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domingo, 24 de noviembre de 2024

Un segundo y nada más


Estoy saliendo de un lugar que identifico como un comedor. Ya debo haber acabado. Hay una fila interminable de personas a la puerta, esperando para entrar. Parecemos dos carriles de una carretera con un gran atasco en el sentido contrario a mi marcha, que va más ligera.

De repente, alguien que está en esa cola, me dice algo al pasar junto a él. Suena como si me indicase que tengo los cordones desabrochados. Me detengo y me giro hacia él.

Mi tío Fisco me sonríe con esa sonrisa tan bonita y contagiosa, con sus mofletes sonrosados.

No sé qué hace allí, pero en un instante lo entiendo todo.

Le abrazo muy fuerte, como todos esos abrazos intensos que nunca di y que ahora echo tanto de menos poder hacerlos. Le aprieto fuerte y lloro, porque sé que nada de eso que estoy viviendo es cierto.

Quiero preguntarle por mi padre, por si está también allí, pero no me da tiempo. Creo que él lo sabe, aunque no me lo oiga decir. Todo se desvanece en un instante, pero aunque han pasado horas desde que sucedió, toda la escena permanece en mí, sin que llegue a olvidar nada. Es tan intenso, tan real, que aunque fuera un sueño y durara un segundo y nada más, por eso puedo decir que anoche estuve en el Cielo.



jueves, 29 de agosto de 2024

La carrera


 







¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!

Estas palabras resuenan en nuestras cabezas. No queremos dejar ni un milisegundo fuera, y salimos rápido en cuanto podemos arrancar tras ese ¡ya!, que es como un pistoletazo.

Cada instante es importante. Es una carrera donde hay un solo ganador y un perdedor: Guille y yo. Yo y Guille.

Despegamos los pies y la arena salta hacia atrás debido a nuestro impulso frenético hacia adelante. Pero esta carrera que hacemos ahora, empezó a celebrarse mucho tiempo atrás.

Esta es la foto de la que probablemente fue la primera edición de esta magnífica competición. Desde aquel momento hace unos doce años, repetimos esa carrera. Ya no lo hacemos en una pista de atletismo, como la primera vez, sino en la playa, cuando estamos de vacaciones.

Como los espetos, el chiringuito y las palas en la playa, no ha habido desde entonces, un solo verano en que no hayamos revivido este momento. Es una tradición más. Sin faltar un solo año.

Siempre el último día, de la última tarde, cuando los rayos de sol parecen languidecer más que todos los otros atardeceres del verano. La arena, la espuma del mar y las olas quieren despedirse de nosotros, sabiendo que no nos volverán a ver hasta el año siguiente.

Antes de recoger por última vez todo nuestro despliegue, cuando apenas queda nadie en la playa, Guille siempre me pide, una vez más, que hagamos nuestra carrera. Confiado, espera que este año sea el que consigue, por fin, ganar a su padre. Nunca pierde la esperanza. Sabe que algún día llegará. Yo me esfuerzo para que ese día sea dentro de mucho tiempo, o si es posible, ¿por qué no?, que no suceda nunca.

Pero una cosa es cierta: Pasa el tiempo y los años. Y con ellos va variando la distancia que nos separa en cada carrera y el esfuerzo que me cuesta para ganarle. Es decir, cada vez menos en lo primero y mucho más para lo segundo.

Hoy volvemos a tener nuestro duelo. Esperaba que se le olvidara, pero no. Nunca se le olvida. Se debe ver fuerte. A lo mejor piensa, el muy iluso, que su gran día ha llegado. 

El no lo sabe, pero el año pasado tuve que apretar a fondo para no verme superado, pero si me costó mucho o poco, solo lo sé yo. Aún tengo margen para aguantar el tirón unos años más. Sea lo que sea, solo hay una cosa importante; pasar por delante de él y que muerda el polvo (o la arena), una vez más.

Sé que este año ha crecido mucho; la adolescencia también tiene sus aspectos positivos... Pero por mucho que haya estirado, o que esté en forma gracias al rugby, aún tengo mucha confianza en mis posibilidades. A lo mejor es mi último año de victoria, aunque no tengo la más mínima duda de quién ganará otra vez. Tengo una edad, pero físicamente estoy bastante bien. 

Trazamos una línea en la arena. Unos cien metros más adelante otra, con Lou, Marta y Clara de jueces, por si hiciera falta la photo-finish. Lo dudo. Mi victoria será incuestionable.

Chillan a lo lejos la orden para comenzar y obedientes, sin perder ni un instante, salimos en tromba, intentando marcar distancia uno con otro.

A los diez metros ya necesito la respiración asistida. Y las gafas. Porque apenas puedo ver ya a Guille. Ha salido como un cohete. La distancia que me saca es enorme. E insultante.

Veo que llega a la meta cuando voy un poco más de la mitad del recorrido. Encima, afloja el ritmo, dejándose llevar, y se gira hacia atrás, como para regodearse en la victoria.

Eso no lo hice yo, ni cuando corrimos por primera vez cuando él tenía tres años.

¡De dónde habrá salido este niño! ¡Qué vergüenza!

