Descubrió demasiado pronto que era un niño distinto de los demás. Pero no se lo dijo a nadie. Tal vez incluso le regañaron los primeros días de preescolar por no fijarse bien y ser siempre tan distraído. Después de unos cuantos meses, no entendía por qué le insistían en que esos colores eran diferentes. Puede que en algún momento pensase que tal vez era tonto. Los demás parecían ser tan listos... No se confundían nunca. A pesar de ello, se esforzó una y otra vez, pero no era capaz de lograr distinguir entre aquellos lápices de colores, que para él eran completamente iguales unos de otros. Para los demás era muy divertido cuando llegaba el momento de dibujar, de llenar una hoja blanca de arco iris de colores emanados de lápices, ceras, acuarelas o rotuladores. Para él era una tortura. O mejor dicho, un momento de miedo. Miedo de sentirse ridiculizado, de ser señalado por todos como un bicho raro. Se lo quedó para él y ni siquiera fue capaz de decirlo en casa, ni a sus padres ni a su hermano.
Algunas veces pensó que en realidad era un superhéroe dotado de poderes únicos y que le convertían en alguien especial. Por eso debía guardarlo en secreto.
Le encantaba ir al colegio. No era uno de esos niños que pataleaban por quedarse en casa y temieran ir a clase. No era su caso. Le encantaba jugar con todos, reírse, hacer deporte en el patio, jugar al hockey, aprender a leer... Detestaba eso que para el resto era diversión, dando rienda suelta a la imaginación: el dibujo. Pero no podía evitar el tener que pintar en alguna ocasión, así que se hizo fuerte en su debilidad. Cada vez que tenía que pintar algo, era muy meticuloso con el orden. Sabía dónde empezaba el verde, cuál era el marrón y dónde se encontraba el rojo. Aprendió de memoria que las hojas son verdes, las ramas marrones y las manzanas pueden ser rojas, verdes e incluso algunas un poco amarillentas. El césped es verde y las hojas que se caen acaban siendo marrones. El invierno es blanco, la primavera llena de colores intensos, el verano más amarillo, pero el otoño le exigía mucho esfuerzo, con esos ocres y los tonos parduzcos.
Se convirtió en una persona metódica, celoso de su material escolar. Su caja de colores era un preciado tesoro que tenía bien guardada. Era su piedra de kryptonita, a salvo de que alguien sin querer se los mezclara.
Así creció, pasando los años y sin atreverse a hablar con nadie de lo que le sucedía.
El superhéroe no existía ya. Todo este tiempo había estado leyendo cualquier cosa que se encontraba acerca de su trastorno de la visión. Ya sabía lo que le pasaba.
Un día llegó a casa y sintió la necesidad de liberar esa carga que llevaba transportando tanto tiempo. No necesitaba nada, porque había aprendido a vivir con ello y a sortear con esfuerzo e inteligencia todos los obstáculos, pero quiso contarlo a su familia. Reunió a sus padres y a su hermano y con un gran esfuerzo, comenzó a hablar:
-Hay algo que os quiero decir y que sé desde hace muchos años: Soy daltónico -empezó diciendo- Nunca he podido distinguir los colores. No sé lo que es el rojo ni el verde.
Sus padres permanecieron incrédulos ante esta noticia oculta durante tanto tiempo.
-No puede ser -exclamaron- Estás de broma... ¿Qué tontería es ésa de que no puedes distinguir los colores? Si nunca has tenido ningún problema...
-No es ninguna broma -intervino su hermano- A mí me ha pasado lo mismo toda mi vida. Yo tampoco he dicho nunca nada. No quería que nadie se burlase de mí.
Los dos hermanos se abrazaron y luego empezaron hablar. Necesitaban contarse cómo habían logrado llegar hasta ese día, con un secreto mutuo, pero nunca compartido.
Un día, en uno de esos maravillosos terceros tiempos, después de nuestros encuentros de padel, me explicaste tu historia. Sabía lo de tu daltonismo, pero aquella noche señalaste un cuadro abstracto que estaba en la pared del bar y me lo contaste de otra manera, o tal vez yo la escuché de forma distinta. Hacías broma con tu forma peculiar de ver y descubrí aún aquel niño asustado que no se atrevió durante mucho tiempo a contar que no veía los colores.
