Según nos cuenta el Real Diccionario de la academia, entre otras acepciones, el Vendaval es un viento que viene del sur. Sabia descripción y tremendamente ajustada a nuestra cotidiana realidad. No creo que haya definición más acertada, para describir ese torbellino que en cada época de vacaciones, procedente de Tenerife, invade nuestra casa: El Vendaval Tiri.
Como toda masa de aire que se desplaza a gran velocidad, es capaz de arrastrar consigo a todo aquél que se encuentra a su paso. En las proximidades de su abuelo Pepe no tiene ninguna dificultad para sacar a flote sus nervios, aunque éstos ya de por sí tengan un índice de flotabilidad similar al del corcho.
Y ese aire, invisible, es capaz de mimetizarse tanto con su hermano de dos años, de habla incipiente, como de la de cuatro, con ideas claras, sencillas e inocentes, teniendo discusiones o complicidades con cada uno de ellos, a pesar de ser mucho mayor.
Hay muchas teorías que se proponen sobre este fenómeno meteorológico:
"Lo que le pasa es que necesita liberar energía", principio básico de la termodinámica del niño-torbellino o "...esa niña lo que es, es una salvaje", que nos evoca a Rousseau y su teoría del hombre bueno por naturaleza que la sociedad corrompe.
Pero no quiero que quede la idea de mi hija, la mayor, que es una especie de Viernes del relato de Robinson Crusoe, ni muchísimo menos. En realidad se trata de una personita que en poco tiempo se tiene que adaptar a una nueva casa, familia, costumbres y la verdad es que siempre lo ha hecho muy bien, aunque tenga ese carácter innato de ser bastante movida. Es la nobleza en persona, reiterativa e insistente como el que escribe, cariñosa a su manera y cuando llega la noche, la más mimosa de todos, que usa sus mejores artimañas para que le acaricies el pelo mientras se duerme.
Recuerdo que mi tío Nane, al que acompañé una vez en una travesía por el mediterráneo, viaje en el que no faltaron ni psicofonías, me decía que los primeros días de navegación no puedes dormir, debido al molesto ruido de las máquinas y cuando llegas a tierra de vacaciones, en la cama de casa, no puedes conciliar el sueño, porque no escuchas los motores que arrullen tu nueva cuna.
Y un poco así sucede con este particular Vendaval, cuando le toca marcharse. Nos queda un hueco enorme en nuestra retina, en nuestros oídos, alivio en las cuerdas vocales y una inmensa tristeza en nuestros corazones.
El último día que estuvo con nosotros, nos tuvimos que levantar muy temprano, para llevarla al aeropuerto, camino de vuelta a casa. Entró sigilosamente en la habitación donde estaba su hermana Clara, se acercó con cuidado, le dio un ligero beso para no despertarla y fue deslizando su mano izquierda desde cabecita, su cuello, por su espalda, los muslos, hasta terminar en el pequeño pie. Muy suavemente, muy despacio, como para poder recordar mejor cómo era su hermana, a sabiendas de que la próxima vez que se encuentren, ya no será la misma que dejó en aquella cuna, de aquel agosto en Málaga.
La escena de nuestras despedidas siempre se repiten cada verano y cada uno de nuestros alejamientos los tengo grabados en mi mente. Ella siempre está muy callada, pensativa, con ganas de marcharse y deseos por quedarse. Es su paradoja personal, que se ha convertido en su forma de vida con cada una de sus familias.
Cuando llega el momento del embarque, se va caminando con la azafata que la acompañará hasta el avión, con ese peto colgando del cuello, por esos pasillos del aeropuerto, que siempre me resultan demasiado cortos. De tanto en tanto se gira para decirme adiós con la mano, porque nuestras voces, estando ya tan lejos, no las podemos escuchar y yo voy pensando, con un nudo en la garganta: "gírate otra vez, gírate otra vez...", hasta que por fin, cuando menos lo deseas, el viento del sur, desaparece.
4 comentarios:
Me has hecho llorar...
Creo que nos has hecho llorar a todas...
Yo me uno en lo de que nos has hecho llorar... encima en el trabajo! Es que Tiri es...Tiri... una personita entrañable, que te marca.
Querido Mel:
Es cierto que esta última entrega rebosa tanta ternura como las demás pero también tiene un punto de emoción contenida que hay que ser muy bruto o un poco descerebrado para no conmoverse con tan enternecedora estampa familiar. Felicidades, de nuevo. Y felicidades a ambos, padre e hija, por tenerse el uno a la otra y viceversa.
¿Por qué no te animas a contar algún día el estremecedor relato de la psicofonía recogida en el camarote del agregado, en el puente del Duero, durante aquella travesía trasatlántica? Tus lectores/as se sentirán fascinados/as, a la vez que aterrados/as. Inténtalo. Igual, con un poco de suerte, terminas dando testimonio en el programa de Iker Jiménez.
P.D.: Aún no he podido leer el último cuento policiaco que me pasaste. Ya te comentaré, a la vuelta de nuestra peregrinación familiar a G. (que no punto G).
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