Creo que en otra ocasión ya mencioné los caminos que todos tomamos en la vida, las decisiones intrascendentes, que luego acaban condicionando nuestro futuro, nuestras elecciones basadas en el principio del ensayo/error, donde los aciertos son escasos frente a la mayoría de equivocaciones. Hablaba de elecciones acertadas o no, pero no mencionaba a nuestros compañeros de viaje, que por alguna razón que otra, quedaron en la cuneta de nuestras vidas.
En esta época que nos toca vivir, tenemos la suerte de contar los mecanismos que nos dan otras oportunidades. Las llamadas redes sociales nos permitem rescatar aquellos amigos abandonados u olvidados en el margen de nuestros caminos escogidos y retomar, o al menos intentar recuperar todo lo que nos hemos perdido.
Hace muchos años tuve una amiga que quería mucho. Disfrutábamos contándonos nuestras importantísimas preocupaciones de nuestra incipiente adolescencia. Hablábamos a todas horas. Incluso cuando llegaba de noche a casa, cogía unas piedras y se las arrojaba a la ventana de su cuarto, para despertarla y contarle lo que me había pasado esa noche. Éramos vecinos del mismo edificio y compartíamos una amistad que pensaba que duraría para siempre.
Por motivos familiares tuve que abandonar aquella casa, coincidiendo con el comienzo de una nueva vida universitaria, con nuevas amistades, nuevas preocupaciones y nuevos caminos.
Siempre piensas que los amigos están en el lugar que los dejas, pero lo cierto es que a esas edades, en la que hay tantos cambios en tu metabolismo, te salen pelos y granos y tú mismo te conviertes en una nueva persona poco a poco, sin querer, te vas distanciando de aquéllos que te importaban tanto.
Han pasado cerca de quince años y en medio, ya sobrepasé la barrera de los treinta, camino de nuevas barreras que ya están demasiado cerca. Por aquellas casualidades y milagros del facebook, hemos vuelto a encontrarnos. Ahora ya no vivimos en Tenerife. Yo en Barcelona y ella en Lisboa. Nos hemos felicitado por nuestros cumpleaños y poco más.
Hace dos días, nos encontramos en el chat y hablamos apenas cinco minutos, ya que tuve que salir corriendo a buscar a Guille a la guardería. Media hora más tarde me llamaban del trabajo para ver si podía llevar un paciente a Lisboa al día siguiente.
Le mandé un mail, con mi móvil, esperando poder vernos en las escasas dos horas que tenía libres hasta coger el avión de vuelta. Cuando había dejado al paciente en su hospital, recibo su llamada y quedamos en media hora para comer juntos.
Un caballero debería decir que estaba igual que la última vez que nos vimos, así que en este caso, diré que yo he envejecido peor que ella. Fuimos a comer muy cerca y pude degustar algún plato de la cocina portuguesa, que íbamos comiendo por turnos; uno hablaba y el otro aprovechaba para comer...
¿Cómo contar quince años en 90 minutos? ¿Qué eliges y qué dejas fuera? Nuevamente el tiempo se burlaba de nosotros. Lo primero de todo, quise pedirle perdón por haberla dejado abandonada en mi camino tanto tiempo. Los platos inacabados, no porque no estuviesen deliciosos, fueron testigos de dos viejos amigos que preferían hablar, a comer y que necesitaban encontrarse y decirse muchas cosas que estaban pendientes.
No sé si las redes sociales son malas o buenas, pero sólo puedo decir que ayer fue un día muy especial, porque de él he aprendido que aunque mis pequeñas piedrecitas estén volando en el aire mucho tiempo, cuando golpeen tu persiana, abrirás la ventana para encontrarte nuevamente conmigo.
1 comentarios:
Pues sí, la vida tiene de estas cosas..todavía estoy medio alucinada porque fue como un sueño. Luego volví al trabajo en un dia de lluvia rarísimo y parecía que lo había soñado.
Me alegro un montón que todo te vaya muy bien! y tienes toda la razón, saldré a la ventana cada vez que lo necesites..Sigo por aqui!
Imagínate con nuestras conversaciones desde la ventana, de lo que no se enteraban los vecinos??
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