Hace unas semanas contesté la propuesta de una amiga en su blog. Ésta consistía en hacer una reflexión personal y contestar una sencilla pregunta: ¿Cuál es el mejor regalo que te han hecho?
Fácil cuestión a priori, incluso infantil en un primer vistazo, pero que tras meditarla, no tiene una fácil respuesta, si lo que se ha de responder es una sola cosa.
Incluso invito a todo el que intencionadamente haya llegado hasta estas líneas, o a cualquiera que la marea haya traído hasta esta playa, que se anime a tratar de pensar sobre el tema.
Yo me lancé a la piscina del alma y respondí lo siguiente: "La pregunta parece simple, pero en realidad es muy difícil de contestar. Yo no puedo distinguir entre lo material y lo que no es. ¿Qué diferencia hay entre lo que se ve, se toca a lo que se siente? No sé si me corresponde añadir una respuesta, pero me cuesta resistirme a decir algo.
Lo escribiré deprisa, intentaré no releerlo, o me arrepentiré de haberlo escrito.
El mejor regalo que he tenido nunca lo tuve de Lourdes, mi mujer. Llevábamos apenas unas semanas juntos y un día, sin venir a cuento, me acarició la mejilla. Yo solté una lágrima. Ella me preguntó: ¿Porqué lloras? Yo le respondí: Porque soy feliz."
Hoy, dos meses más tarde creo que me apresuré en responder aquella pregunta.
El mejor regalo, aunque ha sido de los mejores de mi vida, no fue aquella caricia maravillosa que recordaré siempre. Porque el mejor regalo que he tenido nunca, Lourdes, eres tú.
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