Creo que el libro que me he leído en menos tiempo, ha sido El perfume. Patrick Sürkind, su autor, me condujo por "el evanescente mundo de los olores", durante un día y medio, hasta que sin saltarme una sola línea, alcancé su inesperado final.
Es un libro que siempre recomiendo, aunque no recuerdo a nadie a quien se lo haya dicho que haya experimentado la misma grata y placentera sensación que me produjo a mí.
Desde que pasé por sus páginas, confieso que pienso en los olores de otra manera. Creo que son como mensajes de nuestro entorno que precibimos casi sin darnos cuenta. No son sólo agradables o lo contrario.
A mí me pasa y supongo que a todos también, que hay olores que nos transportan a otros lugares, a otras épocas, a otras personas. ¿Acaso no asociamos un perfume determinado con quienes los llevaron?
Mi infancia es una cabeza peinada a lo Nicholas, el niño pequeño de la serie Con ocho basta, embebida en el agua de colonia César Imperator.
Cuando pude más adelante decidir por mí mismo, cambié de estilo en la ropa y por supuesto, de perfume. Mis primeros años de universidad fueron amenizados con Boston Man y Massimo Dutti.
Ahora soy un señor maduro que se mezcla con los tonos cítricos de Aqua di Gio.
Pertenezco a esa generación que creció con los anuncios de la tele en los que salía esa chica nueva en la oficina que se llamaba Farala, o mi favorita, aquella guapísima rubia que se vestía y luego se ponía Eau Jeune. Por no hablar del clásico entre los clásicos de la pubertad olorosa: Jacq's.
Mi corazón estuvo impregnado de mujeres que llevaban perfume. Ellas fueron Poisson de Dior, Carolina Herrera, Lou Lou de Cacharel, Ô de Lancôme, Aire de Loewe u Eau de Rochas.
Cerca de casa hay un bar donde solíamos desayunar al dejar a los niños en el colegio, que el olor me recuerda a la casa de mis abuelos en La Palma. Tengo ganas de llevar a alguien de mi familia allí, a ver si siente lo mismo cuando cruce el umbral.
Si me vendaran los ojos, me metieran en un avión y cuando abrieran la puerta una vez en tierra, creo que sería capaz de saber sólo por el olor, si habría aterrizado en Barcelona, en Madrid, en Tenerife, tanto en el aeropuerto de Los Rodeos, como en el de Tenerife Sur.
Por no hablar de la piel de Lou, cuyo aroma distinguría sin dudarlo entre miles.
Pero no todo tiene por qué ser olores agradables y placenteros. Precisamente, pensando en todo lo contrario, no creo que pueda haber olores tan fuertes y desagradables como la sangre. Debido a mi trabajo, en alguna ocasión me he encontrado gran cantidad de ella desparramada por el suelo. En lugares cerrados tiene una intensidad que se te queda alojada hasta en la garganta.
Siguiendo en esta línea, he oído hablar mucho de la variante olorosa conocida como "El Culo de vieja", pero que no sabría explicar exactamente a qué se refiere y cómo describirlo, aunque me puedo hacer una idea, dado el gran número de residencias de la tercera edad a las que tengo que acudir cuando estoy de guardia.
No se queda atrás el adolescente deportista y olvidadizo que se entrega en las canchas deportivas sin haberse puesto desodorante, enseñándonos el significado de la expresión "huele a Tigre", con esos aferrados matices como a cebolla de perro caliente. Nada que ver con la ausencia reiterada de aseo en el ser humano, a la que llamamos cariñosamente como "Recoche".
No hace muchas semanas, oí la historia que me contaba un compañero de trabajo, que es un calco a lo que una vez le sucedió a mi padre cuando yo era niño. Tanto él como mi padre, tuvieron un terrible accidente. Hicieron la compra del mes en el supermercado, cargaron todo en el maletero y cuando agarraron las bolsas para ir a casa, no advirtieron que se había escabullido de una de ellas, un paquete de mantequilla.
Nadie lo vio y allí se quedó la mantequilla, derritiéndose por el sol, rezumando grasa durante días, mezclándose íntimamente con la tapicería.
Mi compañero acabó claudicando y aunque su coche era bastante nuevo, tras llevarlo a mil túneles de lavado, acabó malvendiéndolo, para alejar de su pituitaria aquel olor nauseabundo. En nuestra casa, en cambio, el aroma de aquella mantequilla nos acompañaría muchos años de mi infancia.
Toda esta historia de los olores y las tapicerías de los coches, me ha venido a la memoria gracias a mi hija Clara. No lo he mencionado antes, pero creo que a nadie se le escapa otro olor incómodo como es el de los vómitos. Ayer se me mareó nuevamente en el coche y tal como ha hecho las otras ocasiones, casi cuando el trayecto estaba a punto de finalizar.
Del viaje quedó una invisible pátina sobre el respaldo de mi asiento, que deja un bouquet que a pesar de un lavado especial a mano en un túnel de limpieza, esta mañana al venir a la guardia, parece que aún quiere continuar acompañándome.
Volveré a frotar con intensidad, con alcohol, jabón de marsella o friegaplatos. Lo que haga falta. Espero no tener que acabar vendiendo el coche...
He hablado de olores y he evitado hacer cualquier tipo de mención a las ventosidades. En este campo, que cada uno se ubique en las distintas modalidades: trompeta, tambor, procesión de Semana Santa, o la del globo deshinchándose, entre otras...
No he querido explayarme en este tema porque he encontrado una noticia en la que por fin la Ciencia ha dado con el remedio que la Humanidad pedía a gritos desde hacía siglos:
Un laboratorio de Brasil, desarrolla un fármaco en forma de cápsulas, que neutraliza el olor de las flatulencias. Gran noticia que nos librará de más de una situación incómoda y embarazosa. Con este medicamento, tenemos salvada la mitad de los muebles. Lo siguiente será conseguir que sean completamente insonoras.