Eso no se hace con un padre. No hay derecho.


domingo, 26 de mayo de 2024

La Última

 

Siempre hay una última. Esa última copa que es la que más apetece, una última parte del partido donde están todas las esperanzas para remontar, la última cucharada del postre más rico, que se lo cedes a la persona que más quieres. Una última mirada que es la que se queda grabada en nuestra alma. Un último día de playa del verano, que te da fuerzas para que pase rápido el invierno, o ese último beso, que es el que más sabor tiene y que te hace amar y desear más.


Son tantas las veces en que la última no es la última, porque en el fondo sabemos que la vida nos volverá a otorgar una nueva oportunidad. La última película que fuimos a ver al cine, que será seguida por muchas otras, porque siempre esperaremos que sean mejores. Nos engañamos si pensamos que la última vez que salimos a cenar con aquellos amigos y que lo pasamos tan bien, no se va a repetir. O que ese último viaje, que fue tan inolvidable, que estemos deseando que pronto sea desbancado por otro mucho más maravilloso.


Pero hay otras tantas cosas, que aunque queramos con todas fuerzas que no lo sean, son últimas de verdad: el último suspiro, el último aliento, el último latido del corazón…


Escribo todo esto, porque me dirijo a una de esas últimas-últimas.


Llego a Tenerife, a encontrarme de nuevo con la casa que soñó mi padre. Esa casa que ideó, dibujando sus planos. Me acuerdo de tenerlo sentado junto a mí, explicándome cómo iba a quedar, entusiasmado por enseñarme las habitaciones y en especial, cómo iba a ser la mía. Incluso yo le sugerí cosas, que añadió. Cada fin de semana se levantaba muy temprano para llegar al terreno a amasar cemento e ir levantando tabiques, hasta construir todo lo que es hoy, con tanto amor, cariño e ilusión. 


Llego a la isla sabiendo que en unos pocos días vendrá alguien desconocido, a quien le hemos vendido la casa de mi padre. Esta casa que fue su sueño y que quiso tanto… Tanto, que sé sin dudarlo, que forma parte de él mismo. 


Esta nueva familia ocupará esos espacios que no hace mucho rellenaba mi padre y un poco más hacia atrás en el tiempo, yo mismo con él, hasta que inicié mi propia vida.

Estas personas llegarán con sus nuevos enseres, con sus vidas, sin imaginar todos los momentos que hemos vivido allí.

No podrán saber que cada rincón tiene un sentido y que mires donde mires, todo tiene un porqué. 

Nos iremos y ellos vendrán y solo quedarán los muros, que estaban antes plagados de cuadros, fotos y que ahora desnudos de cualquier recuerdo, como fieles testigos que tienen toda nuestra confianza, nunca contarán a nadie su historia, por muy bonita que fuera.


Recuerdo cuando mi tío Pepe vendió su casa del Médano hace muchos años a un inglés y le dejó sobre una repisa una nota a mano en su idioma. Le deseó que fuese tan feliz como él lo había sido allí con mi querida tía Piluca. Ahora ya entiendo todo lo que quería decir.


En mi casa de Guamasa viví una etapa importante de mi vida. Estudié mi carrera de Medicina, corrí mi primera carrera popular, o incluso aprendí a hacerme el nudo de la corbata, pensando que así ligaría más al salir los sábados por la noche. En esas habitaciones cambiamos los pañales de cada uno de mis hijos y les hemos visto crecer. Hasta a alguno se le cayó un diente y fueron visitados por el ratoncito Pérez. Pero este no fue el único visitante ilustre. También vinieron Papá Noel y hasta los Reyes Magos con sus regalos, dejándolos junto a la chimenea. Allí compartí mi vida con mi perro Phil, que se fue tan pronto y que tanto he echado de menos. Chicho, Bruno, y el bueno de Blas, hace mucho que también dejaron de corretear y ladrar por ese jardín y ese huerto, donde comí fresas, limones, naranjas, jugosos melocotones y esos deliciosos aguacates que recogíamos cada día y que me cuesta pensar que nunca más volveré a probar. En ese jardín planté mi primer árbol, del que colgué mi primera hamaca cuando esa palmera creció lo suficiente y que aún desafía al cielo con tocarlo algún día y encontrarse allí con mi padre.


Tal vez haga lo que hizo mi tío Pepe. Quizás les escriba algunas líneas a los nuevos dueños y se las deje a la vista, como hizo él. Y eso será lo último que haga en mi casa. Entonces me daré la vuelta y me iré, y sin mirar atrás para no llorar más, cerraré la puerta de mi casa… por última vez.


jueves, 25 de noviembre de 2021

Las palabras mudas



Nunca es tarde para encontrarse, para retomar viejas costumbres, o iniciar nuevas.
Esto es lo que me pasa de un tiempo a esta parte.
Desde hace unos meses hemos instaurado una buena costumbre. Hablar y hablar...

Hablamos y hablamos. Pero me doy cuenta que en nuestras charlas, en realidad soy yo el que habla, porque soy quien más necesita hacerlo. Y esto es algo novedoso, porque siempre he pensado que era algo que nos faltaba. 
-¡Cada uno es como es!- Como sueles decir siempre para justificarte y de paso, cuando te refieres a los demás, para no juzgar a nadie... 
Pero a decir verdad, muchas veces he echado de menos que estas conversaciones hubieran sido más frecuentes. Por eso guardo en un cofre del tesoro de mi memoria, aquellas que fueron especiales, en las que casi siempre los sentimientos estaban en una segunda capa, más profunda, pero casi asomando a la superficie. Tanto, que el Amor se podía apreciar bien desde fuera.

