Cuando el gran Hergé decidió dejarnos huérfanos. el periódico Libération, como merecido homenaje al creador de Tintín, al día siguiente de su fallecimiento, ilustró cada una de sus noticias con viñetas de sus álbumes. Estas imágenes dibujadas por él, encajaban a la perfección con la actualidad que se contaba en aquellos momentos. Por eso, cuando decidí fracturarme el pie, y digo decidí, porque estas cosas las hace uno a propósito, (no se puede ser tan torpe como para que suceda casualmente), me vino a mi voluble memoria aquellas escenas, en la que el inquieto Capitán Haddock, tras un desafortunado tropezón, tiene que permanecer esclavo a una cárcel de escayola, alojada en su pie.
Pues heme aquí, preso de esta bota calcárea, que en apenas unos pocos días, me ha hecho apreciar el mundo desde otro punto de vista. Y aunque lo fácil sería lamentarse de haber tenido tan mala pata, la verdad es que desde que estoy confinado de esta manera, no hago sino ver los aspectos positivos de tener una fractura en el pie.
Para empezar, voy viendo avances en el manejo de las muletas, cosa que de aquí a mi total convalescencia, dentro de un mes, dominaré por completo. Este ejercicio me dejará con unos brazos y unas espaldas, que jamás habría soñado. Es decir, gimnasio gratis. Ya lo decían mis amigos Yofri y Mario desde hace años: ¡Tú lo que tienes que hacer es ensanchar! Ahora, gracias a este afortunado percance, por fin lo lograré...
¿Quién ha dicho que nuestra casa es pequeña? El arrastrar esa pierna, ha conseguido que nuestro piso haya sufrido una transformación y las distancias se hayan alargado muchísimo. Ahora vivimos en un gran palacio con un enorme pasillo, que es interminable. No te lo terminas nunca.
Y el tiempo, también se ha elongado infinitamente. Caminas como a cámara lenta. Cada viaje por ese corredor de casa ha de ser optimizado. Si se te olvida algo por el camino y has de volver a recorrerlo, ese segundo pase lleva consigo un gran desgaste de fuerzas y de tiempo. Por eso, desde aquí aprovecho para pedir un poco de paciencia a todo el mundo. Que después de diez veces que suene el teléfono, que no cuelguen. Que no es que no esté, o que no quiera contestar. Probablemente voy de camino. Es que tengo una casa tan grande...
Mi vida ha cambiado positivamente. Creo que incluso soy una mejor persona. Estas cosas marcan. Ahora eres capaz de apreciar cosas que te eran inadvertidas, como una buena carrera, o la delicia que supone conducir tu propio coche. En estas circunstancias, algo tan básico como un ascensor, se convierte en un placer sublime. Descubres que es increíble que una pierna pueda pesar lo mismo que la otra o entender que las barandillas en las escaleras son imprescindibles y están puestas para algo.
Esto, que para otros sería un percance, en cambio a mí, debo decir que me rejuvenece. No sé ni cuántos años hacía que no daba tantos saltos seguidos a la pata coja... En cuanto me quiten la escayola, a la que le estoy cogiendo tanto cariño, estaré preparado para competir al más alto nivel a lo que en mi tierra llaman el tejo y en Cataluña, la charranca.
Ya lo he dicho, todo son ventajas. El único inconveniente es el peso de este yeso. No lo invento yo, ya lo decía aquella famosa copla: La escayola cuando pesa, es que pesa de verdad...
Pues heme aquí, preso de esta bota calcárea, que en apenas unos pocos días, me ha hecho apreciar el mundo desde otro punto de vista. Y aunque lo fácil sería lamentarse de haber tenido tan mala pata, la verdad es que desde que estoy confinado de esta manera, no hago sino ver los aspectos positivos de tener una fractura en el pie.
Para empezar, voy viendo avances en el manejo de las muletas, cosa que de aquí a mi total convalescencia, dentro de un mes, dominaré por completo. Este ejercicio me dejará con unos brazos y unas espaldas, que jamás habría soñado. Es decir, gimnasio gratis. Ya lo decían mis amigos Yofri y Mario desde hace años: ¡Tú lo que tienes que hacer es ensanchar! Ahora, gracias a este afortunado percance, por fin lo lograré...
¿Quién ha dicho que nuestra casa es pequeña? El arrastrar esa pierna, ha conseguido que nuestro piso haya sufrido una transformación y las distancias se hayan alargado muchísimo. Ahora vivimos en un gran palacio con un enorme pasillo, que es interminable. No te lo terminas nunca.
Y el tiempo, también se ha elongado infinitamente. Caminas como a cámara lenta. Cada viaje por ese corredor de casa ha de ser optimizado. Si se te olvida algo por el camino y has de volver a recorrerlo, ese segundo pase lleva consigo un gran desgaste de fuerzas y de tiempo. Por eso, desde aquí aprovecho para pedir un poco de paciencia a todo el mundo. Que después de diez veces que suene el teléfono, que no cuelguen. Que no es que no esté, o que no quiera contestar. Probablemente voy de camino. Es que tengo una casa tan grande...
Mi vida ha cambiado positivamente. Creo que incluso soy una mejor persona. Estas cosas marcan. Ahora eres capaz de apreciar cosas que te eran inadvertidas, como una buena carrera, o la delicia que supone conducir tu propio coche. En estas circunstancias, algo tan básico como un ascensor, se convierte en un placer sublime. Descubres que es increíble que una pierna pueda pesar lo mismo que la otra o entender que las barandillas en las escaleras son imprescindibles y están puestas para algo.
Esto, que para otros sería un percance, en cambio a mí, debo decir que me rejuvenece. No sé ni cuántos años hacía que no daba tantos saltos seguidos a la pata coja... En cuanto me quiten la escayola, a la que le estoy cogiendo tanto cariño, estaré preparado para competir al más alto nivel a lo que en mi tierra llaman el tejo y en Cataluña, la charranca.
Ya lo he dicho, todo son ventajas. El único inconveniente es el peso de este yeso. No lo invento yo, ya lo decía aquella famosa copla: La escayola cuando pesa, es que pesa de verdad...