No hay nada más reconfortante que el tener hijos y no sólo es por el cariño que te dan, ni por ver en ellos reflejados a aquel niño que éramos y que quedó en la cuneta de algún camino perdido que hemos olvidado. Es por eso, pero no sólo por eso. Esas pequeñas criaturas te proporcionan inspiración, historietas para contar, que para un mediocre escritor como el que escribe, vendría a ser como el árnica que alivia las heridas.
Mi hija Marta es el motor de la diversión en casa. Como mujer que es y por añadidura, inteligente. Suele ser la que tiene la iniciativa de proponer los juegos con los que se van a entretener ella y su hermano. Ya desde la guardería, nos dijeron que la niña tenía esa capacidad sibilina de convencer a los demás, para acabar finalmente, saliéndose con sus propósitos. Desde pequeña ya se vio que era una mujer.
Esto viene al caso, porque desde hace un tiempo ha inventado un nuevo entretenimiento.
Cuando tras un día en el que nos hemos pasado unas cuantas horas intentando cansarlos (y el que es padre, sabe a lo que me refiero), toca, por fin, volver a casa.
Verlos correr, patinar o montar en bicicleta, agota. No es sólo por el espectáculo, se debe a la vigilancia permanente que me obligo a hacer, por si tienen un accidente. Es un defecto heredado de mi abuelo José Amaro y de mi padre, afortunadamente para mi sistema nervioso, en una dosis mucho menor. Esto me ha traído el ser considerado un pachorrón, una persona descuidada, relajada, que no ve el peligro. Un huevón, en definitiva. Pero la verdad es que casi estoy yo más agotado que ellos y aunque sin ser tan exagerado como mis ancestros, de alguna manera me entrego a los menesteres de la vigilancia. Esto hace que tras la salida, arda en deseos de llegar al hogar, dulce hogar.
Pero antes de ver cumplidos mis anhelos, por si aún no fuese suficiente, se ha de pasar por un ritual: El nuevo juego de Marta.
Yo, por si acaso, intento franquear la puerta de la calle antes que ellos, pero siempre se las ingenian para adelantarse y bloquear la entrada a sus padres.
Una vez apostados en el umbral del portal, comienza el juego de la contraseña.
Para poder pasar, sólo hay que adivinar la palabra secreta, el Ábrete Sésamo que nos permita de una vez por todas, dar por finalizado el paseo familiar.
Hasta ahora había conseguido que con una palabra pudiésemos entrar, a modo de bono familiar, tanto Lourdes como yo. Al fin y al cabo una sola llave abre una puerta y pueden pasar todos tras un único giro en la cerradura.
Pero parece que la jornada de Puertas Abiertas había tocado a su fin.
Marta había decidido que una palabra, una persona.
Tan solo confiaba en que fuese fácil la adivinanza y que fuese similar para ambos.
- Tú primero, Mami - dijo aquella niña, que con sus brazos en jarra y cara altiva. Mientras ponía su mano bajo la barbilla, a modo de reflexión, su hermano, cual cancerbero celoso de su labor, custodiaba la puerta, moviendo su cabeza a ambos lados, no dejando acercarse a nadie.
- Es una palabra que empieza por... "te" - comenzó a decir a su madre, a la vez que miraba hacia el borde de la puerta.
- ¡Telefonillo automático! - contestó su madre, muy inspirada aquella tarde.
- Muy bien, muy bien, vamos para adentro... - dije, muy alegremente, deseando subir ya, cuando me detuvieron los dos infantes, impidiendo mi avance.
- No, Papi, ahora te toca a ti - me dice Marta.
- Te toca a ti - repitió Guille.
Sucede esto y Lou se abre paso, libremente, con una mirada de satisfacción, que venía a querer decirme: Te espero arriba. Ya subirás...
- Venga, Marta, dime la palabra - le digo, invitándole a comenzar.
- Mmmm... es fácil - me sonríe.
- Bien - pienso - no tardaremos en subir. Una niña de cinco años no tiene un extenso vocabulario, que digamos...
- Es un animal - me dice escuetamente.
- ¿Alguna pista? - le pido.
- Puede volar... ¡ah! y tiene las patas grandes - me añade a modo de ayuda.
- ¡Ya está! ¡Una cigüeña! ¡Nos vamos para arriba!
- ¡No! - me contesta deteniéndome.
- ¡Un flamenco! - digo, extrañándome de que sepa de qué se trata...
- ¡No, Papi, no! - me replica tajantemente.
- Marta - le digo casi implorando - ¡Dame otra pista! ¿Por qué letra empieza?
- Bueno, Papi - accede esa moderna representación del mito de Edipo y la Esfinge - empieza por "Ini..."
- ¿Ini..? - no entiendo nada.
- Sí, Papi, es fácil.
- No sé, Marta, me rindo, no sé...
- Hasta donde yo sé, la iguana no vuela y no tiene las patas largas - pienso abatido.Marta me mira con cara de incredulidad. No sé si accederá a mis súplicas. Guille no se mueve de la puerta, como si le fuese la vida custodiar aquel fortín.
- ¡Piénsalo, Papi! - me dice dándome una segunda oportunidad.
- ¡No lo sé, de verdad, Marta! ¡Dímelo tú! ¡Hoy no se me ocurre nada...!
- Papi... - su tono suena a decepción - Mira que es fácil...
- Sí, dime...
- Papi, es el... ¡Inicornio!
Claro, claro, ¡en qué estaría pensando...! Menos mal que tengo una hija comprensiva y benévola, si no, todavía estaría en la puerta de la calle, intentando adivinar el santo y seña, que me permitiese entrar en mi propia casa.
4 comentarios:
Jajajajajajajaja!!! Mel! No te queda naaaaaaaaaaaa!!!! jajajajajajaja. Me partoooooooooooooo
Jaja...genial!
Quienes admiramos sin reservas a Quino, padre de Mafalda, hemos vuelto a recuperar la sonrisa y el humor gracias a estas y otras vivencias tuyas, que son como una bocanada de aire fresco en estos días de calor inaguantable y con tan poquitos motivos para ser optimistas. Gracias, Mel. De nuevo, tanto tú como Marta han estado melmorables.
El Inicornio!!! Lo sabiaaaaaa Mi Sarah esta fascinada por ellos... y tambien con las contrasenyas, pero en casa lo tenemos facil, siempre es la misma... "Daddy's big tummy" :) viene de unos dibujos conocidos aqui... los recomiendo para los peques, se llaman Peppa Pig.
Ana UK
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