jueves, 25 de octubre de 2012

El túnel

 
Esta mañana estuve en casa de Lucía. Lucía es una preciosa niña rubia de ojos celestes. Me avisaron porque había hecho unas convulsiones febriles. Como es habitual, una vez que llegas a la casa, las convulsiones han desaparecido.
 
Me recibe en la puerta su padre. Un fornido hombretón de cabellos largos, a modo de rockero, con fiero y serio aspecto, de unos cuarenta y cinco años.
Entramos rápidamente y atiendo a Lucía, que aún tiene fiebre. Unos 38,5º.
Voy escribiendo mi informe médico, para que una ambulancia convencional vaya a trasladar a la niña y mentras voy pensando en lo que escribir, veo la figura del padre, dando vueltas, buscando la tarjeta sanitaria, trayendo paños húmedos para refrescar a su hija, por el fondo de la habitación.
- Esa cara me suena de algo - pienso - Pero no le presto más importancia. Tal vez lo haya visto en algún concurso de la televisión. A lo mejor es un famosillo de poca monta... No sé, agacho la cabeza y continúo con mi informe, pensando que tal vez esté equivocado y lo he confundido con alguien.
 
Termino mi informe, el padre toma en brazos a Lucía y nos dirigimos a la ambulancia.
Entramos en el ascensor, Eva mi enfermera, Lucía, su padre y yo.
Él se gira rápidamente y me dice:
- Yo te conozco.
Pongo cara de incredulidad, probablemente levantando alguna ceja y le respondo:
- Sí, yo llevo un rato mirándote y pensando que tu cara me sonaba también, pero no sé de qué - le respondo.
De pronto abre sus ojos, como poseído, con esa cara que ponen los locos como cuando tienen un delirio y me dice:
- Yo vi la luz y luego vi tu cara.
Aquellos dos pisos se me hicieron interminables, mientras fingía atenderle con una sonrisa condescendiente, como entendiendo lo que me quería decir.
- Yo vi la luz y luego vi tu cara - repitió de nuevo - Fue en el Vinyet.

El ascensor llegó a su destino y salimos todos de él. Mi interlocutor siguió hablando, continuando con su misterioso discurso, sin abandonar aquella cara que daba temor:
- En el ambulatorio del Vinyet ¿No te acuerdas? Fue hace unos seis meses. Me pusieron penicilina y tuve una reacción alérgica que casi me mata.
A partir de aquí, di un paso atrás y empecé a recordar aquella cara.
- Vi el túnel, esa oscuridad y la luz al fondo. Y rápidamente salí de allí y vi tu cara, con esas gafas. Eras tú. El que me trajo de nuevo aquí.
- No fui yo, el tratamiento te lo pusieron en el ambulatorio - le respondí - Pero de todo eso que viviste, no me dijiste nada, ¿verdad?
- No. Se lo comenté a mi médico de cabecera unos días después. He ido también a un psiquiatra para hablarle de esa experiencia que viví. Era precioso.
- Siento haberte devuelto de nuevo, pero aquí tienes trabajo - le digo señalando con la cabeza hacia Lucía.
- Ya lo sé. Y tanto...
- Pero escucha: - le pregunto - ¿Cómo es ese túnel?
- Es una felicidad enorme. Si la muerte es así, no hay que tenerle miedo. Es algo muy dulce. Lo más dulce que he visto en mi vida. Y por vez primera le vi sonreir.
 
Seguimos hablando un poco más y me despedí de ellos, marchando rumbo al hospital para que estuviese Lucía en observación. Yo me quedé en aquella acera unos instantes, como hago cada vez que termino de atender a mis pacientes, reflexionado sobre la vida, las enfermedades y el cruce de caminos que me hace coincidir con ellos. Esta vez me quedé pensando en otra cosa. Pensando en aquel viaje de ida y vuelta. Pensando en ese túnel.

viernes, 19 de octubre de 2012

Los héroes del cielo










Hace unos días que un tal Félix Baumgartner decidió entrar en la Historia con un salto increíble. Casi donde el cielo deja de ser cielo, para convertirse en espacio, abandonó su globo y cayó alrededor de cinco minutos, hasta tocar suavemente el suelo. Dicen que bajó más rápido que la velocidad del sonido, desde lo más alto, donde nadie antes se había atrevido a hacerlo. Su hazaña me recordó esta historia de héroes y del cielo.
 
