sábado, 29 de mayo de 2010

Un canario en la ciudad



Debo escribir todo esto antes de que sea demasiado tarde. Ya llevo mucho tiempo en Barcelona y todas aquellos contrastes tan distintos de mi tierra, están empezando a serme inadvertidos y a formar parte de mí. Por eso debo darme prisa, antes de que la rutina me convierta.

Salir de una isla siempre va a conseguir que tu destino te sorprenda y que a la vez empeñezca más tu origen. Como mecanismo mental defensivo, reconoces los rincones de tu ciudad, los distintos barrios y los extrapolas a la gran metrópoli, aunque a otra escala. Muchas veces digo que Barcelona es como Santa Cruz, pero en grande, pero casi nadie me toma en serio.
Mi amigo Mario durante unos años estuvo viviendo en Barcelona, y no era infrecuente que comentáramos cómo los barrios de Salamanca, Los Campitos, la cervecera de la Cruz del Señor y el Toscal entre otros, tenían su representación en la gran urbe condal.

A cambio del distinto paisaje visual que Barcelona y sus gentes me ofrecen, yo les obsequio con mi acento y mis expresiones, lo que algunas veces me ha abierto muchas puertas y otras, la verdad es que las menos, me he ganado alguna mirada de reprobación. Para el joven canario que decida venirse por estas tierras, quisiera advertirle, como se me hizo a mí, que si se me permite la expresión, el término cabrón tanto en su acepción masculina como femenina, no debe emplearse con la ligereza con lo que lo hacemos en las islas. Esto te coharta un tanto tu expresión verbal, cuando por añadidura, como por todos es sabido, la guagua por aquí no existe, el agua no se bebe a buches, nadie se enyuga al tragar y los niños, bien educados, no se alongan a la ventana.
Si a esto sumamos la gran pérdida que supone la inactivación del término machango con todas sus imprescindibles y utilísimas derivaciones, no es de extrañar que a los canarios se nos considere personas un tanto reservadas.
Puedo decir que en todo, pero en este aspecto lingüístico, soy muy afortunado, pues mi familia política, que son medio isleños, constituyen para mí un oasis de la expresión oral, en especial mi suegra, que en esas reuniones clandestinas que hacemos de vez en cuando en la cocina de su casa, nos recreamos con el léxico y la semántica canaria, a los que les damos rienda suelta.
En cuanto al trabajo, continúo usando de vez en cuando alguna de esas pequeñas palabras que me traje en el equipaje cuando llegué. Desde las primeras guardias les comenté a mis compañeros, que además de por mi nombre, se pueden dirigir a mí como el Dr. Lebrancho. Un día tonto de estos, les explico lo que significa.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El juego del despiste

