A veces sueñas dormido y otras lo haces despierto. Supongo que esto lo habrás pensado y también te habrá sucedido muchas veces. ¿Qué te voy a enseñar a estas alturas? ¡Tú, que has vivido tanto...! Pero déjame que te lo cuente.
Hace un par de días soñé, o mejor dicho, pensé, o mejor todavía, lo viví casi como algo real, que nuevamente marcaba tu teléfono, descolgabas y me contestabas.
- ¿Oigo? - me dijiste, tal y como solías hacer siempre, con esa voz un tanto ronca que cambiaba a dulce en cuanto reconocías que éramos nosotros quienes te llamábamos. Tu voz sonaba igual que cuando me enseñabas los barcos desde tu ventana con tus prismáticos alemanes, me hablabas de la mar y me prometiste subirme algún día a la Nina, tu falúa de práctico.
Tu voz resonaba en mi cabeza y casi de un sobresalto comprobé que aún la tengo dentro de mí, dando vueltas. Y aunque no puedo demostrarlo, ya que no soy capaz de reproducirla, ni de grabarla, ni de mostrársela a nadie, te prometo que podría reconocerla en cualquier parte del mundo. ¡Qué ingratos son los recuerdos, que no pueden ser compartidos! Los recuerdos son como el dolor, como el placer, como los sueños, que pueden intentar explicarse pero jamás se pueden hacer revivir en nadie más.
Recuerdo perfectamente tu voz, porque no he dejado de escucharla durante todo el día de hoy. Y aunque ya hace treinta años que no me contestas, te sigo escuchando y pensando en ti.
La próxima vez que nos veamos, nos embarcaremos en La Nina y nos iremos mar adentro, lejos de la costa y hablaremos mucho rato. Abuelo, tengo muchas cosas que contarte...