Mostrando entradas con la etiqueta verano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta verano. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de agosto de 2018

Una noche de verano























Una noche de verano. Una de esas que se alargan hasta horas que jamás soñaríamos estar despiertos durante el invierno. Así son las vacaciones. Esa laxitud te permite ser permisivo con tus gastos, con tus horarios y con la relación con tus hijos.
Aún hace calor, porque las noches de verano son así, de sonidos de grillos y de calor que no se quiere marchar. Llega la hora de irse a dormir. Porque aunque parezca mentira, ese momento existe.
Besos a todos, en varias sesiones repetidas, como no podía ser de otra manera en una familia en la que me ha tocado estar, donde los besos son como el oxígeno que se respira, o los pasos al andar. Rondas y más rondas de besos. Todos se van a sus habitaciones, pero cuando parece que ya comienza la calma, uno de ellos se da media vuelta y viene hacia mí. Estamos solos. Parece que lo sabe, porque nadie más nos escucha.
--Papá… —me dice.
--¿Qué pasa?
--Nada…
--Cuéntame.
--No, nada… Era una tontería —mientras amaga con volverse.
--Dímelo. Seguro que no.
--No sé… —duda, pero le ayudo con mi mano en su hombro.
--¿Sí?
--Es que… Solo quería decirte que te quiero. Que te quiero mucho.
Le abrazo. Se me adelanta y me abraza él.
--Yo también, Guille.
--…Y que me encanta que seas mi padre.

Aquella noche de agosto parece que la brisa quiere hacerse notar. Entra despacio por entre las ventanas entreabiertas. Nosotros le hacemos sitio.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Vacaciones



















Debo reconocer que soy un privilegiado. Por varios motivos: Primero por poder irme de vacaciones, señal inequívoca de que tengo trabajo, lo cual en estos días es casi un lujo y por otro lado, por poder hacerlas en agosto, lo que hace que en el trabajo me llamen el Marqués, porque siempre acabado arreglándolo y las consigo tener este mes. 

Hubo una época cuando todavía los niños no habían llegado, en la que las vacaciones tenían otro planteamiento. Los horarios eran tan flexibles que no existían y los planes se improvisaban de un día para otro. Recuerdo con mucho cariño un viaje romántico que hicimos con nuestro Polito a Italia, sabiendo únicamente el comienzo, en Arlés y el Lago di Como y el resto fue planeado cada jornada anterior, reservando hotel el día antes al salir del hotel anterior. Así pudimos recorrer la Liguria y la famosa Toscana por carreteras secundarias, disfrutando del paisaje, del amor y de la perfecta compañía.
Ahora con niños, el verano ha cambiado. Esta es la familia Cebolleta, clásica familia numerosa de posguerra. Es mi familia, que paso a presentar para quien no la conozca y con ellos, paso mis vacaciones.

- Tere (mi suegra): Es una suegra atípica (porque es verdad y además porque es muy posible que lea este blog). Es mi mejor aliada y eso le hace ser distinta a las demás suegras. Siempre (o eso creo) está de mi parte. Siempre servicial y nada "metijona", es una ayuda imprescindible ante tanto niño y bebé, como describiré más adelante. Como contrapartida, le tengo prometido para dentro de muchos años, cuando sea una anciana, servirle carajillos camuflados de cortados, a escondidas de su hija.

- Paco (mi suegro): Es mi compañero de viaje en coche hasta Málaga, llevándome sin error durante 1100 Km de una tirada. Somos los encargados de la intendencia, yendo a hacer la compra cada día. Su presencia le da un poco de cordura a una casa, poblada en su mayoría por mujeres. Su punto de vista de las cuestiones cotidianas de sobremesa, hace los días sumamente entretenidos. A él hay que achacarle el que me llamen snob, que aunque no lo reconocerá nunca, sé que le encanta que lo sea.

- Belén (mi cuñada): Bautizada por mí, como María Angustias, por su lábil estado de salud, ha sido el gran fiasco de estas vacaciones. Mis intenciones eran endosarle a sus sobrinos y así tener una niñera para podernos ir de cenitas románticas, pero se ha desmarcado con una infección de caballo, con unas amígdalas, de mismo tamaño que unas canicas, que en mi tierra, cuando era niño, llamábamos bacotas. Tiene el mérito de haber logrado que no se me olvide que soy médico, lo que era una de mis intenciones en estas vacaciones. La otra, era ofrecerla a algún jeque millonario de Marbella, pero visto lo visto y tal como está el género, me llevaré la mercancía sin vender, de vuelta a Barcelona.

- Lourdes: No necesita presentación pues es el origen, el destino, la causa y el efecto, y la felicidad, de toda mi vida. Y si esto no es poco y alguien quiere saber más de ella, porque no se lo cree, que consulte aquí, aquí, aquí, o aquí.

- Tiri (la mayor): De vocación domadora de orcas, por su carácter apacible, sosegado y tranquilo, en vez de cetáceos, debería ser entrenadora de saltamontes. De nueve años, tiene la capacidad mimética de poder adaptarse y jugar con cualquiera de sus hermanos, incluso pelearse por el mismo juguete, a pesar de la diferencia de edad. Es muy alegre, jovial, cariñosa y sobre todo, muy noble y nada rencorosa. Cada verano constituye una aventura el conocerla y un deleite para sus hermanos pequeños.

