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miércoles, 18 de abril de 2018

La Luz de la Noche













-¿Qué es lo que ha pasado, Guille?
-Cuéntaselo a Papá, no tengas miedo- dijo su madre.
-¿El qué?
-Lo del cole, lo de esta mañana en clase... Explícaselo a Papá.
-No he hecho la presentación de mi poema.
-¿Por qué? Si ese poema para los Juegos Florales que has escrito sobre la Luna era precioso. Seguro que te eligen para representarlo en el teatro a todo el colegio. A mí me gustó mucho. ¿Verdad, Lourdes?

Ella asintió, mientras Guille comenzó a hablar y su explicación se llenó de sollozos:
-Estaba muy nervioso. Me puse a crujirme las manos y a temblar y todos se pusieron a reír. Entonces me callé, no continué y me senté en mi mesa.
-Pero si te lo sabías muy bien.
-¿Qué te dijo Silvia, tu profesora? --pregunté.
-Me dijo que no me preocupara y que volviera a salir a contarlo.
-¿Y saliste otra vez?
-No. Dije que no iba a salir más. Entonces me dijo que lo dejara para mañana.
-Pues mañana lo intentas otra vez.
-No, Papi. Me da mucha vergüenza. Seguro que lo hago fatal. Me da igual que no me elija nadie.
-Guille: no te tiene que dar vergüenza hablar delante de todos. Tú lo haces muy bien.
-No, Papá. No lo voy a hacer. Se van a volver a reír de mí.
-Escucha, Guille: -dijo su madre-. Con esa timidez no consigues nada. Piensa que es como un jugador de rugby, uno de esos que se escapa por la banda, vas corriendo a por él y lo placas con fuerza, como tú sabes hacer. Tienes que ganar a la timidez. Tú tienes que ser más fuerte.
-Con la timidez siempre perdemos cosas, Guille. Nunca, nunca, ganamos nada.
-Papa: tú me has dicho que cuando eras niño eras muy tímido. 
-Por eso te lo digo, Guille. En mi vida me he quedado sin poder hacer muchas cosas por mi timidez. Y eran cosas que me apetecían mucho.
-No quiero hacerlo. Me da igual. No puedo.
-Escucha una cosa, Guille. Nadie sabe tu poema. Si te equivocas, no se dará cuenta nadie. 

Se quedó mirándome, como cómplice de una estratagema que empezaba a gustarle.
-Te voy a dar unos trucos y verás cómo todo irá muy bien mañana.
-¿El qué?
-Cuando salgas, no te cojas las manos. Piensa que nadie se lo sabe mejor que tú. Es tu poema. Lo escribiste tú. Nadie puede decirlo mejor que tú. Empieza a hablar fuerte, para que te oigan los de la última fila. No mires a los que tienes delante. Mira la pared del fondo, luego despacio, mientras sigues recitando, miras la esquina del fondo a la izquierda, luego la de la derecha. Vas hablando despacio y entonces miras a la gente de la derecha, luego al frente y luego a la izquierda, y vuelves a empezar. Todos pensarán que les estás hablando a cada uno de ellos, pero en realidad tú estás dando vueltas con tu mirada por la clase sin fijarte en nadie. Así parecerás muy seguro. Ya verás que así te saldrá súper bien.
-Pero no voy a ganar.
-Da igual, Guille -dijo Lourdes-. Le ganarás a la timidez. Lo demás no importa. Tú eres más fuerte y podrás con ella.
Después de un rato, Guille se fue a acostar. Le di un beso de buenas noches. 
-No te preocupes por nada -le dije-. Todo irá muy bien. Te quiero.
Apagó su luz, cerró sus ojos, y en seguida se quedó dormido.

Se hace de día. Hoy estoy de guardia en la ambulancia. Van pasando las horas y llega la hora de comer. Llamo a Lourdes. Estoy impaciente por saber de él.
-Espera -me dice, casi sin saludarme- Guille tiene algo que decirte.
-¿Cómo ha ido, Guille?
-Muy bien, Papi. He dicho mi poema.
-Me alegro mucho. ¿Qué tal?
-¿Sabes una cosa? Me han votado los niños y he quedado tercero.
-¡Muy bien! Estoy muy contento, Guille. 
-Espera, que es el que ha quedado segundo dice que le da mucha vergüenza y que no quiere ir al teatro, así que iré yo.
-¡Qué bien! ¡Me alegro un montón!
-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
-Que me equivoqué en una palabra, pero como nadie sabía mi poema, no se dieron cuenta.
-¡Te lo dije!
-Ya...
-Guille: 
-Dime, Papi.
-Que estoy muy orgulloso de ti. Te quiero mucho.
-Yo también, Papi.


