viernes, 28 de enero de 2011

La barrera

Cuando era más joven había una serie de televisión que reflejaba los problemas de un grupo de amigos de más o menos la misma edad. Aunque tenía una sintonía muy pegadiza, el argumento y las preocupaciones de sus protagonistas, no me interesaba demasiado, porque pensaba que me quedaba bastante lejos. Esa serie era Treinta y Tantos.

Desde los seis años soy capaz de sumar e incluso restar. Y ya desde hace un tiempo, voy contando los años que faltaban para llegar a la famosa y terrible barrera de los 40.
Sólo el pensar en esa edad, me causaba cierta sensación de vértigo e incluso de injusticia, pues me consideraba bastante más joven de espíritu (y de cuerpazo), que lo que reflejaría ser tan mayor.
Pero aplicando la aritmética que me enseñaron desde tan niño, me he encontrado que a pesar de mis reticencias, cuando a 2011 le resto 1971, siempre, siempre, aunque no quiera, me sale el mismo resultado, es decir, 40.

Toda la vida he oído decir esa expresión, que tan fea me parece ahora, de cuarentón. Pero ¿por qué no existe la de treintón o la de veintón?
Creo que son ganas de tocar las narices por parte de aquéllos que aún no han pasado la barrera. No me imagino a alguien de 50 llamándote cuarentón...
Los que hemos pasado al otro lado, nos miramos con tierna complicidad y nos respetamos. Sabemos lo duro que es y lo que supone estar aquí.

Nadie puede hacerse a la idea de lo que hay a este lado, hasta que no se salta el listón. Y como yo aún me estoy recuperando del salto, quiero compartir mis primeras impresiones.

En estos momentos me siento como aquel niño que se sube a lo más alto de una tapia, en busca de un balón que ha caído en un solar. Aquí estoy, aquí arriba y debo decir que veo un mundo maravilloso que no me imaginaba que existía. Es como tener 39, pero mejor.
Desde esta improvisada atalaya soy capaz de ver a esos ingenuos treintones y vislumbrar el maravilloso futuro que nos aguarda a los cuarentones.
De mucho me ha servido el tener una fiesta de cumpleaños llena de sorpresas que me había preparado Lou. Mis mejores amigos venidos de Tenerife, mi padre, mi familia de Barcelona...
Ha sido un fin de semana lleno de emociones tan intensas, que me ha hecho olvidar que ahora soy un cuarentón.
Como ya he escrito un libro (aunque sea un libro de recopilaciones de artículos de este blog), he plantado una palmera (que aún sigue creciendo en mi casa de Tenerife) y he tenido cuatro hijos, ahora sólo tengo que dedicarme a disfrutar de la vida y vivir.
Y como cumplo en enero, eso me permite llegar antes que todos aquéllos jóvenes incautos, que no saben aún lo que hay a este lado de la barrera.
A ellos me dirijo. Que no tengan miedo. Llegar aquí es como sortear una ola que se te acerca rápidamente. Lo único que hay que hacer es taparse la nariz, sumergirse y cuando subes a la superficie, cuando menos te lo esperas, ya ha pasado.


40


El mentor de Sir Isaac Newton, Isaac Barrow, renunció a su cátedra, para ofrecérsela a su pupilo, que contaba con tan sólo 27 años de edad. Su argumento era que no podía ser el profesor de alguien que sabía más que él.
De Isaac Newton se dice que es el mayor genio que haya existido nunca. Sus descubrimientos matemáticos como el binomio, el cálculo diferencial o la ley de gravitación universal, los mantuvo ocultos hasta cumplir los 42 años, cuando publicó su Principia Mathematica, que se considera el más importante tratado científico jamás escrito. El gran matemático Lagrange decía de él, que además de haber contado con una mente prodigiosa, era la persona más afortunada de la Historia, porque sólo una vez se pueden descubrir las leyes que gobiernan el mundo.

Pero hay quien piensa, suele ocurrir, que el mayor científico de todos fue Albert Einstein.
Mientras trabajaba en una oficina de patentes, enunció la teoría de la relatividad, con 26 años, cambiando para siempre el concepto de la física clásica que había trazado Newton doscientos cincuenta años antes. Cuando contaba con 42 años, recibió el Premio Nobel de Física.

Casi un siglo más tarde que lo hiciera Albert Einstein, nace Mel Carrillo en Santa Cruz de Tenerife, un 23 de enero de 1971.
Desde niño soñaba con llegar a ser algún día astronauta, piloto o astrónomo, aunque nunca lograría ninguna de las tres cosas. Por eso sorprendió a sus familiares y amigos, aquel verano en el que anunció que estudiaría Medicina, estudios que completaría de una forma atropellada, con unas notas más que mediocres. No fueron unos resultados brillantes, pero sí lo suficiente para lograr licenciarse, por lo que no obtuvo ningún premio de fin de carrera, ni ningún reconocimiento por parte de nadie.
Una vez que empezó a ejercer la noble profesión de galeno, producto de una mente caprichosa e inconformista, surge una nueva vocación aeronáutica en su vida: ser controlador aéreo.
A pesar de sus ímprobos esfuerzos y cabezonería, nuevamente se queda a puertas de lograrlo. Una vez más, la aeronáutica y él, toman caminos divergentes.