Has estado durante muchos meses acompañándome en mis sueños, cada noche. De madrugada, me he despertado excitado, con el corazón latiendo fuerte y los ojos llenos de lágrimas, porque en ellos yo solo quería una y otra vez, tocarte, acariciarte de nuevo, besarte por todas las veces que quise y no lo hice y hablar, hablar... Pero tú solo escuchas, sin decir nada. Esperando oírte, tus palabras para mí es como si fueran inertes, mudas. Pero ya no estás. Esos sueños se han acabado de repente. Algo ha pasado. Yo lo sé y por supuesto tú también.

Ahora te escribo desde fuera de nuestros sueños compartidos. En este blog, que como siempre, desde el primer día, sé que lo tienes marcado como favorito en tu navegador, para ser el primero en leerlo, aunque nunca me lo dijiste.

Quiero que sepas que me he dado cuenta. Me he dado cuenta de todo.
Aquel fin de semana en que cambié, muchas personas, entonces desconocidas para mí, me preguntaron que quién me había invitado. No es que no supiera la respuesta, pero me era muy difícil explicar que creía que me había traído mi padre, ése que hace casi un año que ha muerto.
Ese fin de semana he pensado mucho en ti, en nosotros. He llorado con mucha pena, con inmenso dolor, sin entender por qué te tuviste que marchar tan pronto, dejándome solo, como aquellas noches de tristes sueños de conversaciones con palabras mudas, en las que tu recuerdo era tan doloroso como intenso.

Todo esto que ha pasado es difícil de explicar para alguien tan racional como yo, que ha disfrutado tanto intentando cuestionarlo todo, buscando alternativas lógicas a todo. Recuerdo que mis intentos de razonar de una forma científica te exasperaban y apartabas mis agnósticas explicaciones, como retirabas del fuego una de tus deliciosas tortillas de papas cuando se estaba quemando. 
-No me hagas dudar, Mel. Yo creo. Y para mí, no le veo sino ventajas. Sé que cuando muera, habrá algo más allá. Y si no es así, no tengo nada que perder-. Dicho esto, la conversación no fue más allá.

Y no hemos vuelto a hablar del tema en muchos años, ni siquiera en nuestras recientes conversaciones nocturnas. No hacía falta, porque poco a poco me has ido llevando hasta aquí, casi sin darme cuenta. Desde el primer instante he notado tu presencia junto a mí, cómo me abrazabas y me acompañabas en el camino que querías que hiciera contigo. Ese fin de semana nos hemos vuelto a encontrar y sin dejarme hablar, ni decir nada, me mostraste la Verdad. 
-¿Ves, Mel? -me decías-, Tu padre siempre quiere lo mejor para ti y nunca te va a engañar. ¡Déjate querer! ¡Deja que Él entre en ti! ¡Abre tu corazón! Lleva tanto tiempo esperando este momento... 
Noté un golpe en el pecho y mis lágrimas, que no dejaron de salir, se volvieron esta vez, lágrimas de alegría. ¡Tenías razón! ¡Tienes razón, papá! ¿Cómo no me había dado cuenta...?
He aprendido a querer, pero también a no creer en casualidades. Todo esto tenía que ser así. ¡Claro! ¿Cómo pude ser tan ciego y no haberlo visto?
Miro dentro de mí y pienso: ¡Soy tan fuerte ahora! ¡Soy indestructible! No tengo ya miedo a nada, porque Él está conmigo. Mis lágrimas de dolor han quedado muy atrás. ¡Soy muy feliz...!

Ahora te tengo aún más cerca, más que cuando te podía tocar y abrazar y escuchar tu voz. Ahora sé por qué te fuiste y tus palabras, que en un tiempo fueron mudas, ahora están llenas y rebosantes de alegría y Amor.  Ahora, que Dios ha entrado en mi vida, por fin lo entiendo todo.

jueves, 21 de enero de 2021

El reflejo en el espejo



Tenía muchas ganas de volver por aquí, pero no tenía ganas de hacerlo. Quería estar de nuevo escribiendo, pero hubiera preferido no tener nada que contar y no tener un motivo para haber vuelto. 
Esta será la primera vez, la primera ocasión, en la que no leas una entrada de este blog, aunque no me llegaste a decir nunca que lo hacías. Lo leías, callabas, pero yo lo sabía. Tú lo sabes, yo lo sé, pero no nos lo decimos. Es el juego cuyas reglas, al final, acabé aceptando. Disfrutabas con las cosas que escribía tu hijo y lo sé... te sentías orgulloso de él.

Ahora todo sigue. Pero, ¿qué hacer cuando lo que era realidad entonces, ahora ya para siempre no serán más que recuerdos? ¿Qué hacer con el vacío? El de dentro y el de fuera...

Te has ido. Así, sin más, sin un simple adiós. Y aquí quedo yo, escribiendo, escribiendo, líneas que no leerás nunca.
Te vas, pero no te vas. Siempre se dice que cuando alguien muere, viven sus recuerdos. Contigo pasan más cosas.

