viernes, 29 de abril de 2011

Muerte súbita



La Medicina lo cubre todo. Cada uno de los instantes de nuestras vidas. Siempre está presente. La Medicina de Urgencias es rápida, acude de inmediato y sorprende por su inmediatez, casi al instante de haberse producido el suceso.
Ésa es una de las cosas que hacen que mi trabajo sea especial. Nunca un día es igual que otro y nunca sabes dónde puedes acabar. Al fin y al cabo es como la vida misma. Nunca sabes dónde va a terminar.

Fue hace unos domingos, en plena celebración de la misa del Domingo de Ramos. Allí, en mitad del templo, le sorprendió la muerte.
Comenzamos a hacer las maniobras de reanimación: aire y masaje, oxígeno y compresiones, un salvavidas, atado con un cabo, que pocas veces, muy pocas, agarran con fuerza, para que podamos arrastrarlos de nuevo hacia la seguridad del bote de salvamento.
De las cristaleras de aquella iglesia emanaba una luz intensa, de un día brillante, que parecían iluminar aquella escena, que infructuosamente acabábamos por dejar marchar. Después de un buen rato, sin respuesta, claudicamos y nos dimos por vencidos.
Llegados a aquí, tras decidir concluir las maniobras, la tapamos y la trasladamos a la sacristía.
Poco después me dirigí a una amiga suya para informarle de la noticia. Tras haber estado presenciando nuestra actuación, no hice sino confirmar lo que acababa de ver con sus propios ojos: su amiga había muerto.
Su gesto se torció un instante. Pude ver su dolor. Pero enseguida cambió su semblante. ¡Qué suerte ha tenido! - me dijo - Ya quisiera yo que me pasara a mí.  Morir aquí y en un día tan precioso como éste...

Un par de días más tarde, esta vez fue el helicóptero el que me llevó a otro lugar bien distinto, pero en circunstancias parecidas.
En las pistas de tenis de un club, caía al suelo de tierra, un hombre de avanzada edad, fulminado. Su compañero de partido, su cuñado, se temía lo peor. Y así fue.
Aterrizamos muy cerca y nos dirigimos a gran velocidad al encuentro con nuestro paciente.
En las polvorientas pistas rojas de arcilla, desplegamos todo el arsenal del que dispone la Medicina moderna. Abrimos nuestro maletín, conectamos nuestro monitor y continuamos con las maniobras que ya estaban haciendo nuestros compañeros de la ambulancia. Allí estuvimos un buen rato, pero la vida, o la marcha de ella, sigue siendo un enemigo muy difícil de vencer.
Como sucede con demasiada frecuencia, sobre aquella pista de tierra batida, o sobre cualquier otra superficie, damos el todo por el todo. Nos esforzamos entrenando previamente, no queremos ser sorprendidos a contrapié. Nuestra intención es que si llega el momento, estar a la altura de lo que se nos va a exigir. Intentamos que nuestro hacer, nuestro juego, no tenga ningún error no forzado, poniéndo énfasis en lograr acertar con cada de uno de nuestros golpes.
Nadie puede reprocharnos nuestro esfuerzo, ni nuestra dedicación, para obtener los mejores resultados.
Y como inevitablemente sucede, tanto en el deporte como en la vida, cuando el rival es más fuerte, casi siempre nos acababa ganando la partida.

viernes, 15 de abril de 2011

El astronauta




















Un amante de la astronáutica como yo, no podía perder la ocasión de escribir algo, ahora que en estos días se conmemora el medio siglo del viaje al espacio del primer astronauta de la Historia.
Desde bien pequeño, conozco la figura de Yuri Gagarin, su viaje y de todos los que vendrían después de él y que tuvieron la suerte de ver la Tierra desde el espacio.
Pero por si en algún momento se me pudiese escapar de la memoria, de tanto en tanto mi hermana María, me recuerda que cuando era muy pequeño, tenía un pijama con la imagen de Yuri Gagarin y su cohete. Ella sitúa el origen de toda mi pasión por el espacio, en aquel momento, aunque yo más bien pienso que es producto de la coincidencia. El pijama no tuvo nada que ver.
Esta noche volvimos a hablar por teléfono y en nuestra intrascendente conversación volvió a salir irremediablemente el tema del pijama. Algo inevitable, porque estos días se ha nombrado mucho en los medios de comunicación, la efeméride de la gesta del cosmonauta ruso. Por eso,  Yuri Gagarin ha aparecido en nuestra charla. Bueno, en realidad hemos hablado de dos Yuri Gagarins.
Uno de ellos, como es obvio, es aquél que apareció en mi pijama y el otro, que María descubrió por casualidad, es Yurigagarin Hernández Díaz. Gran losa, que unos padres apasionados por el espacio, decidieron un buen día regalarle para toda su vida.

