Si hay un mes cargado de tradiciones, ése es sin duda el mes de diciembre. Sin mencionar los festejos navideños, que conociendo al que escribe este blog, probablemente generará alguna que otra entrada en las próximas semanas, estas últimas del año, son prolíficas en cuanto a acontecimientos sociales.
A la vuelta de la esquina, está el prólogo de la Navidad: el sorteo de la lotería. Como mucha gente acostumbra a decir, las fiestas no empiezan hasta que no comienza el sorteo de la lotería. Francamente a mí me trae sin cuidado el sorteíto ese. Como tengo ese principio rebelde de ir contracorriente, nunca juego ni a éste ni a otros juegos de azar, ya que con la renta, el impuesto de circulación de vehículos, el céntimo sanitario, los peajes, las tasas de basuras, el iva, el ibi, y el itv, entre otros, creo que ya contribuyo bastante con las arcas del Estado. Además, me pasa que escuchar el soniquete de los niños repipis de San Ildefonso, me resulta hasta incluso desagradable. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Soy así...!
Estoy seguro que esos gorgojeos guturales de esos niñitos, sólo apasionan a ésos que siempre tienen la suerte de ser agraciados con el primer premio. Si no, atentos a las noticias del día 22 y esas originales entrevistas que se harán a esos nuevos albañiles millonarios, que contestan como siempre, que esa hartada de millones les servirán para tapar agujeros...
Diciembre también es mes de misterios. Y si no me creen, les recuerdo la aparición puntual, como cada año, de ese entrañable personaje que nos visita por estas fechas. No, no es Papa Noël. El personaje a quien me refiero, llegó a nuestras vidas mucho después que ese buen hombre del Polo Norte. Se trata ni más ni menos, que del misterioso y legendario amigo invisible. Se le llama invisible, creo, por dotarle de un cierto aura de intriga, aunque como todos sabemos, carece de sentido alguno calificarlo como tal, porque siempre acabamos sabiendo quién nos hace el regalo. Siempre. Y a veces, hasta incluso nos adelantamos y lo hemos desenmascarado antes de que nos lo den. Y es que en el fondo somos o bien unos románticos, o unos niños grandes. A estas alturas deberíamos saber ya, que como las brujas y el hombre del saco, el hombre invisible no existe.
Y no hay mes de diciembre que no traiga consigo esa tradicional cena de confraternización de empleados de una empresa.
En un lugar en el que trabajo, antes de la aparición de esa bendita crisis que ha abaratado el despido y ha recortado sueldos a ociosos pensionistas, funcionarios, trabajadores públicos y controladores, la cena de Navidad solía ser a cargo de la empresa, en un lugar de postín, un buen restaurante o en un hotel, donde hasta se sorteaban reproductores de DVD, viajes...
Había que acudir bajo estricta invitación. De hecho, cuando llevaba pocos meses y todavía mi relación contractual era discontínua, no fui invitado a mi primera RACCfest.
Pero, como contaba, ahora la crisis ha colocado las cosas en su sitio y eso ha obligado a que aquellas fiestas se hayan suspendido y que ahora nuestro encuentro de diciembre, sea por iniciativa de los trabajadores, es decir, gestionado y financiado con el bolsillo de cada uno.
La ventaja de esta modalidad con respecto a la anterior, es que los jefes no suelen acudir a reuniones de tropa y eso nos da la soltura de poder hacer balance de su gestión anual. Algo que se realiza en un instante, porque suele ser bastante paupérrima.
Estos encuentros con nuestros semejantes, nos brindan la maravillosa posibilidad de poderlos criticar abiertamente y contrastar nuestras miserias con las de los demás. Este intercambio de opiniones, considero que no es sólo sano, sino que es un ejercicio recomendable y que yo haría por incluirlo como norma en los programas de higiene y salud laboral de cualquier empresa. Poner a parir a nuestros responsables y enfrentarlos a sus incompetencias, es una gimnasia mental que además hace que sea una buena manera de acabar el año y comenzar el siguiente con la mente descargada y libre y con la esperanza e ilusión de que las cosas van a mejorar. Y si alguno de mis jefes lee esto y no quiere que en una cena de empresa de diciembre, le critique el año que viene, ya sabe. Lo tiene bien fácil. Sólo tiene que me subirme el sueldo, darme un despacho y hacerme jefe. Eso sí que supondría una mejora. Y como seremos uno más, hasta podríamos jugar al amigo invisible...
A la vuelta de la esquina, está el prólogo de la Navidad: el sorteo de la lotería. Como mucha gente acostumbra a decir, las fiestas no empiezan hasta que no comienza el sorteo de la lotería. Francamente a mí me trae sin cuidado el sorteíto ese. Como tengo ese principio rebelde de ir contracorriente, nunca juego ni a éste ni a otros juegos de azar, ya que con la renta, el impuesto de circulación de vehículos, el céntimo sanitario, los peajes, las tasas de basuras, el iva, el ibi, y el itv, entre otros, creo que ya contribuyo bastante con las arcas del Estado. Además, me pasa que escuchar el soniquete de los niños repipis de San Ildefonso, me resulta hasta incluso desagradable. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Soy así...!
