lunes, 23 de abril de 2012

Un estudio científico


Introducción

La sensación de saciedad es una cualidad humana de gran relevancia, pero escasamente estudiada, sobre todo en los niños. A pesar de que los casos graves son poco frecuentes, este estudio pretende analizar por un lado y establecer por otro, los límites en los que un menor, ante un estímulo infantil atractivo. Con este trabajo se quiere determinar de forma estadística las fronteras en las que el niño sobrepasa la saciedad.

Material y métodos

Para evaluar numéricamente los límites de la saciedad infantil, se ha contado con un parque infantil estándar a la salida de un colegio. Dicho parque consta de distintos columpios, siendo objeto de este estudio, la actividad sobre un tobogán de 2,5m de longitud, una altura de 2m y un desnivel del 20% que genera una velocidad punta una vez llegado al suelo, de 2,3 km/h.
El objeto a analizar es una niña de 22 meses y 14 días, lo que viene a ser 1,84 años, que mide 84cm de altura y pesa 12kg. Para ello se dispone de un abnegado padre, que asiéndola por ambas axilas al unísono, la deposita en lo alto del tobogán. Este lugar lo denominaremos punto 1.  Una vez se ha deslizado por el desnivel del 20% de la rampa a 2,3 km/h, la niña llega a nivel horizontal. Este lugar es una superficie de arena, que misteriosamente se irá introduciendo entre los zapatos y los calcetines de la niña, para acabar siendo dispersada por toda la casa familiar. Pero la paradoja de "cómo es posible que tanta tierra en casa, no haya vaciado el parque por completo", será objeto de otro estudio.   El lugar de recogida horizontal, allí donde la velocidad de caída se convierte en 0 km/h en un instante, se denominará como punto 2.
A este punto 2, ha de acudir el padre con una velocidad ligeramente superior a la de caída de la niña, esto es, por encima de los 2,3 km/h, a fin de poder recogerla del punto 2, y atendiendo a la demanda de la niña, que adopta una estructura sencilla, a base de: "más, más...", volver a depositarla en el punto de origen. Aquél que llamamos punto 1.

A la función de carga/descarga del abnegado padre, se le debe añadir la de ir contabilizando cada una de las veces que la niña se desplaza del  punto 1 al punto 2. El padre no debe perder la cuenta de cada vez, y no presentar ninguna señal de fatiga ni de hartazgo, para no condicionar a la niña, que libremente debe decidir el momento en que traspasa el límite de saciedad, si es que éste existe.

Resultados

Tras 14 minutos de experimento, la niña de 1,84 años, requirió de su padre mediante su más, más... un total de 37 veces. El padre no presentó ningún tipo de lesión lumbar, ni en ambos brazos, ni trastorno mental alguno, como consecuencia de los movimientos repetidos de carga de la niña del punto 2 al punto 1.
De estas 37 veces que la niña pidió tirarse por el tobogán, en tan sólo 2 ocasiones logró ponerse de pie justo al alcanzar el punto 2. O dicho de otra manera, probablemente evitó llenarse los zapatos y los calcetines de arena. Esto hace un 5,4% de las veces que se tiró por el tobogán.
De todo esto se puede inferir que si una niña de casi dos años se tira en tobogán en un parque de tierra, con una probabilidad del 94,6% caerá de culo al suelo y se llenará de arena, que será transportada hasta su domicilio. Ante la demanda de esta misma niña de querer subir a un tobogán, no pasarán menos de 37 veces, en las que se sobrepase ese etéreo límite. Por fin se ha podido determinar el valor de lo que hasta ahora era un punto desconocido. Ese momento en el que los niños no dejan de pedirte más, más, más...