Llevo varios días sin escribir. Mi anodina vida no me ha aportado nada que sea digno de mención. Probablemente esté pasando por una de esas crisis de inspiración que tanto temen los escritores. Picasso, famoso pintor malagueño del s.XX, decía que "la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". Y haciendo caso a ese desconocido artista, me he puesto manos a la obra, a ver si se me ilumina el espíritu.
Ya he dicho en otras ocasiones, que fagocitaría anécdotas de otros cuando me viese obligado a escribir y creo que ese comodín, después de esta sequía tan intensa que me alimenta, ya le toca el turno de ser arrojado sobre el tapiz.
He pensado que no hay nada más socorrido y recurrente, que hablar de despistes. Son simpáticos, te dan mucha cancha, tus lectores se ríen y en los comentarios agradecidos, te dicen que escribes de maravilla. ¡No se puede pedir más!
Para evitar susceptibilidades, empezaré conmigo mismo.
Desde muy niño, hasta cerca de los treinta años, fui siempre a cortarme el pelo con el mismo peluquero. Recuerdo que me asombraba ver con qué destreza manejaba aquellas tijeras y esa especie de máquina de tricotar que te recortaba el pelo del cuello. Era un auténtico artista, que te pelaba con su mano izquierda a una velocidad asombrosa en un mundo ideado para diestros. Por ese afán de superación, siempre he admirado a los zurdos. Tengo a Lou, mi hija Tiri y tres primos zurdos. Son una minoría fantástica, de una inteligencia superior a los demás, basada en la continua superación de dificultades y barreras. Lástima que Evaristo, el peluquero, no era zurdo. Un mito se derrumbó el día que descubrí que siempre lo miraba a través del espejo de la barbería.
En una ocasión mi hermana María, vio cómo se escapaba de su boca su aparato de ortodoncia y tras intentar retenerlo, primero con su lengua y luego con las manos, acabó estrellándose contra el suelo desde un séptimo piso. El aparato se le desprendió cuando desde la ventana se burlaba de los albañiles que trabajaban en el edificio de enfrente. Pero eso fue un descuido, más que un despiste.
Para despiste de verdad, el de aquel entrañable buen hombre, cuya identidad no recuerdo, que tras probarse unos pantalones en el Corte Inglés, ya camino de casa, se encontró con que las llaves del coche se le habían quedado en aquellos pantalones que ahora estaban entremezclados por la planta de caballeros. Aquel día el Corte Inglés cerró más tarde, pues tuvieron que registrar cada uno de los pantalones de esa sección, para recuperar las llaves de su coche. Ese coche y su dueño, volvieron a ser protagonistas de otro despiste, cuando al llegar a un hotel rural, hizo descargar un equipaje de su automóvil, para al cabo de un rato, su mujer darse cuenta de que lo que habían sacado y llevado a la habitación, era la bolsa de las herramientas del coche.
Hace un tiempo, no por gusto, sino porque no había más billetes, tuve que comprar un pasaje de clase business para ir de Madrid a Tenerife. Llevaba ya unas horas en el aeropuerto y estaba con ganas de sentarme de una vez en mi cómodo asiento y disfrutar de una buena lectura y de las atenciones de la primera clase.
Cuando por fin llaman mi vuelo, entro apresuradamente en el avión, pongo mi equipaje de mano en el altillo y cuál es mi sorpresa, que mi asiento está ocupado por un señor con corbata, que me dice que ese lugar es suyo. Miro y remiro una y otra vez el resguardo de mi billete y leo: 3A. Ése es mi asiento.
Se lo enseño a ese hombre, que de forma ya más grosera, me dice que no piensa levantarse, que el asiento es suyo. Como soy persona poco amante de conflictos, decido esperar de pie a que entre todo el mundo y a sabiendas de tener toda la razón, decido no caer en una discusión que además creo que tengo ganada de antemano. Aprieto con fuerza mi billete y voy moviendo las piernas de forma impaciente, esperando que acabe de entrar el pasaje y que coloquen a ese imbécil encorbatado en el sitio que le corresponde.
No pasa mucho tiempo, cuando se me acerca la sobrecargo, acompañada de una azafata de tierra.
- ¿Señor Carrillo? - me pregunta.
- Sí, le contesto. - Tengo un problema con mi asiento, este señor está ocupando mi lugar...- le digo enseñando mi billete.
Pero no pude terminar mi frase.
- Disculpe, sí, tiene usted razón, ése es su asiento, pero su vuelo sale dentro de dos horas.
Cogí rápidamente mis cosas. Miré furtivamante al señor de la corbata, que estaba cubierto por un periódico, probablemente riendo de satisfacción tras él. Eso me evitó un bochorno mayor. Mientras el sonrojo se apoderaba de mí, con pasos rápidos me apresuré en abandonar el avión equivocado, esperando en vano que nadie más se hubiese dado cuenta.

sábado, 22 de mayo de 2010

Última cita

La cena se enfriaba en la mesa, ya apenas humeaban los platos.
Los cubiertos inmóviles sobre el mantel, gélidos, sin haber sentido contacto humano alguno, eran los únicos testigos mudos de aquel desenlace.
La vela parpadeaba caprichosamente y muy tenue iluminaba sus lágrimas, que descendían vertiginosamente, mientras las burbujas de las copas hacían el camino inverso.
Ella no entendía nada, pero ahora lo entendía todo.
El quiso acercar su mano, acariciar la suya, consolarla, pero no pudo, no quiso o no se atrevió.
- Vete - le dijo ella casi susurrando, esperando no ser oída. - Te están esperando en casa

jueves, 20 de mayo de 2010

Los amantes

Hay un lugar donde el mar se encuentra con la tierra.
El viento es testigo de estos dos amantes que se alejan y se acercan continuamente.
La tierra a escondidas del mar, coquetea con el viento, ofreciéndole sus montañas como regalo, para que las modele como un tornero experto, a su antojo y capricho.
El viento es un amante infiel que se une al mar, creando ese vaivén de salitre y agua, espuma y olas, que se contonean, giran y juegan a besar la seca tierra sedienta, que las espera con ansiedad. Ellas se retiran rápidamente y como la marea, poco a poco se prodigan más en ese acercamiento, para tras el clímax, retirarse de forma muy queda, hasta comenzar de nuevo.
Quiero volver a estar con ellos. Sentir la brisa marina en mi cara, salpicarme de las gotas del mar que chocan contra la roca. Caminar por la orilla, dejar mis huellas impresas en la arena, soñando con que mi impronta no se borrará nunca y que como iluso que soy, creer que Fuerteventura piense que formo parte de ella.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Misterios de familia (parte 2)