Hay quien dice que el tal Baumgartner es un loco y otros, en cambio, que es un héroe. Es lo que siempre se ha dicho de todos aquellos valientes o temerarios, pioneros o descerebrados, que quieren no sólo llegar donde nadie lo había hecho antes, abrir el camino para que su gesta no sólo sea repetida hasta la saciedad por otros muchos, sino que se convierta su aventura en una situación cotidiana. 
Así fue el famoso viaje de Charles Lindberghcuando cruzó el Atlántico en 1927 con el Spirit of St. Louis. Muy moderno para la época, pero que actualmente nadie se atrevería a volar en esa lata y mucho menos cruzar desde Nueva York hasta París, solo, sin escalas, durante 33 horas y media.
 
A Charles Lindbergh le estoy muy agradecido por haberme prestado su legendaria aeronave para ilustrar el encabezado de este blog. Un día hablaré de él, de su increíble vida, en la que lo menos importante que hizo fue cruzar  el Atlántico y cómo no, de su avión, que me produjo el síndrome de Stendhal cuando lo vi con mis propios ojos.
 
Hay muchos otros héroes que vienen del cielo, como fue Neil Armstrong, el primer hombre que cumplió el sueño de poder llegar a la Luna. Siempre dijo que en absoluto era un héroe, sólo alguien que cumplió con su deber, e hizo bien su trabajo. Este verano volvió arriba, pero esta vez para quedarse para siempre, junto a las estrellas.
 
Pero del cielo no sólo vienen héroes, también traen nuestros sueños y nuestras esperanzas. Por eso cuando necesitamos ayuda desesperada o sentimos una inmensa alegría, instintivamente echamos la cabeza hacia atrás y miramos el lugar donde se ubica el firmamento.
Hace unas semanas aterricé en un hospital de Barcelona, como tantas otras veces, para llevar a un paciente. Lo descargamos del helicóptero y lo acercamos a Urgencias con una ambulancia, que nos esperaba a pie del aparato.
Cuando volvíamos de vacío, charlando tranquilamente con mi compañero, el enfermero, vimos que había alguien hablando con el piloto, que habitualmente se queda custodiando la nave. Nuestro visitante era un chico en silla de ruedas, de unos treinta años, al que había acercado su novia, que se apoyaba ligeramente en las manillas de su silla.
 
Llegué hasta él y me incorporé a mitad de su conversación. Contaba que llevaba allí dos meses, desde el día que tuvo el accidente con su parapente y unos compañeros nuestros, en helicóptero, lo trajeron hasta el hospital.
Tenía una mirada triste, pero aún así, su brillo transmitía esperanza. Creo que aún no había acabado de aceptar que no volvería a caminar nunca más.
Nos iba hablando y viéndolo postrado en aquella silla, me imaginaba qué pensaría yo si estuviese en su situación. Mis pensamientos se interrumpieron con sus palabras, que a modo de despedida, al vernos recoger todo, nos dijo:
 
Cada vez que oigo el helicóptero le pido a ella que me acerque para veros y daros las gracias por haberme salvado la vida y por la labor que hacéis. Y cada vez que os veo llegar, pienso que hay alguien que sufre, alguien que ha tenido algo terrible. Tanto, que ha necesitado de un helicóptero que lo lleve corriendo al hospital.
Pero siempre acabo pensando que algún día no traeréis gente que sufre, sino que vendrá un remedio, no sé cuál, que podrá curar a gente que tiene lesiones medulares como yo. Y sé que no lo traerá nadie más que vosotros. Porque vosotros, que venís del cielo, sois los héroes de verdad...