Debo escribir todo esto antes de que sea demasiado tarde. Ya llevo mucho tiempo en Barcelona y todas aquellos contrastes tan distintos de mi tierra, están empezando a serme inadvertidos y a formar parte de mí. Por eso debo darme prisa, antes de que la rutina me convierta.
Salir de una isla siempre va a conseguir que tu destino te sorprenda y que a la vez empeñezca más tu origen. Como mecanismo mental defensivo, reconoces los rincones de tu ciudad, los distintos barrios y los extrapolas a la gran metrópoli, aunque a otra escala. Muchas veces digo que Barcelona es como Santa Cruz, pero en grande, pero casi nadie me toma en serio.
Mi amigo Mario durante unos años estuvo viviendo en Barcelona, y no era infrecuente que comentáramos cómo los barrios de Salamanca, Los Campitos, la cervecera de la Cruz del Señor y el Toscal entre otros, tenían su representación en la gran urbe condal.
A cambio del distinto paisaje visual que Barcelona y sus gentes me ofrecen, yo les obsequio con mi acento y mis expresiones, lo que algunas veces me ha abierto muchas puertas y otras, la verdad es que las menos, me he ganado alguna mirada de reprobación. Para el joven canario que decida venirse por estas tierras, quisiera advertirle, como se me hizo a mí, que si se me permite la expresión, el término cabrón tanto en su acepción masculina como femenina, no debe emplearse con la ligereza con lo que lo hacemos en las islas. Esto te coharta un tanto tu expresión verbal, cuando por añadidura, como por todos es sabido, la guagua por aquí no existe, el agua no se bebe a buches, nadie se enyuga al tragar y los niños, bien educados, no se alongan a la ventana.
Si a esto sumamos la gran pérdida que supone la inactivación del término machango con todas sus imprescindibles y utilísimas derivaciones, no es de extrañar que a los canarios se nos considere personas un tanto reservadas.
Puedo decir que en todo, pero en este aspecto lingüístico, soy muy afortunado, pues mi familia política, que son medio isleños, constituyen para mí un oasis de la expresión oral, en especial mi suegra, que en esas reuniones clandestinas que hacemos de vez en cuando en la cocina de su casa, nos recreamos con el léxico y la semántica canaria, a los que les damos rienda suelta.
En cuanto al trabajo, continúo usando de vez en cuando alguna de esas pequeñas palabras que me traje en el equipaje cuando llegué. Desde las primeras guardias les comenté a mis compañeros, que además de por mi nombre, se pueden dirigir a mí como el Dr. Lebrancho. Un día tonto de estos, les explico lo que significa.