Todo hombre de bien, sabe que cuando se llega a este mundo, te toca una familia en prenda, que salvo cosas extraordinarias, como fue el caso de Oliver Twist, te la quedas para bien o para mal toda la vida. A medida que recorres el camino sin saberlo, estás impregnado de la esencia de tus ancestros, de tu educación, de sus errores y de sus costumbres.
Mi familia no tiene bandera, ni un kilt como los escoceses. No tenemos siquiera un logotipo o un estandarte, que cuando lo veamos en algún sitio ondeando, podamos deducir que uno de los nuestros está por los alrededores. Pero hay algo en común (aparte del apellido), que nos hace (nos hacía), ser distintos de los demás: El famoso silbido Fiuu Fi-Fi.
Llega un momento del sendero en que una nueva familia entra en tu vida, esa otra que te adopta mientras te portes bien, e incluso te aceptan a pesar de tus defectillos y a cambio te dan un inmenso cariño. Ése ha sido mi caso.
Al igual que mi familia paterna estaba relacionada con el mar, esta nueva familia está plagada de abogados, lo que es un nuevo estímulo para obrar de aquí en adelante correctamente.
Pronto descubres nuevas historias y nuevos misterios indescifrables, como aquel pariente que mientras cosía se clavó una aguja, que estuvo navegando por su organismo varias décadas hasta que un habilidoso médico fue capaz de pescar tal reliquia histórica.
También me sorprendió un relato, que no sé si es veraz o no, de otro integrante de la familia, que en un alarde del despiste (algo caracterísitico de esta familia), se intentó colgar una zapatilla del cuello, pensando que eran unas gafas.
No puedo olvidar tampoco a aquel pobre que de fin de semana rural, se llevó los vaqueros de su mujer, pensando que eran los suyos... y así anécdota tras anécdota, que tanto te enriquecen como individuo y por las que te ríes, te ríes y no sabes por qué. Son buenos ratos los que te hace pasar esta familia, que en realidad es una especie de clan, porque además, ante un acontecimiento familiar, no suele fallar ninguno. Tienen un índice de asistencia superior al 80%, causando baja muy pocos.
Cuando Lou me habló de ellos, soñaba con entrar en tropel en aquellas discusiones habituales con los polémicos, que dilucidaban dicotomías trascendentales como religión/ciencia, nuclear no gracias/sí por favor. Ahora que estoy dentro he redescubierto lo que me solía decir mi padre: Calladito estás más guapo, consejo que nunca atendí y que buenos frutos me hubiera reportado si le hubiese hecho caso.
Son nuevas costumbres, como fue para mí el descubrir que es posible cortarse uno mismo el pelo sin ayuda de nadie. Sólo hace falta una cabra y un espejo. Es un mundo nuevo que aparece ante tus ojos, hábitos del día a día que poco a poco se irán haciendo tuyos, pues has de unirlos a los que tú traes contigo, para que los hereden tus hijos.
Desde que llegué a ser uno de ellos, no pasó mucho tiempo que escuché NUESTRO silbido en uno de mis nuevos parientes. Debo decir, que en un principio no me sorprendió. He de explicar, por si no es sabido, que los abuelos de Lou vivieron en La Palma y eran vecinos y amigos de los míos. Además, tenemos primos comunes, que propiciaron que nos conociéramos aquellos maravillosos días de diciembre en Madrid. Pero esa romántica historia de amor, merece un capítulo propio, un día que el romanticismo me brote por todo el organismo. Así que oírlo me resultó hasta entrañable y de alguna manera, me devolvía el recuerdo de mi familia que estaba lejos. Se han copiado - pensé - ¡Qué poco original es esta gente! Pero al fin y al cabo, es una composición tan simple, pero tan completa y enternecedora, que hasta puedo perdonarles tal plagio...
Hasta que un día lo comenté en casa de mis suegros. Todos se rieron de mí, queriéndome convencer (¡Sí, hombre!), que el silbido ERA DE ELLOS y que mi padre y mis tíos, como jugaban juntos de niños, lo copiaron. (¡ESO SÍ QUE NO...!)
Como estaba claro que me estaban tomando el pelo, decidí no contrastarlo y opté por la opción de enrocarme, como hicieron los valientes soldados españoles, los últimos de Filipinas, que estuvieron resistiendo el asedio durante seis meses porque no aceptaban que había acabado la guerra, temiendo estar siendo engañados.
Mi resistencia duró casi dos años. Hasta que llegó el triste día que mi padre me confirmó lo que mi corazón no quería escuchar. Me repitió punto por punto lo que mis suegros me habían dicho. Uno de mis cimientos familiares más sólidos se me derrumbaba. Efectivamente, Fiuu Fi-Fi había dejado de ser nuestro.
Pero debo decir a los usurpadores, que la reconquista ha comenzado, que ya ha llegado el día, que tiemblen los Gómez-Rivera, pues Tiri, Marta, Guille y cuando esté con nosotros, Clara Carrillo Gómez, habrán recuperado lo que moralmente siempre ha sido suyo y el silbido Fiu Fi Fi, será por fin nuestro, para siempre.

