domingo, 24 de noviembre de 2024

Un segundo y nada más


Estoy saliendo de un lugar que identifico como un comedor. Ya debo haber acabado. Hay una fila interminable de personas a la puerta, esperando para entrar. Parecemos dos carriles de una carretera con un gran atasco en el sentido contrario a mi marcha, que va más ligera.

De repente, alguien que está en esa cola, me dice algo al pasar junto a él. Suena como si me indicase que tengo los cordones desabrochados. Me detengo y me giro hacia él.

Mi tío Fisco me sonríe con esa sonrisa tan bonita y contagiosa, con sus mofletes sonrosados.

No sé qué hace allí, pero en un instante lo entiendo todo.

Le abrazo muy fuerte, como todos esos abrazos intensos que nunca di y que ahora echo tanto de menos poder hacerlos. Le aprieto fuerte y lloro, porque sé que nada de eso que estoy viviendo es cierto.

Quiero preguntarle por mi padre, por si está también allí, pero no me da tiempo. Creo que él lo sabe, aunque no me lo oiga decir. Todo se desvanece en un instante, pero aunque han pasado horas desde que sucedió, toda la escena permanece en mí, sin que llegue a olvidar nada. Es tan intenso, tan real, que aunque fuera un sueño y durara un segundo y nada más, por eso puedo decir que anoche estuve en el Cielo.



domingo, 15 de septiembre de 2024

El viajero del Tiempo


Se han oído muchas historias sobre viajes en el tiempo. Se han escrito muchas novelas. Se han rodado numerosas películas, pero hasta ahora todo pertenecía al mundo de la ficción. 
¿Quién no ha soñado con poder hacer viajes en el tiempo y situarse en una época determinada? ¿En el pasado? ¿Echar un vistazo al futuro? ¿Conocer personajes históricos de primera mano? ¿Ver a nuestros antepasados? 
El catálogo es fascinante. Lo sé. Y digo que lo sé, porque hoy es un día de confesiones. Hoy es un día importante. Lo creáis o no, soy un viajero del tiempo. De hecho, tan solo hace un momento que aterricé aquí. Acabo de llegar.

Pero empezaré por el principio, aunque tratándose de un viajero del tiempo como yo, hablar de principio, resulte muy gracioso. Vengo de algún momento y me muevo de adelante hacia atrás a mi antojo. No hay ni comienzo ni final. Por eso todo el mundo se pregunta cómo es posible que esté tan joven y guapo. Pues por eso, porque por mí no pasa el tiempo...

Hace unos años comenzó la Tecnología para viajar en el tiempo. Eran máquinas muy sencillas donde solo había que ajustar un reloj de destino y el aparato te llevaba de forma instantánea a la fecha que habías prefijado. Los primeros en usarlas fueron los historiadores y en cuanto bajaron los precios y se hicieron asequibles, por fin cualquiera se podía hacer con su propia máquina.

En poco tiempo se reescribieron todos los libros de historia y se publicaron miles de tesis. En cuanto la gente pudo viajar a cualquier época sentados desde el salón de casa, se desató la locura. Pero como todo, en cuanto se acabó la novedad, la gente empezó a estar aburrida de ir a ver a Napoleón, a conocer a Marilyn Monroe, o hacerse fotos con Elvis o con Cantinflas. Los fabricantes de estas máquinas vieron que las ventas empezaron a caer en picado. Así que lanzaron una segunda versión con nuevas e increíbles prestaciones. En esta nueva máquina, la fecha era lo de menos. Lo importante ahora era el vínculo estrecho con el usuario. Sus pensamientos, su vida, pero sobretodo, sus sentimientos...

En el nuevo panel de instrumentos ya no hay un reloj. Solo una pantalla con un teclado a modo de buscador. Ahí puedes escribir lo que quieras y la máquina te llevará a aquellos momentos que has vivido.

Hoy he escrito la entrada Momentos felices. Y me he teletransportado a un partido de rugby, donde veo a Guille recuperar un balón en su zona de marca, esquivar a uno, a dos, a tres, a cuatro, así hasta ir atravesando todo el campo. La gente chilla al no creerse lo que hace ese niño tan pequeño, que corre y corre y nadie es capaz de frenarlo, hasta que llega al otro extremo del campo y logra posar el balón en el suelo. 

De ahí me voy a otro sitio y veo que el Madrid gana la Champions League por décima vez, once, doce, trece, catorce, quince veces... Por un momento creo que la máquina se ha quedado encasquillada, pero no... ¡Es verdad!

Estoy asombrado. Esta nueva versión es una maravilla, así que estoy decidido a ponerla más a prueba. Ahora en la ventana de entrada de datos, escribo Momentos muy felices.

La máquina me ha llevado a Madrid, a un bar de copas llamado Kyoto y allí fue cuando me encontré con Lou por primera vez. La vi aparecer con esa sonrisa (sí la sonrisa...), que es la más bonita del mundo.  Fue durante esos días de diciembre. Esos días misteriosos en que la humanidad recuerda aquel instante en que se paró el tiempo. Debo confesar que fui yo, que boquiabierto, le di a pausa, para recrearme...

