La historia clínica se podría decir que es la herramienta más útil de la que dispone el médico. Viene a ser lo que el interrogatorio para el policía, la manguera para el bombero o las cartas de navegación para el piloto.
De la conversación atenta con el paciente y saber conducir la entrevista, prácticamente tienes una orientación definitiva del mal que le pueda aquejar, sin casi haberlo explorado y sin haber pedido ninguna prueba complementaria. Por eso merece la pena sentarse junto a la cabecera de la cama de nuestros enfermitos y escuchar qué es lo que les preocupa.
Ayer estuve de guardia en la ambulancia y en una de las múltiples emergencias que interrumpieron nuestro descanso, tuve la oportunidad de ir a atender a una señora bien entrada en los ochenta años, que al parecer se quejaba de dolor torácico. O al menos eso fue el motivo de la alerta.
La paciente, a la que podemos llamar Doña Felisa, nos esperaba en la residencia, sentada en una silla de ruedas.
Tras presentarnos, normalmente suelo empezar el interrogatorio casi de la misma manera:
- Bueno, Doña Felisa, cuénteme. ¿Qué le ha pasado?
Y a partir de ahí voy tirando del hilo.
No tardó en contestarme, con un acento prfundo del sur, difícil de entender hasta por sus mismos paisanos.
- Mire usté, dotol - me dijo - yo de sempre me encuentro mu malamente del remo.
- ¿El remo? - preguntó el enfermero, mirándome extrañado mientras iba poniéndole el manguito para tomarle la tensión y los electrodos para hacerle un electrocardiograma.
- La pierna, supongo - le contesté yo.
Le fui preguntando cómo era el dolor, cuándo le había empezado, en fin, lo de siempre...
Ella continuó hablando sin parar, mascullando palabras que eran difíciles de entender...
Me pareció que decía que el dolor empezaba en la pierna y le cogía para arriba, continuaba hasta el cuello y que al tragar fuerte, le molestaba más...
En medio de aquel batiburrillo, dijo algo como:
- Parece que despido el dolor. ¿Alguien ha avisado a mi hija?
- ¿Qué dice? ¿Que despide olor? - me dice el enfermero.
- Creo que viene a querer decir que se le está yendo.
El pobre enfermero impasible, como es propio de él, aunque quizás cansado de intentar entenderla, le preguntó:
- Pero Doña Felisa, ¿De dónde es usted?
- Yo soy de Jaén, pero llevo 45 años en Cataluña. ¿Alguien ha avisado a mi hija?
Nos interrumpió la auxiliar de la residencia, que le aseguró que su hija ya estaba avisada y no tardaría en llegar.
Continuamos con nustras pruebas, que tal y como esperaba, salieron completamente normales. En mis manos tenía un informe médico de otros ingresos, donde aparecía un historial de varias visitas a urgencias por trastornos ansioso-depresivos.
Al cabo de muy poco tiempo llegó su hija.
- Perdone que haya tardado un poco en llegar.
- No se preocupe - le contesté.
- Mire usté, dotol - dijo la hija - es que yo tengo el fémur, la rótula y la cadera puesta.
- Es una suerte - pensé yo - venir hasta aquí sin ellos, habría sido un problema.
- Es que mi madre es mu nerviosa.
- Sí, ya me he dado cuenta. No se preocupe, todas la pruebas que le hemos hecho a Doña Felisa han salido bien.
- ¿Sabe usté una cosa, dotol? Es que el otro día se enteró que una amiga suya se puso mu malita. Mire usté. Es que mi madre es hipocardiaca.
- Eso es. Me lo ha quitado usted de la boca.
Y con su diagnóstico hecho y habiendo descartado que tuviese cualquier otro problema, le di el alta médica y Doña Felisa se quedó tranquila, en su residencia, acompañada por su hija.
Verlas allí me hizo recordar a una señora, que al saber que su vecino de rellano había muerto de forma inesperada, me dijo consternada, sacudiendo la cabeza:
¡No semos naiden!
3 comentarios:
Jeje, cuanta razón Mel! Un abrazo!
Jajajaja!!!! Me ha encantado. Hacer historias a veces es muy complicado...
Aiixxx,es qe no semos naiden!
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