Cada mañana empieza mi día, haga lo que haga, llevándote a todas partes.
A lo largo del día, como he hecho siempre, cojo el teléfono para llamarte, pero ya no tiene sentido. 
Me encantaría que una vez más descolgaras mi llamada y así contarte cosas, saber de ti, de cuándo volveremos a vernos, explicarte que Clara ha aprendido una nueva pirueta más, que sigue siendo la dulzura en persona, emborrachándonos con sus abrazos y besos a todas horas. Que Marta está enorme, creciendo cada día... Te asombraría ver el estirón que está dando cómo se ha vuelto una persona mayor casi sin darnos cuenta... Te gustaría saber que Guille sigue siendo ese niño especial que tanto nos pedías que cuidáramos. Un caballero que se rebela ante las injusticias y que como tú, sin tener que decirlo, demuestra a su manera que tiene un corazón enorme. Por eso sufre en silencio lo que te echa de menos...

De mí, querría poderte decir que he encontrado un trabajo que me apasiona, como el que tenía antes, pero no es así. En cambio, puedes estar contento porque he vuelto a ver pacientes y me he llevado una sorpresa. No pensé que disfrutaría tanto volviendo a mis orígenes, ayudando a los demás, en esta época tan difícil.

Estoy triste, pero no estoy solo. Lourdes está siempre conmigo. Me agarra la mano un segundo antes de que necesite que lo haga y me abraza justo antes de que sienta que sus abrazos van a ser mi consuelo.

No podemos hablar ya, tu teléfono no puede responderse, pero para mitigar el dolor, lo hago cada día con María. A veces estamos tristes, otras, un poco más. Para qué te voy a engañar...
Tere y Paco, los padres de Lourdes han decidido ejercer de padres adoptivos, así que con ellos y mi madre, puedes estar tranquilo, que cariño tengo por todos lados.

Me miro en el espejo cada mañana. Tal vez mis enormes e inútiles ganas de verte me confundan, pero sin poder evitarlo, en mi reflejo, te veo a ti. Mis recuerdos afloran al momento. Eres mi padre cuando tenías mi edad, aunque la imagen no es exacta. Ese hombre que veo, no es tan guapo como tú, lo sé. Sí, tal vez también con ojos azules, pero sin comparación con esos otros que decías bromeando, creyéndolo de verdad, que eran únicos y que enamorarían a cualquiera, por muy exigente que fuera. 

El espejo me devuelve a ti, pero a la vez soy yo. Solo es un reflejo y recuerdos, pero ocupan y pesan mucho. Es una carga difícil de soportar.

Ahora he pasado a ocupar tu lugar en este mundo. Te veo en mis sueños, en mis pensamientos y en cada espejo en el que me miro.  No te has ido, pero ya no estás. Y duele.

viernes, 31 de agosto de 2018

Una noche de verano























Una noche de verano. Una de esas que se alargan hasta horas que jamás soñaríamos estar despiertos durante el invierno. Así son las vacaciones. Esa laxitud te permite ser permisivo con tus gastos, con tus horarios y con la relación con tus hijos.
Aún hace calor, porque las noches de verano son así, de sonidos de grillos y de calor que no se quiere marchar. Llega la hora de irse a dormir. Porque aunque parezca mentira, ese momento existe.
Besos a todos, en varias sesiones repetidas, como no podía ser de otra manera en una familia en la que me ha tocado estar, donde los besos son como el oxígeno que se respira, o los pasos al andar. Rondas y más rondas de besos. Todos se van a sus habitaciones, pero cuando parece que ya comienza la calma, uno de ellos se da media vuelta y viene hacia mí. Estamos solos. Parece que lo sabe, porque nadie más nos escucha.
--Papá… —me dice.
--¿Qué pasa?
--Nada…
--Cuéntame.
--No, nada… Era una tontería —mientras amaga con volverse.
--Dímelo. Seguro que no.
--No sé… —duda, pero le ayudo con mi mano en su hombro.
--¿Sí?
--Es que… Solo quería decirte que te quiero. Que te quiero mucho.
Le abrazo. Se me adelanta y me abraza él.
--Yo también, Guille.
--…Y que me encanta que seas mi padre.

Aquella noche de agosto parece que la brisa quiere hacerse notar. Entra despacio por entre las ventanas entreabiertas. Nosotros le hacemos sitio.

miércoles, 18 de abril de 2018

La Luz de la Noche













-¿Qué es lo que ha pasado, Guille?
-Cuéntaselo a Papá, no tengas miedo- dijo su madre.
-¿El qué?
-Lo del cole, lo de esta mañana en clase... Explícaselo a Papá.
-No he hecho la presentación de mi poema.
-¿Por qué? Si ese poema para los Juegos Florales que has escrito sobre la Luna era precioso. Seguro que te eligen para representarlo en el teatro a todo el colegio. A mí me gustó mucho. ¿Verdad, Lourdes?