miércoles, 28 de mayo de 2014

De amanecida












Alguna vez que otra, me toca alguna guardia mala. Y ésa fue la del viernes pasado. Toda la noche dando vueltas, por obra y gracia de mis compañeros de la central de coordinación, esos seres temerosos, que ven más allá de la realidad, con esa ametropía que a los que estamos en la calle, tanto nos perjudica.
Así que, entre paseo y paseo, y en un pequeño receso en el que me pude por fin tumbar un rato, precisamente en ese momento en el que estaba en lo mejor del sueño, nos llaman por una emergencia, que a todas luces parecía ser el caso del año; digno de ser presentado en un congreso nacional de Emergencias: 

- Viernes noche, 05:45 de la mañana. Mujer de 25 años, inconsciente en una discoteca. Salimos con las sirenas a todo trapo, aunque yo ya sé que me dirijo con toda probabilidad a una intoxicación etílica. Los temerosos debe ser que no pinsan lo mismo y ven más allá...

En un momento llegamos a una de esas discotecas de polígono que por fuera, salvo los estridentes colores que anuncian lo que hay en su interior, están rodeadas por un muro sin ventanas, que sella herméticamente su interior.
Nos bajamos de la ambulancia y vienen a nuestro encuentro un par de croissanes, con camisa negra ceñida y con un pinganillo en el oído. 
Nos acompañan hasta el baño de las señoras, donde nos espera en el suelo nuestra paciente. Inconsciente, es verdad, pero también borracha, tal y como suponía. 
Con ella está otra mujer, de pie, en bastante mejor estado y que no hacía más que menear la cabeza y hablar con otro empleado de seguridad, con cara de circunstancias.

Examinamos rápidamente a la joven que está en el suelo, constatando lo que casi todos sabíamos de antemano: tiene un pedal como un piano.

- ¿Ha bebido mucho? - pregunto a la señora, dando por sentado que venía con ella, ya que ambas vestían con trajes parecidos del mismo color. Negro.
- ¡Qué va...! - contesta encogiendo los hombros - Un par de cervezas y dos chupitos...
Probablemente en aquel momento se me elvaría una ceja, en señal de incredulidad, pero antes de que continuara hablando, la señora seguía con su discurso:
- Lo que pasa es que está tan flaca, que con sólo dos cervezas y dos chupitos, mire cómo se ha puesto... - me decía señalándola con el brazo.

Mientras le íbamos tomando la tensión e intentábamos estimularla, la mujer nos contaba:
- ¡Es que no saben beber...! ¡No entiendo que si sabes que te sienta mal, ¿Por qué sigues bebiendo...? 
La mujer separó los brazos de su cuerpo y con ambas manos, como dando un sermón, decía:
- Es que hay que saber cuándo parar... Ahí la tienes... tirada en el suelo...
Yo la escucho, asintiéndo con la cabeza...
- ¡Qué vergüenza! Que la haya visto así todo el mundo. Una tiene que saber dónde está el límite de la compostura... Es que esta generación no sabe beber... Lo que yo digo siempre, puedes salir de marcha, pero tienes que saber dónde tienes que parar para no perder los papeles... Si eres mayor para beber, tienes que saber cuándo empiezas a hacer el ridículo...
- Bueno, señora - le interrumpo - ¿usted la conoce? ¿es amiga suya?
- Claro que la conozco - me dice con la lengua espesa, como de trapo - Es mi hija...

Nos quedamos un momento todos en silencio y le digo:
- Espere un momento fuera, mientras terminamos de verla y ahora la podrá acompañar al hospital...

Cuando salimos, todavía seguía la madre hablando con los dos croissanes:
- ¿Cuándo me has visto a mí que me haya tenido que recoger la ambulancia? Lo que más me duele es que nos ha visto todo el mundo... ¡Que a mí me conoce mucha gente...!