En una ocasión se definió como pésimo médico y mal padre, aunque esto debe ser interpretado como una dura e injusta autocrítica, producto de su constante afán de superación en cada una de las facetas de su vida.
Por aquello de lo que se ha dado en llamar la crisis de los 40, (que le apareció desde que cumplió los 17), ha decidido purgar sus inquietudes, su particular forma de ver la vida, su filosofía cotidiana, mediante la escritura. Esto ha hecho que desde hace casi un año, publique de forma más o menos periódica, un blog, que con un estilo desenfadado y bastante simplón, mantiene entretenidos a sus seguidores que paulatinamente van retirándose, para dedicarse a otras cosas más productivas, que leer sus batallitas de cada día.

Ahora acaba de cumplir 40 años. Teniendo en cuenta que Isaac Newton  no publicó su ley de gravitación universal hasta los 42 años, y que Albert Einstein no obtuvo el premio Nobel hasta esa misma edad, todavía se tiene la esperanza de que logre algo meritorio antes de lo que lo hicieron ellos. Aún tiene tiempo y capacidad, para incluso, superarlos.

Con todo, y pese a estos vaivenes, siempre ha sido fiel a una misma filosofía: estar anclado en una utopía bucólica, pensando que el mundo es mucho mejor de lo que todos creen, que el optimismo debería envolverlo todo. No es de extrañar entonces, su amor por el Art-Decó, estilo artístico que desapareció hace 60 años. En eso no ha cambiado nada ese niño que por las noches, cuando miraba la luna a través de la ventana de su habitación, soñaba con ser astronauta. Sigue estando en el aire.

viernes, 14 de enero de 2011

Vuelta al cole

La nochebuena se viene, la nochebuena se va... y como viene sucediendo desde que el mundo es mundo, se acaban las Navidades y va tocando volver de nuevo a nuestra querida rutina. En mi caso, este año, con mucho más motivo, ya que las heridas de guerra han curado casi por completo y esta baja por fractura metatarsal, metatárgica o metalúrgica, no es ya alargable ni un solo día más.
Sumergido como estoy en ese mar de nostalgia que te da el acercarte vertiginosamente a la barrera de los cuarenta, me vienen al recuerdo esos días en que dejabas tus flamantes juguetes recién estrenados en casa, para volver a ponerte la mochila cargada de libros a la espalda y comenzar un año nuevo nuevo en tu colegio.

El ocho de enero, y ningún otro día sino el ocho, era la fecha en que todo mi mundo se volvía a su sitio. Volvías con tus compañeros de clase, con los que esa mañana comentabas tus maravillosos regalos de Reyes. Aunque siempre estaba ese aguafiestas que tenía aquel regalo impresionante-impredecible-inalcanzable, que te ponía los pies en el suelo. Pero además ese día coincidía con el cumpleaños de mi prima Marlís. Su aniversario para mí ha sido también un hito cada año, pues me recordaba que el mío llegaría en quince días.
Mi prima Marlis no es una prima cualquiera. A ella, le debo algo, que nadie en este mundo me ha dado. Ella fue la que desde muy pequeña (tiene 15 días más que yo), decidió llamarme Mel. Por eso, es ella y ni siquiera mis padres, a quien debo algo tan importante como es mi nombre.

Y como todo comienzo de curso, me incorporo de nuevo al trabajo. Temía que me sucediera como a Krikalev, aquel astronauta al que se le considera el último ciudadano soviético. Tras volver a la Tierra tras 311 días en órbita, se encontró con que su país, la Unión Soviética, había desaparecido.
Mis temores fueron infundados, para bien o para mal, me he encontrado el desastre, exactamente tal como lo había dejado, en el mismo sitio. Que según como se mire, se podría decir que tal y como va todo, es hasta un alivio.
De repente mi agenda se ha invadido de guardias y el teléfono empieza a llenarse de nuevo de llamadas para hacer y pedir cambios. Volvemos a la rutinaria normalidad de siempre.

Esta rutina no todos la ven de la misma manera. Anoche, tras esa versión modificada de Pulgarcito y sus cinco hermanos, que improvisé y medio inventé para los niños antes de ir a dormir, Marta me preguntó:
- Papi: ¿Mañana vas a trabajar?
- Sí, Marta y pasado también tendré que ir.
- Papi - me dijo con tono triste - No me gusta que vayas a trabajar.
- ¿Por qué? - le pregunté - Todo el mundo tiene que trabajar.
- Papi, es que si no estás en casa, no te podemos dar besitos todo el tiempo...