El gran Hitchcock decía que la receta para que una película saliese redonda no estaba sólamente en saber elegir a unos buenos actores o tener un buen argumento. El secreto estaba en el malo. Cuanto más malévolo y perverso era el malo, más conseguido estaba el personaje y mejor era la película. Y probablemente no andaba desencaminado. ¿Acaso alguien se imagina lo aburridas que serían las historias de Supermán si no existiese la amenaza de un intrigante Lex Luthor? En cinco minutos estarían todos los bandidos del mundo en la cárcel y sanseacabó. ¡Chin-pum!
¿O qué habría sido del bueno de Elliot Ness sin Al Capone? Nos habría quedado un Chicago lleno de aburridos abstemios... ¿Y los vaqueros sin los indios? Las películas del Oeste parecerían un documental de National Geographic sobre el ganado vacuno en las Grandes Praderas...
En fin, los malos nos dan salsa a nuestras vidas. Aunque cuando me he encontrado malos de verdad, el superarlos me ha supuesto sufrimiento, dolor y esfuerzo, pero al contrario de lo que le pasó a Supermán con la kriptonita, a mí la exposición a estos terribles villanos me ha hecho ser cada vez más fuerte. Por eso muy a su pesar, a esos indeseables les estoy muy agradecido. Mucho más que a todos aquellos que me han llenado de piropos y halagos.
Aquí cuento las pequeñas historias de unos malos con los que tuve que compartir algún momento de mi vida y que en un acto de extrema generosidad que por supuesto no se merecen, les doy unos momentitos de gloria en este mi querido blog.
No diré sus nombres, y no porque les tema, sino porque como villanos que son de su particular película de aventuras, viven por y para hacer sufrir. Éste es el único y último favor que les hago. Si les diera a conocer, descubriría a estos seres malvados y les privaría del sentido que tienen sus tristes vidas: Abusar de su poder y atormentar a todos aquéllos que están bajo su mando y a los que consideran seres inferiores.
La Dama de la Torre.
Hubo un tiempo en el que casi fui controlador aéreo. Y digo casi, porque tras más de un año en Madrid, tuve que hacer un examen a vida o muerte. Era un todo o nada en el que te me jugaba tener mi vida resuelta para siempre con un trabajo que era mi vocación, bien remunerado y que me apasionaba. Todo eso, que no es poco, se decidía en un día, en un instante.
Aquella harpía, tenía fama de ser implacable con todos los alumnos que pasaban por sus manos. Fue jefa de su departamento y la cesaron por la cantidad de alumnos que suspendía y que tuvieron consiguientemente que abandonar la escuela. No hay segundas oportunidades en la escuela de Control Aéreo. Si suspendes te vas a la calle.
La Dama de la Torre era como un personaje de cuentos infantiles, que podía haber salido perfectamente del bosque más lúgubre y tenebroso. Siempre aparecía vestida de negro, con una sonrisa escondida y malévola, que sólo mostraba cuando se reía de alguien con desprecio.
Cuando nuestras vidas se cruzaron, no se imaginaba o tal ves sí, que tenía delante a alguien que se jugaba tanto, al cabo de unos días. Su lugar de trabajo habitual, cuando no daba clases era la torre de control del aeropuerto de Granada. A pesar de ser un aeropuerto pequeño, cuando la oías en sus clases, se comportaba como si fuese la reeencarnación de uno de los hermanos Wright, o la inventora del radar.
Me la asignaron como tutora para prepararme el examen práctico de simulador. La idea de estas tutelas es que te ayuden, corrigiendo errores y te preparen para la prueba, pero la verdad es que en los días previos a la evaluación fue minando la confianza que tenía en mí mismo. Lejos de ayudarme, me obsequiaba con frases crueles del tipo:
- No perdamos el tiempo. Tú y yo sabemos que para esto no sirves... ¡No vas a ser controlador en tu vida!
O la perla que me terminó de hundir, aquella que se guardó para el último ensayo el día antes, cuando le pedí que nos quedáramos un poco más a practicar, para preparar el examen:
- Mira: - dijo ajustándose las gafas a la nariz tal y como haría cualquier otra bruja de su especie. Se acompañó de esa media sonrisa, mezcla de odio y asco hacia alguien que despreciaba y encontraba que era inferior - Podemos estar practicando todas las veces que quieras, pero ya te digo que no va a servir para nada. Te lo voy a decir de esta manera para que lo entiendas: Para que tú apruebes mañana, tendría que aparecerse la Virgen.
Y como bruja que era y además pitonisa, acertó. La Virgen no aparecería por la escuela de controladores aéreos al día siguiente.
Unos años más tarde, cuando todo ya había quedado atrás, me encontré con la llamada de otro profesor de la escuela. Cogí el teléfono intrigado y después de los saludos de rigor, me dijo:
- Mel, no hagas caso de lo que te dijo esa mujer. Yo, que he sido profesor tuyo, puedo decirte que tú sirves para controlador aéreo. Eres un mejor que muchos de tus compañeros de clase que trabajan en las torres de control...