Este magnífico y elaborado estudio permite abrir otras vías de investigación hasta ahora inexploradas. Si alguien se anima, en casa tengo otros objetos de estudio. Cuento con niños de casi 4, casi 6 y 11 años, sobre los que propongo que se analicen otros temas, no por ello menos interesantes:

- Cuándo acaba un día de fiesta realmente para un niño.
- ¿Hay algún niño que no le gusten los dibujos animados?
- La paradoja del tiempo. ¿Porqué los niños tienen tanto sueño entre semana y en cambio los sábados se despiertan tan temprano?

Estudiar estos y otros temas es un reto para la ciencia. Pero será muy difícil llegar a un resultado objetivo. El problema ya no es ni los niños, ni el método que se emplee. Lo que sería imposible es encontrar a ese abnegado padre que no perdiera la paciencia.




lunes, 2 de abril de 2012

Inquietudes

Sin duda alguna, el lugar más importante de mi casa, es el cuarto de baño. Su posesión es un bien muy preciado y por tomarlo antes que nadie, se establecen disputas territoriales, que a veces sólo se acaban resolviendo por la vía de la urgencia.
Pero tal vez, al ser un lugar frecuente de encuentro familiar, se ha convertido, curiosamente, es un espacio de reflexión. Me atrevería a decir incluso, que hasta sagrado. 

Mis hijos Marta y Guille se van haciendo mayores a gran velocidad. Y eso no sólo se aprecia en la ropa, en los zapatos o en los calcetines, sino en el contenido de nuestras conversaciones que cada vez se van haciendo más y más profundas.
La otra noche mientras secaba a Marta, tras salir de la ducha, sin venir a cuento, me miró y arrugó su frente, signo evidente que precede a cualquier pregunta que le inquieta:
- Papi - me dijo - ¿Cuando la gente se muere, luego vuelven a nacer, convertidos en otros seres vivos?
- Mmm - contesté, dándome un poco de tiempo - pues verás, Marta. La verdad es que no lo sé. 

Sí, sí, ya sé que es una respuesta que un padre no debe dar. Y mucho menos, cuando falta tanto para que llegue la fatídica edad en la que se cae el mito de papá-lo-sabe-todo. Eso que sucede no mucho tiempo después, de aquella otra debacle: la inevitable caída del concepto papá-es-el-más-guapo-del-mundo.
El caso es que, falto de reflejos, no supe qué contestar, pero mi silencio duró poco y contraataqué como pude, para continuar dejándola impresionado con mis conocimientos:
- Eso que me cuentas, Marta, se llama reencarnación.
- ¿Reencarnación? - repitió ella, atenta a mis explicaciones.
- - le dije con tono de libro gordo de Petete, capaz de dejar con la boca abierta a una niña de casi séis años - hay muchas religiones que creen en la reencarnación.
Marta puso cara de circunstancias y mirándome a los ojos, me contestó:
- Papá: ¿qué son las religiones?
- Mañana te lo explico, Marta - le interrumpí, al sentirme sumergido en una espiral sin salida - Vamos, vamos, que se nos enfría la cena...

Pasaron los días y aquella charla teológica no volvió a tener lugar, pero una escena parecida, en el mismo cuarto de baño, volvió a repetirse. Pero en este caso, el protagonista fue Guille.
Parece que esa habitación inspira las inquietudes intelectuales de mis hijos, porque mientras se secaba, me dijo, casi riendo:
- Papi, ¿para qué es esta bolita? - me preguntaba, mientras se tocaba los huevillos.
- ¿¿Quée?? - le interrogo, intentando no reirme yo...
- Jajajaja, que para qué es esta bolita...
- Ahora no puedo decirte, Guille, porque es muy largo de contar, déjatela, déjatela, pero no te preocupes, que ya lo entenderás muy bien... Suelta eso, Guille... Vamos, vamos, que se nos enfría la cena...

La verdad es que es una lástima que para una inquietud que tiene alguno de mis hijos y que sé la respuesta, no se la pueda explicar. Me parece que al final, la caída del mito del mi-papá-lo-sabe-todo, va a ser mucho antes de lo que me pensaba.