Cuando era pequeño y me preguntaban qué quería ser de mayor, muchas veces decía que quería ser médico, cuando en realidad quería ser astronauta y otras veces decía que astronauta, cuando lo que de verdad quería era ayudar a los demás y librarles de enfermedades y sufrimiento.
Ahora que soy un poco mayor cuando ya nadie me lo pregunta, tengo la gran suerte de poder ejercitar ambas disciplinas, con lo que unos años más tarde, sin esperarlo, he conseguido cerrar el círculo.
Hace nueve días que empezó esta misión. Aquí estoy recluido en la Estación Espacial. No es muy grande, pero tiene todo lo que necesita una tripulación como la nuestra para sobrevivir, protegidos del peligroso mundo exterior.
Ser astronauta no es nada fácil. Esto de estar encerrado entre ocho paredes puede llegar a ser muy duro. Por suerte, nuestro Centro de Control de Misión nos ha establecido una serie de rutinas que hacen que nos sintamos como si estuviésemos en la Tierra, disfrutando de nuestra vida normal. La tripulación actual que ocupa la Estación, la componemos cinco astronautas, todos parecidos, pero todos distintos. Lou es la comandante de la misión, que nos va marcando el ritmo y asignando los quehaceres diarios. Ella se encarga con mano férrea de repartirnos las tareas, que vamos alternando cada día para que no sea tan monótono y así mantener alto el ánimo de la tropa. Los otros astronautas, Guille, Marta, Clara y yo, obedecemos sin rechistar sus indicaciones. Hay quien lo lleva mejor, como Marta y yo y otros no tanto. Creo que Guille es a quien más difícil se le hace, pero aunque a veces pueda parecer un poco indisciplinado, en el fondo es un buen astronauta, consciente de la importante misión que estamos llevando a cabo y del valor que tiene todo lo que estamos haciendo aquí. Marta aprovecha su tiempo para estudiarse todos los manuales de funcionamiento de la Estación. Acabará sabiendo más que los propios ingenieros que la construyeron. Clara alivia su tensión haciendo gimnasia y colgándose de cualquier barra para hacer flexiones. Espero que no acabe fisurando la nave. No tenemos muchos repuestos.
Pero no todo es reclusión permanente en una Estación. Aunque Lou pasa la mayoría del tiempo aquí, se suele vestir el traje EVA para hacer algún paseo espacial y de esta manera asegurar el correcto ensamblaje de los transbordadores que nos traen víveres y combustible de forma periódica. Sus salidas son cortas, porque es a mí a quien le toca hacer los paseos espaciales más arriesgados y prolongados, sometiéndome al peligro de una posible catástrofe si un día el traje se descose y pierde su protección.
Lo singular de esta misión es que no nos han dicho con claridad lo que va a durar. Eso nos pone un poco nerviosos, pero para eso nos han entrenado. Para ser capaces de estar aquí todo lo que sea necesario. Los otros cuatro tienen la gran ventaja de que han sido scouts. Somos un gran equipo.
Un buen astronauta tiene la cabeza ocupada y nunca piensa que esto es un encierro. Al contrario, lo considera una gran oportunidad para darle el valor real a las cosas que nos esperan cuando entremos de nuevo en la atmósfera y toquemos tierra.
Entre aspiradora, lavadora, paño, comida, Pilates, ejercicios físicos, lectura y sesiones de Stranger Things, siempre hay un momento de descanso para la tripulación de la Estación. Es el momento en el que nos asomamos a la ventana y observamos a nuestro querido planeta Tierra. Ahí están, como parte de nuestros recuerdos todas las cosas que ahora echamos tanto de menos: un encuentro con los amigos, unas bravas sentados en una terraza, la brisa del mar en un chiringuito, jugar al pádel, sentir la espuma salada lamiéndonos los tobillos, poder tocar a nuestros padres, a nuestros hermanos, nuestros sobrinos. Correr hasta extenuarnos por la Diagonal, durante kilómetros y kilómetros, ir a ver a las niñas jugar al baloncesto y chillar como energúmenos para que tiren a canasta, o portarnos como caballeros, aplaudiendo al contrario en los partidos de rugby... Dar una mano, abrazarnos, acariciarnos, en definitiva, querernos sin desconfiar de nadie. Todas esas cosas que antes eran deliciosamente cotidianas, pero que aquí, en una órbita a 400 Km de distancia, se han vuelto extraordinarias y difícil de creer que pronto puedan volver a ser una realidad.
Soy médico y soy astronauta, pero por encima de todo soy una persona afortunada. Como tantos y tantos astronautas como yo, que ahora tienen la oportunidad de poder ver el valor real de las cosas.
Dicen que los astronautas cuando vuelven a la Tierra sufren muchos cambios en su cuerpo, que son incluso más altos. A nosotros nos sucederá igual. Cuando llegue el día en el que podamos abandonar la Estación, hacer la reentrada en la atmósfera y aterricemos suavemente en la Tierra, ya no seremos los mismos que antes de encerrarnos en la Estación Espacial Internacional. Seremos otras personas, mucho mejores, más generosos, cariñosos y felices, orgullosos de haber superado esta época difícil, disfrutando y valorando como nunca lo habíamos hecho, de la preciosa e increíble vida que nos ha tocado vivir.