Me costó mucho tiempo superar aquella frustración, pero de todos los malos tragos y fracasos, se puede extraer como el zumo de un limón, algo positivo. Gracias a
la Dama de la Torre, no soy el mismo que aquella mañana suspendió el examen, con la moral tocada. Desde aquel día no acepto que nadie me diga lo que puedo o no puedo
llegar a conseguir. Por eso odio con todas mis fuerzas todos esos concursos con el formato Operación Triunfo, donde alguien que no te conoce, que no sabe lo que te ha costado llegar hasta allí, o cuáles son tus sueños, se atreve a intentar hundirte, diciéndote si vales mucho o vales poco.
Desde que pasé por todo aquello, no dejo que nadie me imponga mis límites, ni que me hagan sentir que no puedo lograr lo que quiero llegar a ser. Gracias a la Dama de la Torre no me permito un "no puedo" o un "no soy capaz " y no he vuelto a pensar nunca "yo no sirvo para esto. No lo voy a conseguir..."
El Médico Desenfrenado.
Unos años más tarde de la historia anterior, ya había reconducido mi vida hacia el ejercicio de la Medicina y en concreto, hacia la Medicina de Emergencias. Hacía ya dos años que trabajaba en una ambulancia ubicada en un hospital a las afueras de Barcelona. Un lugar precioso, rodeado de praderas y con unos excelentes compañeros que me hacían sentirme feliz por ir a trabajar cada vez que tenía guardia.
Mi trabajo se había convertido en una maravillosa rutina. Cada miércoles a las 8 le hacía el relevo al jefe de la base. Tras informarme de las novedades, colocaba mis cosas en la habitación del médico, limpiaba los frenazos del retrete que cada día me dejaba de regalo y a continuación nos íbamos a desayunar todo el equipo.
Este Médico Desenfrenado era quien me había contratado. Era un tipo peculiar. Éstas y otras frivolidades, como que trabajase en chanclas con los dedos al aire, porque no le daba la gana de ponerse el calzado de seguridad reglamentario, o que te apareciera por sistema media hora tarde al relevo, porque como era el jefe, estaba por encima del bien, del mal y de los horarios, eran cuestiones hasta cierto punto incómodas, pero soportables, propias de un elemento que en aquellos momentos me parecía, cuando menos, atípico. A pesar de ello, mantenía una correcta relación con él, hasta el punto de que me propuso que fuese su ayudante para gestionar la base y sustituirle cuando estuviese fuera de vacaciones.
Desde que surgió aquella propuesta nestro idilio duraría unos pocos meses más.
Ahora ya lo sé, pero en aquellos días no había descubierto que con personajes con esa mentalidad, para no tener problemas con ellos, tan sólo hace falta una cosa: no llevarles la contraria. Yo lo hice en una ocasión en la que me quiso obligar a hacer una guardia que como jefe le tocaba cubrir a él, y a partir de ahí fue mi debacle en aquel lugar, hasta entonces paradisiaco.
Cuando le comenté que no iba a hacerla, a pesar de justificarlo, me dijo:
- ¿Sabes lo que estás haciendo? Olvídate de ser mi ayudante - para continuar, esta vez chillando - ¡Prepárate!, ¡A mí nadie me dice que no; ni en la calle, ni en mi casa, ni en el trabajo...! ¡Me voy a convertir en tu peor enemigo...!
Y como buen malo de película, cumplió su palabra...
Comenzó a desprestigiarme como médico ante todo el mundo y miraba con lupa cada una de mis actuaciones. La última vez que hablé con él para intentar reconducir la situación (que adelanto que con estos personajes psiquiátricos es como detener un tren con las manos), me regaló generosamente las siguientes frases:
- ¿Sabes lo que voy a hacer contigo? Voy a hacer que no puedas volver a trabajar como médico en tu vida. Ya me encargaré de ir llamando a todas partes donde quieras ir a trabajar, para que sepan que eres un asesino...
Después de aquella conversación, me marché voluntariamente de aquella base. Y puedo decir que muy a su pesar, nunca me ha faltado trabajo. También debo decir, que con el Médico Desenfrenado fue la primera persona con quien celebré el día de San Martín, santo patrón de los malos jefes, de incompetentes elegidos a dedo y de otras especies de seres abyectos y despreciables que el destino bromea con nosotros, colocándolos en medio de nuestro camino.
No sé qué ha sido de la Dama de la Torre. No sé si su dorada jubilación la vive sola o acompañada. Si tiene amigos o no. Francamente me trae sin cuidado. Es tanto lo que he aprendido de mí gracias a ella, que hasta incluso le estoy agradecido. Me gustaría encontrármela algún día para decirle que gracias a ella se me apareció La Virgen. Mis éxitos posteriores y la seguridad en mí mismo, tienen mucho que ver con haber conocido a la Dama de la Torre.