martes, 18 de mayo de 2010

Misterios de familia (parte 1)

He oído muchas veces que cada uno es de su padre y de su madre. Verdad incuestionable, que lo que viene a querer decir es que uno es en gran medida lo que sus padres le han aportado. Lo bueno y lo malo.
Desde que naces, sufres una especie de abducción alienígena del útero materno y te colocan en un lugar que no has escogido, lleno de peculiaridades llamado Familia.
Me voy a tomar la libertad de hablar un poco de la mía, aunque la voz autorizada sería la de mi hermana María, estudiosa de la Genealogía desde hace mucho tiempo, conocedora de detalles de nuestros antepasados, que probablemente ni ellos mismos sabían.
Desde que llegué a este mundo supe que la familia de mi madre había sido muy acomodada. Se dedicaban al negocio de la harina, fundado por mi bisabuelo y habían vivido en muy buena situación económica. Al fin y al cabo, todo el mundo necesita la harina.
Toda mi vida hemos tenido que comprar pan, harina, pasta... por lo que es fácil deducir que el negocio no llegamos a herederarlo los bisnietos. Lo que nos quedó es una gran clase. Tal vez por eso, fascinada precisamente por la clase, mi madre se hizo profesora de Inglés.
Esta parte materna es la que me ha aportado el glamour que desbordo por todos lados. ¿Quiere un poco de glamour, que me sobra? Pero ni pizca de comparación con el que tenía mi abuela Isabel, que en otro país hubiese sido una diva del cine con esos preciosos ojos verdes que tenía. Ella simplemente fue el primer Casi de mi familia. Fue casi diva de la ópera. Con todo esto, no es de extrañar que desde pequeño me propusiera recuperar el esplendor perdido. De hecho, en la casa en la que vivo, en mi mismo rellano (la palabra rellano no debería existir en la vida de un caballero), tal y como reza su buzón, viven una tal Margó y su compañera de piso Rosmeri. Visto el resultado, es obvio que no lo conseguí. Quien más cerca ha estado de ser un magnate del negocio harinero es un primo mío que es representante de futbolistas, pero no me consta que haya igualado al bisabuelo Pelegrín.
La familia de mi padre tiene una gran tradición marina, encabezada por mi abuelo José Amaro, que fue práctico del puerto de la Palma. Este fuerte arraigo profesional con la mar, caló hondo en mi padre, que estudió Perito industrial y acabó trabajando en la compañía Telefónica. Me prometió un día que cuando fuese mayor me explicaría exactamente en qué consistía su trabajo en aquella oficina, pero el caso es que ya hace años que se jubiló y sigo sin saberlo.
Tanto de uno como de otro, a pesar de ser tan distintos, he aprendido la importancia que tiene la familia. De sus consejos y sobretodo de sus errores y tropiezos he sacado las mejores enseñanzas de mi vida. No se los he dicho nunca, pero me siento muy orgulloso de ser hijo de ellos y que cada uno a su manera, sean los abuelos de mis hijos.
De los tuyos heredas no sólo el apellido, te llevas también contigo, en tu mochila, cosas que ni sospechabas que tenías dentro. En nuestro caso, una serie de dichos familiares que me propongo continuar transmitiendo a la siguiente generación, como son:
- La cama la llaman Rosa y el que la duerme la goza. Se les dice a los niños y les recuerda que ya es hora de irse a acostar. Nos la decía mi abuela Chucha, por lo que al recordar mi infancia en su casa de La Palma, he querido citarla la primera.
- La cuchara que coges, con esa comes. Que vendría a querer decir más o menos, que cada uno tiene lo que busca. Una especie de "Quien siembra vientos, recoge tempestades" o "De aquellos polvos vienen estos lodos", versión genuinamente Carrillo.
- En cada casa hay un retrete. Clásico entre los clásicos de los Carrillo, que refleja de una manera escatológica la presencia de una oveja negra en cada familia.
Pero si hay algo que nos define es ese famoso silbido, combinación de un tono largo, seguido de dos cortos, que reconocería en cualquier parte del mundo y que me ha acompañado toda mi vida. Toda una existencia con la convicción de que era un invento de mi padre, o de su hermano Nane, o incluso de alguno de sus amigos de pandilla. Treinta y tantos años sumido en un engaño, hasta que fortuitamente llegó el fatídico día en que descubrí la verdad...