Ella asintió, mientras Guille comenzó a hablar y su explicación se llenó de sollozos:
-Estaba muy nervioso. Me puse a crujirme las manos y a temblar y todos se pusieron a reír. Entonces me callé, no continué y me senté en mi mesa.
-Pero si te lo sabías muy bien.
-¿Qué te dijo Silvia, tu profesora? --pregunté.
-Me dijo que no me preocupara y que volviera a salir a contarlo.
-¿Y saliste otra vez?
-No. Dije que no iba a salir más. Entonces me dijo que lo dejara para mañana.
-Pues mañana lo intentas otra vez.
-No, Papi. Me da mucha vergüenza. Seguro que lo hago fatal. Me da igual que no me elija nadie.
-Guille: no te tiene que dar vergüenza hablar delante de todos. Tú lo haces muy bien.
-No, Papá. No lo voy a hacer. Se van a volver a reír de mí.
-Escucha, Guille: -dijo su madre-. Con esa timidez no consigues nada. Piensa que es como un jugador de rugby, uno de esos que se escapa por la banda, vas corriendo a por él y lo placas con fuerza, como tú sabes hacer. Tienes que ganar a la timidez. Tú tienes que ser más fuerte.
-Con la timidez siempre perdemos cosas, Guille. Nunca, nunca, ganamos nada.
-Papa: tú me has dicho que cuando eras niño eras muy tímido. 
-Por eso te lo digo, Guille. En mi vida me he quedado sin poder hacer muchas cosas por mi timidez. Y eran cosas que me apetecían mucho.
-No quiero hacerlo. Me da igual. No puedo.
-Escucha una cosa, Guille. Nadie sabe tu poema. Si te equivocas, no se dará cuenta nadie. 

Se quedó mirándome, como cómplice de una estratagema que empezaba a gustarle.
-Te voy a dar unos trucos y verás cómo todo irá muy bien mañana.
-¿El qué?
-Cuando salgas, no te cojas las manos. Piensa que nadie se lo sabe mejor que tú. Es tu poema. Lo escribiste tú. Nadie puede decirlo mejor que tú. Empieza a hablar fuerte, para que te oigan los de la última fila. No mires a los que tienes delante. Mira la pared del fondo, luego despacio, mientras sigues recitando, miras la esquina del fondo a la izquierda, luego la de la derecha. Vas hablando despacio y entonces miras a la gente de la derecha, luego al frente y luego a la izquierda, y vuelves a empezar. Todos pensarán que les estás hablando a cada uno de ellos, pero en realidad tú estás dando vueltas con tu mirada por la clase sin fijarte en nadie. Así parecerás muy seguro. Ya verás que así te saldrá súper bien.
-Pero no voy a ganar.
-Da igual, Guille -dijo Lourdes-. Le ganarás a la timidez. Lo demás no importa. Tú eres más fuerte y podrás con ella.
Después de un rato, Guille se fue a acostar. Le di un beso de buenas noches. 
-No te preocupes por nada -le dije-. Todo irá muy bien. Te quiero.
Apagó su luz, cerró sus ojos, y en seguida se quedó dormido.

Se hace de día. Hoy estoy de guardia en la ambulancia. Van pasando las horas y llega la hora de comer. Llamo a Lourdes. Estoy impaciente por saber de él.
-Espera -me dice, casi sin saludarme- Guille tiene algo que decirte.
-¿Cómo ha ido, Guille?
-Muy bien, Papi. He dicho mi poema.
-Me alegro mucho. ¿Qué tal?
-¿Sabes una cosa? Me han votado los niños y he quedado tercero.
-¡Muy bien! Estoy muy contento, Guille. 
-Espera, que es el que ha quedado segundo dice que le da mucha vergüenza y que no quiere ir al teatro, así que iré yo.
-¡Qué bien! ¡Me alegro un montón!
-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
-Que me equivoqué en una palabra, pero como nadie sabía mi poema, no se dieron cuenta.
-¡Te lo dije!
-Ya...
-Guille: 
-Dime, Papi.
-Que estoy muy orgulloso de ti. Te quiero mucho.
-Yo también, Papi.


domingo, 8 de marzo de 2015

La corbata







Mi padre me contaba que de niño iba al colegio con corbata. Como todos los demás niños de aquellos años. Por supuesto, cuando se hizo mayor y fue a la Universidad, todos los jóvenes de aquel entonces llevaban esta prenda. Anudarse una corbata al cuello era tan obvio como ponerse pantalones y camisa antes de salir a la calle. Por eso le extrañó tanto y probablemente lo vería ya no solo como que los tiempos estaban cambiando, sino como una auténtica decadencia, el día en el que me llegó a mí el momento de ir a la Facultad.

- ¡Qué vergüenza! - me decía - Con esa barba de tres días, un estudiante de Medicina... No me digas que no te afeitas cada día porque te pica la cara...
- Pues sí, me pica... - pensaba yo en silencio, ya que me habían dejado sin excusa - y además se lleva así...
- Yo no entiendo las cosas de ahora. En mi época todos íbamos con corbata y si alguno se le ocurría aparecer por clase sin corbata, no le dejaban ni entrar...
 
Evidentemente eran otros tiempos. Pocas ocasiones tenía el joven de mi época de ponerse corbata, salvo alguna boda o la magnífica oportunidad que para un canario se le ofrece cada año, con los famosos carnavales. Lástima que yo no he sido nunca nada carnavalero.
 
Pero a pesar de que para mi generación ya no era un complemento de obligado vestir, seguramente por ese motivo, mi habitual carácter rebelde no tenía un pensamiento de rechazo hacia la corbata, sino todo lo contrario: En realidad, una cierta atracción.
Cuando cumplí los veinte años sentí la necesidad de en algún momento ponérmela y aproveché alguna salida de fin de semana para combinarla con mis vaqueros y chaquetas de tergal, tal y como se llevaba entonces.
 
