viernes, 26 de noviembre de 2010

La Mar


El mar es dulce y hermoso. Pero puede ser cruel y se encoleriza tan súbitamente, y esos pájaros que vuelan, picando y cazando con sus tristes vocecillas son demasiado delicados para la mar.
Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aún un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.  
El viejo y el mar, Ernest Hemingway


Soy el único médico de una familia muy vinculada con el mar. Mi padre fue el hijo que no siguió la tradición familiar y realizó estudios técnicos, que nada tenían que ver con la profesión de su padre y sí más, con problemas de ingeniería, de tierra adentro. En eso puede que nos parezcamos: Rompemos sagas familiares e iniciamos otras. Yo sé que soy principio y fin de una nueva, de médicos, que no me importa que se extinga. En cambio, veo con tristeza cómo el profundo amor por la mar de mi abuelo, no se ha extendido a la generación de sus nietos. Esa vocación ha sido arrastrada irremediablemente por la marea.

Mi abuelo José Amaro fue práctico del puerto de Santa Cruz de La Palma. Eso le confería una cierta autoridad y consideración de personalidad en la ciudad. A pesar de esto, nunca tuvo ningún reconocimiento ni homenaje alguno. Si no naces en La Palma, nunca serás palmero. Así de ingrato se es en algunos lugares con los foráneos que vienen para quedarse. En cualquier caso, tal y como recuerdo como era, creo que se habría negado a recibir distinción alguna.
Era, como hombre de mar, una persona bastante introvertida. Al menos ése es el recuerdo que a mí me ha quedado. Creo que lo que más feliz le hacía era su familia y en especial sus nietos.

Tengo muy dentro la figura imborrable de mis abuelos y de aquella enorme casa en la que vivían, plagada de detalles marineros por todos lados. Jamás he vuelto a ver un piso de aquellas dimensiones, pero que a pesar de tener tal superficie, no tenía ningún rincón que no fuese entrañable y creo que la culpa la tenía mi abuela Chucha. Lograba que su casa fuese la mía y la de todo el mundo. No ha habido nadie más amable y acogedora.
Tras flanquear la puerta principal, te daba la bienvenida un enorme cuadro, una marina, una fragata que surcaba la mar, luchando contra el oleaje. A menudo me quedaba absorto mirando esa nave, imaginando la espuma salpicando sus cubiertas, mientras el olor a salitre impregnaba todo. El crujir de la madera se alternaba con el vaivén de la proa, que cabeceaba con las olas, penetrando en la mar y saliendo inmediatamente.
De la pared de aquella estancia, colgaban sextantes y en el centro del recibidor, sobre unas figuras de ébano talladas, pendía una enorme lámpara de madera cuyo armazón principal lo constituía la rueda del timón.
A la izquierda, en una habitación cuyo techo estaba poblado por una enredadera que venía de la terraza, que lo tapaba todo, se abría una gran ventana. Y desde la inmensa altura de ese piso, se distinguía toda la bahía.

Muchas veces al levantarme fui allí, y lo veía con sus prismáticos, adelantándose a su propia vista, anticipándose a la llegada de ese barco, que más tarde iría a atracar.
Me decían que era un hombre muy bajito, pero por mi corta edad nunca llegué a sobrepasarlo y darle la razón a todos aquellos que me lo contaron. Para mí, su silueta imponente se interponía en medio de aquel ventanal radiante de luz que lo rodeaba.
No era de explicar muchas cosas, pero sé que le gustaba que estuviese con él y disfrutaba cuando me dejaba mirar por aquellos prismáticos suyos, que no acababan de ajustarse a mis ojos, aún demasiado pequeños.

Un día, cuando ya casi tenía todas las preguntas para hacerle, se hizo a la mar y se perdió para siempre. Y aunque entreabrí mis ojos y fruncí el ceño para intentar verlo, no alcancé a distinguirlo. Fue la primera vez que descubrí que cuando alguien hace ese viaje, se marcha muy lejos. Tanto, que ni siquiera los mejores prismáticos ya sirven para nada.