domingo, 16 de mayo de 2010

Prueba superada

A menudo se habla de la adolescencia como esa edad conflictiva con la que se atemoriza a los jóvenes padres. Pero nadie te advierte de otras etapas más problemáticas que tienen lugar mucho antes.
Los que ya han pasado por ellas, saben perfectamente lo que quiero decir cuando me refiero a la traumatizante retirada del chupete (yo todavía recuerdo la mía), la sustitución del biberón por ese nuevo y desesperadamente lento desayuno en recipiente tipo taza, el cambio de la cuna a la cama, lo que hace de por sí, un poco más ligero el sueño de los padres y sobre todo, el tema que hoy me ocupa, ese proceso que no tiene vuelta atrás una vez has comenzado: el quitar los pañales.
Tomando como referencia a su hermana y dado que la semana que viene ya cumple dos años, pensamos que a Guille ya le tocaba dar ese importante paso. Así que desde hace diez días estamos inmersos en el estresante proceso de enseñarle a controlar sus esfínteres.
De momento nuestra actuación es casi como la de los bomberos que van moviendo la lona para capturar al suicida que se arroja al vacío. Casi estamos persiguiendo al niño por toda la casa con el orinal en la mano, preguntándole:
- Guille: ¿Quieres hacer pis? - su respuesta siempre es un sonriente No, aunque veas cómo el chorrillo va cayendo al suelo...
A pesar de todo, las aguas menores están en un proceso avanzado y creo que como los grandes incendios forestales, estamos a punto de controlarlo. Adelantándonos al rebosamiento de la presa, puntualmente cada media hora lo sentamos y él generosamente nos proporciona el líquido elemento.
Ayer fuimos invitados al bautizo y posterior festejo del hijo de unos buenos amigos. Un acontecimiento tan especial merecía un entorno acorde con la magnificencia del evento, por lo que finalmente lo celebramos en el Real Club de Polo de Barcelona. Precioso lugar emblemático, que además estos días celebra un torneo internacional de polo, por lo que lo más florido de este deporte y de la burguesía catalana, estaría presente en sus instalaciones.
Como no podía ser de otra manera y acorde con el lugar tan pichiflé, mi querido hijo se me acercó y con su de momento, espero, limitado vocabulario, me dice:
- Papi, pis...- y de ahí marchamos al servicio, donde se confirmó su solicitud.
Es un momento emocionante para unos padres el ver cómo la comunicación con tus hijos se va estrechando y nos vamos entendiendo. Este gesto de confianza y progreso incluso emocionó a su madre, muy sensible en esta época de disparate hormonal gravídico.
Como refuerzo positivo se le hizo toda la fiesta que el lugar permitía, pues no era cuestión de gritar a los cuatro vientos: ¡Bravo, Guille! ¡Has hecho pis...!
Muy bien - pensé - esto va por buen camino. Antes de nada, su madre estará reprendiéndolo por ensuciar la taza o por no tirar de la cisterna. Vamos, que en menos de un mes está hecho un hombre...
Esto bien se merecía una cerveza para celebrarlo....
Al cabo de un rato, de repente me llama Joaquín, el abuelo del homenajeado:
- Mel, mira lo que ha hecho tu hijo... - me dice señalando el suelo con sonrisa socarrona.
Ahí, en medio de la terraza del Real Club de Polo de Barcelona, ante los ojos de todo el mundo, depositado elegantemente tras haberse deslizado y rodado por la pernera del pantalón de Guille, yacía un señor truño. Junto a él, su autor, mi hijo, sonriendo orgulloso, como satisfecho del trabajo bien hecho.
Me parece que esta etapa va a ser más complicada de lo que pensábamos. Menos mal que esta semana tengo un montón de guardias...

jueves, 13 de mayo de 2010

Cuestión de números

Como decía Edison, la inspiración tan sólo es un 1%, el resto le corresponde a la transpiración. Esto es, al esfuerzo. Si éste se lo adjudicamos a un tercero, y esto es una aportación mía, la sudoración será mínima por nuestra parte, con un resultado similar. La búsqueda de un tema de reflexión a veces es algo casual y en ocasiones, cuando llevas días sin escribir, te lleva a rebanarte los sesos. Hoy ni lo uno, ni lo otro. La inspiración me la ha traído mi primo Fede, excelente fotógrafo al que admiro, al colocar un vínculo en su muro de Facebook. Es un artículo que parece publicado en la época de peor sequía veraniega de noticias. En él, comentan el arduo trabajo de investigación de un profesor de Economía de la Universidad Complutense de Madrid, en la que afirma que basada en la segunda ley de la termodinámica y en la teoría del control óptimo (sí, hombre, ésa que mantiene los satélites en órbita), el amor para siempre está destinado al fracaso. El modelo matemático creado es rotundo y sus resultados son demoledores. Eso sí que es transpirar, sudar la gota gorda, o no tener que hacer nada en la universidad.
Pero, ¿es cierto que el amor no dura para siempre? ¿se puede medir el amor? ¿Cuánto me quieres? Te quiero mil. ¿Tan poco?
Cuando un elemento encuentra su pareja, aquí o en el quinto pino y deciden integrarse y formar un conjunto, algo que sucede cada dos por tres, están sometidos a una presión, que es inversamente proporcional a la temperatura que experimentan ambos al inicio. Según ese estudio de tres al cuarto, esta relación asociativa, tiene todos los números de acabar igualándose a cero. Y no es cuestión de matrices, ni de la dimensión de los miembros que conformen la ecuación. Si esto fuese estadísticamente significativo, o como decía el Dr Hdez-Lecuona, significativamente estadístico, sería cuestión de hacer números. Y palabras. Habría que sustraer de nuestro léxico sentencias como:
- Te querré siempre.
- Quiero envejecer junto a ti.
- Te quiero más que ayer, pero menos que mañana. (Expresión matemática clásica, que desde ya hace años, había abordado este asunto pero desde una perspectiva más optimista).
A pesar de lo que digan, y pese a que los estudiosos crean que la tendencia del amor eterno es negativa, me resisto a creer que ese axioma sea demostrable. Y a la primera ocasión que tenga delante al autor de ese importante estudio, le montaré un numerito...
Por si acaso, cuando Lou me pregunte: "¿Cuánto me quieres?", responderé la verdad:
- Te quiero infinito. (Al fin y al cabo, ¿alguien ha visto el infinito?)

