Lou en una ocasión se burlaba de mí llamándome provinciano. Creo que es una denominación que a ningún homenajeado le hace gracia. Sobretodo por el rintintín con el que te lo dicen. Pero pienso que es sano saber reirse de uno mismo cuando te hacen una broma. Sí, ya sé que no soy precisamente de la capital, ni de la nación, ni de esta neo-nación en la que vivo. Reconozco incluso que tal vez tenga algo que ver que hasta los 13 años no salí de las islas. Hasta entonces, sólo trayectos interinsulares, pero desde entonces he recorrido mucho mundo y creo que provinciano, provinciano, ya no soy tanto. Hasta un día me dijo el familiar de un paciente, que si era de Vic al escuchar mi catalán. Las risas al contarlo en casa, me hicieron pensar que o bien aquella buena señora se burló de mí, o quiso ser amable con alguien que hacía el esfuerzo de hablar su lengua vernácula.
Pero a pesar de considerarme una persona tan cosmopolita, debo reconocer que todavía hay cosas que me sorprenden de la gran ciudad. Esta tarde iba paseando con mi hijos Marta, que tiene casi cuatro años, y con Guille de casi dos. Marta iba un poco adelantada, jugando con una amiga suya, y yo empujaba el cochecito (o cochito, como dicen en provincias) que llevaba a Guille, que ya estaba un poco K.O. como para seguir caminando por sí mismo. Mientras iba haciendo esfuerzos para que no se me dispersara el rebaño, se cruzaron con nosotros un grupo de personas que iban en dirección opuesta. Eran como unos diez o quince judíos, vestidos con traje negro, ataviados de sus trenzas y sombreros de rabino, que los hacía inconfundibles. Lo primero que pensé es que hasta que no llegué a Barcelona, jamás había visto judíos vestidos así, salvo en las películas. Esta riqueza étnica y muchas otras cosas, te lo da el vivir en las grandes ciudades. Mientras iba reflexionando, Marta se da la vuelta y corre hacia mí muy excitada. Con los ojos muy abiertos, me dice: -Papi, he visto unos vaqueros. De verdad, llevaban sombrero y todo... Sí, tal vez Lou tiene razón. Soy un provinciano. Lo que no sabía es que además se heredaba...
Pero a pesar de considerarme una persona tan cosmopolita, debo reconocer que todavía hay cosas que me sorprenden de la gran ciudad. Esta tarde iba paseando con mi hijos Marta, que tiene casi cuatro años, y con Guille de casi dos. Marta iba un poco adelantada, jugando con una amiga suya, y yo empujaba el cochecito (o cochito, como dicen en provincias) que llevaba a Guille, que ya estaba un poco K.O. como para seguir caminando por sí mismo. Mientras iba haciendo esfuerzos para que no se me dispersara el rebaño, se cruzaron con nosotros un grupo de personas que iban en dirección opuesta. Eran como unos diez o quince judíos, vestidos con traje negro, ataviados de sus trenzas y sombreros de rabino, que los hacía inconfundibles. Lo primero que pensé es que hasta que no llegué a Barcelona, jamás había visto judíos vestidos así, salvo en las películas. Esta riqueza étnica y muchas otras cosas, te lo da el vivir en las grandes ciudades. Mientras iba reflexionando, Marta se da la vuelta y corre hacia mí muy excitada. Con los ojos muy abiertos, me dice: -Papi, he visto unos vaqueros. De verdad, llevaban sombrero y todo... Sí, tal vez Lou tiene razón. Soy un provinciano. Lo que no sabía es que además se heredaba...
2 comentarios:
buenísimo, Mel
Qué rica...
Publicar un comentario