Ayer fui con mi hija Marta a hacerse un análisis de sangre. Es algo que acabará sucediendo más tarde o más temprano en la vida de una persona, pero aquella mañana no pude evitar acordarme de algo que me pasó cuando yo tenía más o menos su misma edad y me hice mi primer análisis.
No se puede decir que fuese un niño enfermizo. La verdad es que no. Pero eso no fue suficiente para evitar el tener que hacerme en alguna ocasión, alguna analítica.
No se puede decir que fuese un niño enfermizo. La verdad es que no. Pero eso no fue suficiente para evitar el tener que hacerme en alguna ocasión, alguna analítica.
Recuerdo con pavor todo el proceso, ya que hasta el último momento no era informado del motivo de no ir a clase esa mañana. Te levantaban muy temprano, no te dejaban desayunar y te metían en el coche. El trayecto hasta el laboratorio de análisis, lo cubría entre lágrimas de terror, pensando en la temida aguja y en la liturgia que le precedía. Al borde del pánico, sentía que mi padre me había traicionado, consintiendo que me fuesen a hacer daño. Tengo todavía en mi cabeza aquella goma marrón que te apretaba el brazo, tras apoyarlo en esa especie de teja vuelta del revés.
Era probablemente la primera ocasión que fui a sacarme sangre, cuando, seguramente conmovido por mis lágrimas, mi padre con sus buenos y sabios consejos, me dijo que sólo dejase que me pinchase un señor llamado "El Foca", que ése no me haría ningún daño. Convencido como estaba, y con esa especie de salvoconducto, confiando ciegamente en él, mi viaje lo hice con mayor tranquilidad. Al llegar allí, un señor gordo, amigo de juventud de mi padre, nos saludó a los dos y yo, aún con los ojos humedecidos, le dije con voz temblorosa: Quiero que me pinche "El Foca...."
Aquel hombre miró a mi padre, me miró a mí y con gesto muy serio, me dijocon voz ronca: ¡Dile a tu padre que me voy a cagar en la madre que lo parió...! - mientras, mi padre soltaba una carcajada.
Con esa edad comprendí que un señor mayor no puede llamarse "El Foca", y que si es así, probablemente se trata de un mote.
Las bromas y el buen humor, constituyen buena parte del carácter de los Carrillo, pero otro aspecto peculiar de este clan, es esa innata tendencia a la hipocondría. Hipocondría a la que yo no soy inmune, por supuesto. Por ese motivo decidí estudiar Medicina. De esta manera podría continuar siendo un hipocondriaco. Esta vez, con más conocimientos. No hay nada como poder añadir complejas y raras enfermedades a la lista de posibles achaques.
Ayer, como decía en un principio, le tocaba el turno a Marta. Ya desde hace días le había comentado lo que íbamos a hacer y aunque aparentemente tranquila, no lo estaba tanto.
Entramos a la sala de extracción y tras comprobar su nombre, la enfermera le preguntó:
- Marta: ¿sabes a lo que has venido?
- Sí - respondió - a hacerme un análisis.
Se sentó en una silla pequeña, le descubrí el brazo y lo apoyó sobre una mesa, donde estaban las enfermeras. En seguida le agarraron su bracito y le pusieron la goma alrededor (en eso no ha cambiado la cosa).
- ¿Quieres mirar la aguja? - le pregunté
- No, papi, prefiero mirarte a ti - y con la mano libre me acarició y me dio un beso.
Mientras le pinchaban y procedían a extraerle sangre, me iba dando besos, como si yo fuese a quien le estuviesen haciendo el análisis y a ella le tocase tranquilizarme, mientras me decía: Papi, te quiero mucho - y continuaba besándome, sin llorar y sin quejarse en absoluto.
Por aquellas casualidades de la vida, hoy me ha tocado pincharme a mí. Parece que es la semana del análisis.
Guiado por la hipocondría y el profundo temor a la enfermedad que comentaba antes, me he vuelto a apuntar a la revisión médica anual de la empresa.
Esta mañana, mientras me colocaban esa goma clásica e iban llenando los tubitos, rememoré el episodio de "el Foca", y pensé en la hija tan valiente y cariñosa que tengo.
Debí estar con la mirada perdida, ensimismado, porque la enfermera interrumpió mis pensamientos, preguntándome: ¿Estás bien?
- Sí, claro - contesté y tras dar las gracias, sonreí y me marché apresuradamente.
Ahora, como buen hipocondriaco, sólo me queda esperar ansiosamente la llegada de los resultados. Pero eso será otra historia.
Ayer, como decía en un principio, le tocaba el turno a Marta. Ya desde hace días le había comentado lo que íbamos a hacer y aunque aparentemente tranquila, no lo estaba tanto.
Entramos a la sala de extracción y tras comprobar su nombre, la enfermera le preguntó:
- Marta: ¿sabes a lo que has venido?
- Sí - respondió - a hacerme un análisis.
Se sentó en una silla pequeña, le descubrí el brazo y lo apoyó sobre una mesa, donde estaban las enfermeras. En seguida le agarraron su bracito y le pusieron la goma alrededor (en eso no ha cambiado la cosa).
- ¿Quieres mirar la aguja? - le pregunté
- No, papi, prefiero mirarte a ti - y con la mano libre me acarició y me dio un beso.
Mientras le pinchaban y procedían a extraerle sangre, me iba dando besos, como si yo fuese a quien le estuviesen haciendo el análisis y a ella le tocase tranquilizarme, mientras me decía: Papi, te quiero mucho - y continuaba besándome, sin llorar y sin quejarse en absoluto.
Por aquellas casualidades de la vida, hoy me ha tocado pincharme a mí. Parece que es la semana del análisis.
Guiado por la hipocondría y el profundo temor a la enfermedad que comentaba antes, me he vuelto a apuntar a la revisión médica anual de la empresa.
Esta mañana, mientras me colocaban esa goma clásica e iban llenando los tubitos, rememoré el episodio de "el Foca", y pensé en la hija tan valiente y cariñosa que tengo.
Debí estar con la mirada perdida, ensimismado, porque la enfermera interrumpió mis pensamientos, preguntándome: ¿Estás bien?
- Sí, claro - contesté y tras dar las gracias, sonreí y me marché apresuradamente.
Ahora, como buen hipocondriaco, sólo me queda esperar ansiosamente la llegada de los resultados. Pero eso será otra historia.