Los nombres han de ser escogidos con mucho cuidado. Yo, a pesar de mi extensa prole, la única concesión que me he tomado, fue hace años, que guiado por ese fervor musical, en honor a Phil Collins, llamé Phil a mi primer y añorado perro, un precioso pastor alemán.

Mi hermana María, además de ser webmaster, exquisita cocinera amateur, madre de mis únicos sobrinos Alberto y Álvaro, entre tantas y tantas cosas (que me reprochará haber olvidado), además, es una consumada genealóloga. Esto le confiere una cierta autoridad a la hora de hablar de anécdotas familiares, parentescos, descendencia y sobre todo, nombres.
En nuestra charla, conducidos por el caso de ese desgraciado hijo de unos astronautas frustrados, me habló de Venezuela.
Ese país, tan cercano como siempre ha sido para los canarios, según ella, es la patria de los nombres curiosos. Allí cada uno bautiza a su hijo como bien le entra en gana. Así me comentó la tortuosa y miserable vida que tuvo que arrastrar la pobre Jaquelinkenedi Vargas, por culpa de sus padres. Es la versión chévere de ese Kevincostner de Jesús, del que todo el mundo habla, pero que en realidad nadie ha visto, ni ha sido compañero suyo, ni ha coincidido en ninguna parte con él y por tanto, eso me hace pensar que su existencia es más una leyenda urbana, como lo son el conocido diente de rata del restaurante chino, o la célebre autoestopista de la curva peligrosa.

Hablaba de Venezuela, porque al parecer allí es bastante frecuente el encontrarte con alguien que se llame Usmáil. Al principio pensé que sería un nombre de origen árabe, ya que me recordaba vagamente a Ismael, o algo así. Nada más lejos de la realidad. A aquellos padres les llegó la inspiración al observar los aviones correo americanos y su carga. Todo rotulado de una forma muy clara, bien visible, donde podía leerse perfectamente: U.S.Mail.

De todo esto hay que sacar una enseñanza para el futuro cercano. Si todo sigue así, no deberíamos extrañarnos si dentro de unos años, conocemos a algún Messi García, una Ladygagá Rodríguez, un Davibisbal Fernández, a Belenesteban Gómez, o incluso a una Leirepajín López.

Y todavía hay quien dice que estoy en el aire...

viernes, 8 de abril de 2011

Un año de blog














Un buen día, guiado no sé por qué, empecé a escribir este blog. Pedí consejo a una amiga, celebérrima referencia en el mundo de la blogosfera, que me animó y de la que soy asiduo lector. Aquel día que tecleé mis primeras líneas, no sabía bien a dónde me iba a conducir, pero para mi sorpresa, fueron apareciendo artículo tras artículo, hasta ver cómo transcurrió un año, desde que comencé a emborronar los folios del ciberespacio.
Para celebrarlo quiero compartir estos bombones con los más fieles seguidores, que me piden que no tarde tanto entre post y post, con todos aquéllos que se asoman por aquí de vez en cuando, con los que lo han hecho alguna vez y no repitieron, con los que están por venir y por los que no lo harán nunca.
Desprendido como soy, dotado como estoy de esta naturaleza generosa, un manjar de dioses como es el chocolate, lo considero un buen regalo para compartir y agradecer que se me lea, tanto si es entre líneas o de forma rápida.
Sea como sea, soy una persona agradecida, con independencia del grado de fidelidad de mis lectores, aunque me encantaría que todo el mundo fuese como el amigo Pulgarín, figura imprescindible en este blog, que juro y perjuro que existe, que es un personaje real, además de ser un gran compañero de trabajo.

En este año que ha pasado, hemos compartido muchos momentos importantes: La tensa espera de un padre de familia numerosa, con nervios de principiante. La llegada de la deseada hija, la marcha de un ser querido, la alegría de las glorias deportivas, o el honor de haber conocido a un héroe de verdad.

El poder contar tantas cosas, ha sido una felicidad inmensa que sólo descubre el que se ha aventurado a escribir. Esto te permite que los demás te conozcan mejor. Ahora todo el mundo sabe que soy una persona de buenos propósitos: Por poner un ejemplo que ilustra esto, de mi lista de cosas que hacer antes de tener los cuarenta, como es obvio, una vez los cumplí, no logré hacer ninguna. Además, ya no puedo ocultar más, que tengo un físico que necesita de pocos arreglos y una fortaleza envidiable, o incluso, por si alguien lo desconocía, que siempre he sido un seductor nato.