Por eso me siento feliz. Porque quisieras contarlo y porque con esos superpoderes que aún conservas, veas en mí cosas buenas y me consideres tu amigo.
Algunas veces pensó que en realidad era un superhéroe dotado de poderes únicos y que le convertían en alguien especial. Por eso debía guardarlo en secreto.
Le encantaba ir al colegio. No era uno de esos niños que pataleaban por quedarse en casa y temieran ir a clase. No era su caso. Le encantaba jugar con todos, reírse, hacer deporte en el patio, jugar al hockey, aprender a leer... Detestaba eso que para el resto era diversión, dando rienda suelta a la imaginación: el dibujo. Pero no podía evitar el tener que pintar en alguna ocasión, así que se hizo fuerte en su debilidad. Cada vez que tenía que pintar algo, era muy meticuloso con el orden. Sabía dónde empezaba el verde, cuál era el marrón y dónde se encontraba el rojo. Aprendió de memoria que las hojas son verdes, las ramas marrones y las manzanas pueden ser rojas, verdes e incluso algunas un poco amarillentas. El césped es verde y las hojas que se caen acaban siendo marrones. El invierno es blanco, la primavera llena de colores intensos, el verano más amarillo, pero el otoño le exigía mucho esfuerzo, con esos ocres y los tonos parduzcos.
Se convirtió en una persona metódica, celoso de su material escolar. Su caja de colores era un preciado tesoro que tenía bien guardada. Era su piedra de kryptonita, a salvo de que alguien sin querer se los mezclara.
Así creció, pasando los años y sin atreverse a hablar con nadie de lo que le sucedía.
El superhéroe no existía ya. Todo este tiempo había estado leyendo cualquier cosa que se encontraba acerca de su trastorno de la visión. Ya sabía lo que le pasaba.
Un día llegó a casa y sintió la necesidad de liberar esa carga que llevaba transportando tanto tiempo. No necesitaba nada, porque había aprendido a vivir con ello y a sortear con esfuerzo e inteligencia todos los obstáculos, pero quiso contarlo a su familia. Reunió a sus padres y a su hermano y con un gran esfuerzo, comenzó a hablar:
-Hay algo que os quiero decir y que sé desde hace muchos años: Soy daltónico -empezó diciendo- Nunca he podido distinguir los colores. No sé lo que es el rojo ni el verde.
Sus padres permanecieron incrédulos ante esta noticia oculta durante tanto tiempo.
-No puede ser -exclamaron- Estás de broma... ¿Qué tontería es ésa de que no puedes distinguir los colores? Si nunca has tenido ningún problema...
-No es ninguna broma -intervino su hermano- A mí me ha pasado lo mismo toda mi vida. Yo tampoco he dicho nunca nada. No quería que nadie se burlase de mí.
Los dos hermanos se abrazaron y luego empezaron hablar. Necesitaban contarse cómo habían logrado llegar hasta ese día, con un secreto mutuo, pero nunca compartido.
Un día, en uno de esos maravillosos terceros tiempos, después de nuestros encuentros de padel, me explicaste tu historia. Sabía lo de tu daltonismo, pero aquella noche señalaste un cuadro abstracto que estaba en la pared del bar y me lo contaste de otra manera, o tal vez yo la escuché de forma distinta. Hacías broma con tu forma peculiar de ver y descubrí aún aquel niño asustado que no se atrevió durante mucho tiempo a contar que no veía los colores.
Por eso me siento feliz. Porque quisieras contarlo y porque con esos superpoderes que aún conservas, veas en mí cosas buenas y me consideres tu amigo.
2 comentarios:
La gallina de piel y ojos vidriosos...
Eso lo que siente uno, cuando lee algo que le recuerda a su vida, a su infancia. Pero lo mejor está por llegar cuando vas leyendo y descubres que el protagonista eres tú y es tu historia...
entonces la sensación es indescriptible y tan sólo se me pasa una palabra por mi cabeza
GRACIAS AMIGO !!!
Emocionante esa historia sobre los secretos de un niño.
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