Un viejo amigo

Mañana va a ser un día importante. Después de demasiado tiempo sin verlo, nos volveremos a encontrar. Por eso estoy un poco nervioso, no me puedo ir a acostar todavía y sigo en pie
He pensado que la mejor manera de diluir esta ansiedad es sentarme ante mi ordenador y aunque a veces escribo de esta forma, como si lo hiciera con los pies, en esta ocasión me esmeraré y trataré de expresar a pies juntillas todo aquello que pasa por mi cabeza.

Sé que a veces pienso demasiado, que no tengo los pies en el suelo, que tal vez estoy en el aire, a mil pies de altura, pero creo que poseo los suficientes motivos para estar inquieto. Llevo deseando este instante tanto tiempo....
Juntos hemos compartido una vida entera, plagada de mil aventuras que han dado pie a numerosísimas anécdotas. Historias de amores imposibles, otras que nos obligaron a poner los pies en polvorosa, pero siempre juntos, al pie del cañón. Sea como fuere, es normal mi intranquilidad, la misma que tendría cualquier ciudadano de a pie. Nunca habíamos estado tanto tiempo separados.

Sí, ya sé que peco de hacerme siempre demasiadas ilusiones, que debería andarme con pies de plomo, pero no lo puedo evitar. Mañana nos encontraremos de nuevo, a pie de obra, y allí nadie podrá pararme los pies y evitar que lo vea, aunque me tengan que sacar de allí con los pies por delante.
Tampoco quiero que se tome esto al pie de la letra, que no pasará nada si las cosas no salen como uno espera. Soy un caballero de los pies a la cabeza. No voy a montar ningún numerito, ni a sacar los pies del tiesto, que me obligue a decir eso de... ¡Pies para qué os quiero...!
No es cuestión de dramatizar. Soy una persona que se viste por los pies.

Toda esta historia me ha pillado con el pie cambiado, pero la ansiada espera tiene su recompensa. Si al final mañana no sale todo como esperaba, no pasa nada, porque el plan sigue en pie para el lunes. No he de pensar que me he levantado con el pie izquierdo y que me espera un día desastroso. Simplemente, por decirlo de alguna manera, como una nota a pie de página, lo que he de pensar es que sólo es un pequeño traspiés.

Por eso, pase lo que pase, lo importante es empezar este fin de semana con buen pie y si todo va bien como espero y me quitan la escayola,  por fin podré ver de nuevo a mi querido pie.






jueves, 18 de noviembre de 2010

Miedo escénico

Siempre que me sucede igual, me pasa lo mismo. Sí, sí, no estoy diciendo ninguna tontería. El día previo del estreno, siempre me pasan las mismas ideas por la cabeza, que aunque nunca lo reconozca en público, en este medio no puedo ocultarlo.

Desde pequeño tengo una gran paradoja en mi vida. De niño era extremadamente tímido, sonrojándome con mucha facilidad. En cambio, disfrutaba presentándome voluntario a cualquier evento que requiriera hablar en público, tipo teatro, presentación, o demás payasadas.
Cuando estaba en el escenario me transformaba, me subía en una nube y empezaba a flotar por encima de todos aquéllos que me estaban escuchando, o que al menos eran tan educados de poner cara de que me escuchaban.
Pero para llegar a ese estado de limbo, previamente hay que pasar por unas fases dolorosas. En eso, debo reconocer que soy igual que aquel niño, que fundó un grupo musical llamado Los Caníbales, que iba cantando su repertorio de clase en clase con nueve años.

Existe un primer momento de euforia, o más bien de intento de vencerte a ti mismo, en la que sin que nadie te lo pida, te ofreces a hablar en público.
A medida que se va acercando la fecha, vas odiándote profundamente y deseando no haber hecho caso a ese otro yo, ese chulito, sin miedo a nada.
No lo puedo evitar. Son incapaz de que esa frase deje de aparecérseme: ¿Pero quién me manda a mí meterme en esta historia? Que desde este momento hasta el de comenzar a hablar, sacudirá mi cabeza numerosas veces.
Pero esto no es la primera vez que me sucede y que me meto voluntariamente en estos berenjenales. Entre mis numerosas gestas, puedo destacar:

- Haber sido delegado de clase en el colegio varias veces. (Todas voluntarias).
- Cantante del grupo Los Caníbales.
- Dramaturgo, director y actor de obras de teatro.
- Presentador de la gala de fin de curso de COU.
- Haberme presentado voluntariamente a más de la mitad de las asignaturas de la carrera de forma oral (para asombro de muchos de mis profesores).
- Ponente de congresos de estudiantes en La Laguna y un año fui incluso a Berlín, por si fuera poco, a hacerlo en inglés.
- Orador del discurso de fin de carrera de mi promoción.
- Brindis y discurso el día de mi boda.
- Sesiones clínicas.
- Director y profesor de un curso de Medicina Aeronáutica.

Pero esa vena artística todavía perdura. Desde siempre me han hablado de miles de trucos. Eso de ir tocando un juguetito en el bolsillo, les aseguro que no sirve para nada. Sólo consigues que te suden más las manos y que se te acabe perdiendo en el bolsillo el juguete y tú la concentración.
Por más que lo he intentado, jamás he conseguido imaginarme al público o al tribunal desnudos. Y de verdad que lo he intentado, pero debo ser muy simple en cuanto a imaginación.
La única forma que tengo de combatir esto es ensayar y ensayar, pero no sé por qué oscura razón, siempre tengo la sensación de que en casa lo hago mejor que sobre la tarima, cuando llega el momento de la verdad.
Desde que la leí, no hago sino recordar aquella frase de Einstein que decía:
"Mi cerebro no para de dar vueltas y vueltas, hasta que me toca hablar en público"

Mañana, es decir, dentro de unas horas, me toca vivir de nuevo lo de toda la vida. Pasar por el trance de ver a más de cien personas esperando a que abra la boca y diga algo interesante. Lo primero es fácil, lo segundo no tanto.

Sé lo que va a pasar cuando comience la acción. Empezaré con la presentación mil veces ensayada y casi sin darme cuenta, surgirá ese calor a partir de la segunda frase y como otras veces, mi voz dejará de temblar. Esa adrenalina la haré mía y la repartiré adecuadamente a lo largo de toda la ponencia. Y me sentiré feliz con esos escasos veinte minutos, que serán sólo míos y me pondré de nuevo esa dosis de miedo escénico, disfrutando cada instante y como nunca tengo suficiente, este deleite me empujará a que lo vuelva a hacer una vez más y otra... y otra.. y otra...

viernes, 12 de noviembre de 2010

Ecos


















Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me hicieron esa pregunta. Durante una época era casi cada día. Tenía que encontrarme con distintos interlocutores y darles una y otra vez la misma explicación.
"Si eres médico, ¿por qué quieres ser controlador aéreo?”
Ésa era la pregunta. Algunos incluso como subtítulo, añadían:
“Porque se supone que los médicos tenéis una vocación ¿no?”

Al principio me preocupaba por intentar hacer entender que para mí la Medicina no lo es todo y que a un médico bien puede gustarle, incluso apasionarle otras cosas, más incluso que su profesión. Pero no, creo que no llegué a convencer a nadie. Al final, opté por la respuesta más convincente, que no la más sincera: “Porque trabajaré menos y ganaré mucho más dinero”. Me resulta curioso que esto de la vocación, se aplique sólo a la clase médica. ¿No se imaginan un albañil exultante de felicidad, porque ha hecho una mezcla de cemento prodigiosa? ¿Qué llegue a casa contando atropelladamente, embargado por el éxtasis, cómo fue capaz de poner unos azulejos preciosos, perfectamente paralelos uno a otro? ¿O ese carpintero con los ojos empapados de lágrimas de emoción por haber hecho una mesa de noche preciosa? ¿Por qué la vocación es sólo médica? ¿No se puede ser un excelente profesional y no tener vocación? ¿Y tener vocación y no ser buen profesional?

Ese concepto arraigado en la sociedad de la vocación médica, creo que se ha convertido en un lastre en muchos momentos, incluso en un mito. Porque aunque estés motivado y disfrutes con lo que haces, de vocación no se puede vivir, ni pagar la hipoteca, ni compensar esas guardias terribles, en las que poder descansar unas horas es un lujo y comer de un tirón, desde el primer plato hasta el café, un imposible.