La paciente un poco más despejada, o sea, menos inconsciente, se fue al hospital con una ambulancia básica, mientras la madre aún seguía verborreica en la puerta de la discoteca.
Nos fuimos de allí y pensé:
Madre sólo hay una... y a ésta la encontré en la calle...

martes, 14 de septiembre de 2010

Madre

Volvemos de vacaciones y en líneas generales, me encuentro el trabajo en el mismo estado en el que lo dejé antes de marchar. Es decir, el teléfono y la emisora de radio, expectantes con las noticias de una nueva salida, de esa emergencia que no llega y que no sabría decir si la espero con ansia o desearía que no viniese nunca.
Hoy ha sido un día como otro cualquiera, sin nada que merezca la pena ser contado. Esta mañana he ido a un parto en curso, que como de costumbre, y como estas fechas, estaban muy al principio del curso. Era una joven marroquí, que apenas hablaba español, pero en su cartilla de embarazada, junto a la fecha probable de parto, se podía leer lo que alguien escribió con frialdad en un firme trazo azul: embarazo no deseado.

Fátima y su hijo, me recordaron a otra mujer, a la que llamaré igualmente Fátima. Como la primera, marroquí también, la conocí hace unos años y su recuerdo me ha acompañado desde entonces.
Fátima vivía en Ciutat Vella, en un piso con grandes ventanas, desde el que se podían ver los tejados y las azoteas de las viejas casas de Barcelona.
Aquella mañana, fuimos alertados para atender a una mujer de unos casi cuarenta años, que había sufrido una parada cardio-respiratoria.
Tras subir la angosta escalera de aquella vivienda, con escalones irregulares, llegamos a la casa de Fátima. Aquél era un día muy soleado y la luz se hacía sitio por toda la casa. Una mujer me abrió la puerta y me condujo hasta ella. Estaba en un sofá, inconsciente y por los alrededores unos niños, a los que la primera mujer les dijo que se fuesen abajo a la calle a jugar.
Tras observarla, pudimos comprobar que por una vez, la alerta se correspondía con la realidad. Como autómatas programados, comenzamos con nuestro trabajo, siguiendo escrupulosamente las indicaciones de los protocolos establecidos para situaciones de parada cardiaca.
Al hacer maniobras de masaje torácico, me llamó la atención la presencia de una sutura en el tórax, aún por cicatrizar, evidencia de que hacía poco había sido intervenida quirúrgicamente.
Después de un buen rato, cuando no se obtiene respuesta, me toca decidir el dejar de hacer maniobras. Así lo hice y a continuación, salí de la habitación para dar la noticia a la familia.

La mujer que me abrió la puerta era amiga suya. Llevaba varios años en Barcelona y ya hablaba el castellano y el catalán perfectamente. Se sentía tan integrada, que su hijo se llamaba Jordi y por supuesto, era del F.C.Barcelona. Probablemente, animada por su amiga, Fátima había venido de su país. Esta amiga la había acogido en su casa, hasta que pudiese encontrar un piso donde poder ir a vivir con su pequeño hijo.

Mientras se hacía a la idea de la noticia que le estaba dando, me contó la historia de esa mujer que ya no estaba, la historia de Fátima y de su hijo.

Fátima estaba enferma de una severa valvulopatía cardiaca y Barcelona le iba a dar la oportunidad de poder salir de la miseria de su país dándole un trabajo y una operación que le permitiese poder disfrutar y jugar con su hijo sin cansarse con cualquier mínimo esfuerzo.
Fátima sabía que la operación era muy delicada y que tal vez no saldría del quirófano. Tenía mucho miedo, pero sobre todo a no poder volver a ver a su querido hijo. La operación salió muy bien, pero Fátima no pudo verlo mientras estuvo en el hospital. Aún con los puntos de sutura en su pecho, marchó a casa de su amiga, donde le esperaba el niño.
Por un instante, supongo que cuando se pudo encontrar con él, sintió la felicidad muy dentro, lo abrazó muy fuerte y lloró, y lloró, por todo el miedo que había sentido. Por el miedo a haberlo podido perder todo y por la gran alegría de que ya no le faltaría nada.
Su corazón no pudo con tanto y con su hijo en brazos, Fátima murió.

Fátima y tantas otras como ella, me han dado el ejemplo y me recuerdan que el cariño de una madre puede ser infinito y que a pesar de las adversidades y de los momentos difíciles, de los distanciamientos, de crecer, de ser marido, padre y de hacerte mayor, no hay nada como una madre.
Muchas felicidades, Mamá. Te quiero mucho.