Comienza la semana y se acerca ese maravilloso miércoles. Es el día que me toca desaparecer de casa durante 24 horas. Todo sea por cumplir con esos socios de la Caixa con los que compramos el piso a medias. A veces creo que el proceso es el inverso. Los días libres es el recreo, la salida al patio entre guardia y guardia.
Cada miércoles es una incógnita. No sabemos a dónde nos van a sacar de excursión. Pero viaje hay, seguro. Precisamente porque somos poco remeros, toca a más por cabeza. Sin querer, me viene a la cabeza el recuerdo de la película Ben Hur, con aquella escena en las galeras, sudando el pobre Charlton Heston, mientras remaba al ritmo frenético de los tambores...
Ahí fuera nos esperan nuestros queridos amigos, los inconscientes, que justifican nuestra existencia y que nos acompañan, tan numerosos, cada día.
Y cómo no, esos accidentes de tráfico de chapa y pintura, que requieren del siempre necesario vistazo médico que tranquilice al nervioso alertante y al temeroso de Dios de la central, que no se fía de la lógica y te envía.
Pero lo mejor de esa casa de locos, es sin lugar a dudas, los del megáfono que van en la barca.
A algunos no se les oye, porque o bien no tienen nada que decir, o porque están tan satisfechos de tener un megáfono, que la emoción les ha dejado sin palabras.
Otros vociferan órdenes imposibles de cumplir, tal vez para ser oídos por el dueño de la chalupa que está en la orilla.
Los hay que hablan en un idioma incomprensible e incluso dando instrucciones contrarias a lo que hacían cuando eran simples remeros.
Pero todos tienen una cosa en común: Les encanta estar a bordo del bote y que los llevemos de paseo.
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