miércoles, 22 de septiembre de 2010

Madrid
















Cuando era muy niño, creo que con unos tres años, decía en casa que tenía un hermano mayor, que se llamaba Carlos y que vivía en Madrid.
Creo que ahí fue cuando comenzó mi relación con esa ciudad.
Incluso recuerdo un barco amarillo de contenedores, el Delfín del Mediterráneo, que cuando lo veía atracado en el puerto, pensaba: "Ese barco va  a Madrid..."
Durante toda mi infancia les decía a mis padres que quería ir a conocer Madrid y aunque en una ocasión oí a mi madre decirle a mi padre: "Tenemos que llevar a Mel a Madrid", ese ansiado viaje nunca se llegó a hacer.
Incluso unas navidades, mi tía Isa fue a pasar los Reyes allí y le pidió a mis padres que fuese con ellos, para conocer la nieve. Pero no me dejaron ir. Recuerdo uno de mis mayores enfados con mis padres (tenía 7 años) y muy a mi pesar, Madrid continuó siendo un sueño.

Hasta bien entrada la veintena, se puede decir que no conocí realmente Madrid. Allí descubrí que la mejor manera de conocer una ciudad, indudablemente, es vivir en ella. Y allí que me fui.

Mi año y medio en Madrid, es definitivamente el comienzo de la etapa más feliz de mi vida. La marcha prematura del curso de control fue uno de los momentos más tristes. Esto me ha creado desde entonces, un ambivalente sentimiento de dolor y alegría cada vez que piso esas tierras. Pero aquella época me enseñó a ver la vida bajo un cariz optimista y a pesar de las frustraciones de ver mis ilusiones truncadas, creo que desde niño, quería ir a Madrid, porque allí conocería a Lourdes.

En nuestros eternos paseos, a menudo rodeábamos el Hotel Santo Mauro y soñábamos que un día podríamos permitirnos alojar allí. En nuestro viaje de luna de miel, paramos en Madrid y saldamos nuestra anhelada deuda.
A pesar de esto, como contaba, Madrid me duele y me infunde alegría. Es el agridulce de las salsas o las espinas y color intenso de las rosas. Madrid para mí es el anverso y el reverso de una dicha inmensa y el sabor del mayor de los fracasos. Pero acaso, ¿no es así la vida misma?

Ayer estuve de nuevo en Madrid. Debo decir que ya no se me encoge tanto el corazón al caminar por sus calles y vuelvo a recorrer y recordar cuando Madrid y yo éramos la misma cosa. Además ayer, mi Madrid feliz sumó un ingrediente más para vencer al lado triste.
Esta visita me dio la oportunidad de reencontrarme con una antigua amiga, que en su momento separó el hombre, pero ahora ha unido de nuevo, la informática. La última vez que la vi era estudiante de Medicina, ahora es médico, madre, una excelente escritora y además famosa. Encontrarnos ha sido para mí, un soplo de aire fresco y la prueba palpable de que el tiempo y el cariño, como teorizan los físicos, son como un gran pedazo de papel en el que a pesar de las distancias que separen dos puntos, al doblarlo, los puntos se juntan y la distancia, desaparece.

Ya estoy de vuelta en casa, pero no dejo de pensar de vez en cuando en esa ciudad, que aunque ya no viva allí, siempre la tengo presente. Echo de menos sus calles, su ambiente, sus desayunos con churros, servidos por los mejores camareros del mundo, su marcha de noche, el acento chulesco de los madrileños, mis cañas en el bar Kioto con mis primos, el Real Madrid, los huevos estrellados del Almendro, la gente pintoresca y peculiar que va en metro, la zona de los Austrias, la calle Churruca y sobre todo, el olor de Madrid, que lo sientes desde que se abre la portezuela del avión. Me encantaría poder envasar ese olor de calor seco del verano y el aroma que desprenden las calles húmedas de Madrid, cuando son golpeadas por esa fina lluvia, que a veces parece interminable. Abriría ese frasco por una esquinita, como hace aquél que gira el tapón de ese perfume caro, que reserva para ocasiones especiales. Cerraría los ojos y soñaría, como cuando era niño, que estaba de nuevo en Madrid.

7 comentarios:

Ana Glez Duque dijo...

Y es que Madrid se te mete debajo de la piel, aunque uno viva en Barcelona.
Gracias por los halagos, pero menos lobos ¿¿¿¿¿famosa?????

melkarr dijo...

Querida Dra: No soy yo a quien entrevistará la Gemio en su programa de radio, de todas formas, fue usted la que escribió:

http://blogdrajomeini.blogspot.com/2009/07/soy-famosa.html

No fui yo. En cualquier caso, su fama, mucha o poca, es bien merecida.

Clara Fernández dijo...

Mel me parecen preciosas las historias que cuentas, cada vez que veo tu blog leo dos o tres y me encantan.

Clarita.

Anónimo dijo...

Querido Mel:
Permíteme la intromisión y déjame que, en respuesta a tu estupendo artículo, incluya estas palabras que escribí hace un año en otra parte y que ahora vienen ni pintadas:
"A diferencia de Barcelona, ciudad portuaria, cosmopolita y algo prostibularia, como todas aquellas capitales que crecen, introspectivamente, de fuera a adentro, a partir de un muelle, y cuya burguesía, comerciante, trabajadora y provinciana, veía en la celebración de los Juegos Olímpicos la oportunidad histórica de situar su patria chica en el mapamundi de la postmodernidad, Madrid no necesita del COI para conseguir un espejo en el que proyectar la mejor versión de sí misma. Desde hace más de un siglo, esta población, que empezó siendo un asentamiento árabe en plena meseta castellana, a seiscientos cincuenta y cinco metros sobre el nivel del mar y tan lejos de la costa, no siente la necesidad de reinventarse porque ya está inventada. La crean y la destruyen cada día los más tres millones de cadáveres que la habitan, según el célebre verso de Dámaso Alonso.