martes, 11 de mayo de 2010

En el cielo

Hace casi un año que no haces guardias con nosotros.
Todavía no entiendo por qué de tanto en tanto, al llegar por la mañana no me encuentro con tus grandes ojos azules, esa sonrisa de niño travieso que nunca fuiste, recibiéndonos uno a uno para preparar el día y ponernos a volar juntos.
Cuando te describo, pienso en ti como ese piloto heroico, caballero del aire de otros tiempos, en los que el volar era la última frontera de la aventura. Cuando abro un libro de Historia de la aviación, me imagino que escondido en un capítulo inédito, aparecerá una foto tuya en color sepia, posando orgulloso junto a tu aparato, con un pie de página que cuente tus hazañas en los albores de la aviación.
Ya no vendrás jamás con nosotros, me cuesta aceptarlo; sé que nunca más tomarás los mandos y surcaremos el cielo juntos de nuevo.
Hoy he conocido a tu hijo Daniel, que ha venido a vernos con su madre. Como sabes, ya tiene cinco meses y sus inmensos ojos azules han iluminado todo mi ser. Parece un bebé feliz, bien rollizo, con unos mofletes que invitan a besarlos constantemente. No me he podido resistir, lo he cogido en mis brazos, e incluso me ha sonreído. Le he mirado y por fin lo he entendido, porque al verlo he comprendido que habías vuelto.