De ahí doy un salto y me encuentro con un bebé precioso, mofletudo, con enormes ojos azules. Estoy en el nacimiento de Marta... Todo se mueve y en una escena parecida, en el mismo lugar, ahora estoy con Guille y segundos más tarde, con esa otra preciosidad que es mi hija Clara.

¡Esta máquina es increíble! -pienso-. Pero como soy insaciable, quiero ver hasta dónde puede llegar. Me pongo de nuevo en la dirección de destino y escribo: Momentos de gran felicidad.

De pronto, me veo vestido como estoy ahora, rodeado de gente conocida, con un dolor en la cara, de tanto sonreír. Miro al lado y veo a Lou que sonríe aún más que yo (y que aún su sonrisa es más bonita que cuando la vi por primera vez). Estoy en una boda y todo el mundo allí presente es feliz.

Hay otras paradas. Me detengo en una que me lleva hasta el retiro de Emaús. Ahí me encontré de nuevo con la Fe, mi vida dio un cambio que no esperaba, desaparecieron todos, todos mis miedos y me convertí y me abracé a Él.

Creo que la máquina aún tiene recorrido, así que decido estrujarla un poco más. Escribo en la ventanita: Momentos de inmensa felicidad, a ver qué pasa... Para mi sorpresa aún funciona, tarda más de lo normal en dar un resultado, porque tiene que avanzar muchísimo hacia adelante en la felicidad, pero al final se detiene en una iglesia, donde se celebra una boda. La de hoy. Y por eso estoy aquí ahora mismo.

Estoy convencido de que esta máquina del tiempo aún puede llegar un poco más lejos. Aunque ya sé cuál será el próximo destino. De aquí a un tiempo escribiré para que me lleve a esos Momentos de Eterna Felicidad, y allí nos volveremos a encontrar todos los que estamos aquí hoy, de nuevo, acompañados de nuestros seres queridos y juntos, felices abrazados a nuestro Dios, en el Cielo.

jueves, 29 de agosto de 2024

La carrera


 







¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!

Estas palabras resuenan en nuestras cabezas. No queremos dejar ni un milisegundo fuera, y salimos rápido en cuanto podemos arrancar tras ese ¡ya!, que es como un pistoletazo.

Cada instante es importante. Es una carrera donde hay un solo ganador y un perdedor: Guille y yo. Yo y Guille.

Despegamos los pies y la arena salta hacia atrás debido a nuestro impulso frenético hacia adelante. Pero esta carrera que hacemos ahora, empezó a celebrarse mucho tiempo atrás.

Esta es la foto de la que probablemente fue la primera edición de esta magnífica competición. Desde aquel momento hace unos doce años, repetimos esa carrera. Ya no lo hacemos en una pista de atletismo, como la primera vez, sino en la playa, cuando estamos de vacaciones.

Como los espetos, el chiringuito y las palas en la playa, no ha habido desde entonces, un solo verano en que no hayamos revivido este momento. Es una tradición más. Sin faltar un solo año.

Siempre el último día, de la última tarde, cuando los rayos de sol parecen languidecer más que todos los otros atardeceres del verano. La arena, la espuma del mar y las olas quieren despedirse de nosotros, sabiendo que no nos volverán a ver hasta el año siguiente.

Antes de recoger por última vez todo nuestro despliegue, cuando apenas queda nadie en la playa, Guille siempre me pide, una vez más, que hagamos nuestra carrera. Confiado, espera que este año sea el que consigue, por fin, ganar a su padre. Nunca pierde la esperanza. Sabe que algún día llegará. Yo me esfuerzo para que ese día sea dentro de mucho tiempo, o si es posible, ¿por qué no?, que no suceda nunca.

Pero una cosa es cierta: Pasa el tiempo y los años. Y con ellos va variando la distancia que nos separa en cada carrera y el esfuerzo que me cuesta para ganarle. Es decir, cada vez menos en lo primero y mucho más para lo segundo.

Hoy volvemos a tener nuestro duelo. Esperaba que se le olvidara, pero no. Nunca se le olvida. Se debe ver fuerte. A lo mejor piensa, el muy iluso, que su gran día ha llegado. 

El no lo sabe, pero el año pasado tuve que apretar a fondo para no verme superado, pero si me costó mucho o poco, solo lo sé yo. Aún tengo margen para aguantar el tirón unos años más. Sea lo que sea, solo hay una cosa importante; pasar por delante de él y que muerda el polvo (o la arena), una vez más.

Sé que este año ha crecido mucho; la adolescencia también tiene sus aspectos positivos... Pero por mucho que haya estirado, o que esté en forma gracias al rugby, aún tengo mucha confianza en mis posibilidades. A lo mejor es mi último año de victoria, aunque no tengo la más mínima duda de quién ganará otra vez. Tengo una edad, pero físicamente estoy bastante bien. 

Trazamos una línea en la arena. Unos cien metros más adelante otra, con Lou, Marta y Clara de jueces, por si hiciera falta la photo-finish. Lo dudo. Mi victoria será incuestionable.

Chillan a lo lejos la orden para comenzar y obedientes, sin perder ni un instante, salimos en tromba, intentando marcar distancia uno con otro.

