Quiero avisar a todo el mundo.
Porque esto que me ha pasado hoy ya lo he vivido. En realidad, vivirlo, vivirlo, no es exacto del todo. Creo que lo vi en una película cuando era pequeño.
Y recuerdo que pasé mucho miedo. Era una película en blanco y negro. Porque las mejores películas de miedo eran las de blanco y negro. Y en aquella película había unos seres malos venidos de otro planeta que invadían un pueblo. Todo el que se quedaba dormido junto a unas vainas enormes, acababa perdiendo su cuerpo y su vida y de las vainas salía una réplica exacta de quien se había dormido junto a ellas, convirtiéndose en una especie de zombi.
Después de ver aquello, me costó mucho irme a dormir, por miedo a que cerca de la cama hubiese alguna vaina de esas que pudiese robarme mi cuerpo.
Y como todo esto que me ha sucedido hoy ya me suena a conocido, por eso me adelanto a lo que pueda pasar.
Que lo sepa todo el mundo, ahora que aún estamos a tiempo.
Pero empezaré por el principio, e intentaré explicarlo todo con un poco de calma. Los nervios no ayudan y hacen que las ideas se tropiecen unas con otras en la cabeza y no puedan salir con orden por el embudo del habla.
Esto fue esta misma mañana y aún tengo el miedo metido en el cuerpo. Si ahora hablara, la voz me saldría como un hilo muy fino, probablemente casi inaudible.
Ellos me engañaron, como nos engañan a todos. En mi nuevo trabajo me dijeron que tenía que hacerme una revisión médica. Una de esas que se suelen hacer en las empresas y por eso fui a primera hora, tan confiado e inocente.
Cuando me dieron un botecito para que depositara allí la orina, ya debí darme cuenta que era el principio de todo. Empiezan por quitarte un poco de orina. Ésa que tanto esfuerzo te ha costado ir recogiendo en tu vejiga, filtrada por los glomérulos renales y todo ese entramado que forma parte de nuestros riñones. Es el primer paso. Para que no seas capaz de ver que empiezan a consumirte.
Apenas unos minutos más tarde, te invitan a sentarte en una especie de trona que encierra una trampa escondida: Apoyas los brazos y bajo uno de ellos está colocada una goma que en un plis plas atan por encima del codo. Tus venas comienzas a ingurgitarse y cuando menos te lo esperas, ese ser que tienes enfrente y que no ha dejado de sonreirte en todo momento para que te confíes, coge una jeringa y te la introduce dentro de la vena para extraerte sangre.
Puede parecer mentira, pero a pesar de todas estas maniobras, aún no había caído en la cuenta de lo que estaban intentando hacer con mi cuerpo. Pero poco a poco comencé a sospechar, sobre todo cuando me metieron en una cámara cerrada, aislado del exterior, donde me colocaron unos auriculares y me empezaron a sonar unos raros pitidos agudos en distintos tonos, por ambos oídos de forma alternativa. Ya pensé que esa sucesión de chirridos sin sentido debía tener algún tipo de explicación y que ésta no era de este mundo.
Con la mosca detrás de la oreja, me condujeron a otra estancia, donde me hicieron leer unas letras pequeñas, incomprensibles, que hasta no hace muchos años era perfectamente capaz de leer.
- ¡Me están robando la vista! - pensé de inmediato. Empiezan seguramente por lo pequeño, por lo sutil, para acabar dejándome ciego del todo en menos de nada. ¡Seguro!
Ya comprendí todo cuando me dijeron que me iban a pesar y medir.
Aquel ser que vestía con una bata blanca (sería una especie de científico en su planeta), me indicó que medía 1,74. ¡174 centímetros! ¡No podía ser!
Siempre había medido dos centímetros más.
Mi madre solía decirme que caminara derecho, que de mayor me quedaría petudo, pero deseché rápidamente ese pensamiento. No tenía que confundirme con falsos mitos y perder la vista de lo que me estaba sucediendo.
Lo comprendí de inmediato: ¡Me estaban robando mi cuerpo! La orina, la sangre, la vista y además ahora se habían llevado de mí nada menos que ¡Dos centímetros!
Salí rápidamente de ese lugar, antes de que fuese demasiado tarde y de mí no quedaran más que lo que contenían los zapatos.
Cuando luego estuve en lugar seguro, tuve un rato de intimidad y comprobé aliviado que todo estaba en su sitio. Aquellas partes de las que conozco bien sus dimensiones, seguían con los centímetros a los que estaba acostumbrado. Por ahí no he perdido nada.
No sé qué habría sido de mí si hubiera permanecido allí más tiempo. Respiré profundamente. Soy una persona afortunada. Me he salvado de chiripa.
Yo, que he podido huir a tiempo, estoy en deuda con la Humanidad entera. Quiero advertir a todo el mundo. Escuchadme...
¡Que nadie se confíe! No hay que bajar la guardia. Hay que estar muy atentos. Tenemos que hacer algo. Estamos en peligro. Hemos sido invadidos por los ladrones de cuerpos.