Un buen día, no hace demasiado tiempo, cuando decidimos irnos a vivir juntos, apareció Lou en nuestra casa con una lámina enmarcada. En una época maravillosa que yo llamo los momentos de paredes blancas, en los que con tanta ilusión, las parejas decoran por vez primera su nuevo hogar. Todo el proceso termina con la fase conocida como el fin de los portalámparas, cuando llegan los últimos inquilinos que tanto se hacen de rogar: las lámparas.
La pared blanca de nuestro dormitorio pronto sirvió de abrigo, abrazándose para siempre, con aquella colorida reproducción de un pintor holandés, cuyo nombre por más que lo intento, no logro recordar. No sé si era Van Basten o Van Gaal. Bueno, es igual, en cualquier caso, tampoco es importante...
En una ocasión, el cuadro de verdad visitó el MNAC de Barcelona, y un soleado domingo, pudimos ver de cerca con nuestros ojos, la fuerza y energía de los brochazos de aquel genial pintor de los Países Bajos.
Aquel artista pelirrojo se inspiró en el futuro nacimiento del hijo de su hermano. Cuando lo pintó, se imaginaba el tierno momento en la que un padre abandona la pala y su trabajo en la huerta, para recibir con sus brazos a su hijo, que empieza a andar sus primeros pasos.
Aquel artista pelirrojo se inspiró en el futuro nacimiento del hijo de su hermano. Cuando lo pintó, se imaginaba el tierno momento en la que un padre abandona la pala y su trabajo en la huerta, para recibir con sus brazos a su hijo, que empieza a andar sus primeros pasos.
Ese cuadro nos ha acompañado desde entonces. Si bien cuando llegó no era la imagen fija de nada que nos hubiese sucedido a los dos todavía, no dejaba de ser una entrañable escena que ocupaba un lugar predominante en nuestra habitación.
No tardó mucho en convertirse en una realidad. Tres años más tarde apareció Marta en nuestras vidas. Casi no nos da tiempo de reproducir la pintura, porque precoz en tantas cosas, gateó bien poco y en menos de quince días desde comenzó a andar, ya correteaba a su manera por toda la casa, desordenando todos los DVDs y libros que tenía su padre, meticulosamente clasificados alfabéticamente. Cuando desistí de ordenarlos, ella se cansó de cogerlos. Y así se quedaron.
Marta ya hace tiempo que sabe montar en bicicleta y en cuanto a los libros, ya ha dado sus primeros pasos como lectora. Ha descubierto la magia de leer. Le encanta coger un libro de cuentos y descubrir palabras que se van deslizando bajo su dedo.
Marta ya hace tiempo que sabe montar en bicicleta y en cuanto a los libros, ya ha dado sus primeros pasos como lectora. Ha descubierto la magia de leer. Le encanta coger un libro de cuentos y descubrir palabras que se van deslizando bajo su dedo.
Luego apareció el personajillo de la casa. Aunque vivíamos en otro piso, el cuadro se mudó con nosotros y como si fuese un manual de instrucciones, fue testigo de los primeros pasos de Guille. Él sí que ha prolongado su particular forma de caminar. De bebé, lo hacía poniendo la mano sobre el hombro y se equilibraba de esa peculiar forma.
El correr es otra cosa, lo hace con los talones hacia atrás y hacia afuera, eso sí, a una velocidad vertiginosa.
El otro día fuimos a buscarlo a la guardería. Aunque no tenemos ningún cuadro que lo ilustre, aquella tarde de viernes Guille dio un paso importante. Era la última vez que iba a una guardería. A un hombretón de tres años como él, le aguardan nuevos horizontes, nuevos territorios que descubrir, un patio dispuesto a ser escenario de imaginarias aventuras y de persecuciones sin fin. Cuando vuelva de las vacaciones, estrenará una nueva etapa. El siguiente paso para Guille, será ir al colegio.
Pero como suele suceder en las familias numerosas, la ropa, los zapatos y los juguetes del mayor, lo van heredando los hermanos que vienen detrás.
La semana pasada estuve en Tenerife. Sólo fueron cuatro días, pero a la vuelta me esperaba una sorpresa: Clara ya sabía caminar.
Lo hace sonriendo, feliz de haber descubierto que el mundo, de repente, se ha hecho más pequeño. El pasillo de casa es su pasarela, pavoneándose de lado a lado, saludando como diva del pret-a-porter, diciendo: ¡Hola, hola, hola...!
Cuando llegue a casa, me ponga el pijama y me meta en la cama, nos miraremos de nuevo cara a cara, la pintura de ese holandés y yo, y con su permiso, su cuadro lo sentiré más mío, más nuestro. Y desearé que se haga de día, para volver a arrojar mi pala, dejar de nuevo a un lado la carretilla y ver orgulloso como mis hijos van dando sus primeros pasos en sus vidas.
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