ana - como si esto fuese un alivio, pues al día siguiente volverá al trabajo con el temor de que probablemente sea el último.

Hoy ha llegado como cada día, se ha duchado, se ha cambiado, e iba a acostarse a descansar. Pero el corazón le ha sorprendido y esta vez no le ha avisado como venía haciendo en tantas otras ocasiones.
De nada han servido las compresiones, las insuflaciones de oxígeno con el balón resucitador, ni las nueve ampollas de adrenalina, ni las súplicas de Ana, que no se despegaba de su mano y le pedía entre lágrimas que no se marchase.
Yo la miraba mientras apretaba el balón y pensaba:
- No te esfuerces, Ana, ya se ha ido...

Una vez, en una de mis primeras paradas cardiacas que no sacamos adelante, Pepe, un amigo y antiguo compañero enfermero, me dijo algo que no he olvidado desde entonces:
- Por eso nunca quise ser médico. Yo te acompaño, pero eres tú a quien le toca ir afuera y hablar con la familia.

Pero en esta ocasión, en mitad del comedor, no tenía que salir a ninguna parte. Ana estaba a mi lado y oyó cuando decidí que continuar con aquellas maniobras era inútil. Nada que hiciésemos ya, iba a poder ayudar a Víctor.

Ana se levantó y se fue corriendo a la cocina a abrazar a su hija, mientras, con sumo cuidado recogíamos a Víctor y lo colocábamos en su cama.
Ana llegó enseguida y me dijo entre lágrimas:
- Esta crisis lo ha matado... Ha vuelto a fumar, a no cuidarse... y yo se lo decía, pero no podía con los nervios de pensar que cualquier día de éstos, lo despedirían... 

Ana nos miró a la enfermera y a mí, mientras decía:
- No saben lo duro que es todo esto. Casi no poder dar de comer a tus hijos y no poder hacer nada... Ahora ¿qué? ¿qué va a ser de nosotros?

- No te preocupes. Alguien habrá quien os pueda ayudar, la familia, los servicios sociales del barrio... Ya verás cómo las cosas se irán arreglando...

- Sí, algo encontraremos... - dijo en tono triste, como para darse consuelo ella misma. Ana miró de nuevo a Víctor y volviendo la mirada hacia mí, continuó diciéndome:

- ¿Saben una cosa? Nos conocemos desde que yo tengo trece años. Siempre hemos estado juntos y desde aquel día, no ha habido ni un solo día que no hayamos discutido. ¡Ni un solo día! Pero nos hemos querido mucho... siempre nos hemos dormido cogidos de la mano - y recordé su gesto mientras intentábamos reanimarlo y ella le pedía que no se marchase - Pero a pesar de nuestras discusiones, cada día, al marcharse a trabajar, al volver a casa, o al irnos a la cama, nunca dejó de decirme: Ana, te quiero.

martes, 4 de octubre de 2011

Historias de hospital (Parte 2)


El trabajo en la calle, en la ambulancia o en el helicóptero, te alejan del hospital y de sus historias. Pero a veces, si tenemos suerte, cuando pasamos por allí, si mantenemos los ojos y los oídos abiertos, podemos ser testigos de las historias más interesantes que puede haber: Las historias humanas de los hospitales.

AMC

Para todos aquellos profanos a quienes llegue a sus manos un informe de hospital y se encuentren con misteriosos acrónimos, quiero desvelarles algo. Sé que me gano el descrédito de mis colegas, porque ahora que ya no se escribe a mano, era nuestro último reducto para que la jerga médica fuese ilegible. Que sepan todos que PAC es paciente, un EKG no es un encaje, es un electrocardiograma, AM no es la hora, significa antecedentes médicos. FX, DX y RX no son modelos de citröen, quieren decir fractura, diagnóstico y radiografía. 
Hay muchos más, ya los contaré otro día, pero no quiero dejar de revelar otro más. Desde un tiempo a esta parte, se da gran importancia a tener o no tener AMC, que aquí descubro, como el mago que explica su truco,  que se trata de Alergias Médicas Conocidas.
Preguntar por las alergias de nuestros pacientes, se ha convertido en parada obligada cuando haces una historia clínica, como me pasó con Doña Rosa:

- Dígame, Rosa, ¿es usted alérgica a algún medicamento? - pregunto de forma rutinaria.
Doña Rosa, de L'Hospitalet de toda la vida, me contesta:
- A veces soy alérgica a la penecilina.
-  ¿¿A veces?? - pregunto, levantando mi ceja izquierda - ¿Cómo que es alérgica a veces?
- Pues que cuando me la ponen, me pongo mala, si no, no...

Y en la diminuta casilla del informe donde hay que poner las AMC, escribo obediente: Penicilina, a veces...


Luces, cámara y acción

Como cada tarde, Albert sacó a pasear a su perro Rififí por el paseo junto al mar, en un pequeño pueblo de la Costa Brava gerundense. A un hombre como él, soltero, de 45 años, que todavía vive con su madre, la costumbre y el orden se habían convertido en sus compañeras habituales. Para alguien como Albert, la improvisación y las sorpresas, estaban proscritas en su forma de vida.

Aquella tarde, mientras caminaba con su perrillo insulso, se notó un dolor agudo en el pecho, como un peso. Como ya estaba cerca de casa, dejó a Rififí. Al salir de casa, el dolor había desaparecido por completo, pero para estar más tranquilo, decidió acercarse al ambulatorio, que en Cataluña llaman CAP (centro de atención primaria). En casa no estaba su madre, que probablemente se encontraría en el centro social de Convergència i Unió, jugando al bingo o a lo mejor, incluso al bridge. No importa, en seguida estaría de vuelta.