A los diez metros ya necesito la respiración asistida. Y las gafas. Porque apenas puedo ver ya a Guille. Ha salido como un cohete. La distancia que me saca es enorme. E insultante.

Veo que llega a la meta cuando voy un poco más de la mitad del recorrido. Encima, afloja el ritmo, dejándose llevar, y se gira hacia atrás, como para regodearse en la victoria.

Eso no lo hice yo, ni cuando corrimos por primera vez cuando él tenía tres años.

¡De dónde habrá salido este niño! ¡Qué vergüenza!

Eso no se hace con un padre. No hay derecho.


domingo, 26 de mayo de 2024

La Última

 

Siempre hay una última. Esa última copa que es la que más apetece, una última parte del partido donde están todas las esperanzas para remontar, la última cucharada del postre más rico, que se lo cedes a la persona que más quieres. Una última mirada que es la que se queda grabada en nuestra alma. Un último día de playa del verano, que te da fuerzas para que pase rápido el invierno, o ese último beso, que es el que más sabor tiene y que te hace amar y desear más.


Son tantas las veces en que la última no es la última, porque en el fondo sabemos que la vida nos volverá a otorgar una nueva oportunidad. La última película que fuimos a ver al cine, que será seguida por muchas otras, porque siempre esperaremos que sean mejores. Nos engañamos si pensamos que la última vez que salimos a cenar con aquellos amigos y que lo pasamos tan bien, no se va a repetir. O que ese último viaje, que fue tan inolvidable, que estemos deseando que pronto sea desbancado por otro mucho más maravilloso.


Pero hay otras tantas cosas, que aunque queramos con todas fuerzas que no lo sean, son últimas de verdad: el último suspiro, el último aliento, el último latido del corazón…


Escribo todo esto, porque me dirijo a una de esas últimas-últimas.


Llego a Tenerife, a encontrarme de nuevo con la casa que soñó mi padre. Esa casa que ideó, dibujando sus planos. Me acuerdo de tenerlo sentado junto a mí, explicándome cómo iba a quedar, entusiasmado por enseñarme las habitaciones y en especial, cómo iba a ser la mía. Incluso yo le sugerí cosas, que añadió. Cada fin de semana se levantaba muy temprano para llegar al terreno a amasar cemento e ir levantando tabiques, hasta construir todo lo que es hoy, con tanto amor, cariño e ilusión. 


Llego a la isla sabiendo que en unos pocos días vendrá alguien desconocido, a quien le hemos vendido la casa de mi padre. Esta casa que fue su sueño y que quiso tanto… Tanto, que sé sin dudarlo, que forma parte de él mismo. 


Esta nueva familia ocupará esos espacios que no hace mucho rellenaba mi padre y un poco más hacia atrás en el tiempo, yo mismo con él, hasta que inicié mi propia vida.

Estas personas llegarán con sus nuevos enseres, con sus vidas, sin imaginar todos los momentos que hemos vivido allí.

No podrán saber que cada rincón tiene un sentido y que mires donde mires, todo tiene un porqué. 

Nos iremos y ellos vendrán y solo quedarán los muros, que estaban antes plagados de cuadros, fotos y que ahora desnudos de cualquier recuerdo, como fieles testigos que tienen toda nuestra confianza, nunca contarán a nadie su historia, por muy bonita que fuera.


Recuerdo cuando mi tío Pepe vendió su casa del Médano hace muchos años a un inglés y le dejó sobre una repisa una nota a mano en su idioma. Le deseó que fuese tan feliz como él lo había sido allí con mi querida tía Piluca. Ahora ya entiendo todo lo que quería decir.


En mi casa de Guamasa viví una etapa importante de mi vida. Estudié mi carrera de Medicina, corrí mi primera carrera popular, o incluso aprendí a hacerme el nudo de la corbata, pensando que así ligaría más al salir los sábados por la noche. En esas habitaciones cambiamos los pañales de cada uno de mis hijos y les hemos visto crecer. Hasta a alguno se le cayó un diente y fueron visitados por el ratoncito Pérez. Pero este no fue el único visitante ilustre. También vinieron Papá Noel y hasta los Reyes Magos con sus regalos, dejándolos junto a la chimenea. Allí compartí mi vida con mi perro Phil, que se fue tan pronto y que tanto he echado de menos. Chicho, Bruno, y el bueno de Blas, hace mucho que también dejaron de corretear y ladrar por ese jardín y ese huerto, donde comí fresas, limones, naranjas, jugosos melocotones y esos deliciosos aguacates que recogíamos cada día y que me cuesta pensar que nunca más volveré a probar. En ese jardín planté mi primer árbol, del que colgué mi primera hamaca cuando esa palmera creció lo suficiente y que aún desafía al cielo con tocarlo algún día y encontrarse allí con mi padre.


Tal vez haga lo que hizo mi tío Pepe. Quizás les escriba algunas líneas a los nuevos dueños y se las deje a la vista, como hizo él. Y eso será lo último que haga en mi casa. Entonces me daré la vuelta y me iré, y sin mirar atrás para no llorar más, cerraré la puerta de mi casa… por última vez.