viernes, 18 de noviembre de 2011

Uno entre diez mil


En mi vida he hecho amigos, pero también me los han prestado. Estos amigos prestados, son los amigos de tus amigos, o los amigos de tu pareja. Así, casi prestada, conocí a Alicia, la amiga de Lou.
En aquel tiempo, Alicia no pasaba por un buen momento. Intentaba zafarse del recuerdo de una relación que duró más en su cabeza que fuera de ella. Para Alicia había sido muy importante, muy intenso, como cada unos de los rincones de su vida. Para él sólo había sido una más. Como todas las cosas que en un momento hacen daño, siempre llega un día que dejan de tener ese valor que le habías dado y una mañana te levantas, te tocas por todas partes y el dolor se ha volatilizado. Alicia no lo sabía entonces, lo veía muy lejano, pero todo sería cuestión de esperar que desapareciese.

Lou quiso que conociese a Alicia y quedamos un atardecer en un lugar precioso. Un bar de copas en las faldas del Tibidabo, donde se podía apreciar la belleza de las luces de Barcelona. Todavía no me había ido a vivir a esta ciudad, pero fiel a ella misma, me describió Barcelona con la misma pasión con la que vivía su vida. Me hizo comprender que no me había equivocado al tomar la decisión de trasladarme.
- Mel, tienes mucha suerte - me dijo - Tienes a Lou y vienes a vivir a una ciudad preciosa. Seguro que serás muy feliz.

Por aquel entonces, Alicia estaba haciendo un curso en la India. Pensaba que esa temporada fuera de su rutina le trería la paz interior que tanto ansiaba.
Y tenía razón.
Alicia volvió a vivir a Barcelona. Pero no volvió sola. 
No tardó en presentarnos a Antonio. De Barcelona como ella, se encontraron en la India y se enamoraron. Alicia era feliz. Antonio le hacía sentirse bien, le mimaba, le quería, le comprendía. Alicia se sentía especial. Por fin alguien había querido conocerla de verdad y amarla como se merecía. Antonio era único, era uno entre diez mil.
Todos los que conocieron a Alicia y Antonio, podían ver que estaban hechos el uno para el otro. Por eso a nadie sorprendió que se casaran enseguida y que pronto tuviesen a Pepe, su primer hijo.
Alicia y Antonio eran sin saberlo almas gemelas. Ambos llevaban en sus genes una mortal enfermedad dormida. Una enfermedad que necesitaba de ambos, para aparecer en su hijo. Eso que la Medicina llama enfermedad autosómica recesiva.

Y ese invitado inesperado, se presentó en casa de Alicia, Antonio y Pepe. Y un buen día, no es cierto, un mal día, la enfermedad dormida despertó y los médicos les dieron la peor noticia que se puede transmitir a unos padres.

Pepe ya no está en casa de Alicia y Antonio. Se marchó tan deprisa como decían los médicos. Con mucha paz y sin hacer ruido, casi de puntillas, sin molestar. Y aunque su paso por la vida fue muy fugaz, me dicen todos los que lo conocieron, que se enamoraron de él.

No puede haber nada más triste que perder a tu hijo, ni nada más duro que te quiten todo tipo de esperanzas, pero cada día Alicia saca lo mejor de sí misma y sonríe e intenta aferrarse a todo lo que tiene alrededor.
Antonio y Alicia lloran, pero ríen y se quieren como nunca. Pero siempre que estamos los demás, Alicia bromea, pone la mejor de sus sonrisas y nos transmite bondad, paz y alegría. Parece que nos consuela a todos y esto hace que nos sintamos orgullosos de ser amigos suyos. 
Tengo que darle la razón a Alicia. He sido muy feliz por vivir en Barcelona, porque es una ciudad preciosa y porque aquí he conocido gente maravillosa como ella.

Muchos miran al cielo jugando a ver el parecido de las nubes; hay quien dirige su mirada arriba, por si llega la ansiada lluvia que riegue sus campos. En cambio Alicia lo hace y no lo dejará de hacer nunca, para buscar su estrella perdida.
Los médicos dicen que Alicia y Antonio son portadores de una terrible enfermedad, que son uno entre diez mil.
Yo que también soy médico, pero además los conozco y los quiero, contradigo  a mis colegas y afirmo que eso no es cierto. Pensaba decir que esa cifra es incorrecta, que son uno entre un millón, pero probablemente no sea justo, porque como Alicia, Antonio y Pepe, no hay nadie en este mundo.


3 comentarios:

ertioFanki dijo...

Si, si Mel esta vez te has superado si se cabe, has puesto el nivel muy alto en este relato,me has hecho emocionar leyéndolo, yo diría que el máximo, así que yo tambien creo que como tu tambien hay pocos y creo que tambien mereces estar en ese grupo de élite así que tambien eres uno entre diez mil. Mi enhorabuena de nuevo

José Amaro dijo...

Resulta muy difícil, por no decir imposible, encontrar actualmente, en cualquier parte, un texto que como éste te provoque tantas emociones y tan diferentes: ternura, espanto, alegría, indignación ante la pura y cruda arbitrariedad de la vida misma y esperanza. La esperanza que, en seres humanos como los padres admirables de los que aquí hablas, es como un fuego eterno, inextinguible. Me sumo a todo lo que ha dicho antes el señor Fanki y yo también te doy mi más cordial (y primofraternal) enhorabuena, Mel. Hoy, más que nunca, has estado melmorable.

B. G. R. dijo...

Me sumo a los elogios. A través del prisma de melkarr se hace posible encontrar esperanza en una historia tan conmovedora como ésta. Me resultaría imposible relatarla sin indignación, en cambio tú lo has hecho desde la paz y la tranquilidad. Hoy una lección que, supongo, has aprendido de esta admirable pareja. Y, una vez más, el amor por encima de todo. Gracias Mel. De verdad, gracias.