- Marta (la princesa): Esta joven aspirante a reina, de cuatro años es de una locuacidad e inteligencia muy divertida. De Marta ya he hablado en alguna ocasión y de sus anécdotas.
Me comentaba ayer: Papi, ¿verdad que Frankfurt está en Francia?
No he podido decirle que no. Me ha confesado que aunque se lo está pasando muy bien en Málaga, le encantaría ir a ese país en el que los coches son barcos.
Marta es para mí, fuente de inspiración permanente. Eso sí, sus virtudes son Gómez y sus defectos le asemejan a los Carrillo. ¡Faltaría más!

- Guille (el señor de la casa): Es la alegría. El heredero universal de la Casa de los Carrillo. Admirador incondicional de su padre, (lo que no le reprocho en absoluto),  este verano se ha declarado un apasionado amante de los toches (coches). Ahora ha comenzado a hablar de forma más suelta y ha aprendido a hacer pis agarrándosela con las dos manos y describir una parábola que le divierte mucho. Esto, junto a esa cara de travieso y su sonrisa seductora, conseguirán que tenga un futuro lleno de éxitos.

- Clara (la nueva): Lleva apenas dos meses con nosotros y su presencia se hace notar en todo momento. Es el claro ejemplo de que el Dr Estivill no es infalible. Esperamos con ansia que esos pulmones le sirvan el día de mañana para ser diva del Bel-canto o estrella del pop que nos permita ir de vacaciones todos a Saint-Tropez, a Montecarlo o a las mismísimas islas Seychelles.


sábado, 26 de junio de 2010

Tardes de parque


















He oído contar desde pequeño muchas cosas. Una de ellas es que a medida que se acerca el verano, los días se hace más largos. Tal vez eso sea cierto ahora, pero no desde luego, cuando empezaron a decírmelo.
Recuerdo cuando ya no tenía clase (colegio), como he dicho en alguna ocasión, clase y glamour tengo para repartir.. Pues bien, inmersos en las vacaciones, nos podíamos quedar a jugar en la calle hasta que se hacía de noche, o hasta que oíamos el silbido de mi padre (el famoso Fiu-Fi-Fi). Más frecuentemente lo segundo, que lo primero.
Eso de que los días eran largos era un completo embuste. Jugando con tus amigos, se te hacían desesperadamente cortos y cuando llegaba la oscuridad, que era el mejor momento para jugar al escondite, o para permanecer en la guarida de los ladrones, agazapado,  invisible para los policías, surgía de entre el crepúsculo de la tarde, proviniente de las alturas, el silbido de mi padre. 
En esos momentos odiosos, me prometí que cuando fuese mayor, corregiría cada uno de los defectos que veía en los míos. Una buena forma sería dejar que mis hijos jugasen hasta que ellos decidieran cuándo tocaba el fin. Se acabaría la ignominia de ser siempre los primeros en subir a casa.
Por supuesto, ahora en la edad adulta incumplo cada una de las promesas que me hice de niño y como un eco que no cesa, escucho sin querer, salir de mi boca las mismas frases que ellos me decían a mí.

Ahora los días no son tan cortos como cuando era niño. Pero tampoco son tan largos como me quieren hacer creer. Los días son eternos, interminables...
Y el que tenga niños en número superior a dos y en edad vacacional, sabe a lo que me refiero. No es producto del calentamiento de la corteza terrestre, ni de la desviación del eje de la Tierra por el terremoto de Chile. Se debe a la constatación práctica de que son como el juguete de mi infancia, el Cinexín.
Mis hijos, no tienen fin.
Las tardes las pasamos en el parque, tratando de cansarlos y llevarlos a la extenuación, cosa que consigo cada día, pero la mía.
Siempre hay Un poco más, la última vez, ya voy...
Pero si he de ser sincero, esos ratos muertos en el parque me permiten reflexionar y recordar mi infancia. El otro día me vino a la memoria aquella historia real, por supuesto, de un primo de un primo de un amigo, que me juró que había visto cómo un niño se columpió tanto, que fue capaz de darse la vuelta por completo.
- ¡Qué valiente! - pensé - Yo en cambio soy un cagado, que en cuanto noto esa cosa en la barriga, me voy frenando...
Son 360º de mito infantil clásico. Para mi sorpresa, esa hazaña la fue repitiendo esa criatura en cada pueblo, en cada parque, en cada columpio, pues es como la conocida historia de la autoestopista, que se ha subido a todos los coches en cada curva de cada carretera de nuestra geografía...

En fin, ya me van quedando pocos días de permiso penitenciario, perdón, permiso de paternidad y en breve comenzaré a ver pacientes de nuevo, a cruzarme los semáforos en rojo, a comer de tres intentos y a ir a saludar a borrachos a las cuatro de la mañana. De tal belleza es la vida laboral del médico de emergencias.
Hasta que llegue ese fatídico momento, voy empujando la pequeña espalda de Marta, mientras se balancea en el columpio y me va pidiendo: "Ahora más fuerte... no, Papi, flojito, que tengo miedo... Papi. empújame más... Papi, no me empujes que lo hago sola... Papi, empuja que me estoy parando..."
Yo le digo: Marta, no te empujo fuerte, porque yo conocí un niño, que llegó a darse la vuelta entera...
Ella me mira con sus grandes ojos y con la boca abierta, asombrada por el increíble relato. Mientras, voy mirando con el rabillo del ojo, por si aparece de verdad ese niño trapecista y Marta me dice que le empuje más fuerte...