Aprendí a hacer el nudo de la corbata gracias a Salvador, un gran amigo de mi padre, que cada sábado venía a casa con su mujer a cenar. Él me enseñó dos variantes (ahora sé tres, gracias a mi amigo Jordi Font) y consiguió que cada vez que me anudo una corbata le recuerde y me pregunte en qué constelación de ese inmenso cielo al que se marchó, estará...
 
Y salvo esas pequeñas excepciones de vez en cuando, en las que me atreví a largarme una corbata, y de esta manera dar un poco la nota con respecto al resto de amigos y gente de mi edad, pocas oportunidades tuve para repetir prenda, de una forma más o menos habitual. 
- Tal vez cuando acabe la carrera y sea médico - pensé, pero cuando pude empezar a ejercer, me vistieron de colores chillones, con reflectantes en los pantalones, un polo blanco de puños y cuello azules y un chaleco de color amarillo huevo, o como se dice despectivamente en mi isla, de color amarillo canarión.
 
Eso no impedía que cada vez que tenía ocasión, me fuera comprando alguna corbata, acumulándose en mi armario, soñando que llegara algún momento en el que se convirtiesen en una prenda diaria. Pero a pesar de mis deseos, la corbata ha sido siempre la gran ausente en mi vida.
 
La corbata es como la vida misma. Elegir adecuadamente una es a veces algo arriesgado, porque luego hay que colocarla sobre una camisa y un traje y conjuntarlo todo para que quede perfecto, sin estridencias. Decía que las corbatas son como la vida misma: Hay una fina línea que separa la elegancia o la modernidad, de la horterada. Si no, hagan la prueba y analicen esas corbatas que van circulando por la calle y se cruzan en nuestro camino. Describen perfectamente la personalidad del pedazo de carne que tiene atenazada la corbata.
Por mi trabajo de médico de emergencias he ido cambiando varias veces de uniforme. He tenido pantalones grises, pantalones blancos, azules eléctricos, otros azules marinos, pantalones con cuatro bolsillos, con cinco bolsillos, con velcro, sin velcro, camisa de botones, polos de algodón de color blanco, de color rojo, polos que parecían camisetas de fútbol de colr amarillo o incluso naranja, por no dejar de mencionar los inolvidables chalecos y chaquetones amarillo Gáldar, amarillo Arguineguín e incluso unos de color amarillo Maspalomas.
 
Todo esto, pero de corbata nada.
 
A lo mejor uno por sistema quiere lo que no tiene, puede ser... pero la verdad es que siempre he escuchado con asombro a trabajadores de corbata diaria diciendo:
- ¡No sabes el coñazo que es llevar corbata! ¡Todo el día con la corbata apretándote el cuello...! ¡A quién se le ocurriría inventar la corbata! ¡Estoy deseando que lleguen las vacaciones sólo para no tenérmela que poner...!
Les oigo y sin querer lo comparo con esa otra blasfemia que también escucho de vez en cuando:
- Mmmm. ¡El chocolate es el mejor sustituto del sexo!
 
Y para continuar hablando de placeres, pocos hay tan gratos como cuando terminas de anudarte la corbata y queda perfecta a la primera. Es un acontecimiento casi mágico. Siempre que me sucede tengo unas ganas irrefrenables de marcar con rotulador indeleble el punto en el que comencé a pasar un extremo bajo el otro,para que la ocasión se repita.
 
Desde siempre he soñado con tener un trabajo que me obligue a ir en corbata cada día. Y si he de confesar algún tipo de fetichismo, mi sueño erótico por excelencia es una variante de ese aquí te pillo aquí te mato con el que todos los hombres soñamos con encontrarnos para cuando llegamos a casa. Pero en mi particular versión, justo al flanquear la puerta, te agarran de un tirón de la corbata, obligándote a acercarte a ella, besar sus labios y atrapado por esa correa, así estar a su completa merced.

Igual que nunca dudé que el amor de mi vida algún día iba a llegar, aunque ignoraba cuándo, ni quién sería, cuando apareció  la reconocí de inmediato. Con la misma certeza, de alguna manera sabía que mis días de corbata estaban por venir.
Pienso que la vida son ciclos más o menos largos. El mío parece que comienza a cerrarse. Hace apenas más de un mes que he cambiado de trabajo. Llevo buscando algo así desde hace tres años, tal vez más. Cada día me levanto muy feliz porque por fin puedo vestir mi colección de corbatas que esperaban ansiosas que alguien las retorciera y luciese con orgullo.
Aquí estoy, cada mañana, dejando a los niños en el colegio y marchando al nuevo trabajo muy contento con mi nueva vida. Y mis corbatas.
Las paseo muy feliz todo el día, hasta que llego a casa. A ver si un día de éstos me encuentro con la sorpresa de que los niños no están y entonces sí que espero poder cerrar el círculo completo. Y cuando eso suceda podré decir a todos algo que pienso desde hace muchos años:
Que donde esté una corbata, que se quite el chocolate.

jueves, 8 de julio de 2010

Rojo














El Barón Manfred von Richthofen era el terror del aire durante la Gran Guerra. La aparición entre las nubes de su avión pintado de rojo, desafiaba a aquellos combatientes que se atrevían a retar a aquel as de la aviación. Cerca de ochenta aeronaves fueron abatidas por el certero aviador antes de ser derribado por un tal "Roy" Brown, que la posteridad no le ha dotado de un lugar notorio en la caprichosa Historia de la Aviación.