Parada y fonda del viajante, refugio de poetas vagabundos, corte de monarcas y bufones, sede parlamentaria de charlatanes, granujas, aduladores y unos pocos justos, enfermiza trasnochadora insomne, Madrid es el escenario real donde se volatilizan los sueños y se consumen las peores pesadillas; paraíso e infierno, eterna alcahueta, todos los caminos conducen a esta ciudad santa de los ateos, los agnósticos y los ángeles caídos en desgracia; no en vano, es una de las poquísimas capitales del planeta (si no, la única) en la que Lucifer cuenta con plaza propia.

Al igual que el cuerpo de una mujer deseable, Madrid posee infinidad de recovecos y rincones en los que a uno le encanta perderse y que no le encuentren: están las callejuelas galdosianas que rodean la Plaza Mayor, con su irresistible vaho a tabernas y a mala buena vida; la simetría neoclásica de los jardines del Palacio Real; los callejones añejos y melancólicos por los que transitaron Quevedo, Góngora, Lope, Calderón y Cervantes; la cervecería Los Gatos, que aún conserva la silla de barbero donde solía sentarse, con metódica y palmera fidelidad, el pintor Francisco Concepción; los discretos bancos del Retiro, donde las señoras estupendas se sientan a retocarse, vestidas con sus galas de domingo, antes de que Mingote las inmortalice en sus dibujos; el Café Central, junto a la Plaza de Santa Ana, en el que todavía, de vez en cuando, el maestro Pedro Iturralde te pone los pelos de punta al escuchar el limpio, nítido, puro y hermoso sonido que saca de la chistera de su saxofón; o, más al sur, en la ribera del Manzanares, una visita esporádica al Vicente Calderón te devuelve al niño que, cada vez más en el fondo de ti mismo, nunca has dejado de ser".

Gracias, Mel, una vez más.

Joseph Amarov dijo...

Querido Mel:
Permíteme la intromisión y déjame que, en respuesta a tu estupendo artículo, incluya estas palabras que escribí hace un año en otra parte y que ahora vienen ni pintadas:
"A diferencia de Barcelona, ciudad portuaria, cosmopolita y algo prostibularia, como todas aquellas capitales que crecen, introspectivamente, de fuera a adentro, a partir de un muelle, y cuya burguesía, comerciante, trabajadora y provinciana, veía en la celebración de los Juegos Olímpicos la oportunidad histórica de situar su patria chica en el mapamundi de la postmodernidad, Madrid no necesita del COI para conseguir un espejo en el que proyectar la mejor versión de sí misma. Desde hace más de un siglo, esta población, que empezó siendo un asentamiento árabe en plena meseta castellana, a seiscientos cincuenta y cinco metros sobre el nivel del mar y tan lejos de la costa, no siente la necesidad de reinventarse porque ya está inventada. La crean y la destruyen cada día los más tres millones de cadáveres que la habitan, según el célebre verso de Dámaso Alonso.

Parada y fonda del viajante, refugio de poetas vagabundos, corte de monarcas y bufones, sede parlamentaria de charlatanes, granujas, aduladores y unos pocos justos, enfermiza trasnochadora insomne, Madrid es el escenario real donde se volatilizan los sueños y se consumen las peores pesadillas; paraíso e infierno, eterna alcahueta, todos los caminos conducen a esta ciudad santa de los ateos, los agnósticos y los ángeles caídos en desgracia; no en vano, es una de las poquísimas capitales del planeta (si no, la única) en la que Lucifer cuenta con plaza propia.

Al igual que el cuerpo de una mujer deseable, Madrid posee infinidad de recovecos y rincones en los que a uno le encanta perderse y que no le encuentren: están las callejuelas galdosianas que rodean la Plaza Mayor, con su irresistible vaho a tabernas y a mala buena vida; la simetría neoclásica de los jardines del Palacio Real; los callejones añejos y melancólicos por los que transitaron Quevedo, Góngora, Lope, Calderón y Cervantes; la cervecería Los Gatos, que aún conserva la silla de barbero donde solía sentarse, con metódica y palmera fidelidad, el pintor Francisco Concepción; los discretos bancos del Retiro, donde las señoras estupendas se sientan a retocarse, vestidas con sus galas de domingo, antes de que Mingote las inmortalice en sus dibujos; el Café Central, junto a la Plaza de Santa Ana, en el que todavía, de vez en cuando, el maestro Pedro Iturralde te pone los pelos de punta al escuchar el limpio, nítido, puro y hermoso sonido que saca de la chistera de su saxofón; o, más al sur, en la ribera del Manzanares, una visita esporádica al Vicente Calderón te devuelve al niño que, cada vez más en el fondo de ti mismo, nunca has dejado de ser".

Gracias, Mel, una vez más.

melkarr dijo...

Hola, Clara:

Para mí ha sido una maravillosa sorpresa el tenerte como lectora. Como imaginarás, eres, que yo sepa, la más joven de todas. Espero seguir viéndote crecer y acompañarte mucho tiempo. Un beso

melkarr dijo...

Querido Sr. Amarov:

Muchas gracias por sus líneas. Su visita a esta página y su comentario, enriquece y da vida al propio texto comentado. Su atinada y adecuada prosa, refleja lo que siempre he pensado: esta ciudad es tan eterna como cualquier otra, y como una amante inesperada, posee un embrujo que te atrapa y no te abandona nunca.