Esa maldita supuesta vocación es la que ha permitido que los recién licenciados, que en otras carreras ya serían honorables arquitectos, ingenieros, de estudios concluídos y remuneración adecuada, en el caso de los médicos, no contentos con seis años de carrera, tengan que plegarse ante un examen selectivo llamado MIR. Luego se convierten en residentes, para después tener un salario denigrante, con la promesa casi siempre incumplida, de tener algún día una plaza fija en el hospital en el que se han formado. Eso sí, lo hacen por vocación.

Pero mis motivos para haber querido ser controlador no se deben al resentimiento de creer que la profesión médica está mal valorada y por supuesto, pésimamente remunerada. Mis motivos se resumen todos en uno: La Pasión. Ver un avión surcar el cielo, desde siempre, hasta hoy mismo, me obliga a torcer el cuello y seguir su estela en todo su recorrido. Y sin querer, pienso que si va por ahí o más arriba, es porque se lo ha dicho un controlador.
Se dice que los controladores son pilotos frustrados. Tal vez haya algo de cierto en ello, pero en mi caso, cuando descubrí la profesión de controlador aéreo, el deseo de ser piloto quedó apartado inmediatamente.

Antes de entrar en la escuela de control se ha de pasar un reconocimiento médico en un lugar llamado CIMA. Recuerdo al médico que supervisó todas las pruebas. Viendo mi profesión, arrojó la cartulina sobre su mesa, donde iba anotando todos los resultados y le dijo a un compañero: "¡Qué mal está la Medicina, para que un médico se tenga que hacer controlador...

Hoy me han vuelto a hacer la misma pregunta. Hacía años que no me pasaba. Esta vez, en lugar de ir a las respuestas tipo, he meditado mi contestación.
No tiene ninguna importancia el hecho de ser médico, ni abogado, ni ingeniero, ni enfermero, ni nada. Cuando descubres algo que de verdad te apasiona, lo sabes. Sientes algo dentro, inexplicable, que sólo quien lo ha vivido, entenderá a qué me refiero. Me recuerda a una escena, que no sé si la vi en el cine, si la leí o simplemente me visitó una noche en mis sueños. En ella un hijo le pregunta a su padre:
- Papá, si algún día me enamoro, ¿cómo sabré si es de verdad?
- No te preocupes. Cuando llegue el momento, lo sabrás.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Etapas














A una mujer nunca se le debe preguntar la edad y a partir de una cantidad razonable de años vividos, a un hombre tampoco. Aunque desconozco el motivo, parece que es una necesidad humana el ubicar en tiempo y espacio a nuestros semejantes. Desde muy pequeños decimos:  Estudiamos en el mismo colegio pero él es un curso mayor que el mío, o también usamos otra expresión más ambigua como: Fulanito, tú eres de mi quinta, ¿verdad? o incluso de una forma más académica se podría decir: La doctora Jomeini es de mi promoción, por poner unos ejemplos.
Todos ellos describen esa fuerza interna incontrolada, que nos hace clasificar como un buen enólogo, a todo el mundo por añadas. Pero como no todos parecen tener la edad que tienen y no todos poseen la edad que refleja su rostro, el ser humano, hábil en encontrar atajos para todo, ha creado desde siempre, una especie de mojones de carretera, etapas en el camino, que sirven de testigo de paso por los años y de una forma un poco burda, pero eficaz, nos ubica a cada uno en su momento.

Desde que yo recuerdo (y ya adelanto para decir que esta primera etapa no cuenta para mí), la gente se clasificaba en aquéllos que vieron al hombre llegar a la luna y los que no estaban para verlo.
Y con la huella de Neil Armstrong, comenzamos este camino plagado de metas volantes.

1) La llegada del hombre a la Luna.

