Hay cosas para las que uno nunca está preparado, pero que sabes que más tarde o más temprano, llegarán. Lo que no me imaginaba es que llegarían tan pronto.
Ha sucedido esta noche. Cenaban los niños. Guille lo hacía muy lentamente, más de lo acostumbrado, así que cogí el cubierto y empecé a darle de comer.
Enfrente estaba su hermana, que a sus cuatro años y medio ya no necesita de ayuda paternal para terminar su cena.
Entre cucharada y cucharada, Marta nos observa y como quien espera ese momento, buscando ese instante idóneo, que no existe, deja caer la fatídica noticia:
- Papi: Me voy a casar - me dice mirando a otro lado, casi como de casualidad.
- ¿Con quién? - pregunto inocentemente, esperando esa respuesta que todo padre de hija ansía escuchar: Ese "contigo, papi...", que es más un sueño de padre, que realidad.
- Con Adolfo - me contesta.
- Adolfo ¿qué más? - pregunto, como si el apellido de ese tal Adolfo fuese a cambiar las terribles circunstancias.
- Adolfo Martínez - se apresura a contestar.
Y sin pedírselo, comienza a darme explicaciones:
- Papi, me caso con él porque me quiere mucho - me dice muy convencida- es un niño muy bueno.
- Pero Marta - titubeo- ¿Cómo sabes que te quiere? - le pregunto, intentando sembrar la duda en esa pareja. - Hoy en la capilla, me cogió la mano.- Me dice - Mira, porque hoy en el recreo, en vez de ir a jugar al fútbol con los niños, quiso quedarse conmigo...
Ese chico sí que está enamorado, pensé.
Así que Adolfo Martínez ha entrado en nuestras vidas. Y aquí lo está esperando el padre de Marta Carrillo, con los brazos abiertos, deseando que venga a buscar a su hija, para salir por ahí los fines de semana.
Ha llegado el momento que estaba esperando desde hace mucho tiempo. Estoy ansioso por que llegue ese día. El día para cumplirme venganza.
Hace muchos años tuve una novia. Pensaba erróneamente que como su padre era físico y yo un apasionado de la astronomía, junto a que compartíamos nuestra aversión por los carnavales, acabaríamos congeniando, pero me equivoqué. En cuanto supo de mi relación con su hija, descubrí que me detestaba. Le prohibió terminantemente que nos viéramos, castigándola en su casa durante seis semanas, a ver si se acababa olvidando de mí. Aquella experiencia me sirvió para aprender que aunque te lo propongas, nunca vas a conseguir caerle bien a todo el mundo.
Pero el caso más sonado, fue el del padre de otra joven, al que llamaré Holaquehayquetal. No sólo para conservar su anonimato, sino porque ésa era la única conversación que tenía conmigo, mientras esperaba en el salón de su casa a que su hija se acabase de arreglar. Esta espera, a menudo era larguísima.
Yo tenía la recomendación de que no me hiciese el gracioso y que sólo contestase si me preguntaban algo. Así me encontraba que tras el "qué tal," no existía más que un interminable silencio.
No diría que estos ejemplos me hayan marcado de tal manera que me considere una persona traumatizada, pero tanto el Físico como Holaquehayquetal, me han enseñado que no hay nada más importante para un padre, que una hija. Como para ponérselo fácil al primer niñato que venga a buscarla a casa...
Así que, Adolfo, prepárate, que te estoy esperando...
4 comentarios:
Te falto el detalle -muy palmero -cual es el tratar de Vd. cuando se refiere a algo muy importante, al menor tenga la edad que tenga. Esto es: Adolfo, preparese, que le estoy esperando.
Don Nane, tiene usted toda la razón. Debe ser que la lejanía a mi tierra, hace que ya no diga las cosas con fundamento...
Joer qué gran verdad. Qué duros son los momentos de "espera" en casa de los suegros cuando todavía no tienes confianza con ellos... jaja.
Y la verdad es que una venganza que se deja madurar 20 años tiene que dar hasta miedo. ;)
Esta niña no deja de sorprender..
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