Estoy seguro que esos gorgojeos guturales de esos niñitos, sólo apasionan a ésos que siempre tienen la suerte de ser agraciados con el primer premio. Si no, atentos a las noticias del día 22 y esas originales entrevistas que se harán a esos nuevos albañiles millonarios, que contestan como siempre, que esa hartada de millones les servirán para tapar agujeros...
Diciembre también es mes de misterios. Y si no me creen, les recuerdo la aparición puntual, como cada año, de ese entrañable personaje que nos visita por estas fechas. No, no es Papa Noël. El personaje a quien me refiero, llegó a nuestras vidas mucho después que ese buen hombre del Polo Norte. Se trata ni más ni menos, que del misterioso y legendario amigo invisible. Se le llama invisible, creo, por dotarle de un cierto aura de intriga, aunque como todos sabemos, carece de sentido alguno calificarlo como tal, porque siempre acabamos sabiendo quién nos hace el regalo. Siempre. Y a veces, hasta incluso nos adelantamos y lo hemos desenmascarado antes de que nos lo den. Y es que en el fondo somos o bien unos románticos, o unos niños grandes. A estas alturas deberíamos saber ya, que como las brujas y el hombre del saco, el hombre invisible no existe.
Y no hay mes de diciembre que no traiga consigo esa tradicional cena de confraternización de empleados de una empresa.
En un lugar en el que trabajo, antes de la aparición de esa bendita crisis que ha abaratado el despido y ha recortado sueldos a ociosos pensionistas, funcionarios, trabajadores públicos y controladores, la cena de Navidad solía ser a cargo de la empresa, en un lugar de postín, un buen restaurante o en un hotel, donde hasta se sorteaban reproductores de DVD, viajes...
Había que acudir bajo estricta invitación. De hecho, cuando llevaba pocos meses y todavía mi relación contractual era discontínua, no fui invitado a mi primera RACCfest.
Pero, como contaba, ahora la crisis ha colocado las cosas en su sitio y eso ha obligado a que aquellas fiestas se hayan suspendido y que ahora nuestro encuentro de diciembre, sea por iniciativa de los trabajadores, es decir, gestionado y financiado con el bolsillo de cada uno.
La ventaja de esta modalidad con respecto a la anterior, es que los jefes no suelen acudir a reuniones de tropa y eso nos da la soltura de poder hacer balance de su gestión anual. Algo que se realiza en un instante, porque suele ser bastante paupérrima.
Estos encuentros con nuestros semejantes, nos brindan la maravillosa posibilidad de poderlos criticar abiertamente y contrastar nuestras miserias con las de los demás. Este intercambio de opiniones, considero que no es sólo sano, sino que es un ejercicio recomendable y que yo haría por incluirlo como norma en los programas de higiene y salud laboral de cualquier empresa. Poner a parir a nuestros responsables y enfrentarlos a sus incompetencias, es una gimnasia mental que además hace que sea una buena manera de acabar el año y comenzar el siguiente con la mente descargada y libre y con la esperanza e ilusión de que las cosas van a mejorar. Y si alguno de mis jefes lee esto y no quiere que en una cena de empresa de diciembre, le critique el año que viene, ya sabe. Lo tiene bien fácil. Sólo tiene que me subirme el sueldo, darme un despacho y hacerme jefe. Eso sí que supondría una mejora. Y como seremos uno más, hasta podríamos jugar al amigo invisible...
4 comentarios:
jajajaja. Muy bueno, Melito. Pero ten claro que si te suben el sueldo, te dan un despacho y te hacen jefe, el criticado vas a ser tú. Un besote.
o eso, o que te dejen de soldado y que vuelvan a pagar la cena!!! ejejeje...
lastima que soldados como yo mueran en los brindis de la noche!!!! vaya farra, vaya desastre, vaya garrafon!!!
a que no haces un escrito en honor al garrafon,maldito garrafon!!!
Todo menos volver a pasar la ignominia del recibimiento que tuve cuando llegué al salón de aquel restaurante. Alguien levantó la mano y señalándome, dijo en voz bien alta, para que lo escuchase todo el mundo: ¡Ése es controlador aéreo!
Querido MEL: Estoy totalmente de acuerdo contigo, pero me pregunto y espero me ayudes en la respuesta a lo siguiente: ¿A que jefe le pido aumento de sueldo si ya por decreto me lo ha congelado el mío (mi jefe)? ¿Donde y en que restaurante se celebra la cena de confraternidad de nuestro colectivo? Y a la situación en que te recibieron al grito de "ese es un apestado", yo te contesto lo que un jefe mío - no de los de ahora sino de los mas serios-me dijo en una ocasión: tu siempre al refrán que dice "ECHAME TRIGO Y LLAMAME GORRION", e inmediatamente como quien no quiere la cosa y con disimulo un cortito de manga y a viaje. Un abrazo
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