2) El siguiente paso son Los Payasos de la tele. Cuenta el haberlos visto los sábados por la tarde, en directo por la primera cadena, asisitiendo al estreno mundial de Susanita tiene un ratón, El auto de Papá, Hola Don Pepito, La Gallina Turuleca, Mi barba tiene tres pelos... Todavía esta etapa se puede acotar un poco más, acerca de quién se acuerda de cuándo se murió Fofó, o incluso el nombre de todos los payasos de carrerilla.

3) La fase anterior se mezcla con ésta, que es la que corresponde a Heidi y Marco. Aunque siempre se habla del uno cuando se hace mención al otro, hay que aclarar, que Marco es italiano (de los Apeninos a los Andes) y Heidi alemana (de las montañas de Frankfurt), y por tanto, no tienen ninguna relación entre ellos.

4) Estas referencias televisivas, objeto de la aparición de la televisión en color y en Canarias, de la deseada segunda cadena, nos traslada en volandas hacia el siguiente punto: ¿Quién vio la primera emisión de Verano Azul? La primera ¿eh? Con lo que surgen las preguntas inevitables: ¿Tuviste que preguntar en casa qué era eso de la regla cuando le vino a Bea? ¿Lloraste con la muerte de Chanquete?

5) Y acontecimiento mundial, nunca mejor dicho: el Mundial de España de 1982. Algunas escuelas se refieren a este punto cronológico, con la cuestión: ¿Te acuerdas de Naranjito? e incluso los más eruditos sabrían decir cómo se llamaba la serie de dibujos en la que salía (Fútbol en acción) y nombrar alguno de sus amigos (Citrón). Naranjito se ha constituído en una referencia clásica entre los clásicos, que a veces se toma incluso como año cero.

6) Y el fútbol continúa siendo nuestro hilo conductor. Este país escaso de gestas deportivas, no podía desaprovechar la goleada a Malta por 12-1, como marcador del tiempo. Para ellas, podríamos poner como listón los dibujos de Candy Candy, por ejemplo o La Bola de Cristal. Recuerde: no se ría de la Bruja Avería.

7) Y del resto de los 80 pasamos rápidamente, dejando para su análisis, posibles referentes, como el gol con el dedo de Dios de Maradona, la medalla de plata de baloncesto en Los Ángeles, los conciertos de los Hombres G, las faldas de Miguel Bosé o las tetas de Sabrina.

8) Esto nos lleva irremediablemente hacia los juegos olímpicos de Barcelona 92. Hasta ahora, los únicos celebrados en nuestro país. De ellos recordamos la designación por Samaranch, el arquero que encendió el pebetero y las lágrimas y los mocos incontenidos de la infanta Elena.

9) Llegados hasta aquí, obviamente las referencias son más amplias, sin poder dejar de lado el famoso año 2000. Aquel fin de año en el que el mundo entero creyó que cambiaba el siglo, cuando realmente sería el año siguiente. En realidad recordamos ese terrible 31 de diciembre de 1999, porque se cumplieron todos y cada uno de los vaticinios y se paró el planeta irremediablemente, por culpa del llamado efecto 2000. Tuvimos que tirar a la basura nuestras tarjetas de crédito, nuestros ordenadores, nuestros relojes... ¿Quién ha podido olvidar semejante catástrofe?

10) Y diez es un buen punto para terminar, como diez es el año en que nos encontramos. Creo que a nadie se le puede olvidar que éste fue el año en que lo conseguimos. Tras ser siempre favoritos, España logra ser campeona del mundo de fútbol. Pero no sólo de fútbol vive el hombre. 2010 será un referente que no podrá ser olvidado nunca. Constituirá un hito en la historia, y todas las miradas y recuerdos se centrarán en el mes de marzo. Aquel esperado y ansiado día en el que apareció por fin, este blog.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Fonendo



















Un buen día de 1816, René Laennec, un médico francés, tenía frente a él a una mujer muy obesa. Desistió de auscultarla mediante el método tradicional de aplicar el oído directamente sobre el pecho de la enferma, porque su exuberante panículo adiposo, con toda seguridad, impediría oir ruido alguno. En un acceso de genialidad, enrolló un papel a modo de tubo y escuchó con asombro, que el sonido se amplificaba y mejoraba con creces la forma en la que desde los tiempos de Hipócrates, se venía explorando a los pacientes.
Este invento, más tarde mejorado, se asemeja con muy pocas modificaciones al fonendoscopio, o fonendo, como es conocido cariñosamente. El fonendo se ha vuelto imprescindible para la eficaz praxis de la propedéutica clínica. Es uno de los primeros regalos que recibe el joven estudiante de Medicina y constituye, sin duda, el símbolo que identifica al colectivo médico.

