Sin duda alguna, el lugar más importante de mi casa, es el cuarto de baño. Su posesión es un bien muy preciado y por tomarlo antes que nadie, se establecen disputas territoriales, que a veces sólo se acaban resolviendo por la vía de la urgencia.
Pero tal vez, al ser un lugar frecuente de encuentro familiar, se ha convertido, curiosamente, es un espacio de reflexión. Me atrevería a decir incluso, que hasta sagrado.
Mis hijos Marta y Guille se van haciendo mayores a gran velocidad. Y eso no sólo se aprecia en la ropa, en los zapatos o en los calcetines, sino en el contenido de nuestras conversaciones que cada vez se van haciendo más y más profundas.
La otra noche mientras secaba a Marta, tras salir de la ducha, sin venir a cuento, me miró y arrugó su frente, signo evidente que precede a cualquier pregunta que le inquieta:
- Papi - me dijo - ¿Cuando la gente se muere, luego vuelven a nacer, convertidos en otros seres vivos?
- Mmm - contesté, dándome un poco de tiempo - pues verás, Marta. La verdad es que no lo sé.
Sí, sí, ya sé que es una respuesta que un padre no debe dar. Y mucho menos, cuando falta tanto para que llegue la fatídica edad en la que se cae el mito de papá-lo-sabe-todo. Eso que sucede no mucho tiempo después, de aquella otra debacle: la inevitable caída del concepto papá-es-el-más-guapo-del-mundo.
El caso es que, falto de reflejos, no supe qué contestar, pero mi silencio duró poco y contraataqué como pude, para continuar dejándola impresionado con mis conocimientos:
- Eso que me cuentas, Marta, se llama reencarnación.
- ¿Reencarnación? - repitió ella, atenta a mis explicaciones.
- Sí - le dije con tono de libro gordo de Petete, capaz de dejar con la boca abierta a una niña de casi séis años - hay muchas religiones que creen en la reencarnación.
Marta puso cara de circunstancias y mirándome a los ojos, me contestó:
- Papá: ¿qué son las religiones?
- Mañana te lo explico, Marta - le interrumpí, al sentirme sumergido en una espiral sin salida - Vamos, vamos, que se nos enfría la cena...
Pasaron los días y aquella charla teológica no volvió a tener lugar, pero una escena parecida, en el mismo cuarto de baño, volvió a repetirse. Pero en este caso, el protagonista fue Guille.
Parece que esa habitación inspira las inquietudes intelectuales de mis hijos, porque mientras se secaba, me dijo, casi riendo:
- Papi, ¿para qué es esta bolita? - me preguntaba, mientras se tocaba los huevillos.
- ¿¿Quée?? - le interrogo, intentando no reirme yo...
- Jajajaja, que para qué es esta bolita...
- Ahora no puedo decirte, Guille, porque es muy largo de contar, déjatela, déjatela, pero no te preocupes, que ya lo entenderás muy bien... Suelta eso, Guille... Vamos, vamos, que se nos enfría la cena...
La verdad es que es una lástima que para una inquietud que tiene alguno de mis hijos y que sé la respuesta, no se la pueda explicar. Me parece que al final, la caída del mito del mi-papá-lo-sabe-todo, va a ser mucho antes de lo que me pensaba.
2 comentarios:
Me tendras que dar clases para cuando mis hijos empiezen con estos temas. Porque la cena no se si se enfriara, pero mi mente si que se quedara helada!!!!
Lo más bonito será cuando a pesar de que se caiga el mito dirán "sigues siendo el mejor papi del mundo!!!"
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