Marte es el planeta rojo, nuestra próxima estación planetaria. Marte era el dios de la guerra romano. Su color recordaba a los antiguos el de la sangre derramada por los guerreros. Este planeta constituye una gran elipse semántica que me ha fascinado desde que la descubrí tras leer Cosmos, de mi querido Carl Sagan. Marte es rojo debido al alto contenido en hierro de las rocas de su superficie. Ese hierro también es el componente de la hemoglobina de los hematíes, que le otorga esa coloración a la sangre.
Marte, la sangre, el planeta, el hombre y el rojo, son pues, una misma cosa.

La primera vez que leí Cosmos fue el mismo año que oí por primera vez decir que España, el equipo que vestía de rojo, era el mejor del mundo. Teníamos el mejor portero y todos en el colegio queríamos ser Arconada o Santillana, el mejor rematador de cabeza que ha existido nunca.
La noche que fuimos eliminados de nuestro Mundial, el de España, el de Naranjito, me retiré a mi litera llorando antes de que acabara el partido y aquella fue la primera y la última vez que lloré por una derrota deportiva.
Las victorias que vinieron después (la épica gesta contra Malta, el baño de Butragueño a Dinamarca en Méjico 86), tenían un tinte de miedo añadido, pues sabías que más tarde o más temprano, vendría la decepción. "Siempre seremos unos quijotes", decía mi padre puntualmente en cada partido y como dos socios de un club que comparten asiento en la grada de herradura, hemos vivido juntos cada uno de los sinsabores, medias alegrías y tristezas que nos ha ido dando la selección desde aquel lejano 1982.

Ya hace unos años que abandoné aquel palco, para ver los partidos de mi selección desde el cómodo sofá de mi nueva casa, con mi televisión plana y desde que soy mayor, con una cerveza en la mano. Mi antiguo y fiel compañero de localidad lo tengo ahora a unos miles de kilómetros de aquí. Por eso hoy, cuando España se ha clasificado para la final del Mundial de fútbol, la primera persona en la que he pensado es en él, porque si hubiese estado con mi padre, habríamos vibrado juntos, levantándonos mil veces del asiento, me habría contagiado de su impaciencia y nerviosismo desesperante. Sé que se ha estado comiendo cada una de las uñas, se ha tomado las pulsaciones, y se ha servido una cerveza, que le habrá durado medio partido. Si hubiésemos estado juntos, habría maldecido una y otra vez cada gol fallado, cada error, cada balón perdido. Discreparía agriamente con el realizador de la televisión por centrarse en los banquillos y no enfocar el juego en el campo, estaría resoplando y habría mencionado de nuevo El Quijote, y cuando hubiese llegado la explosión de alegría por la victoria de España, aunque hubiera querido evitarlo, algo innato y superior a él, le habría detenido. No llegaría a hacerlo, pero sé que habría soñado con abrazarme, para festejar juntos, por fin,  por ese momento de felicidad por el que hemos estado esperando tanto tiempo.

domingo, 16 de mayo de 2010

Prueba superada

A menudo se habla de la adolescencia como esa edad conflictiva con la que se atemoriza a los jóvenes padres. Pero nadie te advierte de otras etapas más problemáticas que tienen lugar mucho antes.
Los que ya han pasado por ellas, saben perfectamente lo que quiero decir cuando me refiero a la traumatizante retirada del chupete (yo todavía recuerdo la mía), la sustitución del biberón por ese nuevo y desesperadamente lento desayuno en recipiente tipo taza, el cambio de la cuna a la cama, lo que hace de por sí, un poco más ligero el sueño de los padres y sobre todo, el tema que hoy me ocupa, ese proceso que no tiene vuelta atrás una vez has comenzado: el quitar los pañales.
Tomando como referencia a su hermana y dado que la semana que viene ya cumple dos años, pensamos que a Guille ya le tocaba dar ese importante paso. Así que desde hace diez días estamos inmersos en el estresante proceso de enseñarle a controlar sus esfínteres.
De momento nuestra actuación es casi como la de los bomberos que van moviendo la lona para capturar al suicida que se arroja al vacío. Casi estamos persiguiendo al niño por toda la casa con el orinal en la mano, preguntándole:
- Guille: ¿Quieres hacer pis? - su respuesta siempre es un sonriente No, aunque veas cómo el chorrillo va cayendo al suelo...
A pesar de todo, las aguas menores están en un proceso avanzado y creo que como los grandes incendios forestales, estamos a punto de controlarlo. Adelantándonos al rebosamiento de la presa, puntualmente cada media hora lo sentamos y él generosamente nos proporciona el líquido elemento.
Ayer fuimos invitados al bautizo y posterior festejo del hijo de unos buenos amigos. Un acontecimiento tan especial merecía un entorno acorde con la magnificencia del evento, por lo que finalmente lo celebramos en el Real Club de Polo de Barcelona. Precioso lugar emblemático, que además estos días celebra un torneo internacional de polo, por lo que lo más florido de este deporte y de la burguesía catalana, estaría presente en sus instalaciones.
Como no podía ser de otra manera y acorde con el lugar tan pichiflé, mi querido hijo se me acercó y con su de momento, espero, limitado vocabulario, me dice:
- Papi, pis...- y de ahí marchamos al servicio, donde se confirmó su solicitud.
Es un momento emocionante para unos padres el ver cómo la comunicación con tus hijos se va estrechando y nos vamos entendiendo. Este gesto de confianza y progreso incluso emocionó a su madre, muy sensible en esta época de disparate hormonal gravídico.
Como refuerzo positivo se le hizo toda la fiesta que el lugar permitía, pues no era cuestión de gritar a los cuatro vientos: ¡Bravo, Guille! ¡Has hecho pis...!
Muy bien - pensé - esto va por buen camino. Antes de nada, su madre estará reprendiéndolo por ensuciar la taza o por no tirar de la cisterna. Vamos, que en menos de un mes está hecho un hombre...
Esto bien se merecía una cerveza para celebrarlo....
Al cabo de un rato, de repente me llama Joaquín, el abuelo del homenajeado:
- Mel, mira lo que ha hecho tu hijo... - me dice señalando el suelo con sonrisa socarrona.
Ahí, en medio de la terraza del Real Club de Polo de Barcelona, ante los ojos de todo el mundo, depositado elegantemente tras haberse deslizado y rodado por la pernera del pantalón de Guille, yacía un señor truño. Junto a él, su autor, mi hijo, sonriendo orgulloso, como satisfecho del trabajo bien hecho.
Me parece que esta etapa va a ser más complicada de lo que pensábamos. Menos mal que esta semana tengo un montón de guardias...