Es innegable el gran papel que representa el fonendo para la Medicina. Con él se llega a un diagnóstico más acertado y por tanto, al tratamiento más adecuado. Pero el también llamado estetoscopio, tiene una función mucho más importante. Viene a ser lo que la gorra de plato y la camisa con galones para el piloto de avión comercial. Todo facultativo que se precie, debe llevar colgado de su cuello, la mayor cantidad de tiempo posible, esta legendaria pieza de vestuario.

Hay una máxima al vestir esta prenda exclusiva, pret-a-porter. Hay que enseñarla a todas horas. Y aunque alguien pueda creer que es una guarrada que se deslice y accidentalmente caiga durante la comida, en el inmundo plato que te sirven en la cantina de tu hospital, nunca, repito, nunca, un médico elegante que se precie, debe jamás, retirárselo del cuello y colocarlo ni en la mesa, ni en la silla contigua.

Se puede llevar de varias maneras. Con la campana colgando a la derecha, o a la izquierda. Pero el doctor acierta siempre, cuando una de las partes no está más alta que la otra. Es un delicado equilibrio que cuesta mantener cuando se combina con el quehacer diario. Para eso hay que saber delegar y en la medida de lo posible, hacer lo mínimo, para evitar precisamente que se nos caiga de la nuca.
No tiene ninguna importancia que se sea dermatólogo, psiquiatra o médico de balneario. Hay que tener un fonendo alrededor de las yugulares, y pasearlo, que se nos vea; de igual modo como lo haría una señora de postín, mostrando para envidia de todos, esa bufanda de visón o de piel de zorro con su cabeza colgando.

Presuma usted de fonendo y de su clase, que es usted doctor, que lo sepa todo el mundo. No se prive de demostrar al mundo que forma parte de una casta superior. Y lleve orgulloso esa prenda que nos distingue del resto de los infortunados mortales.

Sé que estas recomendaciones son absolutamente supérfluas e inútiles. El vestir esta prenda y asumir el significado que tiene como elemento de distinción, está muy arraigado en la mente de cualquier galeno. Por eso ya no me sorprende ver por la mañana en el aparcamiento, a algún médico saliendo de su coche, con el cacharro ese ya dispuesto en su cogote, a modo de corbata. Y es entonces cuando la duda me embarga y me cuestiono el origen del universo. ¿Se lo llegó a poner esa mañana antes de salir de casa? ¿Se acostó anoche con él? ¿O tal vez no se lo ha quitado nunca, desde que se lo regalaron cuando estaba en primero de Medicina?

  

martes, 2 de noviembre de 2010

Segundas partes















Cuando era muy pequeño, tras ver alguna película que me hubiese encantado, me gustaba imaginar qué le sucedería a los personajes después de haber aparecido el famoso letrero The End. Tenía la certeza de que los vaqueros que quedaban vivos de los Siete Magníficos desde el día en que se acababa la película, se reunían cada año para celebrar que todavía eran amigos y homenajear a los que cayeron en aquel poblado mexicano. No dudaba que Ilsa, una vez acabada la guerra, se encontraría de nuevo con Rick, que la esperaría siempre.

Esta forma de pensar la mantuve mucho tiempo. Ya no tan niño, una tarde de verano, mi hermana María vio por primera vez Vacaciones en Roma. Le encantó. No le culpo por ello, Audrey Hepburn y Gregory Peck estaban magníficos.
Creo que le costó mucho esfuerzo aguantar las lágrimas cuando por fin llegó el final. Seguro que se sintió muy orgullosa por haber logrado frenar ese rebosamiento lacrimógeno. Viéndola así, recuerdo que le dije:
- María: Yo sé lo que les pasa después.
- ¿Qué les pasa? - me preguntó con una voz temblorosa, con la esperanza de un añorado final feliz.
- Que no se vuelven a ver nunca más. ¡Nunca! - le contesté enérgicamente, abriendo mis ojos todo lo que pude.
Ahí acabó derrumbándose, arrastró todas las lágrimas retenidas, diciéndome entre sollozos que no le contara nada más, mientras con una mano hacía gestos para que me largase...