Albert explica este dolor al médico del CAP, que alarmado, le acuesta rápidamente en la camilla y le hace un EKG (que ya expliqué lo que significa).
El resultado del electro no es concluyente - parece que hay como una elevación - le dice el médico, no muy convencido. Con el pergamino agarrado por ambas manos, y dándole vueltas al papel milimetrado, el médico se marchó con cara preocupada al despacho contiguo.
Al cabo de un momento apareció más relajado y mientras volvía a explicarle el electro, irrumpen en la consulta tres personas vestidas de amarillo fluorescente. El médico del CAP respira más tranquilo. Acaba de llegar la ambulancia medicalizada.

El alivio del médico del CAP, se traduce en un hipotético testigo que ahora le toca recoger al médico de la ambulancia. Tras escuchar las indicaciones de su colega del CAP, vuelve a mirar el pergamino con cara circunspecta.

- No lo tengo claro, pero por si acaso, activamos el código IAM - dice muy serio el médico de la ambulancia. El médico del CAP, está de acuerdo. Su cara parece decir: Mejor pasarse, que quedarse cortos.

A todas éstas, la enfermera le pregunta a Albert si tiene dolor. Él, testigo de excepción de lo que va sucediendo, niega con la cabeza y titubeando, contesta:
- No, no, no me duele nada. Cuando vine al CAP ya no me dolía...

La maquinaria del código IAM es imparable. Sin decirle una palabra, Albert es trasladado a la camilla de la ambulancia y de ahí, a ritmo de sirenas que chillan por Platja d'Aro "A mí no, a mí no...", se dirigen velozmente a un prado cercano.
Cuando se abren las puertas de la ambulancia, a los pies de Albert, él se incorpora y ve un helicóptero amarillo con otro equipo médico esperándolos.

- Oiga - dice Albert - tengo que avisar a mi madre, que no sabe nada...
- ¡No se levante! - le espeta el médico de la ambulancia - ya la llamará después, no se preocupe. Ahora es importante que no se mueva.

Y tras esta breve conversación, casi sin darse cuenta, lo han cambiado a la camilla del helicóptero. La nueva enfermera le explica que le van a poner unos cascos para el ruido y que no va a poder hablar con nadie, pero que levante la mano si durante el trayecto le vuelve el dolor.
- Pero si no me duele nada - replica Albert.
- Mejor - le contesta la enfermera y diciendo esto, le coloca los auriculares.
Con el rabillo del ojo ve al médico del helicóptero estudiar minuciosamente el electro y sacudir la cabeza de un lado a otro.

En seguida se pone en marcha la aeronave y efectivamente, tal y como le habían dicho, el ruido no le permite a Albert poder comunicarse con nadie.
No pasa más de media hora, que llegan a su destino, Barcelona y se repite la operación, pero esta vez a la inversa.
Allí, a pie de helicóptero, una nueva ambulancia con otro equipo sanitario.
Albert no tiene dificultad en escuchar la conversación entre el médico del helicóptero y el de la ambulancia, que va a acercarlo al hospital:

- ...y éste es el electro. Yo no veo nada, a mí no me parece que sea un infarto. Pero ante la duda...
- Yo tampoco veo nada - dice el médico de la ambulancia - pero bueno, ellos sabrán. Vamos, que nos esperan en hemodinamia. Ya dirán los cardiólogos de Bellvitge, que para eso son los sabios...

Una vez dentro de la ambulancia, el médico y la enfermera le vuelven a hacer las mismas preguntas. Él insiste en intentar llamar a su madre, que ya debe estar preocupada. Ellos le dan la misma respuesta: Ya lo harás más tarde.
Durante el corto trayecto le explican que van a ir a hemodinamia, donde le harán un cateterismo, para descartar alguna lesión coronaria. Le pincharán o en el brazo o en la ingle y le introducirán un cable hasta el corazón, para desatascarle las coronarias.
Albert apenas puede reaccionar y se le ponen los pelos de punta, sólo con pensarlo. Ya están dentro del hospital y mientras piensa lo que le acaban de decir, va viendo cómo las luces del pasillo se van desplazando a gran velocidad sobre él.
Por fin, se detiene la camilla. Acaban de llegar a una especie de quirófano.
Dos enfermeras vestidas de verde empiezan a desvestirlo, retirándole los pantalones.
Aparece el cardiólogo vestido de igual color, que le saluda y le pregunta si tiene dolor.
- No, no, doctor, de verdad que no me duele. Yo estaba tan tranquilo en Platja d'Aro paseando a mi perro y antes de que me diese cuenta, aquí estoy, en un quirófano, en Barcelona...
- Vamos a pincharle y a mirarle las coronarias por dentro - le explica el galeno, mientras observa con cara dubitativa el electrocardiograma.
- ¿Puedo llamar a mi madre? - insiste Albert.
- Después la llamará, no se preocupe.
Albert miró hacia abajo y vio cómo le retiraban los calzoncillos.

- Esto no me puede estar pasando a mí - balbuceaba Albert y agarrando firmemente el brazo del cardiólogo, le dijo: Dígame la verdad, doctor. Esto es una película ¿verdad? - mientras, la enfermera le cogía el pene, se lo retiraba hacia un lado y empezaba a afeitarle los genitales.