Hoy he vuelto a poner los pies en el aire. Es el premio a pasar de nuevo una mala noche de miércoles. A las dos de la mañana fuimos a levantarle las piernas a un señor que estaba hipotenso. A las seis a decirle a un hijo lo que imaginaba, pero que necesitaba de un médico para confirmarle sus sospechas. Su padre, no estaba inconsciente, estaba bebido.
Dos alertas por inconscientes, que te destrozan la mañana siguiente. Mis compañeros, los temerosos, no se fían de nada. A veces creo que ni de mí mismo, cuando les doy el alta en el domicilio.
Pero la tormenta, o mejor dicho, el tormento, tiene un instante de sosiego, de premio y es aquél que me otorgo, cuando arrastrando cadenas, voy a volar de nuevo.
Hoy he vuelto a poner los pies en el aire, ya no me importa nada, me da igual que ese viaje sea improcedente, que no sea necesario. Para mí sí lo es. Necesito elevarme del suelo, sentir como me recoge ese aparato increíble. De la Cierva decía que lo que sentía era como volar en la alfombra de Aladino.
Hoy he vuelto a poner los pies en el aire. Me lo han contado mil veces, lo entiendo perfectamente, soy capaz de repetirlo, pero sigo sin creerme que eso vuele. Volveré otro día, y otro y otro, a ver si de nuevo me elevo, vuelvo a poner los pies en el aire y soy capaz de creérmelo.
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