¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!
Estas palabras resuenan en nuestras cabezas. No queremos dejar ni un milisegundo fuera, y salimos rápido en cuanto podemos arrancar tras ese ¡ya!, que es como un pistoletazo.
Cada instante es importante. Es una carrera donde hay un solo ganador y un perdedor: Guille y yo. Yo y Guille.
Despegamos los pies y la arena salta hacia atrás debido a nuestro impulso frenético hacia adelante. Pero esta carrera que hacemos ahora, empezó a celebrarse mucho tiempo atrás.
Esta es la foto de la que probablemente fue la primera edición de esta magnífica competición. Desde aquel momento hace unos doce años, repetimos esa carrera. Ya no lo hacemos en una pista de atletismo, como la primera vez, sino en la playa, cuando estamos de vacaciones.
Como los espetos, el chiringuito y las palas en la playa, no ha habido desde entonces, un solo verano en que no hayamos revivido este momento. Es una tradición más. Sin faltar un solo año.
Siempre el último día, de la última tarde, cuando los rayos de sol parecen languidecer más que todos los otros atardeceres del verano. La arena, la espuma del mar y las olas quieren despedirse de nosotros, sabiendo que no nos volverán a ver hasta el año siguiente.
Antes de recoger por última vez todo nuestro despliegue, cuando apenas queda nadie en la playa, Guille siempre me pide, una vez más, que hagamos nuestra carrera. Confiado, espera que este año sea el que consigue, por fin, ganar a su padre. Nunca pierde la esperanza. Sabe que algún día llegará. Yo me esfuerzo para que ese día sea dentro de mucho tiempo, o si es posible, ¿por qué no?, que no suceda nunca.
Pero una cosa es cierta: Pasa el tiempo y los años. Y con ellos va variando la distancia que nos separa en cada carrera y el esfuerzo que me cuesta para ganarle. Es decir, cada vez menos en lo primero y mucho más para lo segundo.
Hoy volvemos a tener nuestro duelo. Esperaba que se le olvidara, pero no. Nunca se le olvida. Se debe ver fuerte. A lo mejor piensa, el muy iluso, que su gran día ha llegado.
El no lo sabe, pero el año pasado tuve que apretar a fondo para no verme superado, pero si me costó mucho o poco, solo lo sé yo. Aún tengo margen para aguantar el tirón unos años más. Sea lo que sea, solo hay una cosa importante; pasar por delante de él y que muerda el polvo (o la arena), una vez más.
Sé que este año ha crecido mucho; la adolescencia también tiene sus aspectos positivos... Pero por mucho que haya estirado, o que esté en forma gracias al rugby, aún tengo mucha confianza en mis posibilidades. A lo mejor es mi último año de victoria, aunque no tengo la más mínima duda de quién ganará otra vez. Tengo una edad, pero físicamente estoy bastante bien.
Trazamos una línea en la arena. Unos cien metros más adelante otra, con Lou, Marta y Clara de jueces, por si hiciera falta la photo-finish. Lo dudo. Mi victoria será incuestionable.
Chillan a lo lejos la orden para comenzar y obedientes, sin perder ni un instante, salimos en tromba, intentando marcar distancia uno con otro.
A los diez metros ya necesito la respiración asistida. Y las gafas. Porque apenas puedo ver ya a Guille. Ha salido como un cohete. La distancia que me saca es enorme. E insultante.
Veo que llega a la meta cuando voy un poco más de la mitad del recorrido. Encima, afloja el ritmo, dejándose llevar, y se gira hacia atrás, como para regodearse en la victoria.
Eso no lo hice yo, ni cuando corrimos por primera vez cuando él tenía tres años.
¡De dónde habrá salido este niño! ¡Qué vergüenza!
Eso no se hace con un padre. No hay derecho.
2 comentarios:
Cría cuervos… 🐦⬛…. Pero que grande es verlos crecer!!! Por ahora nosotros somos más rápidos en l experiencia acumulada… y por eso más viejos. A eso Minos ganan!
Besos desde Malaga
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