jueves, 6 de mayo de 2010

El nido

Tomando como base de inspiración la idea de que un lector necesita de una paz y tranquilidad para disfrutar de su placer más exquisito, el estudio de arquitectura danés Dorte Mandrup Arkitekter ha creado una especie de casita de jardín, un híbrido entre invernadero y sauna nórdica, de madera, que proporcione confort y aislamiento para todo aquél que desee oir sólo sus pensamientos como único sonido ambiente. Ese diseño lo han bautizado Read-Nest, o lo que es lo mismo, el nido de lectura.
Pero lo que me llevó a ese descubrimiento, no es el profundizar en mis escasos conocimientos en arquitectura danesa, sino la búsqueda en la red de ese mal poco conocido, que afecta a las mujeres, pero que por extensión, sólo lo padecen los hombres: El síndrome del nido.
Como padre de familia numerosa, creo que soy una voz autorizada para hablar de este padecimiento masculino.
Cuando tu mujer está embarazada, a pesar de tus consejos, aunque aparentemente la hayas convencido, sufre del impulso irrefrenable de llenar la casa de objetos tan dispares como: chichoneras para la cuna, termómetro para el baño, cambiador, portapañales, tijeritas para las uñas, el moisés, el maxi-cosi, el perrito que impide que se gire en la cuna, perita para absorber mocos, biberones, limpia-biberones, hierve-biberones, calienta-biberones, biberones de repuesto, tetinas para biberones, chupetes, bañerita, esponja, albornoz, toallas, toallitas, toquillas, mantillas, patucos, bodies, pijamitas, todo en su adecuado color rosa/azul y un sinfín de otros elementos imprescindibles para el adecuado desarrollo del recién nacido.
Recuerdo en una ocasión tal compulsión, que a Lou tuvo que echarla de la tienda una honesta dependienta, diciéndole cariñosamente: "Vete, vete, porque hoy me comprarías toda la tienda...."
Pero que no crea el ingenuo padre primerizo que una vez tenga ese hogar todas las necesidades cubiertas, que ante la llegada de un nuevo retoño el síndrome no aparecerá. ¡Ni mucho menos! Si tenías una niña y ahora viene un niño, hay que hacerse con todo del color oportuno ¡Aunque no lo vaya a usar nunca...! ¡Cómo va a usar el niño la chichonera de la cuna rosa de su hermana! ¡Por favor...!
¿Y qué pasa si la intrépida pareja decide continuar llenando la casa de niños, si es que todos esos cachivaches dejan sitio para alguien más? ¿Ella se cura? No, claro que no...
Todo esto me lleva a comentar el día de hoy. Acrecentado y avivado por la visita rutinaria al ginecólogo, el virus ha vuelto a aparecer... El impulso ha sido poco intenso. Tan sólo nos ha llevado (me ha llevado), a pintar zócalos, el alféizar de la ventana de la cocina y para tener la tarde entretenida, un cambio de muebles entre habitaciones. Esto es, desmontar la cuna de Guille, montarla en la antigua habitación de Marta, desmontar el cambiador en el cuarto de Guille, desmontar la cama de Marta, llevarla a la antigua habitación de Guille, montar el cambiador en el cuarto de Marta, todo bajo la sabia batuta de la poseída por el virus del nido. Menos mal que han venido a socorrerme mi cuñado Fran y su padre, a la postre mi suegro. El solista se convirtió en una orquesta de cámara, que al final contra todo pronóstico, conseguió acabar el concierto a la hora prevista, cuando llegaron los niños del cole, a contemplar su nuevo cuarto.
Esta noche duermen por primera vez Marta y Guille en la misma habitación. Ir a verlos antes de acostarnos ha sido la mayor sensación de paz que se puede experimentar y el mejor regalo al final del día.
Al fondo de la casa queda un cuarto vacío, casi preparado para su llegada.
Creo que yo también me he contagiado del síndrome del nido.
Clara, ven pronto, te estamos esperando, tenemos todos muchas ganas de verte...