El pobre Medico Desenfrenado ha quedado mucho peor parado con el paso del tiempo. Después de que me marché del hospital, siguió con su acoso a otros compañeros durante varios años, hasta que al final, a base de tensar la cuerda y pensar que era impune, acabó siendo despedido de forma fulminante con un expediente disciplinario, sin ningún derecho a indemnización. Su mujer se separó de él, su familia le ha dado la espalda y creo que tiene grandes dificultades para encontrar trabajo, pues las referencias que llegan de su carácter agresivo, de su poca seriedad y su comportamiento desordenado de muchos años atrás, no son garantías como para que lo contrate nadie.
El Pequeño Cacique
Este último villano de mis historias, es un personaje de poca entidad, de inferior categoría y daños causados al héroe principal. Tiene unos superpoderes muy limitados, pero lo traigo aquí porque es el más reciente y porque probablemente ha sido el que me ha inspirado este álbum de malos. También es conocido como el Capitán Liendre, que de todo sabe, pero nada entiende, pero en mi álbum he querido bautizarlo como el Pequeño Cacique.
El Pequeño Cacique es piloto, y como tal, un poco chulito, por decirlo de una forma cariñosa. Pero en su caso un poco más, porque tiene un carguillo en su empresa. Por eso deambula por todos lados hablando por teléfono, dando órdenes o siendo melifluosamente amable, dependiendo si su interlocutor es un trabajador o un cliente. Eso se ve enseguida y se oye...
Él no lo sabe, pero su comportamiento no es espontáneo, aunque crea que su cerebro y su cuerpo son libres. Cada uno de sus exabruptos y acciones están contenidos en algún capítulo de cualquier manual de Psiquiatría. No es casual oirle decir: Mi base, mi helicóptero, mi empresa, mis pilotos... como tampoco es casual que no permita que nadie a quien pueda considerar rival, se interponga delante. Es el jefe bulldózer que arrasa todo.
El Pequeño Cacique necesita a todas horas hacer demostraciones de poder. En eso ha chocado conmigo. Yo soy más partidario del trabajo en equipo, llamado en Aviación el CRM, así que supongo que harto de que le llevara la contraria o que no demostrara una admiración desmedida hacia su excelsa magnificencia, decidió que nunca más me volvería a subir en su helicóptero. No sé exactamente cuál ha podido ser la razón. Puede que fuera porque no le he hecho suficiente la pelota (ya que a este tipo de jefes les encanta ser adulados y así sentirse importantes), o tal vez creo yo, que pudo ser porque me vio leyendo un libro que se titulaba: Cómo trabajar para un idiota y quizás se pudo sentir aludido. Podtía ser, pero sólo hay un pero: él no es mi jefe. Sólo es un piloto que me lleva a donde esté el paciente.
Y como yo trabajo para una empresa distinta de la suya, se embarcó en la caza del médico Melkarr. Le ha costado un poco, ya que ha tenido que mover unos cuantos hilos, hasta que por fin consiguió su propósito: Melkarr nunca más se volverá a subir en un helicóptero. El Pequeño Cacique por fin, se había salido con la suya.
Esto tuvo que hacer que el ego del Pequeño Cacique se llenara por completo. Me lo imagino sonriendo feliz, suspirando aliviado, como el que tiene la satisfacción del deber cumplido, viendo que aunque no es más que un piloto, ha logrado librarse de un médico que le molestaba. ¡Qué grande...!
Van pasando las semanas y mi enfado inicial se va diluyendo. Pienso a veces en el Pequeño Cacique y la verdad es que no le tengo ningún rencor. Al fin y al cabo, un jefe bulldózer necesita siempre ir destrozando. Es su particular forma de sentirse realizado. Es tan patético que cree que así se gana el respeto de los demás, infundiendo miedo entre los que quedan en pie, cerca de él. De verdad que no le tengo rencor. Un ser así, lo que me da es pena.
Existe una regla no escrita. Una Ley Universal de la Entropía de los Malos que aparecen en nuestras vidas. El Universo tiende hacia el equilibrio. No hay que odiar a nadie, no hay que desearle el mal a quien disfruta intentando hacerte daño. El peor castigo que les podemos inflingir es el desprecio de la indiferencia. No merecen siquiera estar en nuestros pensamientos. Hay que olvidarse de ellos, ignorarlos y apartarlos incluso de nuestra mente y de nuestros recuerdos. Hay que continuar viviendo felices con nuestras vidas y ni siquiera esperar. No hay que desesperarse, no hay que perder la calma, porque no hay que hacer nada en absoluto. Un día, inesperadamente alguien se acordará de ti y te dará la gran noticia: Era cuestión de tiempo.
A cada cochino le llega su San Martín.