A veces puede ser una buena idea empezar de nuevo desde el principio. Volver a la escuela y repasar lo aprendido, recordar lo olvidado y afianzar los conocimientos para que terminen de enraizar debidamente.
Cumplir 40 años debe ser algo muy importante. Dos meses más tarde de haberlo hecho, todavía estoy abriendo regalos. El último fue hace un par de fines de semana. Mis cuñados me regalaron un curso de fotografía con un profesional que publica entre otros sitios, en National Geographic.
Y esto me ha dado la oportunidad de reaprender, de corregir esa terrible técnica que tenía, adquirida a base de continuos ensayos-errores, aun cuando eran más errores que aciertos. Ha sido un fin de semana muy provechoso, como aprender de nuevo a escribir. Ahora soy un mejor fotógrafo que antes de ir a aquel curso. Las fotos ya no me salen movidas, ni oscuras, ni demasiado claras.
Eso sí, sigo tardando una hora en ajustar los parámetros, (eso me dicen), lo que hace que todos mis modelos continúen desesperándose y acaben abandonando irremediablemente la escena.
Pero además, este fin de semana fotográfico me ha servido para reflexionar.
¿De dónde viene eso de mirar el pajarito? ¿Alguien ha visto una cámara con algo parecido a un pájaro, en alguna parte?
En casa tengo una pequeña colección de cámaras antiguas. La más vieja de ellas, debe ser de 1910. Por otro lado, todas las cámaras que conozco, absolutamente todas, incluida esa cámara centenaria, tienen un botoncito arriba que al apretarlo hacia abajo, hace la foto.
Por eso nunca he entendido porqué cuando pedimos a alguien que nos haga una foto en la calle, le decimos instintivamente dónde se tiene que apretar. ¡No hace falta! ¡De verdad que ya lo sabe! ¡Seguro que no es la primera cámara que ve en su vida! No es un aborigen que acaba de llegar a la civilización del hombre blanco...
Mientras ese buen samaritano nos hace el favor, posamos, de esa forma tan natural, delante del monumento que queremos inmortalizar. Así quedará guardada esa imagen para siempre, no en un álbum de fotos, sino en nuestro disco duro. Incluso, si el individuo es atrevido, nos animará a que digamos Cheese, Queso, Smile, Patata... o cualquier otra palabra que nos haga enseñar los dientes.
Luego, ese atento ciudadano, tras devolvernos la cámara, nos preguntará qué tal ha quedado...
Miramos a hurtadillas, casi de lado esa pequeña pantalla de nuestra moderna cámara. ¡Qué gran invento las cámaras digitales! Nos evitan esperar el resultado varios días, como antaño, hasta que se hace el revelado en el laboratorio.
Así, de inmediato, podemos comprobar cómo nos ha cortado el cuerpo por la mitad, el monumento no sale o hemos salido desenfocados, o con los ojos cerrados. Al instante, pienso: ¡Pues va a ser verdad que es un salvaje que acaba de llegar de la selva...!
Pero a pesar de su amable insistencia, no le diremos nada, le daremos las gracias y le haremos creer que es un fotógrafo excepcional y que ha quedado perfecta.
Cuando se ha marchado y está lo suficiente lejos como para no poderme escuchar, digo: La próxima vez me traigo un trípode, o mejor, ya las haré yo, aunque tarde una hora en hacerlas...