sábado, 8 de mayo de 2010

Un día en las carreras

Siempre he creído que dentro de un gran acontecimiento tienen lugar pequeñas historias mucho más interesantes que el relato principal. Al fin y al cabo, la Historia con mayúsculas, se nutre de pequeñas historias minúsculas, que la alimentan y enriquecen.
Este fin de semana todos los ojos del mundo están puestos en Barcelona, donde se desarrolla el Gran Premio de Fórmula 1. Ésa es la gran noticia, que será tejida con los hilos de la victoria del campeón de la carrera, los posibles vuelcos en la clasificación del mundial de pilotos y de constructores, esos adelantamientos vertiginosos y las mejoras aerodinámicas de los ingenieros de los equipos. Pero, como decía en un principio, a la vez y de forma inadvertida, pasan cosas, que desde otra perspectiva, me resultan más interesantes. Se dice que siempre estoy en el aire, pero desde arriba aparto los primeros árboles que no me dejan ver el bosque y después de retirar esta primera envoltura, me emociono ante historias humanas, que están disueltas y perdidas dentro de la gran historia.
Estos días estoy en el circuito, trabajando como médico y aunque mi cometido es sólo el traslado en helicóptero de pilotos accidentados, echo una mano en la clínica del circuito atendiendo a algún que otro paciente que nos traen.
En las tandas de entrenamiento de ayer, un piloto debutante esta temporada, sufrió un accidente al chocar con una protección lateral y pronto se vio que no se había hecho nada, pero el reglamento obliga a trasladarlo a la clínica, para una exploración médica aún en contra de su voluntad, para descartar posibles lesiones. Tras traernos las asistencias al muchacho, de 22 años, fue respondiendo de mala gana cada una de las preguntas que le hacíamos con un seco No. Tras terminar de explorarlo, y sin haberse siquiera sentado, le digo amablemente que no tiene nada, que puede marcharse y me contesta con cara desafiante de niño malcriado: "Qué, ¿ya estáis contentos? Cogió su casco y se marchó. No sé qué será de él, y de los demás, si algún día llega a ser tercero del mundo...
El día se acaba y estamos prácticamente recogiendo, cuando aparece por la clínica un señor de unos 60 años, que se dirige a mí muy educadamente y me pide si lo puedo atender y tomarle la tensión. Me cuenta que tiene 65 años, es de Sao Paulo, mientras se retira la americana y se va aflojando el nudo de la corbata. Su voz es baja, amigable y las palabras van brotando de forma pausada. Le coloco el manguito para tomarle la presión y poco a poco me cuenta su historia...
- Verá, doctor - me dice - es que me he puesto nervioso. Me he emocionado.
En un primer momento pensé que sería uno de esos locos aficionados, que recorren el mundo para cumplir el sueño de ver una carrera de coches en directo. Una especie de síndrome de Stendhal deportivo.
- Doctor, ¿tiene usted hijos? - me preguntó en un tono cariñoso.
- Sí, tengo tres - le contesté.
- Entonces usted entenderá lo que me ha sucedido. Mire, doctor, mi hijo es piloto de fórmula 1. Han sido muchos años de sacrificio. Es un deporte muy difícil, muy caro y muy arriesgado. Verlo conducir un coche me ha emocionado mucho.
- ¿Cómo se llama su hijo? - le pregunté.
Tras decírmelo, recordé que era uno de esos pilotos que debutaban ese año.
- Perdone: ¿su hijo es feliz? - le pregunté.
- Mucho, ha llegado a un lugar que alcanzan muy pocos. Por eso me he emocionado - me contaba con sus ojos humedecidos.
- Para la gente de fuera - le dije - lo importante es que sea campeón del mundo. Para usted y para él, lo importante debería ser que ha cumplido un sueño.
- Muchas gracias, doctor - me dijo amablemente - Ya me encuentro mejor. ¿Cómo tengo la tensión?
- La tiene perfecta - le contesté.
Se despidió de mí educadamente y se marchó.
No conozco al hijo de este hombre tan amable, pero seguro que no tiene nada que ver con su compañero que vino a la clínica antes. Estoy convencido que alguien como su padre le habrá sabido transmitir los valores de respeto y humildad. Por eso, mañana todo el mundo estará mirando al ganador de la carrera, y la majestuosidad de un gran premio con toda su orquestada parafernalia, impedirán ver a un corredor de segunda fila, casi desconocido, que con el apoyo de su familia y la tenacidad, sacrificio y superación, ha conseguido alcanzar un sueño casi imposible.

jueves, 6 de mayo de 2010

El nido

Tomando como base de inspiración la idea de que un lector necesita de una paz y tranquilidad para disfrutar de su placer más exquisito, el estudio de arquitectura danés Dorte Mandrup Arkitekter ha creado una especie de casita de jardín, un híbrido entre invernadero y sauna nórdica, de madera, que proporcione confort y aislamiento para todo aquél que desee oir sólo sus pensamientos como único sonido ambiente. Ese diseño lo han bautizado Read-Nest, o lo que es lo mismo, el nido de lectura.
Pero lo que me llevó a ese descubrimiento, no es el profundizar en mis escasos conocimientos en arquitectura danesa, sino la búsqueda en la red de ese mal poco conocido, que afecta a las mujeres, pero que por extensión, sólo lo padecen los hombres: El síndrome del nido.
Como padre de familia numerosa, creo que soy una voz autorizada para hablar de este padecimiento masculino.
Cuando tu mujer está embarazada, a pesar de tus consejos, aunque aparentemente la hayas convencido, sufre del impulso irrefrenable de llenar la casa de objetos tan dispares como: chichoneras para la cuna, termómetro para el baño, cambiador, portapañales, tijeritas para las uñas, el moisés, el maxi-cosi, el perrito que impide que se gire en la cuna, perita para absorber mocos, biberones, limpia-biberones, hierve-biberones, calienta-biberones, biberones de repuesto, tetinas para biberones, chupetes, bañerita, esponja, albornoz, toallas, toallitas, toquillas, mantillas, patucos, bodies, pijamitas, todo en su adecuado color rosa/azul y un sinfín de otros elementos imprescindibles para el adecuado desarrollo del recién nacido.
Recuerdo en una ocasión tal compulsión, que a Lou tuvo que echarla de la tienda una honesta dependienta, diciéndole cariñosamente: "Vete, vete, porque hoy me comprarías toda la tienda...."
Pero que no crea el ingenuo padre primerizo que una vez tenga ese hogar todas las necesidades cubiertas, que ante la llegada de un nuevo retoño el síndrome no aparecerá. ¡Ni mucho menos! Si tenías una niña y ahora viene un niño, hay que hacerse con todo del color oportuno ¡Aunque no lo vaya a usar nunca...! ¡Cómo va a usar el niño la chichonera de la cuna rosa de su hermana! ¡Por favor...!
¿Y qué pasa si la intrépida pareja decide continuar llenando la casa de niños, si es que todos esos cachivaches dejan sitio para alguien más? ¿Ella se cura? No, claro que no...
Todo esto me lleva a comentar el día de hoy. Acrecentado y avivado por la visita rutinaria al ginecólogo, el virus ha vuelto a aparecer... El impulso ha sido poco intenso. Tan sólo nos ha llevado (me ha llevado), a pintar zócalos, el alféizar de la ventana de la cocina y para tener la tarde entretenida, un cambio de muebles entre habitaciones. Esto es, desmontar la cuna de Guille, montarla en la antigua habitación de Marta, desmontar el cambiador en el cuarto de Guille, desmontar la cama de Marta, llevarla a la antigua habitación de Guille, montar el cambiador en el cuarto de Marta, todo bajo la sabia batuta de la poseída por el virus del nido. Menos mal que han venido a socorrerme mi cuñado Fran y su padre, a la postre mi suegro. El solista se convirtió en una orquesta de cámara, que al final contra todo pronóstico, conseguió acabar el concierto a la hora prevista, cuando llegaron los niños del cole, a contemplar su nuevo cuarto.
Esta noche duermen por primera vez Marta y Guille en la misma habitación. Ir a verlos antes de acostarnos ha sido la mayor sensación de paz que se puede experimentar y el mejor regalo al final del día.
Al fondo de la casa queda un cuarto vacío, casi preparado para su llegada.
Creo que yo también me he contagiado del síndrome del nido.
Clara, ven pronto, te estamos esperando, tenemos todos muchas ganas de verte...