Pero si he de ser sincero, no ha sido fácil. En muchas ocasiones la inspiración me ha sido esquiva, teniendo que recurrir a menudo de las experiencias de otros y si no, no hay nada más recurrente que hablar de alguno de tus hijos: Tiri, Marta, Guille o Clara, que siempre te pueden sacar del atolladero literario.
De todas formas, aunque mi trabajo de vez en cuando me proporciona anécdotas para rellenar este espacio, no pensé que fuese capaz de alcanzar un año de escritura, publicando artículos prácticamente de forma ininterrumpida.
Hasta incluso me he atrevido con un segundo blog, ése tan nostálgico y cursi, que subo cada miércoles, por si fuese poco el trabajo que supone gestionar uno solo.

Pero todo esto no tendría el mismo significado, si no existieras tú. Tú, que eres esa persona que está en cualquier lugar. Tú eres uno de esos puntitos rojos del mapa, que abres mi página en cualquier momento del día y que haces que todo esto sea mágico y tenga sentido. Cuando apareces, siento cómo me coges de la mano, que me persigues por las palabras,  conformando cada una de mis líneas. Me alegra mucho que estemos juntos. Te prometo que viviremos muchas más historias. Gracias por venir conmigo y haberme acompañado todo este tiempo.

viernes, 1 de abril de 2011

La isla misteriosa


Cada noche que estoy en casa, tras las duchas y las cenas, mis hijos Marta y Guille tienen una cita conmigo.
Acurrucado cada uno en su cama, bajo la penumbra de su habituación, iluminados por la tenue luz que aún llega desde el fondo de la casa, comenzamos nuestro viaje. Empieza nuestro cuento.
Desde hace unas semanas, vivimos la aventura de la familia Telerín: Mol, el padre, su mujer Lurdus y sus hijos Turu, Merte, Gallo y Cloro, que han naufragado en una isla desierta.
Turu y Merte son dos niñas avispadas, traviesas, que ayudan a sus padres a construir una casa, recogiendo ramas de palmera y piedras.
En una de sus escapadas, mientras jugaban, acabaron en otra bahía. Allí, escondidas, vieron unos piratas, que al parecer de tanto en tanto, visitaban la isla para buscar un tesoro, que había enterrado hacía mucho tiempo, el temible pirata Josef Amarov, pero hacía tanto de aquello, que era incapaz de recordar el lugar.

Las semanas siguientes, cuando me lo permitían las guardias, seguía contándoles a los niños, lo que le sucedía a Turu, Merte y su familia, y cómo tendían trampas a los temibles, pero tontos piratas, que siempre acababan huyendo de la isla, con el rabo entre las piernas.

Marta es una fiel seguidora de la historia. La disfruta con atención y recordando perfectamente dónde queda la trama en el capítulo anterior. Aunque ya empieza a perfilarse el fin de la aventura, ella me pide que todavía no la termine, y como pasa con los seriales de éxito, los guionistas van alargando indefinidamente los episodios.
Guille me mira atentamente, sonriendo. No sé si es capaz de captar todos los matices de los acontecimientos de esa familia ficticia, en esa isla desierta, por eso de vez en cuando le hago participar en el curso del argumento.
Anoche, la familia Telerín rechazó de nuevo un ataque de los piratas del temible Josef Amarov y acabaron siendo arrojados al agua. Llegados a ese punto, le pregunté a Guille:
- Guille: ¿Sabes lo que le pasó a los piratas que cayeron al agua?
- ¡Se los comieron los lobos! - me contestó.

Tras reponerme de la respuesta e intentar reconducir la historia, la familia Telerín empezó a construir una gran barca, que les devolvería a su casa.
- Para eso necesitarían madera. ¿Sabes de dónde se saca la madera, Guille? - le pregunto - De los árboles - me contesta.
- ...Ahora, además de la madera, hará falta tela para hacer unas velas - continúo - ¿Sabes para qué son las velas, Guille?
- Para el pastel - me dice muy contento por saberse la respuesta.
Con su ocurrencia, Marta y yo nos reímos, y tras darles un beso de buenas noches a los dos, finalizamos el capítulo del día.
Guille se despide de mí, haciéndome una última pregunta:
- Papi, cuando nos dormimos, ¿a dónde vamos?
Tras pensarlo un poco, le contesto: A una isla misteriosa, allí donde todas las cosas son bonitas...