Ya soy capaz de distinguir entre la ficción y la realidad, pero a menudo me quedo pensando qué será de esos personajes que un momento dado pasan por mi vida. O mejor dicho, que yo paso por las suyas.
Mucha gente me comenta que desde que leyeron El héroe del Péndulo, visitan de vez en cuando estas páginas, para leer qué nuevas cosas voy escribiendo. A los que han llegado así, a los que no y sobre todo por los protagonistas de la historia, puedo contar lo que ha pasado después de que salió el rótulo The End en aquella historia.

Laia a pesar de sus numerosas operaciones va evolucionando muy bien. Su vida, dentro de lo que cabe, vuelve a la normalidad. Hace unas semanas le encargaron en la escuela que hiciese un trabajo. Una entrevista a un personaje que admirase mucho. Aquí reproduzco parte de ella. El escogido, alguien digno de admiración, un héroe de verdad: mi amigo Quico.
Leyendo sus respuestas, no es difícil entender lo orgulloso que me siento por haber podido trabajar con él y por el privilegio de que me considere su amigo.

Desde pequeño ¿ya te querías dedicar a la enfermería?
La verdad es que quería ser médico (hice tres cursos incompletos), pero por cosas que pasan, no pude continuar. Aunque era auxiliar de clínica, me puse a trabajar de montador de maquinaria industrial, recorriendo toda España, hasta que me cansé. Por aquella época era voluntario de la Cruz Roja y conocía a muchos médicos, por lo que se me abrió la posibilidad de trabajar en los servicios médicos de las minas de Sallent y mientras, me puse a estudiar enfermería.

¿Tu trabajo hace que estés menos horas con tu familia? ¿Qué opinan de eso?
Sí, la verdad es que te quita muchas horas de estar con la familia. ¿Qué opinan? Pues están resignados y mentalizados. Tienen muy claro que es mi vida y se hacen cargo, aunque a veces les cueste bastante.

¿Este trabajo te ayuda como persona?
Mira, no me puedo imaginar ahora hacer otra cosa. Este trabajo te hace pensar muchas veces en lo afortunado que es uno, por estar como está. No te puedes llegar a imaginar muchas veces qué panoramas nos encontramos. La verdad es que te hace sentir útil y no sólo una pieza más de esta sociedad y eso me hace sentirme feliz.

De todas las emergencias que has tenido, ¿Podrías decirme un par que te hayan impactado?
(...) La emergencia tiene cuerpo y vida propia. Cada servicio es diferente a otro, aunque puedan parecer similares. Podría contarte muchos, desde servicios con personas desmembradas, quemados, en parada cardio-respiratoria, pero lo más impactante es cómo queda la situación de las personas después de la emergencia.

¿Qué fue lo que hizo que estuvieses junto a mí y qué dificultades tuviste?
Diría que fueron un cúmulo de circunstancias. El pensar que hacía unos momentos seguramente estabas alegre y contenta, el verte atrapada de aquella manera, el ver las lesiones que tenías y que te podían comportar en un futuro, el ver que estabas allí abajo sola, el ver que necesitabas ayuda desesperadamente, el ver que posiblemente te podría ayudar. No lo sé del todo, pero es una cosa que la volvería a repetir tantas veces como fuese necesario.

Por último ¿Podrías darme algún consejo que te haya servido?
Es difícil hoy en día dar buenos consejos, pero piensa que si de verdad quieres una cosa, lucha con todas tus fuerzas, sin hacer daño a nadie para conseguirlo y lo conseguirás. Cada día que pasa es un regalo que nos da la vida y te ha de servir para aprender de las cosas buenas y de las cosas malas.