miércoles, 5 de mayo de 2010

Un libro

Hace unos años compré un libro cuya lectura me apetecía mucho. Era un libro deseado y el poderlo tener en mis manos me hizo muy feliz. Cuando llegué a casa lo abrí y comencé a leer: Cuando era más joven y vulnerable, mi padre me dio un consejo que me ha dado vueltas en la cabeza desde entonces. "Cuando tengas ganas de criticar a alguien" - me dijo "recuerda que no todas las personas en este mundo han tenido las mismas oportunidades que tú."
Con ese comienzo prometedor, pensé que algo tan especial requeriría de una atmósfera ideal, a tono, que acompañase el disfrute de ese descubrimiento literario.
Como una botella de buen vino que espera pacientemente ese momento que nunca llega, para ser descorchada y que mientras tanto, va acumulando polvo, turbidez e incluso acaba avinagrándose, ese libro ha estado dormido en el fondo de una estantería, ha viajado conmigo en cada mudanza, en cada zigzag y vaivén que he cometido en mi vida, esperando ser abierto para degustar su bouquet.
El otro día decidí que el momento había llegado. Sería un brindis por el feliz presente y por el nacimiento de Clara, que está a punto de llegar. Rebusqué por todas las estanterías, pero no encontré mi libro. Tal vez él había decidido que se había cansado de esperar...
Cuando estaba a punto de desistir, como un guiño que te hace un amigo bromista, apareció en un lugar insospechado, escondido en el revistero, junto a revistas de decoración y viajes.
Ya he comenzado a leerlo y estas dos almas gemelas, por fin se han encontrado.
Él me cuenta la historia de un hombre misterioso, cuyo origen y el de su fortuna nadie conoce, pero que es famoso por organizar las más maravillosas fiestas, a las que nunca acude.
Me voy contagiando de su atmósfera, me sumerjo en su misterio y me embriago de la música de jazz que lo envuelve todo...
Avanzo lentamente, exprimiendo sus líneas, sabiendo con certeza que cuando llegue el FIN, una nueva etapa habrá comenzado.

sábado, 1 de mayo de 2010

Marta



Hoy hace cuatro años que llegó. Más o menos en el mismo momento en que escribo estas líneas, nació Marta. Es la felicidad en ambas direcciones: la que nos regala cada día y la que nos hace sentir por tenerla con nosotros. La persona más cariñosa que he conocido nunca. Estar con ella es descubrir a una persona despierta y sobre todo muy ocurrente, lo que le hace ser una inmensa fuente de inspiración para un escritor de blog de poca monta como el que suscribe y malescribe.
Nuestra hija es una niña inteligente, generosa y de un corazón inmenso. No es nada rencorosa y todos sus amigos la adoran.
No sé si está bien que sea yo quien escriba todo esto, pero a pesar de todo, creo que soy objetivo cuando me atrevo a afirmar que siempre ha sido una alegría para todos.
Siempre te puede sorprender con ese comentario ingenioso y sorprendente. Tiene un carácter noble, le gusta hacer bromas sanas, siempre está de buen humor y dispuesta a ayudar a los demás. Se podría decir, que es casi como Mary Poppins, simplemente perfecta. Por eso no es de extrañar que todo el mundo diga que Marta y su padre, son dos gotitas de agua.